Bueno, vi que gustó mi primer fic, así que voy a intentar escribir uno más diferente, narrando el ingreso de Hanji en la milica, Espero que os guste /

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Aún recordaba el dolor de las quemaduras sobre su piel. Sobre ella se podían apreciar aún las cicatrices. Solo veía blanqueza, como si hubiese nevado. Odiaba toda esa pureza y el aspecto antiséptico de los hospitales. De su brazo salía un pequeño tubo que la mantenía con vida. También odiaba sentirse así de inútil. No podía llorar ni tampoco enfadarse, era lo que le tocaba por no haber nacido en un mundo poco agraciado.

A la edad de 7 años, Hanji Zoe había tenido la horrible experiencia de ver a sus padres desaparecer de su vida. Con motivo de recaudar personal para una investigación de campo, el gobierno obligó a 20 familias al azar a abandonar sus hogares para ayudar en dicha investigación. A Hanji solo le parecía una manera de diezmar a la población para evitar la hambruna.

El día fatídico llegó. Hubo un ataque contra el campamento en donde la habían designado junto con otras familias. Estaban tan hambrientos y exhaustos que apenas pudieron correr. Se originó un incendio donde guardaban la pólvora para los cañones. La gente huía despavorida mientras el fuego se extendía hábilmente.

La pequeña muchacha miró hacia todas direcciones en busca de sus padres. ¿Dónde estaban? ¿Por qué no habían ido a buscarla? Instintivamente corrió hacia el fuego para cerciorarse que no la estuvieran buscando en aquella conflictiva zona. Sentía como llagas comenzaban a aparecer en su piel.

Dolía demasiado. Un hombre la empujó tirándola al suelo. Otra mujer le pisó el brazo. Intentó incorporarse pero el dolor del brazo era demasiado fuerte. Sentía que una llama le arañaba la piel. Sus piernas no le respondían, siendo presas de las brasas. Comenzaba a perder la consciencia cuando oyó un fuerte relincho.

El caballo se detuvo a escasos metros de ella. Un joven soldado había abandonado al grupo de investigación para ayudar a los ciudadanos a huir. La cogió en brazos y la subió a su montura, llevándosela rápidamente de allí.

Sin apenas palabras en su garganta, dirigió su mirada hacia arriba dispuesta a ver el rostro de su salvador. Era un muchacho muy joven. Tendría unos 17 años, de cabello rubio y ojos azules. Sin duda, un recién graduado. ¿Y había arriesgado su vida para salvarla?

Sin darse cuenta de sus ojos comenzaron a brotar lágrimas. El adormecimiento de sus extremidades le impedía taparse la cara, cubierta de sangre y barro. Así de patética era, no tenía idea alguna de dónde se encontraban sus progenitores ni porqué le tocaba vivir aquello. Solo podía dejar que la frustración de aquellos fatídicos días fluyese a través de las cuencas de sus ojos.

El joven se percató de ello y la apretó contra su pecho animándola. Hasta que perdió la consciencia. No volvería a abrir los ojos hasta tiempo más tarde, en una habitación que no era la suya rodeada de pureza y mobiliario inmaculado.

Seguía en aquel hospital día tras día. Día tras día. Mes tras mes. Año tras año.

Todas las semanas, el día de permiso del muchacho, iba a visitarla. Había algo en el que le agradaba, no le regalaba juguetes o muñecas como habría acostumbrado a hacer otro adulto. Sino libros. Él quería que ella creciese siendo sabia e inteligente. Que pudiese valerse por sí misma sin necesidad de ningún adulto.

Pasado un tiempo se enteró de que le ocurrió a sus padres. Por lo que habían constatado los escuadrones de ayuda, corrieron en dirección opuesta a las murallas y nunca más se supo más de ellos. Si estaban vivos o muertos era algo que no se conocía. Lo único que sabía es que la habían abandonado a su suerte. Desde ese día Hanji Zoe abandonó toda sonrisa de su rostro. Tampoco era algo que nunca hubiese necesitado.

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Pasados 2 años, la pequeña Zoe comenzaba a abandonar sus cálidos 9 años. Por fin había sido dada de alta en aquel hospital. La excesiva pureza y limpieza de allí le sacaba de quicio. Al ser huérfana, tendría que ingresar en un orfanato hasta los 18 años. Eso era todo lo que le quedaba. Su única opción.

La idea no le agradaba en absoluto. Entonces, contempló otra opción. Durante aquellos años había odiado al ejército por obligarle a abandonar su hogar. Su casa, su familia, su estilo de vida. Todo. Pero si ingresaba en el ejército podría vivir allí, y estar junto al joven cabo que la había salvado. Aquel a quién tanto admiraba...

- Es una locura - repuso el joven cabo - No admitirán a alguien tan joven entre sus filas. La edad mínima para ingresar son 13 años, Hanji. Lo sabes bien, si quieres alistarte, espera un par de años.

- Erwin, no quiero ser un trasto inútil por más tiempo. En todos estos años en el hospital he comprendido bien lo que quiero hacer. Tú debes de conocer una manera de ayudarme a ingresar.

-P-pero... No quiero que estés en peligro - la chica le miraba fijamente y sin pestañear. No había asomo de duda en sus palabras - Quizás... haya una solución. Si ven que tus conocimientos pueden ser muy interesantes de ser desarrollados, podrían aceptarte.

-¿Quieres decir... como hacer un examen?- preguntó la chica enfocando los ojos con fuerza.

-S-sí. El gobierno siempre necesita peones inteligentes que sepan como llevar a cabo sus escandalosas maniobra – susurró mientras acariciaba los mechones rebeldes que salían de su frente – Aunque eso supondría rebajarte a ser su marioneta, ¿serías capaz de eso?

- Prefiero eso a pudrirme aquí dentro.

No tuvo que reflexionar mucho acerca de ello y se presentó a dicha prueba sin dilación. Para probar su valía, rebatió constantemente las viejas teorías acerca de la clasificación de los titanes, llegando a enumerar unas cuantas clases más descubiertas, que poseían capacidades anormales.

El jurado que escuchaba sus investigaciones quedó tan sorprendido por la inteligencia de la pequeña, que no dudaron en aceptarla en la milicia. Tenía capacidades suficientes como para convertirse en uno de sus juguetes. Ella era consciente de ello, pero poco le importaba. ¿Acaso no le tocaría vivir lo mismo si se quedaba dentro? Fuera podría aspirar el auténtico aroma de la hierba fresca, de la lluvia estancada. No le importaba no tener infancia. No la necesitaba. Ya la había perdido en aquel incendio.

Aún faltaban unos cuantos días para su ingreso entre las tropas, así que a falta de un hogar se había trasladado al cuarto donde descansaba su buen amigo Erwin Smith. Por supuesto con el consentimiento de los altos cargos, ya que ambos no presentaban ninguna relación sentimental.

A ojos de aquellos arrogantes y farsantes jueces, Hanji Zoe fue declarada como una familiar lejana suya. Tal vez no distaba tanto de la realidad, porque la manera en que él la miraba parecía indicar siempre eso.

Aquel día, como tantas noches, ella se metió en su cama dispuesta a leer un libro, al poco rato de estar leyendo, comenzaron a picarle los ojos. Las letras se veían un tanto borrosas. Difuminadas. ¿Cansancio tal vez?

Sin duda, su vista se había quedado dañada entre las ascuas que alcanzaron su piel y la lectura solo la había agravado más. Resignada, se fue a dormir sin leer. El joven cadete, que la estaba contemplando en aquel momento, se dio cuenta de sus problemas, y cuán engorroso sería para ella renunciar a una total visión. Sonrió y acarició la cabeza de la pequeña niña pensando una grata solución.

El día del ingreso de la pequeña entre las tropas de entrenamiento, Erwin le regaló su primer par de gafas. Sencillas, con un cristal ligeramente redondeado y sin montura. Posiblemente pertenecieran a otra persona ya que no se ajustaban perfectamente a su cabeza sino que quedaban ligeramente grandes.

Llena de alegría, se apresuróa probarselas, pero, al correr a mirarse en un espejo, se dio cuenta que se movían demasiado. Esto podía suponer un problema a la hora de los entrenamientos.

Hábilmente, cogió varios de sus coleteros y los unió entre sí consiguiendo unas cuerdas entrelazadas que se sujetaban perfectamente a su cabeza. Ya no tendría porqué temer que se le cayesen las gafas. Estaba para ser una más, un auténtico soldado.

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Polvo y arena, esa sería toda su compañía durante los años que durase el entrenamiento. Nada más que polvo y arena.

Mientras se dirigía hacia las filas de las nuevas tropas, se iba dando cuenta que su edad era mucho menor que la de sus compañeros, siendo varios años más joven que la mayoría. Aunque gracias a su prominente estatura, quizás conseguiría disimular ese hecho.

El uniforme le parecía increíble, tapándole por completo las cicatrices que aún no habían terminado de desaparecer, y las que no lo harían. Recogió su cabello en una coleta alta y tiró fuertemente del coletero. Lo había dejado crecer, pero sabía que le molestaría a partir de ahora, tal vez sería preferible llevar un estilo más corto. Se colocó sus gafas y las ajustó a su cabeza.

Estaba lista, nada más debía demorarla. Con ese pensamiento en su mente, se dirigió a su fila.

La ceremonia fue aburrida. No paraba de bostezar ante la poca capacidad de los instructores para motivar a sus futuros soldados. Ellos tampoco parecían interesados por eso, al parecer. A continuación se repartirían los barracones.

Primero, las mujeres. Le asustaba la idea de compartir habitación con chicas mayores que ella, que pudiesen burlarse de su juventud. Comenzaron a distribuirlos de uno en uno. Comenzando por las antiguas reclutas y dirigiendose a aquellas que portaban linaje suficiente como para haber antepuesto ya su futuro destino. Y finalmente, el último barracón, el más alejado de todos. ¿Quiénes serían sus nuevas compañeras? Pero, una vez subió al estrado se le dio una gran bolsa y esperó por ver al resto.

Solo otra mujer más apareció. Una joven chica de cabellos plateados que también portaba gafas. Ningún nombre más. Ellas serían las única mujeres de ese equipo. Casi podía reírse abiertamente al pensar en ello. Pero no le extrañaba.

La mitad de la humanidad temía salir afuera, y la otra mitad estaban enfermos o hambrientos. Apenas había personas con suficiente valentía como para arriesgarse a morir horriblemente durante lo que le quedaba de vida.

Algunos soñarían con ser héroes. Otros solo con vivir bajo un techo y tener comida. Muchos querrían ascender para poder vivir cómodamente y sin preocupaciones. Solo un pensamiento asaltaba su cabeza.

- Vivir para ser libre.

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Su nueva compañera de habitación se llamaba Riko Brzenska. Una chica con casi 13 años y rasgos occidentales. Era igual de callada y seria que ella, lo cual a la pequeña Zoe le pareció fantástico. No era necesaria demasiada comunicación entre ambas.

No había ingresado allí para hacer amigos, no necesitaba de su compañía. Durante las noches, encendería el candil que quedaba en la estantería junto a su cama y aprendería todo aquello que debido a su pobreza no pudo antes. El tiempo era necesario, y no lo desperdiciaría así.

Los días pasaban y los entrenamientos eran cada vez más duros. El arnés de entrenamiento le apretaba demasiado el tórax provocandole fuertes rozaduras en sus pequeños pechos, los cuales habían comenzado a crecer.

Con esfuerzo y agotamiento, pasó su primer mes. Su compañera se mostraba especialmente fastidiada debido a sus anteojos. Durante las primeras semanas se le rompían constantemente debido a las acrobacias que debían realizar. El cristal no era lo suficientemente resistente y, aparte, se caían con suma facilidad.

Llevaba demasiado tiempo acudiendo a las prácticas sin ver prácticamente nada. Cada día que pasaba con ellas terminaba arrojandolas con brusquedad sobre la papelera de su cuarto. Aparantemente enojada por su falta de resistencia. Hanji se dio cuenta de ello y le explicó acerca del ingenioso artilugio que había ideado ella para paliar esa debilidad. En el tiempo que llevaba allí había desarrollado otro tipo de gafas, con un refuerzo alrededor del vidrio para evitar que sufriesen demasiados golpes.

Entre ambas, recolectaron suficientes arneses desechados. Quizás pertenecientes a alguna baja en alguna misión. No era algo que debiera preocuparles. Solo necesitaba el material, bajo el mundo que vivían, coaccionarse por el pudor era algo innecesario.

-Vaya, Zoe, eres un genio. No me extraña que te hayan admitido tan joven – una oleada de pánico asestó sus huesos. No pensaba que su edad pudiera haberse transgredido entre el escuadrón. Probablemente perdería el respeto del resto de sus compañeros si se enteraban.

-¿Tú lo sabías?

-Todos lo sabemos. Pero se nos ha prohibido expresamente comentarlo bajo ninguna circunstancia. Por lo visto para ellos, eres una prometedora soldado y no debemos molestarte. Por cierto – comenzó a hablar mientras se encaminaba hacia su cama - quizás esto te sirva... dentro de poco.

Entornó los ojos con curiosidad y observó lo que su compañera le ofrecía, era una especie de paño increíblemente limpio.

-¿Para que se supone que tengo que...?

-No te preocupes. Yo estaré contigo cuando ocurra y te explicaré todo lo que debas saber. Ahora mismo no es necesario que pienses en ello.

-Entiendo - mintió sin comprender todavía demasiado – De todas formas Riko, hay algo que quería preguntarte, ¿a ti no te duele el pecho de la sujeción de los arneses? Comienzo a tener heridas por culpa de él.

-Por supuesto... Aunque claro, tu aún estás desarrollándote, tiene que ser peor para tí. Deberías pedir que te diesen algún tipo de malla reforzada para evitar esa opresión. Te podría deformar el pecho si sigues así. Con la malla seguramente se diezme el tamaño de su pecho. Aunque... ¿es algo que a ti te importe?

Lo pensó un momento, si vendaba su pecho mientras aún estaba creciendo, crecería bastante menos de lo que debiera crecer. Pero, ¿para qué quería ella tener los pechos grandes? Eso solo era un obstáculo en su formación.

Pasaron los meses, y fue, poco a poco conociendo al resto de compañeros de promoción. No sabía que no volvería a ver a gran parte de ellos. La inmensa mayoría de los graduados de su generación morirían apenas cruzasen los muros por primera vez. Ella sería uno de los pocos supervivientes.

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La graduación. Su estatura era considerablemente alta dada su edad. Sus pechos continuaban su crecimiento como consecuencia de la opresión de la malla. Y su mente se veía mucho más despejada.

Había conseguido estar entre los 10 mejores soldados de su generación. Podría elegir la tropa a la que deseaba unirse. Si se unía a la policía militar, viviría el resto de su vida sin mayor preocupación. Tal vez bebiendo y comiendo ricos manjares hasta que muriese de alguna enfermedad coronaria. Pero no, ella vislumbró a través de los cristales situado delante de sus ojos, donde quería ir. El reflejo del sol sobre ellos y el empañamiento debido al calor de la mañana no lograban ocultar su auténtico objetivo.

Navegó 5 años al pasado, aquel joven soldado, los emblemas que portaban sus brazos eran dos alas entrecruzadas. Sin duda, inspirador y alentador.

La división de reconocimiento era conocida por la escasa cantidad de suicidas que se unían a ella. Ello solo le amparaba una muerte segura. Pero sabía que quedándose tras los muros no sería capaz de ayudar a nadie, ni de poder vislumbrar el misterio tras aquellas colosales y enfermizas figuras. Ni sería capaz de vengar a sus padres.

Al ingresar en la división de reconocimiento se encontró con una situación familiar: era la única mujer nueva entre aquellas tropas. Su vieja amiga Riko, había decidido ingresar en la policía estacionaria. Sin duda, pocos psicópatas se unían a la suya.

Llegó el día de la misión que lo cambiaría todo. Ya llevaba un año y medio en aquella división. No tardó en ser dirigida bajo el mando de un líder. Partió junto con su querido y viejo amigo Erwin, que ahora ostentaba una poderosa posición como líder de capitán. Sin, duda sus habilidades durante años le habían permitido llegar muy alto.

Y seguramente, llegaría aún más alto.

Llegaron a la zona acordada. Era la primera vez en su vida que veía aquel misterioso bosque con árboles colosales. Hasta ahora, solo había podido explorar en regiones cercanas a las murallas. Prevención para los novatos, era toda la explicación que recibía de sus superiores.

Aburrido, muy aburrido. Apenas tenía la oportunidad de desmembrar a sus enemigos y contemplar estoicamente su victoria tras aquel extraño halo de humo.

Apartándose de su tropa, comenzó a explorar la zona, atacando a todos los titanes que se encontraba a su paso. Poder matar a aquellas poderosas efigies le hacía liberar aún más su rabia contenida. obviamente, sabía que su furia no debía ser expuesta tan rápidamente, pero la sed de sangre bramaba en sus venas. Y, erró el corte, cortando la cabeza del titan sin atacar a su punto débil. La cabeza cayó al suelo haciendo un sonido sordo. El cuerpo le siguió a continuación.

Extrañada, bajó por aquellos árboles hasta llegar a la zona. Debía de cortar aquel punto débil deprisa o se regeneraría. Uno de los enganches de sus cables se soltó haciendo que cayese sobre la cabeza y ésta se moviera.

-¿Eh? - el tacto al caer sobre la cabeza fue muy raro, y le parecía extraño que su pequeño cuerpo hubiese podido generar algún tipo de movimiento sobre él.

Bajó de la cabeza y sin esperar ningún tipo de reacción golpeó suavemente la base con la pierna. Se movió sin ningún impedimento. Cargada de curiosidad y desprecio la pateó con mucha fuerza, haciendo que saliera despedida.

Le pareció increíblemente extraño. Volvió a disparar sus ganchos y repitió el experiemento varias veces más. El mismo resultado. ¿Por qué eran tan livianos?

Rebuscó entre sus bolsillos interiores hasta toparse con una desgastada libreta. Agarró una diminuta mina de grafito y escribió sobre ella lo que acababa de descubrir. El estridente sonido de un cañón interrumpió sus pensamientos.

Era hora de volver y debía disponerse a reunirse con su grupo. A medio camino se encontró con su viejo amigo. Cuando se disponía a hablar, este le propinó una soberana bofetada.

-Zoe, no debes alejarte de tus compañeros. Es aún más peligroso enfrentarse a los titanes en solitario que en equipo - bajó su rostro avergonzada por haber desobedecido órdenes - De todos modos - cambió de tema viendo la expresión mortificada de ella -, me alegro que te encuentres bien. Eres la única miembro femenino en este sector, además de ser la más joven y me preocupaba que pudiese ocurrirte algo.

-Se cuidarme muy bien yo sola, he matado a 5 titanes sin ayuda y además...- recordó aquel instante minutos antes.

-¿Qué ocurre?

-Erwin... cuando pateé la cabeza de aquel titán salió despedida como si no pesase nada. Fue... ¡asombroso! ¿Crees qué hay alguna razón para ello? - esbozó una amplia y emotiva sonrisa - ¿Crees que su composición gaseosa es lo que genera todo ese humo? ¿Por esa razón parecen aparecer de repente? ¿O tal vez...?

Erwin la miró sorprendido mientras ella hacía compendios sobre lo que acababa de descubrir con gran alegría. Ya había salido de expediciones antes, aunque nunca a aquella zona tan conflictiva. Siempre que atacaba a algún titan, le sorprendía mostrando una horrenda expresión en su rostro y una macabra mueca, alimentada por el reflejo cristalino sobre su rostro. Siempre incapaz de ver sus ojos. Pero ahora, la chica que tenía ante sus ojos, reía con alegría.

-Vaya, por fin sonríes. Llevaba mucho tiempo esperando ver tu sonrisa - ¿cuánto tiempo hacía desde aquel primer encuentro?¿5, 6 años tal vez?¿7? Era un recuerdo tan lejano que no podía imaginar la angustia que suponía criarse junto a una niña que apena mostraba emociones.

Hanji se sonrojó al instante. Sí, había decidido alejar toda emoción de su rostro, alejar toda feminidad de su personalidad para dedicarse por entero a la investigación. Aunque debía reconocer, que poder avanzar en la lucha de la humanidad la hacía feliz.

El hombre le acarició la cabeza en señal de aprobación y ella no pudo hacer más que sonreír. Desde que le rescatara, aquel hombre se había convertido en su amor platónico. Sabía perfectamente, que para él, ella solo era una niña, por lo que nunca se hizo ilusiones. Él despertó en ella el poder de la superación personal y el esfuerzo constante. A ella solo le bastaba con ver su amplia y amable sonrisa.

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Pasaban los años sin pausa, y fue participando cada vez más en tareas de investigación. Observando como todos sus compañeros morían. Aquellos que entraron con ella, viejos reclutas. No había nada en sus manos que pudiese hacer para evitar aquellas muertes.

Le desesperaba no encontrar algún tipo de táctica para avanzar. El mundo era cada vez más complicado. Podía sentir que cada cosa que aprendía le llevaba a descubrir aún más conceptos.

Teniendo ya 16 años, mientras estaba en la oficina de su capitán ojeando libros, llamaron a la puerta. Tenían que informar al líder de escuadrón que un joven cadete se uniría al día siguiente a las filas.

Había oído hablar de él. Al cabo de un mes y medio, ya dominaba perfectamente el equipo tridimensional por lo que su entrenamiento se paró enseguida y se procedió a instruirle en tácticas más interesantes.

Un arma así no podía estar desperdiciada entre cadetes primerizos. El proceso de decisión acerca de donde acabaría aquel soldado había sido increíblemente arduo. El muchacho, por lo visto, partía de varios antecedentes delictivos. Robo, timos, hurtos, agresiones varias. Incluso, algunos, aún más graves.

Abandonó el orfanato con apenas 12 años y había perpetrado numerosos atracos para subsistir. Había sido detenido en infinidad ocasiones. Y la última de ellas, había sido lo suficientemente grave como para ser mandado a alistarse en filas, con el objetivo de modelar su carácter y de disciplinarlo. Era ampliamente conocido por todos el día de alistamiento de aquel joven. Cuando se le preguntó su proveniencia de distritos, se negó a ello y le propinó una patada en la entrepierna al instructor. Ganándose así el respeto y el temor del resto de la tropa.

Por lo que, al ser tan terriblemente problemático, no estaban seguros de si haría caso una vez se presentase la ocasión. Así que se decidió que se le destinase a las fuerzas de reconocimiento. Al menos, o así parecía que pensaban los altos mandos, si mataba a uno o dos titanes por el camino aunque no se ateniese a órdenes, no sería tan inútil.

Por supuesto los líderes de escuadrón también se mostraban poco reticentes a tenerlo en su unidad. El único con coraje suficiente para aceptarlo fue Erwin Smith. A Hanji le incomodaba la idea de tener entre sus compañeros a alguien tan problemático y peligroso.

-Bueno – carraspeó interrumpiéndola de sus pensamientos - Mañana tengo que recoger a ese peliagudo muchacho. ¿Querrás acompañarme?

-C-claro, me muero de ganas por ver a la famosa "arma de la humanidad".

-Me alegro, porque debido al aumento de miembros, quizás te veas obligada a compartir barracón con él.

-¿Cómo?- Actualmente ella era la única mujer que ocupaba aquel polvoriento barracón. Algunas mujeres se habían unido a su tropa durante los años que llevaba al servicio del ejército. Sin embargo, la mayoría habían muerto y otro tanto por ciento habían abandonado ese escuadrón. Ahora mismo se encontraba sola en aquella enorme estancia.

- No te preocupes, yo mismo me mudaré a aquel sitio. Es solo, que a pesar de que nuestras unidades no son muy amplias, forzamos a los soldados a vivir en bajas condiciones. Si sigo aumentando el número de cadetes en las mismas habitaciones, su calidad de vida podría verse seriamente afectada, y con ello su rendimiento en la batalla.

Hanji se mostraba perpleja ante el razonamiento de su superior. Sin duda, obligar a los soldados a vivir como ganado solo acrecentaría en una singular revolución y un posible motín. Y, además trasladándose él mismo del escuadrón de hombres, posibilitaría la relajación de los cadetes.

Menos vigilancia, más posibilidad para ellos de tener flexibilidad durante las noches. Y más posibilidades de tener encuentros nocturnos. Aunque aquellos encuentros nocturnos aún resultaban confusos para su inocente mente infantil.

-Además...- prosiguió - Al ser este nuevo recluta tan complicado no se que que ocurriría si le obligo a compartir habitación con otras personas. Prefiero tenerlo vigilado lo más cerca posible y sin que pueda dañar a nadie.

-C-claro Erwin. ¡Eso es muy inteligente! Muy bien pensado.

-Y por supuesto, requeriré de tu colaboración para domar a aquel muchacho - musitó riendo abiertamente.

Esa frase solo pudo originar que Hanji soltase una sonora carcajada resonando en el eco de la habitación. Si hubiera sabido que debía atesorar aquellos instantes de felicidad, no hubiera dejado que salieran despedidos de su boca. Ajena a todo lo que se avecinaría en varios años más. El fin de su tranquilidad.

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Al día siguiente, ella se colocó su uniforme lo mejor que pudo. Abrochó los botones de su camisa y se miró en el espejo. Aún llevaba aquella vieja malla sujetándole el pecho. Se había convertido en una mujer, aunque apenas se notaba.

Había pasado por momentos de mucha confusión, que pudo superar gracias a su amiga. A otras compañeras con las que había compartido habitación. Personas cuyos nombres desaparecieron junto a sus cuerpos en aquella enorme pila donde solían incinerar los cadáveres.

Y ahora se disponía a salir a conocer a otro cadete más. Otro nombre más. Otro cuerpo sin vida en escasos meses. O, con suerte, años. O eso pensaba. Para ella solo sería otro más por el que tendría que depositar una flor en aquel tétrico jardín que quedaba en la parte trasera del edificio principal.

Observó de nuevo su figura y ajustó los arneses aún más en su torso. Generarían nuevas marcas, las que ya estaba acostumbrada a ver. Pero cualquier pequeño detalle sería el que la mantendría viva, al contrario que los ya caídos.

¿Sería aquel chico lo suficientemente astuto como para predecir eso?

Llegaron a la oficina central. Tras hablar con un par de altos cargos, se les dirigió hacia el calabozo. Como siempre, bajar aquellas escaleras mohosas y resbaladizas. ¿Cuántos meses llevaban sin limpiar aquella zona? O incluso, restaurar las celdas.

Ser detenido era una grave ofensa y una vergüenza, eso estaba claro. Por esa razón había procurado no meterse en líos durante todo ese tiempo. Pero había más razones por las que no deseaba dormir en aquella claustrofóbica cárcel.

El olor nauseabundo. Allí solo iba la mayor escoria, los más peligrosos. Lo peor. Ni tan siquiera había unas condiciones mínimas de higiene o respeto para los que ocupaban aquellas estancias durante un tiempo indefinidos.

Muchos de ellos, orinaban en las esquinas. Olor ácido y penetrante. Criminales, asesinos, mafiosos. Toda clase de individuos pasaban por allí, pero, ¿soldados?¿Qué clase de agravio había cometido la famosa esperanza de la humanidad para terminar allí?

Tendría su respuesta pronto. El joven cadete se había peleado la noche de antes. Llegando a dejar inconsciente a un compañero tan solo por un mal comentario. Lo suficientemente grave como para agredirle.

Bajaron aquellos estrechos escalones donde olía cada vez más a humedad y tragó saliva imaginando el rostro de aquel tipo. Al llegar a la entrada de su celda encontraron a 6 soldados custodiando la puerta. Debía de ser una broma.

Un enorme candado de metal y varias cadenas a lo largo de todo el perímetro. Incluso, los hombres que le custodiaban parecían mucho más corpulentos que la mayoría. Seleccionados previamente para su guardia.

Por muy buen soldado que fuese, aquello era exagerado. Erwin se acercó a los barrotes y colocó la llave en el ojo de la cerradura. De allí salió un bajito muchacho con mirada seria y penetrante. Nada amenazador a simple vista.

Por unos instantes, le recordó a ella misma, antes de recuperar su fe en la humanidad. El chico la miró durante un buen rato, hasta que Erwin intervino de nuevo.

- Me llamo Erwin Smith, y desde hoy pertencerás a mi escuadrón. Te presento a uno de tus nuevos compañeros de escuadrón y mi mano derecha: Hanji Zoe - se dirigió hacia ella - Hanji, este es Rivaille.

Nunca olvidaría aquel día en toda su vida ni tampoco todo lo que viviría con aquel muchacho.

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¡Nos leemos!