ELLA

Ella abrió lentamente los ojos. Dos, tres, cuatro segundos… todo lo vivido ayer por la noche volvió a su mente y reconoció donde estaba. Simplemente estaba donde quería estar, y es más, estaba como quería estar. Simple y directamente. Sin problemas, sin errores.

Su mano derecha descansaba en la almohada, cerca de su cara, con los dedos entrelazados a los de él, que tenía el brazo bajo su cuello. Notaba la cara de él pegada a su nuca. Su mano izquierda sobre la de él, que a su vez descansaba sobre el abdomen de ella, apretándola contra su pecho, y agarrándola con sus piernas entrelazándolas a las de ella. No se movió… ¿estaría despierto? Una oleada de calor la invadió, su corazón se aceleró, sentía los latidos en sus oídos. Después de cuatro años, ella estaba completamente desnuda junto a él, y por lo que podía sentir en su espalda, él estaba en la misma situación. Sentía sus mejillas hervir por ese repentino brote de vergüenza que sabía que debía superar.

Vinieron a su mente las horas previas, no había de qué avergonzarse, todo estaba visto, acariciado, besado, y todo su cuerpo había obedecido a esas miradas, a esas caricias, a esos besos, y no respondieron precisamente con vergüenza, Castle había sido mejor aún de lo que había llegado a imaginar leyendo aquellas escenas subiditas de tono de sus libros, viendo su comportamiento, analizando sus relaciones anteriores… Él había superado sus expectativas, no solo por el tiempo que se dedicó a ella, o por su experiencia, que se notaba era amplia, ni por su tamaño, inesperado pero que encajaba a la perfección con ella, si no por lo más importante: se amaban. Ella había estado con otros hombres que también la habían llevado al límite en la cama, pero jamás había sentido por nadie lo que sentía por él. Había sido la mejor sesión de sexo que había tenido en su vida. Hace unas horas, y después de cuatro años y mil dificultades, todo era tan fácil… tan simple… y eso la llenaba por completo, le amaba.

¿Vergüenza? … Volvió a recordarse a ella misma que estaba donde quería estar, y ese lugar eran precisamente los brazos de él, aunque ahora mismo, lo único que quisiese era librarse de ese abrazo y volar….

EL

Apenas había dormido, había pasado las cuatro últimas horas en un duermevela… su presencia le intrigaba, le aceleraba y le impedía dormir. Permanecía inmóvil, abrazándola, sintiendo ese olor tan particular, el olor por el que llevaba cuatro años locamente perdido, el olor a Kate Beckett. En las ultimas horas, y mientras ella dormía, él había rememorado sus palabras mil veces en su mente: "a ti", "solamente podía pensar en ti" y su furiosa forma de lanzarse sobre su boca, que le pillaron desprevenido. Lo que ella no sabía es que él había luchado desde el primer segundo por no sucumbir a ese directo y duro beso, necesitaba saber que ella ni estaba bebida, ni iba a arrepentirse después de lo que hacía. Y aquellas palabras le bastaron… "solamente podía pensar en ti".

Su brazo izquierdo se le había quedado dormido bajo el cuello de ella y empezaba a dolerle, pero daba igual, sentía sus dedos entrelazados a los suyos y eso mitigaba cualquier dolor. Miró su cuerpo, al menos la parte que la cruzada y arrugada sábana le dejaba ver, y pensó que cuando ella se despertase iba a sentirse prisionera, la abrazaba también con sus piernas, no iba a escaparse de él, ya no, jamás. Se habían mirado, acariciado y besado cada milímetro de piel, había dedicado a su cuerpo todo el tiempo del mundo, con tranquilidad, con suavidad, pero aún le preocupaba si a ella le había parecido poco, había acariciado y besado sabiamente todas las zonas que a cualquier mujer le resultaban irresistibles, recordó sonriendo de nuevo, la mirada de sorpresa de ella cuando se deshizo de sus calzoncillos, y pensó para el: "Vaya inspectora, ¿acaso pensabas que también era inmaduro en esto?"… para el aquella noche había sido reveladora y única, había estado con muchas mujeres en su vida, pero jamás había amado a ninguna como la amaba a ella, y ese detalle era la diferencia entre una noche de sexo y aquella noche. Ni siquiera con Kira de quien también había estado enamorado, había sentido la madurez de ese amor de cuatro años. Había sido la mejor sesión de sexo que había tenido en su vida. La amaba.

Que no se moviese, quería seguir allí, con ella entre sus brazos eternamente, respirando el cálido olor de su cuerpo, acariciando su piel con su piel, sintiendo el latido de su corazón.

ELLA

No podía seguir allí, fue soltando suavemente los dedos de su mano derecha, dejando la mano de el sobre la almohada, y fue deslizando poco a poco sus piernas de entre las de él, intentando liberarse de la prisión de su abrazo, pero muy lentamente, no quería que despertase, cuando se sintió libre de sus piernas, deslizó su mano izquierda sobre su cadera, sin soltar sus dedos y estremeciéndose con la forzada caricia, dejándola sobre la cadera de él y soltando sus dedos. Después se incorporó lentamente, poniendo sus pies en el suelo y dándole la espalda. Busco con la mirada su ropa. Se incorporó muy despacio y fue hacia su camiseta, no podría ponérsela, estaba mojada… la extendió sobre el respaldo de una silla y vio la camisa de Castle en el suelo, la cogió, se dio la vuelta hacia la cama y se la puso mientras observaba su sueño. Busco sin mucho éxito su ropa interior y se acercó a la cama para revisar, y si, allí estaban sus braguitas, bajo una de las rodillas de él.

Se sentó en la cama, y con calma fue rescatándolas tirando con lentitud bajo el peso de su pierna. Se giró para mirarle, "que adorable- pensó", ni siquiera se había enterado, debía de estar muy cansado. Buscó sus vaqueros y al verlos fue a levantarse de nuevo, pero un rápido y silencioso abrazo de él por su cintura lo impidió…

- ¿No iras a marcharte así? – preguntó el susurrando en su oído

Silencio

- No puedo dejar que te vayas, no ahora, no cuando me has demostrado que pieza soy en tu vida…- le dijo de nuevo, acariciando con su aliento su nuca.

- Creo que será mucho mejor para ti dejarme marchar, Castle - le dijo casi en un susurro bajando la cabeza suavemente.

- ¿Y que vas a hacer? ¿Vas a dispararme por tratar de impedirlo Beckett? – le espetó él seriamente

Ella captó el enfado de él, y decidió no seguir con el juego, era maravilloso, no quería hacerle sufrir, no por ahora, no en ese momento, ya habría más momentos para jugar como un gato con su ratón preferido…

-No. No voy a dispararte –dijo volviendo su cara y rozando sus narices al hacerlo – pero si no me dejas ir al baño, no respondo si estropeo tus preciosas sábanas de raso – le dijo lanzándole una sonrisa y observando malévola como el relajaba sus facciones y sus ojos se estiraban, sonriendo junto a sus labios.

Eso la sorprendía día a día, Castle no sólo sonreía con su boca, su sonrisa se contagiaba a sus ojos, que se cerraban levemente, pareciendo orientales. El rozó de nuevo su nariz contra la suya, dándole un suave beso en los labios.

-Ve, no tardes por favor… no me dejes solo – le dijo con voz mimosa, captando la broma e intentando relajar su acelerado y asustado corazón.

Ella se levanto caminando hacia el baño de la habitación, dándole la espalda, y cuando llegó a la puerta, se apoyó en el quicio y giró únicamente su cabeza, mirándole de medio lado y comprobando como él, descaradamente, recorría con sus ojos de arriba abajo su cuerpo.

EL

Sentía su corazón agitándose aún por el susto. Cuando notó que ella despertaba, quiso comprobar su reacción, a sabiendas que podría dolerle lo que ella hiciese, y fingió que estaba dormido dejando que ella actuase. La vio con los ojos entrecerrados mientras buscaba su ropa, cerró los ojos cuando ella se volvió para mirarle, y casi no pudo contener una sonrisa cuando notó como tiraba de sus braguitas, hasta que las libero de su rodilla. Fue entonces, cuando ella se quedo inmóvil sentada de espaldas cuando se asustó pensando que podía querer huir de allí, y no lo pensó dos veces, se lanzó a abrazarla.

La observaba mientras iba al baño. Dios! Aún no podía creérselo, ella estaba allí, con él, vio como se paraba en la puerta y como giraba levemente su cara para mirarle, y decidió sacarla un poco de sus casillas, repasando de arriba a abajo su cuerpo, quizá era el comienzo de su pequeña venganza por la broma anterior. Puf! Su corazón seguía acelerado, lo que ya no sabría distinguir si era por el miedo, o por el brote de deseo que había provocado ella mirándole desde la puerta.

Miró el reloj de Jim Beckett sobre la mesita… eran las nueve. Era sábado, ella no tenía que ir a comisaría. No hay prisa, le encantaría volver a abrazarla durante todo el día… sin moverse, solo ellos dos, piel a piel.

De repente se acordó… Alexis! Eran las nueve… ¿estaría ya en casa? Su niña fuera de casa toda la noche y no se había preocupado por ella. Saltó de la cama y busco sus calzoncillos, poniéndoselos rápidamente y cogiendo un pantalón de pijama y una camiseta de uno de los cajones de la cómoda, daba saltos mientras intentaba ponerse los pantalones.

Ella abrió la puerta y le vio nervioso, vistiéndose a toda prisa….

- Vaya, ahora parece ser que el que tiene prisa eres tú… ¿te ha venido la inspiración y corres a escribir?

- Alexis, no sé si ha llegado a casa, me he despistado, me moriría si le pasa algo, es la primera vez que sale toda la noche.