Es domingo por la noche (una noche que es más bien madrugada) y hace tiempo que he perdido de vista a mi hermano, por no hablar de Ray, que nada más entrar por la puerta del casino se perdió en una sala llena de tragaperras.
Ahora me toca merodear por ahí con mi copa en la mano y cara de me-voy-a-casar-en-menos-de-24-horas-por-favor-que-alguien-me-de-un-tiro.
Sí, en efecto, estoy celebrando mi despedida de soltero en un casino-en las Vegas, más concretamente-y mis acompañantes han desaparecido porque así son ellos y es su manera de demostrarme su amor incondicional.
Me acerco a la barra de uno de los tantos bares que hay desperdigados por todo el edificio y me termino la bebida con el codo clavado en la superficie de madera.
No sé cómo pude acceder a realizar este viaje, de verdad. Nunca me han gustado los sitios abarrotados de gente, ni tengo intención de hacerme millonario gastándome el sueldo en cualquier juego estúpido. Y la ciudad, hasta el momento, me ha parecido de todo menos glamurosa.
Estoy cansado y mi instinto es mirar la hora en el móvil, pero nooo… Es imposible porque, joder-esto-son-Las-Vegas-está-prohibido-tener-contacto-con-cualquier-atisbo-del-exterior, mis queridos y leales compañeros tuvieron la magnífica idea de quitármelo.
Estoy cansado y todo aquí es ridículamente brillante y ruidoso. No hace falta aclarar que a mí no me hace ni zorra gracia pasar mi último aliento de soltería y libertad encerrado en una especie de bunker acorazado lleno de ludópatas borrachos, pero de nuevo mis fieles amigos y su poder de persuasión son superiores a mí resistencia.
Ya he decidido salir de allí con o sin mi móvil y con o sin esos cabrones, cuando veo por el rabillo del ojo una mesa de blackjack. Por supuesto, no es eso lo que me llama la atención, sino el crupier que gesticula y ríe entre el gentío.
-Vamos, señora, ¿de verdad quiere asegurar ya?-dice en tono dicharachero a una mujer entrada en años, que le mira suspicaz.
-Hmm, no me fío de ti, muchacho-en este momento el aludido estalla en carcajadas-.Sí, ríete, ríete… Pero yo digo que estás a un punto, y me mantengo.
-Vamos, señora… Piénseselo usted mejor, que si a esta falla, ya no hay más oportunidades y va de vuelta a las máquinas. ¿Está usted realmente segura?
-Que, sí. Que enseñes de una vez esos veintiuno.
-A sus órdenes-añade con un gesto servicial.
Me acerco más a la mesa y veo las cartas sobre el tapete: juntas cuentan 20.
-¿Ve, señora, cómo no la engañaba? Ay… si es que hay que hacer más caso a lo que se nos dice-indica suavemente, fingiendo dar una regañina a la clienta, que no sale del shock.
Ante la escena no puedo evitar reírme (creo que por primera vez en toda la noche).
-¿Quiere jugar, caballero?
Levanto la vista y observo cómo el crupier revuelve la baraja mirándome directamente a los ojos.
-Eh, esto, no. No estoy interesado, gracias-me justifico algo nervioso después de tanto tiempo sin mantener una "conversación" más allá del "una cerveza, por favor".
-Como mande. Pero que sepa que empezamos una nueva partida.
No me uno al juego, pero sí me quedo siguiendo las jugadas de los participantes, y la actuación del crupier. Éste tiene el pelo negro, con un flequillo cubriéndole ligeramente la cara, y viste el uniforme del centro, que consta de un chaleco negro con camisa blanca (que lleva remangada hasta los codos, dejando a la vista varios tatuajes) y unos pantalones también negros.
De vez en cuando me echa una mirada furtiva por encima de sus cartas, con las cejas arqueadas y una expresión infantil. En esos momentos yo no puedo más que desviar la mirada y esperar que atribuya el sonrojo de mi piel a las últimas copas que llevo ingiriendo. Y es que no soy tan ingenuo como para no darme cuenta de que me estoy tirando mucho, demasiado, tiempo mirándole fijamente. Porque, aunque resulte bochornoso admitirlo, el tío es atractivo.
Pero no hay posibilidades de nada, y ya está. Sobretodo porque mañana me caso con Lindsay, y soy una persona fiel. Lo he sido durante seis años, y el día antes de mi boda no es buen momento para cambiar de idea, y mucho menos por un hombre.
Seis años, que se dice pronto. Seis años con la misma mujer, que pronto será la definitiva. Y la quiero. Llevo seis años con ella, ¡como para no quererla! La quiero… creo… Porque, a ver, ¡es lógico y completamente admisible que después de tanto tiempo te entren las dudas! ¿No?
Espera, ¿quiero casarme? ¿La quiero a ella? Es como si el tiempo hubiera arrastrado el amor y hubiera dejado… complicidad.
A ver, a ver… El matrimonio es una cosas muy seria, no te la puedes tomar así, a la ligera. Tienes que estar convencido al cien por cien, que si no te pasa como a la señora del blackjack: te quedas sin nada de lo que has apostado.
De repente me siento como la novia que da media vuelta al llegar al altar, en el último momento. Seré cobarde…
-Ey, ¿todo bien?
Siento cómo me tocan el hombro y, al girarme, me encuentro al crupier inclinado hacia mí con una sonrisa ladeada.
-Oh, sí, sí.
-Estabas como ausente -rió apartando la vista y la mano. Bonita risa, por cierto-Bueno, ya se terminó mi turno. ¿Tomas algo?
-Sí, claro -accedo dudoso. No sé si estar con él mientras me cuestiono todo el tema de Lindsay será buena idea, pero al menos es una idea.
Me lleva a la barra de nuevo y pide dos cócteles bien cargados, argumentando que le salen gratis por ser un empleado de la casa.
-Frank -salta de repente.
-¿Perdón?
Estalla a carcajadas como si aquello fuera lo más gracioso que jamás hubiera oído y, cuando se recupera, aclara:
-Frank, es mi nombre. Me llamo así: Frank.
-Ah, yo soy Gerard.
-Encantado de conocerte, Gerard -me tiende cordialmente la mano y, tras vacilar unos instantes, le devuelvo el saludo.
Me empieza a hablar sobre su trabajo y cómo tienen amañados los resultados, y yo acabo contándole el motivo de aquella noche.
-¡Vaya! Así que te casas. Pues, enhorabuena, hombre. Te sentirás feliz, ¿no?
Y no sé si es por el segundo cóctel o por mi innata sinceridad, que me da por ser sincero:
-No.
Esa respuesta hace a Frank atragantarse con su bebida y mirarme confundido mientras tose.
-¿Cómo… cómo que no? Joder, tío, que te casas. Deberías estar pletórico de emocionado.
-Ya…
-Pero, ¿estás enamorado?
-Pues no sé. Lo estaba, pero…
-…Ahora no quieres casarte, ¿es eso?
-Supongo.
-Bueno, pues no lo hagas.
Y de nuevo el alcohol me juega una mala pasada:
-¿Alguna idea sobre cómo?
-Pues… ¿Has pensado en decírselo directamente?
-No, ni borracho me atrevería-y eso último tiene su gracia dado mi estado.
-Bueno, una manera de no poder casarte es estar ya casado.
-Ya, pero es que yo NO estoy casado.
-Bueno, pues cásate.
-¡Pero eso es justo lo que estoy intentando evitar!-Frank no ha bebido tanto como yo y su cerebro ya deja de procesar correctamente.
-No, tú estás evitando casarte con TU novia. Tienes que casarte con otra persona.
-Sí, ¿con quién?
-Cásate conmigo.
Y si ya he dicho suficientes gilipolleces, esta gana a todas ellas juntas por goleada y con penaltis.
-¿A ti no te importa?
