Disclaimer: Ninguno de los personajes de Inuyasha me pertenecen, sólo los utilizo para la creación de este Fic, que espero disfruten :)
...
Difícil de expresar
Por Franela
...
Casa
La vida de Sesshoumaru Taisho ha sido, como muchos lo piensan al ver la parsimonia de su mirada, la vida de un joven talentoso en muchos aspectos, cuyo orgullo sobrepasa notoriamente la humildad de la que carece desde que ha tenido conciencia de su propio lugar en el mundo, un mundo que parecía caer rendido a sus pies.
Como todo hijo de padres de buena familia, se esperaban muchas cosas de él. El único hijo del matrimonio Taisho era seguido por diferentes personajes del círculo que componían su "familia". Su abuelo paterno comprendía los estudios académicos, dándose un aspecto contrario a lo que se creía de los dulces abuelos de las historias; su abuela por el mismo lado le enseñaba las bondades del arte clásico, nada de modernismo ni esculturas o pinturas que nadie realmente comprendía; el padre de su madre supervisaba los deportes, pues él también debía destacar en aspectos extracurriculares; y su mujer junto a su hija lo dirigían musicalmente, siendo ambas unas intérpretes reconocidas de piano. El padre, en tanto, haría lo que era lo más obvio para los de su clase: lo introduciría al mundo de los negocios, y lo convertiría en su heredero.
A pesar de las bondades que parecía brindar este mundo para quienes estaban ajenos a él, lógicamente todas estas presiones mermaban en la conciencia infantil del pequeño Sesshoumaru, quien termino asumiendo finalmente su lugar y asimilándolo como algo natural, como algo que seguía un orden natural. Él era Sesshoumaru Taisho, y punto. Él era alguien superior al resto sólo por nacer en el momento y lugar adecuado, en la familia adecuada.
Sin embargo, inconscientemente, él tenía sus propias preferencias. Ya fuera por deseo propio, un pequeño resquicio de rebeldía que quería abrirse paso o simplemente porque era algo que afloraba sin la necesidad de ser regado, el instrumento predilecto de su hogar se convirtió en algo que él apreciaba por sí mismo, algo que él deseaba. Antes de que atisbaran las primeras señales de una adolescencia, Sesshoumaru ya había decidido su futuro, dedicando cada tarde a tocar incansablemente el piano en aquel cuarto apartado en su hogar, perdiéndose a sí mismo entre las melodías que sus dedos recreaban, sabiendo de su conocimiento y disfrutando del deleite de los demás.
Contrario a lo que cualquiera supondría, el padre del muchacho no se mostró reacio al hecho de perder en la música a su primogénito, sino que parecía más que complacido mientras se cumpliera una condición: debía de ser el mejor. Ingresado al conservatorio a la edad de catorce años, Sesshoumaru Taisho podía componer las melodías más hermosas, capaces de sacar más de una lágrima a quién las escuchara, pero era incapaz de entender sus propias creaciones al verse privado (ya sea por opción u obligación) de la compañía de otros niños de su edad, no estando capacitado para entender las simples relaciones humanas, mucho menos los sentimientos que allí se involucraban. Sus creaciones no eran más que melodías vacías sin un sentido real al que poder adjudicar tan bellas notas. Podía crear una historia, pero los sentimientos que se describían en el folleto eran emociones jamás sentidas por el joven prodigio. Su peor pesadilla (y la de su padre) se convertía realidad: era un músico mediocre. Poseía el talento, nadie lo dudaba, pero le faltaba aquella chispa de la que tanto hablaban los poetas y escritores en sus libros. Le faltaba inspiración real, una que pudiera tocar. Quizá, le faltaba un propósito para componer.
Aun cumpliendo la mayoría de edad no podía acabar una obra que hubiese comenzado, frustrado consigo mismo por dejarse vencer y olvidar sus trabajos para continuar siendo el prodigio intérprete que siempre había sido. Era invitado a diversas orquestas, los años que le siguieron se la pasó viajando por el mundo, deleitando a diversas audiencias con las piezas más complejas de diversos autores, incluso aventurándose a mostrar sus propias creaciones. Sin embargo, él mismo se sabía incomprendido. Podía hacer llorar un teatro entero, su madre podía mostrar un vestigio de nostalgia, su padre incluso (siempre de piedra) podía lucir afectado por aquellas notas que eran arrancadas por su hábiles manos, no obstante, podía dilucidar con facilidad la falta de comprensión hacia su propia obra. Nadie lo comprendía, nadie quería hacerlo; veía en sus rostros, ya fueran felices o afligidos, lo que ellos mismos querían expresar, lo que ellos creían que debían sentir, no lo que afloraba real e inconscientemente de sus almas.
A la edad de veinticuatro años, siendo ya alguien reconocido en el mundo musical, decidió darse un descanso. Volvió a casa de sus padres con una maleta dispuesto a pasar una temporada en la que antes fue su hogar a tiempo completo.
—Qué gusto verle nuevamente por acá, joven. —Quien lo recibió fue Jaken, el viejo mayordomo personal de su padre—. Por favor, permítame llevar su equipaje.
Sin embargo, Sesshoumaru continuó su camino sin siquiera verle. Cuando comenzaba a instalarse, fue su madre quien se dirigió a él.
—Me han llamado para solicitar un concierto —le dijo, ubicada bajo el umbral de la puerta—. Madre e hijo, a finales de mes. Sólo es una noche, pero les he dicho que debo confirmarlo contigo.
—Deberías de haberte negado en un principio, madre —responde—. Sabes por qué estoy aquí.
—También te quieren para una orquesta, concierto para piano.
—No me interesa.
—Ya he recibido muchos llamados, y no todos son para grandes teatros. —Le deja una hoja de papel sobre la cómoda—. Piénsalo, tal vez encuentres lo que tanto buscas en alguno de estos lugares.
Sesshoumaru ignora sus palabras y sale a dar vueltas por la ciudad. Es reconocido en algunos lugares por gente de su clase, quienes transmiten sus felicitaciones y buenos deseos no sólo para él, sino que también para sus padres y abuelos. Entra a una librería por un poco de soledad, consiguiendo algunos manuscritos para su distracción en el día a día.
Cuando está de vuelta en su cuarto, cuando el cielo ya se ha oscurecido y ni siquiera las estrellas se dignaron a acompañarlo, el joven músico deja lo que ha comprado sobre el papel que su madre le ha dejado esa misma tarde y se olvida de todo lo que lo rodea. Luego de horas de infructífero sueño, decide encaminarse al salón donde está ubicado el primer piano que se le fue regalado, uno de un tamaño tan pequeño que ahora no parecía más que uno de juguete junto a su imponente figura de gran altura. Pasa los dedos sobre él y ni una mota de polvo es descubierta; al tocar una tecla, ésta suena completamente afinada; aun cuando no tocaba aquel instrumento desde que ingresara al conservatorio, lo han mantenido a la perfección.
Como era imposible que tocara ese piano sin sentir la incomodidad de su propio físico, simplemente emprendió marcha hasta uno que ocupaba un salón mucho más amplio y elegante: el de su madre, y el que había usado desde que creciera inevitablemente.
Una vez había escuchado que era mejor imaginar una melodía antes de tocarla, diseñarla completamente en la imaginación antes de intentar interpretarla, pues el ser humano era un animal de costumbre y, por tanto, era alguien repetitivo. Podía intentar improvisar, pero siempre se encontraría entre sus notas algo que el intérprete ya hubiera escuchado antes, aun cuando éste no se diera cuenta.
Aquella cualidad de imaginar melodías era, empero, algo que él no podía hacer. Sesshoumaru necesitaba tener el instrumento a su disposición completa para comenzar a crear, sino estaba más que incapacitado para comenzar una obra. Podía comenzar como cualquier cosa, una tecla tocada tras otra, y era así como surgía lo demás.
Sentado ya en el banquillo y con las manos en la posición adecuada, Sesshoumaru trató de recordar el comienzo de la última obra en la que había estado trabajando. Era su primera composición que abarcaba una historia amorosa, y es que él era más dado a las tragedias de inicio a fin. En su afán de crear algo que todos pudieran comprender fácilmente había recurrido a una historia donde el amor era truncado por la muerte de uno de sus protagonistas, pero que acababa con el reencuentro en el más allá. Su argumento no era nuevo, historias como la de Eurídice y Orfeo habían sido contadas a lo largo de la historia en variadas óperas.
Le dio tres nuevas oberturas a su obra, y ninguna terminaba de convencerlo. Para cuando las primeras luces se hacían presente a través de una ventana decidió volver a su cuarto, furioso consigo mismo.
Al día siguiente hizo nada en absoluto, y tuvieron que pasar tres noches más para que se dignara a salir nuevamente de su hogar. Erróneamente buscó la tranquilidad en un parque muy lejos de casa, en el cual se encontró con alguien a quien no conocía pero que, aparentemente, ella sí le conocía a él.
—Soy Kagome —le dijo, como si aquello bastara para que él supiera quién era—. Soy voluntaria en el orfanato que tu familia apoya, tu madre siempre nos visita. —Lo que hiciera su madre con su vida público o privada era algo que a él lo tenía sin ciudado, no entendía por qué aquella chica continuaba hablándole—. Verás, cuando ella nos visita usualmente viene con varios de sus alumnos, y organizan un pequeño concierto para los chicos del orfanato. —Ante el mutismo del joven, ella carraspeó, incómoda—. Nos mencionó que su hijo volvía después de mucho tiempo, y pensamos, bueno, que tú también podrías venir a visitarnos uno de estos días... pero no hemos recibido respuesta.
Antes de que la muchachita terminara de hablar, lo único que surcaba la mente del joven era la rapidez con la que ella había decidido tratarlo de tú-a-tú, mas cuando hubo pronunciado aquellas últimas palabras, impulsado sólo por la cortesía a la que estaba acostumbrado, tuvo que dar una respuesta.
—Lo había olvidado —fue su excusa ante la decepcionada mirada de la chica.
La alegría que pareció irradiar en su rostro fue algo instantáneo cuando el joven presento su excusa, y es que vio su oportunidad servida en una bandeja de plata.
—¿Cuándo podrás venir entonces? —preguntó, sonriente.
Lo había acorralado, y ninguna frase de su buena crianza se le vino a la cabeza para excusarse nuevamente, y es que nada le apetecía menos que perder una tarde en un orfanato donde, le gustara a quien le gustara, no realizaría cambio alguno en la vida de esos niños.
Al llegar a casa fue que recordó la hoja que su madre le había dejado en la cómoda, bajo los libros que había comprado como distracción y que ni había recordado tampoco en su corta estadía. La lista incluía algunos teatros de la ciudad, grandes y pequeños, uno que otro hotel de algún conocido de la familia que se inauguraría pronto, las invitaciones de orquestas que estaban de paso por la ciudad y aquel concierto madre e hijo que organizaba una productora como un evento único. Y al final de aquella larga lista, estaba una visita a aquel orfanato que su madre patrocinaba en sus tiempos de ocio. Ya no tenía escapatoria, su tarde del día siguiente les pertenecía.
...
¡Hola! Hace tiempo que no me aparecía por Fanfiction, pero ya ven, es algo difícil de dejar :P
En fin, he decidido volver con dos fanfics, uno de DMC y éste, que es, como siempre, de esta pareja que me gusta tanto.
Espero lo disfruten; ya saben, cualquier sugerencia o comentario será bien recibido.
