Hola, hola, Luna de Acero reportándose. ya sé, ya sé... ¿qué haces Luna? ¿en serio? ¿otro fic? Pues sí, otro fic, no pude resistirme, cuando la inspiración viene, viene. Qué pueden esperar de esto?: Siete capítulos, mucho romance del bueno, sensaciones encontradas, lágrimas, sonrisas a montones. Al menos eso espero. Si te causé algo de esto con este primer capítulo, sé tan amable de dejarme tu hermoso review, y yo te agradeceré infinitamente.
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de Isayama Hajime, que estaría orgulloso de este fic (Ok, no, pero déjenme soñar).
Advertencias: Fluff a montones. Un poquito de angs.
DEDICADO ESPECIALMENTE PARA ESTHELA (ELZS), CARIÑO AQUÍ ESTÁ EL FIC POR EL QUE TANTO PEDISTE, ESPERO PODER COLMAR TUS EXPECTATIVAS.
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"Déjame entrar, déjame ver algún día
como me ven tus ojos..."
Julio Cortázar (Rayuela)
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Las gotas de la llovizna golpean en mi ventana, casi como si el cielo gimiera y se descargara llorando sobre el frío vidrio. Estoy con mi taza de té negro, mirando sin fijar la vista en ninguna parte, tal vez en el recorrido de algunas que se deslizan agonizando hasta la madera.
Amo los días de lluvia, la gente se queja y corre y reniega… A mí me gusta sentir la frescura del aire entre mis cabellos, remoloneando en mi nuca, ensortijándose en mis fríos dedos. Las nubes decorando el cielo en diferentes tonos, la tierra murmurando, absorbiendo el agua que le dará vida a las flores, el pasto, las rocas lavándose la cara… Me sonrío, cuando era pequeño solía decirle eso a mi madre… "Mamá, las piedras podrán bañarse hoy", ella solo me miraba amorosamente y dejaba su beso sanador de raspaduras y caídas, sobre mi tierna frente.
Suspiro pesado, lo único malo de estos días es que a veces me cuesta respirar un poco, pero es muy breve, esa pequeña opresión en el pecho, que luego desaparece como una bocanada de humo.
Algo llama mi atención de pronto, lo veo corriendo, salpicando agua, un diario por paraguas, las zapatillas haciendo burbujas, el jean gastado, ahora salpicado un poco por el barro. El chico de los ojos especiales. A veces me pregunto dónde vivirá, a quienes saludará al abrir la puerta, donde posará sus ojos grandes… luego recuerdo mis quehaceres y lo olvido por completo.
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-: Señor Levi – dice la dependienta sonriendo amablemente – Ya lo extrañábamos, hace varios días que no venía. ¡Miguel! ¡Se están mojando las escobas! – le grita a uno de sus hijos.
-: Hola, Sara, estuve en el hospital la semana pasada, estaba cansado. Deme una tira de pan, ya sabe cuál me gusta, un paquete de galletas saladas, una lata de picadillo, ese fideo tallarín tan bueno, dos paquetes… oh, y 200 gramos de queso para rallar.
La mujer pone todo en la bolsa, se toma su tiempo, los almacenes de barrio son así… antes me desesperaba, quería todo rápido, ahora no me molesta, tiendo a disfrutar cada segundo, como si todo estuviera dispuesto para mi deleite, como si fuera un espectáculo esperando por mí.
-: Son veintiocho dólares con cuarenta centavos – dice alcanzándome la bolsa.
-: Toma, dame el vuelto en caramelos de goma de fresa.
Ella ya estaba llenando una pequeña bolsita transparente antes de que se los pidiera, ya sabe.
-: Adiós, Levi, vuelve pronto.
-: Adiós, Sara, saludos a tu marido.
Vuelvo tranquilo a mi casa, sin apuro, algunas gotas se deslizan por mis mangas, mis mejillas, mi flequillo gotea un poco, pero no me interesa realmente. Levanto un poco la vista. Ahí está parado, con una paleta (chupetín) en los labios, con esa extraña sonrisa que porta siempre, como una máscara, ya sé lo que me espera. Tiene las manos en los bolsillos, tiene frío, es obvio. Mira a uno y otro lado, está esperando que aparezca algún necesitado. Pero es temprano aún.
-: Hola, viejo – me dice cuando estoy por pasar delante de él - ¿Quieres un poco de compañía?
Saco la pequeña bolsa de gomitas y se la aviento sin detenerme. La atrapa con sus rápidos reflejos.
-: Oh, las de fresa… - lo escucho decir a mis espaldas – Oye, algún día aviéntame un pollo al horno, digo, ya que eres taaan generoso, ja, ja. Viejo, loco.
No le respondo, nunca lo hago. Llego a mi casa y pongo la olla con el agua. Me seco y me cambio la ropa, valió la pena mojarse.
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La calefacción está prendida. Estoy sentado leyendo "el amor en los tiempos del cólera", de Gabriel García Marquez. A veces no sé si realmente disfruto la lectura o simplemente lo hago para matar el tiempo. ¡Qué ironía!
Hace un buen rato escuché los murmullos, no es la primera vez, pero ahora escuché un par de reproches y finalmente los golpes. Hoy no estoy muy tolerante, cierro el libro y salgo. Cuando llegó al callejón colindante a mi casa, lo encuentro, la ropa a medio poner, la boca partida y el otro zarandeándolo. De pronto reparan en mi presencia y se sorprenden un poco.
-: Vete a la mierda, intruso – me dice el otro hombre, puedo sentir el olor a alcohol que emana de su asquerosa boca – Y tú pendejo, termina de una vez.
-: ¡Primero me pagas! – Le contesta el "ojos especiales" con bronca - ¡Siempre me haces lo mismo, paga de una vez, maldito avaro!
-: Cómo si tu culo lo valiera… - dice el borracho con burla.
-: ¡Entonces búscate otro!
Veo el puño del hombre hediondo en el aire y sé que ha sido suficiente. Lo agarro con asco de la muñeca sudorosa.
-: Ni siquiera te atrevas – le digo con esa voz carrasposa y profunda que hacía temblar a mis reclutas no hace mucho tiempo atrás.
-: ¿Pero qué mierda? ¡No te metas! – dice ese esperpento tirando de mi agarre e intentando golpearme. Tres limpios movimientos. Una barrida en las piernas, un patadón en el hígado y un puntapié en la sien. Se queda revolcándose en su miseria y el barro que no se ha secado de esta mañana.
El joven se pone de pie, temblando un poco. Saco un pañuelo blanco, en medio de esa obscuridad es como un pequeño fantasma flotando. Se lo extiendo y me mira con temor.
-: Agárralo – le ordeno y me hace caso, luego se lo pasa por el labio partido - ¿Cuánto te debe?
El muchacho mira al otro revolverse en sí mismo y luego me mira a mí.
-: Ve-veinte… veinte dólares.
Meto la mano en mi bolsillo y los saco. Se los acerco y los toma de inmediato.
-: Listo, ahora vete a tu casa y deja de malgastar tu tiempo con perdedores – me giro para volver a mi casa. Me alegra sentir los pasos veloces del joven retirándose del lugar.
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Me duele la cabeza, salgo un rato a la galería del frente de mi casa, está lloviznando de nuevo, el aire frío me pica un poco la nariz, con seguridad se me pondrá un poco roja, me arropo de nuevo sobre el poncho marrón de lanilla, sentado en la hamaca que tengo muevo una pierna para sentir el suave vaivén de la silla.
Cierro un momento los ojos, cuando siento un chapoteo acercarse. Miro curioso. El joven de ojos especiales se acerca corriendo, siempre el mismo jean gastado y esa remera liviana que no lo cubre lo suficiente del inclemente tiempo. Sin permiso pisa la galería mojándola un poco, sacude la cabeza desgarbada como un perro.
-: Hola – me dice sonriendo, la mejilla levemente morada y el tajo en labio, seco que sigue presente.
-: Hola – le devuelvo desconcertado.
-: Perdón por no venir antes, quería devolvértelo – dice mostrándome el pañuelo blanco. Está pulcramente doblado y limpio. Me sorprende considerando la apariencia del jovenzuelo. Acepto el retorno – Por cierto, yo soy Eren, ¿cómo te llamas?
-: Levi – respondo escuetamente, me llama la atención la confianza con la que me trata.
-: Oye, Levi, gracias por ayudarme el otro día. Lamento haberte molestado, pero es que Jhonny es un aprovechado.
-: No tienes porqué – Estoy a punto de darle un sermón sobre que debería cuidarse más y no meterse con tipos malos. Pero no creo que sea necesario, estoy seguro de que sabe perfectamente que lo que hace es peligroso.
-: Ey… mmm… ¿quieres algo de compañía?
-: Sí, porque no… - respondo escuetamente y es suficiente para que se siente a mi lado, miro disimuladamente sus manos, tiene las uñas algo moradas, sin embargo no tiembla en absoluto.
-: Tienes un lindo lugar aquí, ¿eh? – No parece nervioso para nada - ¿Vamos adentro?
-: ¿Disculpa? – le digo sin entender.
-: Bueno, no creo que tus vecinos aprecien que me folles aquí afuera, así que creo que sería mejor si entramos ¿no? – Me quedo impactado con sus palabras – No te cobraré, tú ya pagaste el otro día, es en agradecimiento, por así decirlo.
Suspiro desganadamente y me pongo de pie, el joven se para también, parece feliz, entonces me giro y escojo cuidadosamente las palabras.
-: Escucha Eren, en primer lugar no me debes nada, no te sientas en la obligación de retribuir el favor, hablo en serio y segundo, podría ser tu padre.
-: En buena hora no lo eres viejo, pero oye, no seas tímido, te haré pasar un buen rato, en verdad soy bueno en esto.
-: Gracias por el ofrecimiento, pero no – me giro para entrar y el joven se queda parado afuera, el rostro en franca confusión – Espera un momento aquí – le pido mientras entro a la casa. Revuelvo el lavadero hasta que lo encuentro, el buzo frizado que utilizábamos en el regimiento. Tal vez le ande un poco justo en las mangas, pero es abrigado, tomo un paquete de galletas de la cocina y salgo. Está afuera, mordisqueándose una uña y a punto de prender un cigarro.
-: Oye, no, no, no prendas esa porquería en mi casa – guarda el pitillo antes de que se lo arrebate – Escucha, si quieres agradecerme apropiadamente hay una cosa que quiero, acepta esto.
Recibe la ropa y me mira levantando una ceja.
-: Tengo cosas que hacer, úsalo, y cuídate, Eren – le digo antes de entrar de nuevo. Realmente espero que se lo ponga y no que lo deje en la hamaca. Voy a prepararme un té y luego miro por la ventana, afortunadamente se lo ha llevado, sonrío un poco.
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Los últimos días se ha puesto en verdad muy frío, en cualquier momento comenzarán las nevadas. No debería, pero me preocupa un poco el mocoso de mierda. No lo he visto en los últimos días. Sólo espero que esté bien.
Me abrigo y me voy a la farmacia. Debería haber tomado el colectivo, esas quince cuadras son como quince kilómetros. Esta vez me detengo tres veces, cada vez me cuesta más, pero soy un hombre de batallas, dar pelea es mi misión en este mundo. A veces extraño el ejército, la rutina, el orden, el poder sobre los reclutas, los camaradas… Finalmente llego al negocio y le extiendo todas las malditas recetas, más de siete medicamentos. La mujer del mostrador los recibe, me sonríe y se pone a preparar el pedido.
Con mi bolsa en la mano retorno, estoy cansado, mucho, pero necesito sentir que quince cuadras no pueden vencer mis convicciones. Después de la sexta, la frente perlada de sudor, me detengo en el puente de Saint Charles. Apoyado, las bocanadas de aliento se transforman en vapor blanco y estoy boqueando como pez fuera del agua. Después de unos diez minutos, ya restablecido quiero continuar. Por algún motivo mis ojos se dirigen a la boca de tormenta, ya casi no corre agua por allí, hace años que está seco, apenas la llovizna de ayer ha mojado un poco el cemento cuarteado. Pero no es eso lo que me llama la atención, sino unas largas piernas con un jean gastado y esas deslucidas zapatillas rojas. ¡Joder!
Hay un camino entre unos arbustos que dan al canal. De alguna manera logro descender sin romperme la crisma. Me acerco cauteloso. Hay un vagabundo hecho un ovillo a cierta distancia, y el chico de ojos especiales tirado aquí, con el buzo que le regalé puesto, los ojos fuertemente cerrados y los pómulos encendidos. No parece golpeado. Me acerco y le toco el rostro. ¡Mierda! Está volando en fiebre.
-: Ey, ey… - lo zamarreo un poco y palmeo su mejilla, apenas abre los ojos, pero luego los vuelve a cerrar. Corro hasta el vagabundo que estaba despierto y miraba la escena en silencio – Oye, ¿quieres ganarte treinta dólares?
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Me ha llevado prácticamente toda la mañana sacarle la ropa y vestirlo apropiadamente. Está sucio y transpirado, pero ni modo, no puedo bañarlo por mí mismo. Al menos ahora está con un pijama mullido, el calefactor que traje del living a un costado y tiembla todo el tiempo.
Agarro mi celular y marco el número conocido. Suena apenas dos veces y atiende de inmediato.
-: ¿Levi? ¿Estás bien? – dice una voz preocupada del otro lado.
-: Estoy perfecto, oye, tengo un amigo que está con mucha fiebre, ¿podrías ayudarme? Te pagaré.
-: En diez minutos estoy allí.
El rubio de cejas tupidas, médico de cabecera mío, lo revisa adecuadamente.
-: Bueno, tiene bronquitis, pero se nota que está mal curada, de haber seguido así se hubiera transformado en pulmonía y entonces hubiera requerido internación. Dale esta medicina – dice alcanzándome la receta – Bueno, te dejaré unas muestras, cuando se terminen que compre ésta. Aquí te dejo las indicaciones – dice mientras anota con esa letra de anguila eléctrica que sólo los médicos pueden entender – Tres veces al día el jarabe, el ibuprofeno en pastillas, cada seis horas hasta que baje la fiebre. Que haga nebulización y si no tiene para hacerse, en una olla pones unas hojas de eucaliptus y sal gruesa, que haga vaho con una toalla, dos veces al día, hasta que se le afloje todo. Probablemente cuando empiece a expulsar esté un poco descompuesto y esté inapetente. No importa, que coma cuando pueda. Mucha hidratación, jugos con sales, sopas, caldos, infusiones, agua, de a sorbos pequeños. Dentro de 48hs me llamas y lo revisaré de nuevo.
-: Gracias, Erwin, ¿cuánto te debo?
-: Una taza de té.
-: Anda, no bromees, siempre es igual contigo.
-: Vamos, Levi, hazme ese sabroso té negro que sólo tu preparas tan bien y conversemos unos minutos que debo regresar pronto.
Estamos en la cocina, Erwin deshaciéndose en halagos con una simple taza de té.
-: No estás yendo al control – me dice con cara seria.
-: ¿Vas a regañarme de nuevo, papá? Ya, no me ofusques, iré, ¿ok? Iré esta semana.
-: Lo que te pasó a principio de mes no fue una broma, Levi, debes cuidarte por amor a Dios. ¿Y quién es el muchachito? ¿Tu novio?
Casi que me le rio en la cara, me tomo mi tiempo para responder, sé que lo estoy haciendo sufrir.
-: No, es sólo un amigo.
-: Tú no cambias, ¿eh? ¿Recuerdas ese gato desgarbado que trajiste a casa una vez? ¿Ese blanco?
-: ¿Félix?
-: ¡Ése! Animal del demonio – dice recordando y tomando un sorbo.
-: No era un animal del demonio, simplemente que era lo suficientemente inteligente para darse cuenta que lo detestabas, y él solo respondía a tu aprehensión.
-: Meaba mi maletín, Levi – me recrimina con reproche, miro al rubio y nos echamos a reír.
-: ¿Qué le pasó? – indaga curioso.
-: Se lo comió el perro de mi vecino. Ése es un animal salvaje, salvaje como sus dueños.
-: Oh, lo siento.
-: Sí, lloré mucho por él… - digo suspirando – Era mi compañero. ¿Y cómo anda Trípode?
Trípode, un apodo de humor negro para el perro gordinflón de Erwin, le falta una pata.
-: Oh, ahí está, viejo y gruñón.
-: Igual que tú – le digo y el rubio se sonríe. Se levanta para lavar la taza y se acerca un poco a mí.
-: Ey… - dice acariciando mi cabeza, es nostálgico – Promete que iras al chequeo…
-: Lo haré, no fastidies.
-: Te extraño…
-: No comiences – digo alejándome - ¿no que tenías que irte?
-: Sí, sí, tengo una operación de apéndice en dos horas. Ya sabes, cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa que necesites, me llamas.
-: Lo haré, lo bueno de tener un ex que es médico es que las consultas con gratis.
Nos reímos bastante y lo acompaño a la puerta. Me deja un beso en la frente, es más fuerte que él. Antes solía dolerme bastante, pero ya no. Ahora estoy bien. Vuelvo al cuarto, de alguna manera logro que el joven trague la medicina. Y vuelvo a la cocina para preparar una sopa.
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Eren se remueve, siente su cabeza sobre algo mullido y cálido, gira el rostro y aspira fuerte, olor a limpio, agradable. Le recuerda a cuando su madre le traía la ropa del lavadero, suave y limpia.
Abre un poco los ojos con esfuerzo, le duele mucho el pecho y se siente débil, pero puede sentarse en la cama. Se mira, la ropa extraña, el lugar que no reconoce y que no es un hospital. Entonces el corazón le late frenético, se pone de pie como puede, se siente mareado, lleva al menos casi dos días sin probar una comida decente. La puerta se abre y ve la figura del hombre. Lo mira espantado.
-: ¿Qué, qué es esto? ¿Por qué estoy aquí? – dice aterrado, cerrando los puños dispuesto a defenderse en cualquier momento. Levi levanta sus palmas y lo mira con calma.
-: Tranquilízate, Eren. Te encontré debajo del puente de Saint Charles, estabas empapado y volando en fiebre, por lo que te traje aquí y ayer te revisó el doctor Erwin Smith. Sí te dejaba ahí tirado ibas a morirte. Tranquilo, puedes irte cuando quieras.
-: ¿Dónde está mi ropa?
-: Ya te la traigo, la puse a secar esta mañana, espera un momento – vuelve con lo solicitado y la deja en una silla cercana, su experiencia le dice que no es sensato acercarse a un ser humano con miedo, no hasta que se calme un poco – La lavé un par de veces, porque las telas estaban percudidas, espero no te moleste.
-: ¿Por qué haces esto? – dice el joven casi con molestia.
-: Sólo quería ayudarte.
-: ¿Por qué?
-: Porque sí.
-: ¡Mientes! Nadie ayuda a otro porque sí. Te lo dije la otra vez, si querías mi cuerpo no necesitabas arrastrarme aquí.
-: ¿Qué? Oi, oi, mocoso, aminora la marcha, yo no estoy interesado en tu cuerpo. Tengo consciencia, ¿sabes? No podía dejarte a la buena de Dios en ese lugar de mierda.
Eren retrocede y se sienta, le duele la cabeza.
-: En la mesa de luz está tu medicación y el agua, debes tomar la pastilla amarilla y la blanca. Ahí están las recetas para que lo corrobores, tienes una feroz bronquitis. Si quieres irte estás en tu derecho, pero si quieres quedarte y recuperarte apropiadamente, sólo te pediré que te bañes porque apestas. Hice una suculenta sopa, al menos come un poco y luego decide qué hacer.
Eren lo mira con desconfianza, Levi entra a la habitación con pasos lentos y tranquilos, va hasta un mueble y saca un par de toallas, junto a otro pijama de color negro.
-: ¿Qué harás? – le pregunta sin acercarse todavía.
-: Está bien, me bañaré.
El hombre tiene que ayudarlo, el joven está tambaleante. Llena la bañera con agua bien caliente. Lo ayuda a sacarse la ropa, lo único que queda sobre el cuerpo moreno es un colgante con una cruz plateada. Se apoya en Levi para entrar en la tina. No tiene vergüenza alguna de su cuerpo desnudo. Exhala un suspiro sentido cuando el agua le acaricia los músculos agarrotados. Sin dudas hace años que no puede disfrutar de un baño como ese. Siempre duchas rápidas en los bares o los hoteles alojamiento.
-: Te lavaré la cabeza – avisa Levi tomando un cuenco de plástico. El joven se deja hacer. El agua cae una y otra vez sobre las hebras castañas, luego el shampoo, el hombre hace bastante espuma en la cabeza del muchacho y refriega enérgicamente – Cierra los ojos o te entrará el jabón.
Parsimoniosamente lava el cabello para dejarlo brillante y sedoso. Eren parece un cachorro mojado. Luego lo mira a través de la cortina de agua sobre su cabeza. Los ojos especiales están algo apagados, sin duda por la enfermedad. Le avienta una esponja.
-: Lávate apropiadamente, dejaré entornada la puerta, si necesitas ayuda para salir sólo llámame.
-: Levi… - llama el muchacho antes de que el hombre se vaya – Gracias…
-: De nada, mocoso.
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Ahora está sentado al borde la mesa de la cocina. Las piernas sobre la silla, abrazado a ellas, sigue con sus ojos los movimientos del pelinegro. Pronto un humeante plato de sopa está frente a él, su boca se hace agua. Levi se sirve también.
Eren agarra la cuchara para hundirla en el caldo que huele como la octava maravilla del mundo.
-: Espera – dice el hombre – Hay que rezar y agradecer – Junta las manos y el mozuelo baja las piernas y lo imita – Dios, te agradecemos por el pan sobre la mesa, y este día más de vida, amén. Ahora sí, come. Oi, sopla que está extremadamente caliente.
Pero a Eren no parece importarle, traga y traga como si se le fuera la vida en ello, chapoteando sobre el plato como un cerco famélico.
-: Oi, tranquilo – Lo regaña Levi, el joven lo mira, algunas gotas se le escurren por el mentón – Joder, eres un puerco – le limpia la cara con la servilleta – Te hará mal si comes tan rápido, nadie te va a sacar el plato de comida. Sé que tienes hambre, pero trata de saborear un poco. Si te quedas con hambre te serviré más.
El muchacho intenta no parecer un cavernícola, y trata de comer más despacio, pero es que la sopa está tan deliciosa, y los pedazos flotantes de pollo son extraordinarios. En un santiamén se termina su plato, toma una hogaza de pan de la panera y se llena la boca que casi no puede masticar. Levi se frota el puente de la nariz, ese mocoso pone su paciencia a prueba. Se levanta y le sirve de nuevo, cuando vuelve nota que la pata de pollo de su plato ha desaparecido, sólo está el hueso pelado a un costado. El joven baja la mirada como una mascota que sabe que se ha portado mal. Pone el nuevo plato frente a él.
-: Oi, hay reglas en esta casa, puedes servirte las veces que se te antoje, pero no robes comida de mi plato, ¿entendido? – Eren asiente y vuelve a tragar con ansias - ¿Quieres jugo? – Asiente.
Levi trae la jarra y le sirve, para entonces el segundo plato está vacío. El muchacho se frota el abdomen, ah, la hermosa sensación de tener el estómago lleno, de inmediato se enciende la sonrisa en su rostro.
-: ¿Más?
-: Sí, por favor – dice acercándole el plato y lamiendo la cuchara. Levi no sabe si sentirse contento o triste, pero nuevamente deja otro plato lleno. Ahora el joven come con más calma – Cocinas excelente – dije con la boca llena.
-: Bueno, al principio apestaba, siempre dejé esta tarea a otros, pero la necesidad saca habilidades que uno ni sabía que podía tener. Igual, creo que tienes demasiada hambre. Como sea, esta sopa me la preparaba mi madre, en paz descanse. Siempre que volvía de la escuela con algún golpe, o que tenía un día malo, ella me decía: "Levi, vamos a preparar la receta mágica que cura todas las penas" – el joven lo escucha atentamente – Tal vez fueran sus palabras, pero juro que siempre después de tomar esta sopa me sentía increíblemente mejor.
-: Tal vez si fuera mágica después de todo – dice el joven sonriendo – Yo ya siento los efectos.
Levi bufa y come tranquilamente, casi con lentitud. No va ni en la mitad y Eren ha terminado todo.
-: ¿Más?
-: No, fue suficiente, voy a reventar – acota mientras se golpea el vientre con la palma y se estira un poco, aún tiene ojeras y los ojos algo rojos - ¿Cuántos años tienes Levi?
-: Muchos.
-: Mmm… ¿cuarenta?
-: Casi, treinta y nueve.
-: Yo tengo veinticuatro.
-: En tus sueños – acota el hombre y bebe un poco de jugo – Con suerte tienes dieciocho.
-: ¡Ja! Diecinueve. ¿Eres gay?
-: Si ya terminaste, lávate los dientes, hay un cepillo nuevo, el naranja, y vete a dormir, debes recuperarte.
-: No estoy moribundo, ¿quieres algo de compañía? – pregunta casualmente.
-: ¿No me estás haciendo compañía en este momento?
-: Ja, ja, ja, ja – se carcajea el joven y se muerde el labio inferior – Tú te lo pierdes anciano, gracias por la cena – Se levanta y se pierde en el pasillo.
Cuanta confianza, piensa Levi. Pero a pesar de todo le agrada tener la presencia de otro ser humano en la casa, es como si se hubiera sacudido del gris de siempre y se hubiera pintado de colores. Suspira y se pone una mano en el pecho, lo sabe bien, está contento.
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By Luna de Acero… escondida por las nubes de lluvia…
