Disclaimer: Digimon ni sus personajes me pertenecen.
¡Feliz cumpleaños Cora!
Espero que te guste mi pequeño regalito. Una colección de drabbles de una historia común, de la que sé, tú pareja favorita de Digimon.
Admira la luz que puedes ver y nunca pierdas la esperanza de lo que puede venir.
Que sea un bonito cumpleaños. ¡Te quiero!
Refracción de Luz
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Negro.
¿Cómo te sientes?
Esa era la pregunta que más se había repetido los últimos seis meses de mi vida.
Uno tras otro. Siempre venían con ese andar ligero, carraspeando antes de decir cualquier cosa, poniendo la voz más suave que tenían y acariciando mi espalda despacio, como si fuera a quebrarse. Intentaban hacerme sentir la compasión que ellos mismos sentían.
No, no puedo sentirla. No quiero sentirla.
Desde el día del accidente todo giró como un torbellino frente a mí. Fue un empujón, un risco al que fui obligado a saltar. Y después del choque inicial ya no había nada.
Nada.
Tiendo a creer que para todos fue mucho más fuerte lo que pasó, mucho peor que para mí. Y sólo me detengo pensando en si en realidad fue así.
¿Qué tan malo es?
¿Qué tan triste es?
¿Qué es lo peor?
La oscuridad, eso es lo peor.
Y sé que esa es la respuesta más certera que puedo dar con respecto a cómo me siento. Por más que muchos me pregunten e intenten entender, nunca lo harán. No saben lo extraño, difícil y diferente que es.
Tener todos los colores en tus manos, tener todas las formas y abstracciones del mundo frente a ti, y que de un parpadeo ya no existan. Ya no estén. Y ya no pueda verlas, ya no pueda regodearme, ya no pueda maravillarme.
Fue una hora, un minuto, un segundo. Fue un impulso, fue la estúpida idea que tuve de poder ser fuerte y mejor. Fue un error.
Ellos eran dos, y mucho más grandes. Yo estaba solo y la oscuridad me confundía. Uno me agarro de los brazos, me lanzó al suelo y se explotó en risas sobre mí. Pero aun así me sentía poderoso, lleno de egolatría y una determinación que nunca existió. El otro me escupió, movió sus brazos contra mi cuerpo y buscó lo que quería. Fue el moverme, el intentar desafiarlos lo que me condenó.
Y luego solo vino el dolor y la oscuridad. El ácido escocía, sentía mi rostro derretirse a su paso, sentía mi corazón bombear en respuesta al dolor, sentía mi garganta arañarse producto de los gritos.
Y ellos reían, como si fuera una obra de arte, una película de comedia, una obra griega. Tomaron lo que deseaban y huyeron. Y se llevaron con ellos los colores y las luces.
Se llevaron todo lo que mejor conocía.
Y lo que más me gustaba de estar vivo.
En su lugar quedé yo. Una cascara vacía, un retrato en blanco y negro de lo que fui. Un mero contenedor de lo que fue Takeru Takaishi alguna vez.
Un pozo que no puede ser llenado. Gritos, dolor, vacío.
Los golpes en la puerta vuelven. Giro mi cuerpo en dirección a la muralla, o eso creo. La puerta se abre y siento como chilla el metal, como cruje la madera, como la persona toma aire ante el nerviosismo.
¿Qué puedes decirle a una persona que lo perdió todo?
El peso en el colchón cambia. No me giro. Pero me alienta no sentir la mano sobre mi espalda como ha sido este tiempo, me alienta no escuchar sus "lo siento tanto".
Porque no lo sienten. Porque ellos no saben lo que es esta mierda.
Hay un silencio que pareciera componer mis piezas, como si solo necesitara eso. Silencio, tranquilidad y paz.
Olfateo el aire y el aroma que llega a mis fosas nasales es conocido, es familiar, es cálido y alentador. Es como si una parte de mi vida volviera a ser lo que era hace unos años, es como si nada nunca hubiera pasado. Como si volviera a ser ese niño que brillaba para los demás.
Yamato es una fuente de tranquilidad, siempre lo fue. Siempre sabe que decir, o que no decir. Siempre está ahí donde debe y cuando puede.
Pero no había estado, había escapado. Mamá dijo que el dolor fue mucho y el desconsuelo peor. Y creo poder entenderlo, porque si fuera yo, tampoco vendría por mí. Es un cuadro deprimente que nadie quiere admirar en su totalidad, que nadie se atreve a abordar.
Que nadie quiso pintar a propósito.
Y su mano viene a mí, pero no llega a mi espalda. Acaricia mi cabeza, como lo hizo tantas veces, y menguó el dolor en cierto punto como lo logró tantas otras.
Y si no fuera porque ahora soy más consciente de mi rededor que antes, no podría haber sabido que estaba llorando. Que su cuerpo estaba saltando, que contenía los gemidos e hipidos que querían ser libres.
Se quiebra él. Me quiebro yo. Y las lágrimas caen como torrentes por mis mejillas, llevándose consigo parte de lo que había tenido guardado tanto tiempo y abriéndole la puerta a muchos otros demonios.
¿Y qué hay ahora?
Negro. Solo negro.
