I
Mi matrimonio con el muggle.
{ Isla Black }
Clase.
Altura.
Respeto.
Pureza.
Yo perfectamente sabía que se necesitaban todas esas cosas para ser una Black entera y no ser borrada del tapiz, una reliquia familiar de la que todos estaban orgullosos por pertenecer. Ser Black, era ser parte de la Nobleza Mágica. Ser Black era un orgullo. Y ser borrado del tapiz, era una amenaza frecuente que nunca antes había sido cumplida. Hasta que llegué yo, claro, y decidí que nada de lo anterior me importaba. Mucho menos, ser una Black.
¿Quién acaso en el Mundo Mágico tenía más clase y altura que los Black? Todos en la familia éramos enseñados desde pequeños a imponer respeto sobre los demás, y dentro de eso tenía que ver la pureza de sangre. Era todo para nosotros, para ellos.. Pero lo más importante era tener orgullo de pertenecer a esta familia; una familia antigua, defensora de la pureza de sangre, y del repudio a los muggles. Eso era otra cosa que se nos enseñaba a todos los integrantes.
—Jamás se junten con un muggle —nos repetía siempre mi hermano mayor, Phineas Nigellus, a mi y a la psicótica de mi hermana, Elladora. Tenía un trauma enorme con los elfos domésticos, y... bueno, eso ya es otra historia que no voy a contar.
—Claro, Phineas, como tú digas —le respondía siempre yo, con marcado sarcasmo, para luego irme a tomar el té junto a mi madre y a mi tía. Era cuestión de todos los días, y ya era costumbre.
—¿Sabías que los muggles tienen enfermedades que para los magos son mortales, Isla? —me dijo una vez Elladora, y yo no pude más que carcajearme de forma burlona.
—¿Te lo dijo el elfo de la tía, no es así?
—¡Madreeeeee! —salió gritando. Hasta el día de hoy la recuerdo con ese grito... quizá sea porque fue la última vez que oí su voz. Al día siguiente, yo ya no estaba viviendo en la casa.
Salí de la mansión Black sin pensar absolutamente en nada más que lo harta que estaba de pertenecer a esa familia de locos psicóticos amantes de la sangre pura. Siempre lo dije; si les gustaba tanto el tema de la sangre, ¿por qué no hacían que los mordiera un vampiro y asunto resuelto? ¡Bah! Pobre de mi, si mi padre me hubiera escuchado alguna vez.
Me recogí la falda y me senté con cuidado en un parque muggle. ¿Que si no le tenía miedo a las enfermedades, o a que me mordieran para absorberme los poderes? ¡Ja! Mis hermanos no sabían hacer otra cosa que repetir las patrañas que escuchaban de sus compañeros de colegio... Tuve suerte en decidir no ir a Hogwarts, y dedicarme a mis ancianos padres. O tanta suerte como se pueda hablar de una vida con dos aficionados a la nobleza taladrándome la cabeza con el casarme con un Xaxley.
En aquel parque, lo conocí a él. ¿Que si me enamoré? ¡Claro que no!, y mucho menos de un muggle... pero necesitaba hacer algo para poder salir de una buena vez de esa familia, y no iba a perder la oportunidad perfecta. Los muggles me daban asco, no por todo lo que decían en mi familia, sino porque los encontraba seres sumamente ignorantes y estúpidos. Bob era diferente... aunque seguía siendo un imbécil.
Dos semanas después, anuncié mi casamiento a mi familia. Media hora después de ello, mi nombre en el tapiz no era más que una mancha borrosa, y mi persona en la casa se había convertido en un fantasma que no se iba a poder volver a nombrar. No me molesté siquiera en aclararles que un par de días después maté a mi marido. Herencia de los Blacks, mi frialdad pura.
No me importó absolutamente nada. El Ministerio perseguiría a un mago vagabundo, al que le robé la varita para matar a mi marido, por "haber matado a un muggle de apellido Hitchens", y yo iba a poder vivir impune y feliz durante el resto de mi vida. De algo me sirvió aprender de los mejores, ¿no lo creen? No sería nunca más Isla Black, pero al menos la vida sería mejor para mi.
