Nota: No dejo de pensar en la posible paradoja temporal que puede suceder en el tiempo según el final de la temporada por lo que esta es mi pequeña aportación para darle alguna explicación de cómo podría haber sido.


8 Abril de 2019

Era curioso como en el aquelarre la falta de apellidos de las chicas no era ningún problema. Un detalle que para realizar una gestión en cualquier otra institución hubiese sido obligatorio, en la academia Robichaux no era más que un simple trámite al que apenas se le daba importancia. Puede que fuese un modo de rebelarse contra una sociedad que aún mantenía una costumbre tan retrógrada como machista al establecer que las mujeres debían cambiar su apellido según la familia a la que perteneciesen, como si de un inmueble más se tratara. O, quizá, se debiera a la idea de que una vez que una bruja pertenecía al aquelarre, tenía una familia nueva donde no importaba su procedencia anterior. En cualquier caso, en la academia todas las chicas se conocían por su nombre y gracias a eso Mallory no había tenido que dar excesivas explicaciones sobre la falta de apellido a la hora de inscribirse.

El sonido del reloj de la sala principal despertó a la joven bruja haciendo que se sobresaltase y por poco dejase caer los folios y la pluma que descansaban sobre sus rodillas, aún intactos. Pensar en lo que quería escribir y lo que debería guardarse para sí había absorbido todas sus energía de las últimas horas, pero debía apresurarse si quería salir bien parada de toda aquella aventura. Aún faltaba una hora para la media noche pero la mayoría de las brujas ya se habían retirado hacía tiempo a sus habitaciones para descansar, por lo que había un mayor silencio en la casa. Aquella tranquilidad se había ido adueñando poco a poco de todo el espacio hasta que permitió la entrada de otros nuevos sonidos que despertaban muchos recuerdos en la joven bruja. El burbujeante sonido de los líquidos en reacción de las matraces con los que Cordelia experimentaba en el invernadero le recordaba a las clases de química y pociones, pero también a muchas tardes de experimentos, juegos y risas. Como aquella vez en la que quiso fabricar un perfume que pudiese captar el aroma de los pantanos de Luisiana para que Misty siempre lo llevara consigo. No había que explicar que el experimento acabó siendo un auténtico fracaso y que lo único que consiguieron aquella tarde fue crear agua con olor a barro; pero las risas de ambas mientras hacían las mezclas y lo orgullosa que Cordelia había estado de ella aquella tarde era un recuerdo que jamás olvidaría.

Con un suspiro, e intentando hacer el menor ruido posible, comenzó a recoger todos los libros y demás material que había esparcido por la mesa y sofá de la sala. Pese a saberlo desde hacía tiempo aún no se había mentalizado para afrontar aquel momento, y aún tenía demasiadas cosas por hacer. Fueron los tacones resonando en el suelo de mármol los que avisaron de la llegada de la suprema antes de que ésta hiciera su aparición.

—Mallory ¿qué haces aún aquí? Es muy tarde. —dijo la suprema con tono preocupado cuando vio a una de sus alumnas más prometedoras aún estaba rodeada de libros, pergaminos y muchas hojas en blanco pese a la hora. Con dos zancadas la alcanzó como para poder llevar una mano a su mejilla en un gesto del todo familiar—. ¿Ocurre algo?

Por un momento Mallory temió echar todo el plan a perder cuando aquel pequeño detalle, como era la mano de Cordelia contra su mejilla, la alcanzó provocando que una súbita emoción se adueñase de ella. Por suerte fue rápida al reaccionar e inclinar la cabeza al tiempo que parpadeaba rápidamente para disimular sus amontonadas lágrimas.

—Tranquila, estoy bien. —aseguró rápidamente con una sonrisa—. Sólo me entretuve leyendo y se me ha hecho tarde.

Cordelia tardó un segundo en avaluarla con la mirada, como si dudase de ella, pero al no ver duda alguna en la bruja acabó por asentir con una sonrisa afable.

—Está bien. En ese caso me despido por hoy. Necesito dormir.

Un ligero apretón en el bíceps de la más joven fue el gesto que acompañó a sus palabras, pero aún no había dado ni dos pasos cuando la voz de Mallory la hizo detenerse de nuevo.

—Ma… Miss Cordelia. —No había dado tiempo a la directora a que se girase del todo cuando ya la había alcanzado y la estaba abrazando con inusitada fuerza ante la sorpresa de ésta—. Muchas gracias. Por todo.

Tomada por sorpresa Cordelia no tuvo más tiempo para reaccionar que devolver el abrazo sin entender muy bien a qué se debía. Sólo había dos personas en aquel aquelarre que se atreviesen a romper su barrera de espacio personal de aquella forma tan directa: Misty y Mallory. Pero, aún así, Mallory no solía ser tan espontánea como la bruja del pantano, por lo que simplemente la abrazó, esperando que le contase lo que ocurría.

—No he hecho nada, pero gracias, supongo. —dijo en un susurro la directora.

—Estoy bien.

Se adelantó a la pregunta que sabía que la suprema iba a volver a formularle y ésta vez fue ella la que se adelantó en salir primero de aquella sala para esquivar más cuestiones. Había sido demasiado arriesgado pero no había podido evitarlo, era demasiado lo que estaba en juego si fallaba. Podía perderlo todo, y quería llevarse al menos aquellos pequeños regalos como recuerdo.

No se había fijado a donde la llevaban sus pasos hasta que no se vio parada en la cocina siendo alumbrada por le resplandor que emitía la nevera abierta en medio de toda la oscuridad. No necesitaba mirar para saber quién era la causante. Misty Day, o más bien su parte inferior, era todo cuanto quedaba a la vista ya que tanto su cabeza como su torso estaban completamente introducidos en la nevera buscando algo en la balda superior. La espontánea risa de Mallory hizo que la bruja del pantano se sobresaltase y, tras un pequeño golpe con el interior de la nevera, se asomase sobre la puerta abierta con las mejillas infladas al estar masticando algo, y un bagel a medio comer en su mano.

—Oh, eres tú. Qué susto, no te había oído llegar. —dijo como toda explicación antes de volver a su infructuosa búsqueda que, segundos después, dio por terminada con un suspiro de derrota—. Alguien ha terminado la mermelada de cereza y no ha apuntado para que se compre. —Explicó con un puchero en su rostro de lo más infantil.

Mallory no pudo hacer otra cosa salvo reír de nuevo totalmente encantada con aquella situación. A veces no podía creer ni que tuviese la suerte de poder vivir esos momentos.

—Lo siento, Misty. ¿Has mirado en el escondite? —La ceja alzada de la rubia le dio la respuesta, y por un momento estuvo a punto de llevarse una mano a la boca al percatarse del error que había cometido. Suerte que Misty no hacía tantas preguntas como Cordelia y pudo salir airosa de ello—. Pensé que lo conocías, ven.

La animó tendiéndole una mano que la bruja cajún aceptó al momento tan intrigada como emocionada por aquel escondite que albergaba su mermelada favorita. Al parecer había un compartimento secreto en los armarios inferiores de la cocina, en la puerta del lado derecho y cuando Mallory se lo mostró, Misty no daba crédito. Allí había varios paquetes de galletas, bolsitas de té de hierbas ¡y un tarro entero de mermelada de cereza!

—Pero ¿cómo es posible? –Preguntó la bruja mayor, no por ello perdiendo tiempo en sacar su preciado botín de aquel escondite.

—A veces las chicas se olvidan de reponer lo que se acaba en la cocina y no quería arriesgarme.

Ciertamente, aquellos productos eran los favoritos no sólo de Misty sino de Mallory y aunque aquella coincidencia había llamado la atención de la cajún, decisió que no era buena idea ponerle pegas a un regalo, por lo que simplemente le agradeció con un abrazo que, de no estar acostumbrada, Mallory podía jurar que le había partido alguna costilla.

—¡Gracias! Te prometo que guardaré el secreto de este sitio muy bien. —Prometió con total seriedad y un asentimiento de cabeza.

Mallory no podía dejar de sonreír, era algo inevitable siempre que estaba cerca de Misty, pero en ese mismo momento, después de ver aquella decisión en su mirada, no pudo hacer más que lanzarse a ella y, con la misma fuerza de antes, devolverle aquel abrazo. Sabía que guardaría el secreto, porque la única persona a la que se lo contaría sería a ella misma.

—No cambies tu forma de ser nunca. Por favor. —Susurró en su oído antes de alejarse sin darle tiempo a la contraria a poder reaccionar o responder.

No podía seguir posponiendo el momento, y, aún así, le era casi imposible alejarse de aquella casa ahora que había llegado el momento.

Subiendo por las escaleras de la academia no pudo evitar que su vista se dirigiese automáticamente hacia el cuarto escalón del lado izquierdo. Sólo que ésta vez no encontró marca alguna que mostrase una rotura anterior o lo hiciese parecer imperfecto. Algo normal ya que aún nadie había intentado bajar por éstos una estatua de mármol de forma totalmente cilíndrica que Myrtle aseguraba ser una auténtica obra de arte europea traída desde Italia pero que, en su momento, guardaba más parecido con una bola de bolera y, por tanto, tenía más sentido usarla para rodar.

En su camino por el pasillo, pudo escuchar los susurros creolé de Queenie que parecía más que había retomado sus estudios del vudú. No quería dejar de lado esa raíz de su persona y sabía que, usado con conocimiento, podía ayudar al aquelarre. Casi al momento pudo escuchar una maldición que dejaba claro que el resultado no había sido el esperado. Pero antes de poder decir nada más, los susurros de Zoe para que se tranquilizara y volviera a intentarlo asegurándole que lo conseguiría, se dejaron escuchar. Mallory tuvo que sonreír desde el otro lado de la puerta. No podía decir nada, era una regla no escrita, pero por un momento estuvo tentada de entrar y asegurarle a Queenie que no se preocupara, que un día conseguiría realizar ese conjuro y muchos más. Y que, un día, ella sería un referente también para la magia vudú consiguiendo el logro casi impensable de servir como nexo a dos aquelarres tan dispares y largamente enfrentados. Y Zoe… siempre había sido la piedra angular sobre la que descansaban muchas de las decisiones de las brujas. Siempre tenía una palabra amable, un consejo, un abrazo. Ella era el corazón del aquelarre, y precisamente por eso no podía arriesgarse a despedirse. Ella no la dejaría marchar sabiendo que ocultaba algo, y no pararía hasta descubrir lo que era.

Con un nuevo suspiro pasó de largo hacia el despacho de Cordelia. Sabía que no debía estar allí pues técnicamente no tenía permiso para entrar allí, pero en esos momentos era el único lugar donde podría escribir sin que la interrumpieran. Cordelia ya se había ido a descansar y en su despacho no llamaría la atención de nadie que pudiese despertarse en mitad de la noche, por lo que siguió adelante con su idea. Casi con reverencia, como quien se sienta en el trono de una reina cuando nadie más puede verla, tomó asiento en la silla de Cordelia y, tras acomodarse, se hizo con una pluma y algunos de sus folios para cartas ribeteados con motivos florales y que resultaban de lo más elegantes.

¿Cómo empezar una carta de esas características?

Casi una hora después, la puerta del despacho de la academia volvió a abrirse dejando ver a una Mallory con los ojos hincados y rojos debido al llanto que también había dejado señales en sus mejillas ahora húmedas. Se recompuso de nuevo obligándose a respirar hondo centrando su atención en aquella tenue luz que se escapaba por la rendija de una de las habitaciones principales. Parecía que Misty y Cordelia no habían cerrado la puerta del todo y según se iba acercando, a su oído llegaban unos ligeros suspiros de labios de la suprema, que fueron acompañados de unos susurros de su pareja.

—Trabajas demasiado, Dee.

—Sólo quiero que todo esté bien. Todas estas chicas confían en mi para que las guíe, confían en nosotras y no podemos fallarlas.

Un ligero gemido dio fin a sus palabras para ser rápidamente solapado por una nueva respuesta de la cajún.

—Y yo quiero que tú estés bien y me pienso asegurar de ello.

Mallory no tenía intención de mirar, parecía un momento demasiado íntimo como para inmiscuirse, pero no pudo evitar echar una ojeada. Lo justo para ver que ambas se encontraban sentadas en la cama y que Misty ocupaba sus manos en dar un masaje en los hombros y la espalda de la suprema tras el largo día de trabajo; eso explicaba los suspiros y demás sonidos. Aunque parecía que ahora sí cambiaba el ambiente cuando Cordelia giró la cabeza sobre su hombro y con voz sugerente retó a la contraria:

—¿Ah, si? ¿Y cómo piensas conseguirlo?

Si la sonrisa de la bruja del pantano no era suficiente, el beso que le siguió, y que hizo que ambas acabaran recostadas en la cama entre risas que quedaron ahogadas en los labios de la contraria, lo consiguió.

En ese momento sí que Mallory no tuvo ningún reparo en apresurarse a cerrar aquella puerta dejándoles aquella ansiada intimidad, sonriendo por ver que algunas cosas nunca habían cambiado.

No podía retrasarlo más por lo que su siguiente parada fue su propia habitación. Y aunque parecía que el pesimismo y la duda se habían adueñado de su noche, cuando pudo ver a la durmiente Coco con una mascarilla verde (para limpiar impurezas) cubriéndolo todo el rostro como si de una aparición espectral se tratara tuvo que taparse la boca para evitar emitir una carcajada. Coco siempre había sido su escape, desde que se habían conocido siempre había podido contar con ella para que aligerase un mal día. Su disposición a ayudar y a ser parte del aquelarre se contraponía totalmente con el carácter de Madison. Y, aún así, no podía olvidar que si ella estaba en ese lugar, viva y a salvo era gracias a ellas dos. Fieles guardianas y protectoras de Mallory desde siempre.

Iba a echar mucho de menos a todas las brujas. Eran su aquelarre, su familia. Pero debía hacer lo correcto.

Había pensado en ir haciendo desaparecer su ropa poco a poco durante las últimas semanas para no llamar a atención pero después cayó en la cuenta de que no tenía sentido, pues a donde iba no podía cargar con equipaje por lo que ya no tenía nada más que hacer en aquella academia. Se acercó hasta la cama donde dormía su mejor amiga hasta ahora, y con un casto beso en su frente a modo de despedida, se transmutó a la cabaña del pantano de Misty.

Aquella cabaña era un lugar casi sagrado para el aquelarre. Había salvado a Misty en su momento de mayor necesidad, sin su protección y aislamiento nunca sabrían si Misty hubiera conseguido llegar viva al aquelarre y conocerlas. También les sirvió de refugio cuando llegó el apocalipsis y huían del anticristo para reagrupar fuerzas. En los años posteriores había sido el lugar seguro de Cordelia y Misty, era un lugar especial. Y para Mallory… era la extensión del hogar. Los cientos de recuerdos felices que la asaltaban cada vez que pisaba aquel terreno pantanoso eran todo cuanto necesitaba para sentirse protegida y en paz. Allí el viento animaba a soñar lo impensable, el sol hacía crecer la vida a su alrededor, los caimanes, fieras bestias, eran amigos de juegos, y el barro y la tierra que allí se acumulaban les debía la vida.

Entró en la cabaña sonriendo cuando ésta no le falló al chirriar la puerta cuando la abrió demasiado, y se permitió un momento para respirar hondo impregnándose del aroma, la esencia y la paz que aquel lugar emanaba.

Querida Cordelia,

Ante todo quiero agradecerte todo lo que has hecho por mi en este tiempo. Todo lo que me has enseñado, como me has acogido en tu academia y me has hecho sentir en familia. Sé que no vas a entender por qué me marcho, y yo no puedo explicártelo, o no al menos todavía. Tú me enseñaste que todo pasa por una razón, que todas estamos conectadas y que las decisiones de una afectan a todo el aquelarre. Por eso te pido que no me busques, ni intentes entender lo que ha ocurrido. Te pido que confíes en mi palabra. Estoy bien y a salvo. Pero no puedo seguir aquí con vosotras, debo volver a mi casa, con mi familia.

Diles a las chicas que las quiero y que lo siento por irme sin despedirme. Y a Misty… dile que luchamos por la estrella del norte. Ella lo entenderá.

Te prometo que un día lo entenderás todo, y, aunque no lo creas, nos volveremos a encontrar más pronto de lo que piensas.

Te quiero.

Mallory.

Mentalmente repasaba la carta que había dejado atrás. Quizá algo escueta, pero no podía arriesgarse a dejar demasiadas pistas y que pudiesen seguirla. No quería hacerle daño a ninguna con su partida, en especial a Misty sabiendo lo mal que procesaba la ausencia de aquellos a quienes quería, pero no tenía otra salida. Tan sólo esperaba que la referencia a la canción de Stevie la calmase lo suficiente como para no animar a Cordelia a empezar una búsqueda con la que no conseguirían nada.

Sin demasiada prisa comenzó a llenar la bañera que se encontraba en uno de los lados de la cabaña, solo cuando estuvo llena hasta la mitad se dio por satisfecha y dejó vagar su mirada por la cabaña buscando los objetos que, esperaba, aún estuviesen allí. No quería arriesgarse pues podía perderlo todo, perderse a si misma. Por lo que cuando dio con uno de los chales de Misty, no dudó en ponérselo haciendo que la rodease de la misma manera que hacían los brazos de la bruja Cajún cuando la abrazaba. Consiguiendo que una calma y seguridad la invadieran al momento ayudándola a centrarse. Si se concentraba en el tejido aún podía recordar la inconfundible sensación que era la caricia de aquella suave tela sobre su mejilla cada vez que había sido abrazada por Misty y ella se había relajado sobre su hombro. Mallory no conocía un sitio más seguro en el mundo que entre aquellos brazos.

Tras unos minutos de búsqueda al fin dio con los preciados lirios que tanto gustaban a Cordelia y que, aún no, pero en un futuro y gracias a un regalo de Mallory, pasarían a decorar su despacho haciendo que un pedacito de su querido invernadero siempre estuviese con ella. El aroma de los lirios era el olor de su aquelarre. Aquel en el que había prosperado, crecido y evolucionado hasta ser una de las brujas más poderosas, siempre bajo la atenta y tierna tutela de Cordelia. Sólo con ver la flor, podía escuchar las palabras de la suprema instándola a calmarse y a repetir las palabras con más intención. Su poder, su fuerza y su equilibrio los había conseguido rodeada siempre de lirios.

Con el chal sobre sus hombros y el lirio en una de las manos se introdujo en la bañera, no sin antes soltar una maldición al no haber comprobado la temperatura del agua. Se sentó en la misma hasta que el agua alcanzó hasta la mitad de su torso y cerró los ojos inspirando lentamente varias veces hasta que consiguió que los latidos de su corazón se calmasen y fueran más uniformes.

Un objeto personal

Con la mano libre buscó el medallón que hasta ahora había tenido guardado y que esa noche colgaba de su pecho. Era de forma circular simulando a la luna y tenía unas letras grabadas. Por un lado se podía leer: De la tía Stevie.

Centrarse en ella

Mallory. Bruja del aquelarre de Nueva Orleans.

Un momento y un lugar

Su casa. Su hogar. Su familia. Volver con ellas.

Olvidar el ego

Sus manos se cerraban con fuerza sobre la tela ahora mojada, el tallo de la flor y el metal del medallón sintiendo como el agua burbujeaba a su alrededor.

Dejar este dominio

Este no es su tiempo. No es su momento. Quiere volver a casa. Debe volver a casa. La están llamando, lo siente.

Y pronunciar las palabras

El agua no dejaba de subir amenazando con ahogarla pero la bruja no podía permitirse el lujo de prestarle atención. Debía concentrarse en el hechizo, en su poder y en el lugar a donde quería ir.

¡Tempus Infinitum!

Como si una fuerza imparable la atrapara, Mallory fue empujada bajo el agua sintiendo como todo el mundo desaparecía a su alrededor. Sus manos habían perdido la fuerza, pero el chal seguía sobre sus hombros, la flor de lirio se había enredado en su muñeca, y de su cuello colgaba el medallón revelando el otro lado grabado con un nombre.

Mallory Goode-Day.


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