Disclaimer: Los personajes aquí utilizados no me pertenecen, son enteramente de Tadatoshi Fujimaki y sus ayudantes, patrocinadores, etc, etc... yo solo los tomo prestados un ratito cortito para escribir tonterías. Los personajes no han sufrido daño, trauma o lesión durante la realización de este relato y han sido devueltos a su respectivo propietario una vez finalizado el relato.
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Pasa y siéntate.
Escucha mi historia.
Una leyenda, de criaturas mágicas, protectores, mercenarios, duendes, druidas y oráculos.
El clan del cielo es pequeño, pero sus integrantes son muy valorados.
Dice la leyenda que el reino que posea a uno de ellos viviendo entre sus fronteras, atraerá la prosperidad a sus tierras y habitantes.
Durante siglos, los reinos han luchado por proteger sus criaturas, hasta el punto de mantenerlas prisioneras.
Pero el curso de la historia está a punto de cambiar.
AoKuro … y alguna sorpresa mas.
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Celestiales
Capítulo 01: Toda leyenda tiene un principio .
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– Majestad. – El soldado grita, interrumpiendo la importante reunión que en la inmensa sala del trono se celebra. – Ha nacido.
El monarca se levanta, pesadamente.
Ni uno solo de los presentes dice nada, mientras los pasos del soldado resuenan por la piedra del suelo. En sus brazos, la pequeña criatura se retuerce, gimotea y llora. Busca a su madre, su calor, su cariño, pero eso ya no será posible.
– ¿La chica?. – Pregunta al llegar a su altura.
El soldado niega antes de responder. – Ha muerto majestad, como dice la profecía. En cuanto el bebé ha llorado su madre ha fallecido.
La armadura en el antebrazo del monarca cruje al alzar su mano para contemplar al recién nacido. Se asegura de que pertenece al clan del cielo y sonríe, plenamente satisfecho.
Otea a los presentes, con mirada ceñuda. A un extremo, de pie y mirando al suelo, un granjero, fiel a sus mandatos, ropa ajada y gastada por el trabajo del campo, presente en la reunión por el reparto de tierras.
A su lado un chico, igual de simple que su progenitor. Su rostro no muestra expresión infantil, solo curiosidad por el llanto de la diminuta criatura.
– Muchacho, acércate. – La cruel voz del rey suena por la estancia con claridad. – ¿Cual es tu nombre?
– Taiga, señor. – No mira al rey, sabe que no debe poner su paciencia a prueba.
– Dale el niño a Taiga. – Ordena al soldado, que duda unos segundos, pero finalmente cumple la orden. – Retírate, y difunde la noticia por todo el reino. Que en todos los rincones se sepa que ha nacido. Que el reino prosperará tal y como dice la profecía, mientras la criatura celestial permanezca entre estos muros. – Miró al muchacho a su lado, sosteniendo al bebé, sucio y ensangrentado como si fuera a romperse. – Taiga, tu cometido es cuidar del niño. Deberás protegerle con tu vida, ¿Entiendes?.
– Si señor. – Miró a su padre, orgulloso de que su hijo fuera elegido directamente por el monarca.
– Que los sacerdotes hagan de él un protector, inmediatamente. – Se giró de nuevo, inclinándose hasta el rostro del pelirrojo, una amenaza en su mirada. – Si le ocurre algo yo mismo te ensartaré en mi espada, y tiraré tu cuerpo a las alimañas para que se alimenten de él, ¿Has entendido, Taiga?.
El chico traga saliva, sonoramente. Sabe que el rey es alguien caprichoso, y que no tolera que se le lleve la contraria. Su amenaza es real, tan real como el bebé que ahora tiembla de frío entre sus brazos.
El portón de la sala del trono se abre, haciendo un ruido que simula un gran quejido. Un séquito de diez personas entran, rodeando un lecho, en el que el cuerpo de una mujer joven yace sin vida. Taiga puede ver sus largos cabellos, azules como el cielo. La sangre que cubre su pecho y estómago hasta los muslos, escurre dejando un reguero escarlata a su paso. Es pequeña, de piel cerúlea casi etérea, de manos finas y cuerpo menudo.
El recién nacido grita, con todas sus ganas, presintiendo la cercanía de su madre. Su llanto es una plegaria a los cielos, un llamado celestial que solo el pequeño comprende.
El cuerpo se deshace frente a los presentes, convirtiéndose en ceniza que desaparece a los pocos segundos, dejando un aroma dulzón que permanece durante horas en la sala.
– Majestad. – La solemnidad de la palabra llena la boca de quien la pronuncia. – La criatura ha regresado al reino divino ante sus ojos, tal y como pedisteis. Ahora si me permitís al pequeño, será criado en el templo y urghh.
El sacerdote cae de rodillas, al tiempo que el rey sacude su espada para limpiarla de sangre. Su rostro no muestra sentimiento alguno.
Dirige su mirada al resto del séquito, alzando el mentón.
– El oráculo del reino ha predicho grandes logros y riquezas durante mi reinado, mientras la criatura permanezca bajo mi protección y así será. Si alguien de fuera que no sea Taiga se atreve a acercarse al niño, correrá su misma suerte. – El silencio que inundó la gran sala dio fuerza a sus palabras. – Nadie, repito, que no pertenezca a mi reino tiene permiso para acercarse a él. Mi palabra es ley, y el destino de aquél que se atreva será una muerte rápida. – Miró al sacerdote, retorciéndose de dolor en el suelo. – Bueno, quizá no tan rápida. Sacad esta basura de mi presencia inmediatamente. Y haced lo que os he ordenado,que Taiga reciba los dones del protector inmediatamente. – Miró al chico, sonriendo al tiempo que guardaba la espada en su funda. – Despídete de tu padre, muchacho. Te quedarás aquí, dentro del castillo. No te preocupes me ocuparé de que a tu familia no le falte nada, ni a ti tampoco.
– Padre. – Taiga se acercó al granjero, que le abrazó dulcemente y besó sus cabellos.
– Honra a nuestra familia, Taiga, haz lo que se te ha ordenado, sin fallar. – El muchacho asintió, convencido, dirigiendo sus ojos de fuego al pequeño bebé.
– Debes darle un nombre a la criatura. – Ordenó el rey al chico. – Solo el protector tiene ese honor.
– Ya lo tengo, señor. – Limpió la sangre de la carita del niño, con sus dedos. El pequeño pestañeó, un par de veces, clavando sus azules ojos en él. Un fulgor plata cruzó las orbes, dando una pequeña muestra de su poder. – Tetsuya Kuroko, ese será su nombre.
– Que así sea. – El rey abrió ambos brazos, atrayendo la atención de los presentes. – Queridos visitantes, estamos de celebración. Esta noche ha nacido un protector y un don divino en mi reino. Comamos y bebamos pues. – Hizo un gesto con la mano, tras el cual aparecieron una docena de soldados. Movió dos dedos, haciendo al capitán acercarse lo bastante como para oír sus susurros. – Buscad por el resto de territorios. Si aparece alguna criatura celestial, lo quiero aquí. Y a cualquiera que lo aloje en su casa, lo matáis.
El hombre asintió a la orden y los soldados le siguieron, marcando el mismo paso que el primero.
El resto del séquito que acompañaba el cadáver guió al chico fuera de la sala del trono. En el templo le esperaban sus dones y su nuevo cometido.
Sus pequeños brazos aferraron al bebé contra su cuerpo, dándole el calor que podía. Sintió miedo, por los extraños que le guiaban, a no sabía donde, por ese niño que ahora dependía de él, y del que del mismo modo, dependía su existencia y la de su familia, y un miedo sin sentido alguno, por el futuro de todos, que estaba en manos de un cruel y despiadado mandatario.
Ahora poseedor una criatura mágica con unos poderes aún por descubrir.
Que los dioses se apiadaran de ellos.
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Los cascos de los caballos, su olor nauseabundo, el sonido pesado de su respiración, profunda, unida a los gruñidos por el peso, le despertaron.
Era un todo. Y sabía lo que significaba. Había que esconderse.
Escuchó a los soldados bajar de sus caballos, golpear las puertas de madera con fuerza, ordenando a todo el mundo salir.
En las casas contiguas, escuchó los muebles caer, loza y cerámica estallar contra el suelo. Los gritos de los hombres quejándose, suplicando...
Escuchó una mujer, entre llantos, pidiendo que no mataran a su esposo... no la tomaron en cuenta.
Sus palabras malsonantes, altaneras. Orgullosos de saquear en nombre del rey o de ellos mismos. Matar, mutilar, quemar, violar, lo que fuera con tal de llevar a cabo su fin.
Lo siguiente que sintió fue el tacto de su madre, posando sus manos, las dos, sobre sus labios, pidiéndole silencio con el gesto.
Levantó una tabla del suelo y le metió dentro. Acarició sus cabellos, con dulzura, y le besó, la frente, la mejilla, sus manitas juntas en una sola.
– Escucha, cariño. – Miró a la puerta, nerviosa, pero sin mostrarlo en su rostro. – No te muevas de aquí, por nada del mundo. Escuches lo que escuches, pase lo que pase, no salgas. ¿Entendido?. – El niño asintió, angustiado. – Prométemelo, Daiki.
– Te lo juro mamá. – La mujer le mostró una última sonrisa y besó su frente de nuevo. Puso una manta sobre el niño y una jarra de agua pequeña, antes de devolver la tabla a su sitio y deslizar un mueble bajo sobre una pequeña alfombra para ocultarle del todo.
La puerta se abrió de un golpe, de nuevo, muebles contra el suelo, gritos y mas palabrotas.
Daiki se tapó la boca con las dos manos, encogido en una bolita, haciéndose mas pequeño en su escondite.
– Mujer. – Uno de los soldados tomaba a su madre de un brazo y la zarandeaba con fuerza. – Tenéis escondido a una criatura celestial en la aldea, dinos donde está y no haremos daño a nadie.
– No lo sé, señor. – Recibió una bofetada con fuerza que la tiró al suelo. – Se lo juro señor.
– Es un muchacho con el cabello y los ojos del color del cielo, ¿Donde está?. ¿Dónde lo ocultáis?.
– No hay nadie como vos lo describís en esta aldea, somos campesinos, no tenemos nada. – El soldado la levantó para volver a abofetearla.
– Capitán. – Un soldado mas se acercó al primero y le susurró algo al oído.
– Reunid a las mujeres jóvenes fuera, al resto los quiero muertos. – Sus ojos se posaron en la mujer del suelo, a la que levantó del cuello con la mano cerrada en torno a él como una garra de piedra. – Quemadlo todo, que no quede nada en pie.
– Pero señor, ya le he dicho que no hay nadie así en esta aldea. – Trató de liberarse, apretando las mandíbulas de pura rabia.
– Ya lo sabemos, puta. – La apretó contra él, haciendo a la mujer tener una arcada por el olor tan asqueroso que desprendía. – Pero si alguien decidiera esconder a la criatura en este pueblo de mierda, no tendrá ni un mísero agujero donde hacerlo.
– Y una pila de cadáveres ardiendo tampoco hace que la gente quiera quedarse. – El segundo soldado tiró de ella por un brazo, rasgándole el vestido en el proceso.
– Ciérrale la boca y sujétala. – Las risotadas llenaron el cuarto junto al olor de los cuerpos ardiendo fuera... – Vamos a divertirnos un poco.
Su cabeza quedó girada a un lado, enfocando al sitio en el que su niño estaba escondido. Rogaba a los dioses que lo mantuvieran a salvo, y que terminaran pronto... si iban a matarla que fuera cuanto antes.
Que su pequeño no tuviera que escuchar nada.
Forcejeó contra el que apretaba sus brazos contra la mesa y le dio una patada en la entrepierna al otro, que luchaba contra las capas de tela de la falda.
No tenían paciencia, y el fuego exterior lamió el tejado de ramas secas de la casa, llenando lentamente de humo la estancia.
La espada que se insertó en su pecho atravesó la madera hasta salir por el otro lado.
Ciertamente los dioses tenían una curiosa manera de cumplir con las súplicas. Su muerte había sido instantánea, aunque eso no detuvo a los hombres de mancillarla... al menos a uno de ellos, que no le importó lo mas mínimo que estuviera muerta.
Su cuerpo seguía caliente y para ese animal, era suficiente con eso.
El otro soldado no tuvo tanta suerte, el fuego se comía las partes de madera del interior y les sacó fuera en pocos minutos.
La casa entera ardió, consumiendo todo a su paso... excepto a un pequeño niño encogido bajo las tablas del suelo... que lo había visto todo.
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Kyaaaaaaaaaa
Este es el nuevo proyecto... sé que es un poco distinto a lo que os tengo acostumbrados, pero es algo que me ronda en la cabeza desde hace unas semanas, y tengo que sacarlo o explotaré.
Empieza mal, lo sé, muy muy mal... pero ya me conocéis, adoro los dramas, y si tienen parte siniestra mas.
Como sea, gracias por leer hasta aquí, y espero que os guste la idea.
Nos leemos en el siguiente.
Besitos y mordiskitos
Shiga san
