TEMPUS DRACONIS
(lat. Dragón del tiempo)
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... el justo exultará al ver la venganza, y sus pies lavará en la sangre del impío.
(Salmos 58) 11
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Gracias IGR, Militiae species amor est…
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I. OMINIS
(Presagio)
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—El tiempo se ha cumplido… el pacto ha llegado a su fin, ¡vaya, Saga! Es bueno volver a verte… —pronunció la voz lacónica, varonil, que retumbó por todo el lugar, incluyendo en su cabeza.
Quizás ni siquiera estaba escuchando como tal la voz, quizás sólo la escuchaba en su cabeza.
¿Sería eso posible? ¿Estaba otra vez ahí? ¿En el… Inframundo? ¿Pero por qué estaban ellos ahí? Específicamente, ¿por qué Radamanthys estaba ahí? Según recordaba, y tenía consciencia de ello, Kanon había terminado con él… Kanon…
¿Por qué estaba ahí? ¿No tendría descanso nunca?
—¿Sorprendido… Saga?
—¿Cómo es posible?
—No te preocupes… la verdad es que mi cuerpo físico ya no está aquí… pero mi esencia sí… el thymos, le llamarían ustedes los griegos…estamos atrapados aquí, Saga… tú y yo, otros incluso… —su risa, ¿cómo olvidar su risa? —. Tu cuerpo físico está atrapado en un monolito…
—Entonces lo logramos, ¿no?
—Probablemente, pero sólo han ganado tiempo…
—¿Tiempo?
—Siempre hay una guerra que librar… Saga Stefanes…
—Puedo esperar una eternidad para ello…
—No cabe duda, eres un enemigo formidable… —siseó la voz del Juez del Inframundo, del feroés.
"En el mundo existen distintos niveles de maldad, no hay hechicería, ni magia, esa fuerza de la naturaleza ya está dentro de nosotros… y esa es la auténtica batalla. Esto… es una guerra, no hay cuartel, no hay terrenos neutrales…"
O al menos eso era lo que le había dicho mucho tiempo atrás aquel hombre rubio de mirada afilada, de gestos profundamente fríos, abúlicos. Ademán aterrador, como los cielos nublados opresivos, aunque sonriente, aquel dibujo de una sonrisa que no llegaba a los ojos, era como si ese ser supremo no tuviese alma, y lo único humano que poseyera fuese solamente la apariencia.
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Veintidós años atrás…
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Saga y Kanon Stefanes tendrían a lo sumo unos diez años, nacidos en la antigua región de Arcadia y llevados a Atenas por Egisto, el Arconte de Géminis… en realidad al que había elegido como siguiente heredero no fue otro sino Saga… y Kanon fue confinado a ser un segundo, un "repuesto", como Egisto lo llamaba, en caso de que fuese necesario y que por alguna razón Saga no pudiese convertirse en el Arconte de Géminis.
Se decía que Egisto había asesinado tiempo atrás a Calcante, su hermano gemelo, o al menos eso era lo que decían las malas lenguas, la versión oficial siempre fue que Calcante se había suicidado, víctima de alucinaciones que desde que ambos eran niños le torturaban, o tal vez padecía del don de los adivinos, tal y como lo había tenido el Calcante en la guerra de Troya, y Egisto… finalmente era un hombre "fuera de la ley", de todos modos su nombre significaba eso… "el que está fuera de la ley", era una casualidad o una maldición, que el lugar del Arconte de Géminis, siempre estaba rodeado de situaciones extrañas, que los de géminis siempre habían nacido dos…
Saga, por aquellos días, se encontraba tan cansado que con trabajos llegaba a rastras hasta el templo de Géminis, una de esas tardes, en las que afortunadamente Egisto había salido con alguna encomienda del Patriarca, el arcadio había tenido el tiempo suficiente para hacer al vago en las ruinas que rodeaban el refugio. En todo el tiempo que llevaban en Grecia, no había tenido tiempo de ver nada más que polvo incrustado en su rostro, producto del entrenamiento.
—¿A dónde vas, Saga? —Inquirió el niño idéntico a él: Kanon.
—A dar una vuelta… —respondió observándolo con atención, llevaba consigo una pequeña bolsa con sus pertenencias— ¿Y eso?
—Nada, es que me voy... creí que ya lo sabías, no puedo quedarme aquí —fue su amarga respuesta.
Saga guardó silencio, inverosímil ante las palabras de su hermano, le hubiese gustado decirle que no era necesario, que él estaba dispuesto a hacer lo que fuese, con tal de que no los separaran, al menos no de esa forma tan cruel. Pero Kanon, parecía llevarlo bien, o no le tomaba importancia… o fingía mejor.
—Ya, pero… ¿Tan pronto?
—No lo sé, sólo me han ordenado preparar mis cosas, creo que cuando vuelva Egisto, pero ¿Sabes?, no quiero esperar a que me echen como un trasto viejo… así que tal vez me vaya yo solo, de todos modos, aún tenemos familia perdida en Grecia, tal vez les busque y haga miserables sus vidas…
—No tienes que irte, no así…
—¿A quién le importa, a ti? —arguyó con burla, ladeando el rostro ligeramente, al ver la preocupación de su hermano gemelo, de su par, suspiró pesadamente—, vale ya veré que hacer, no ahora… pero lo haré… ¿Una carrera de aquí a esa colina?
Saga observó la colina que le señalaba Kanon, estaba algo lejos, no era que no pudiese hacerlo, había algunas columnas en pie de lo que seguramente pudo haber sido en otros tiempos, un templo consagrado a Artemisa.
—Vale, vamos —asintió, ambos echaron a correr sin detenerse, sin fijarse en nada, lo único que existía era la meta.
Brincaban obstáculos como los mejores atletas, escalaban, evitaban grietas y grandes aberturas en el terreno, volaban con toda aquella chispa inocente, en medio de risas, de gritos… con la fuerza de los años infantiles que terminarían tal vez más pronto de lo que se imaginaban.
En algún punto mientras Saga corría y se acercaba más hacia la colina que habían puesto como meta, perdió a Kanon, no se dio cuenta en qué momento fue, ni siquiera se percató hasta que había llegado resoplando al punto de reunión y cuando se volvió hacia atrás, hacia los lados… ya no le vio.
Aguzó la vista, pero no había rastros de él, era como si se lo hubiese tragado la tierra. Seguramente se trataba de alguna de sus nada agradables bromas… abrió los labios para gritar su nombre… la tierra bajo sus pies se sacudió, primero una vez brevemente, después una segunda ocasión… esta vez haciendo que diese un paso hacia adelante… una tercera sacudida… con una fuerza inaudita que le hizo caer de rodillas, parecía que todo a su alrededor se colapsaba… y justo en donde él estaba… el suelo se partió como por un golpe certero, una luz purpúrea recorría la grieta abierta y llegaba hasta donde él estaba, incapaz de levantarse o de hacer nada, la grieta lo engulló y lo único que sintió fue el golpe seco de su propio cuerpo al caer.
