DEFYING GRAVITY
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En un bosque se bifurcaron dos caminos, y yo... Yo tomé el menos transitado. Esto marcó toda la diferencia.
Robert Frost.
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Para IGR, It's time to trust my instincts…
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UNO
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Seis meses después de la incursión de Saori Kido en el Santuario de Atenas…
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La figura espigada de la joven, que en realidad apenas dejaba de ser una niña, decoraba el salón principal, el del Templo del Strategos, ella parecía tan pequeña, tan minúscula en esa grandiosidad clasicista, aun cuando él se pusiera a su lado o de frente y fuese más de veinte centímetros más alto, la energía que de ella se desprendía, la autoridad… era capaz de subyugar a cualquiera, pero ante todo, era su incipiente bondad lo que podía doblegar hasta al más duro… bien lo sabía él.
Postrado ante ella, con una rodilla en el piso y la congoja bien oculta, tamizada en autoconfianza, en autoengaño.
—¿Aun no sabes nada… de él? —Formuló la pregunta en voz suave—, no es necesario que hagas eso, lo sabes, levántate por favor...
—Señora —pronunció marcial, luego de una ligera inclinación, aunque aún no dejaba de sentir que lo que debería hacer era una proskynesis, bien merecido lo tenía—. Lamento no tener noticias…
—Aioria... aunque no me lo digas, sé cuándo mis caballeros sufren, sé cuando algo no está bien…
—Lamento que esa sea su percepción —admitió deseando meterse de cabeza en el primer pozo que encontrase.
Bajó la vista, quizás demasiado pronto, demasiado culpable. Ni siquiera se había percatado de la joven estaba delante de él, le levantó la barbilla para observar aquellos ojos verdes.
"Maldita sea…", el Arconte de Leo sabía que no podía mentir tan descaradamente, no a ella… ¿O sí?
—Tú también sufres…
—Ante todo, soy un guerrero, mis debilidades están en segundo plano.
Ella simplemente sonrió, como si de antemano supiera que no era así.
—Estoy segura de que él estará bien, esté en dónde esté.
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Taberna Erotes…
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En una de las mesas de madera rustica y casi tan rasposa como el vil suelo, al fondo del lugar, las manos del hombre se perdían por debajo de la escasa clámide de la joven trigueña que estaba sentada en sus piernas, y a su lado, otra chica, rubia, igualmente vestida, acariciaba uno de sus muslos subiendo por su ingle, canto de la sensualidad brutal…
El cabello rubio le colgaba por sobre los hombros, seis meses atrás lo había cortado en señal de luto… luto por el inmisericorde Camus… y recientemente había encontrado que su presencia en el Santuario no haría tanta falta… llevaba un mes fuera, perdido en la ciudad, vagabundeando por las islas… y metido en lugarsuchos como ese, lugares que recreaban el desvarío y liviandad de una Grecia Clásica que ya no existía… pero que él y muchos otros estaban empecinados en no olvidar.
—Espero que tengas para pagar esto, y todo lo que te has bebido y comido —refunfuñó el dueño de la taberna.
—No me calientes las bolas —respondió altanero el rubio.
—Ya me lo imaginaba…
—¿Qué insinúas?
—Yo pagaré… —interrumpió una voz profunda—, yo pagaré lo que sea que se deba, yo lo pagaré…
—Tú… Aioria…
