Disclaimer: Rowan y Arah son personajes nacidos para el universo de los Juegos del Hambre y nos pertenecen a mí y a Cora, respectivamente.

La increíble portada es arte manual y digital de la asombrosa Camille Carstairs.

Regalo de cumpleaños para Coraline T.

Nos leemos abajo.


Capítulo 1


Arah


—Ya sé que tu sonrisa no es la gran cosa, pero al menos deberías intentarlo, parece que vas hacia un funeral— me riñe Emma mientras se echa viento con un abanico de plumas—. Ya de todas formas llevamos todo en contra por culpa de lo delgada que estás, Arah. No sé qué haremos si no le llegas a gustar lo suficiente, ni, válgame Dios, llega a pensar que no puedes engendrar niños por esa cintura tan diminuta.

Me contengo para evitar hacerle una mueca. Es mi madre y se supone que debería amarla, pero, en momentos como este, es difícil verlo de esa manera, especialmente cuando no han pasado ni dos semanas desde que decidió soltarme, de buenas a primeras, que estaba comprometida con un sujeto al que ni siquiera conocía y, más aún, lo había estado desde antes de que aprendiera a andar y nadie había tenido la gentileza de decírmelo.

Para hacer las cosas aún más difíciles, resultaba que el sujeto en cuestión acababa de asumir su estúpido título a raíz de que su estúpido padre se encontraba estúpidamente muerto. Y sí, ahora resultaba que necesitaba una estúpida esposa. Yo.

Descorro las cortinas del carruaje, intentando ver el paisaje que nos rodea. El mar ha dejado de estar en la lejanía desde hace horas y ahora todo lo cubre un manto verdoso, mientras las ramas de los árboles se entrelazan sobre nosotros, formando un dosel que arroja haces de luz aquí y allá. Deseo que el camino se prolongue para siempre. Que el cochero se pierda y no lleguemos nunca a nuestro destino. Que los baúles con mi equipaje se desprendan de la parte trasera del vehículo y que, entonces, mi madre decida que no estoy en condiciones de presentarme ante el duque— mi futuro esposo— y yo pueda escaparme.

Sé que ninguna de esas cosas va a suceder. Madre se aseguró de que el equipaje estuviera bien asegurado— ha gastado el poco dinero que nos queda en él porque esto, mi boda, es el único seguro que tenemos contra la bancarrota—. El cochero, igual que el carruaje, pertenece al duque y debe saberse estos caminos de memoria y, aún y cuando tuviera la oportunidad de escaparme, sé que no lo haría. No soy lo suficientemente valiente. O más bien, no soy lo suficientemente cruel como para someter a mi familia a las cosas horribles que les sucederían si la gente llega a enterarse de que, en este momento, vivimos únicamente de apariencias porque todo lo demás se ha esfumado.

—Aún faltan un par de horas para que lleguemos— dice madre—. Cierra esa cortina, me estás causando dolor de cabeza.

Es desesperante. Este es el décimo día de travesía y aún no sé qué tan cerca estamos de llegar a nuestro destino.

Me recreo por unos segundos más con la vista antes de dejar que el pedazo de terciopelo azul vuelva a su lugar.

Se supone que la propiedad del duque de Saint Ives es descomunal, me pregunto si ya estaremos dentro de sus terrenos. Dejo caer la cabeza hacia atrás y me masajeo las costillas a través de la tela. Aún y con sus quejas sobre mi peso, madre ha apretado demasiado el corsé y, por momentos, se vuelve difícil respirar.

Cierro los ojos y me quedo dormida, o al menos eso supongo pues, lo siguiente que sé es que son los gritos de madre los que me hacen volver al presente.

—¡¿Qué has hecho?! —me grita—. ¡Arah! ¡Por el amor de Dios! ¡Tú cabello! —me paso la mano por un costado de la cabeza y me doy cuenta de que he aplastado el sombrero y el cuidadoso peinado que madre me había hecho antes de salir esta mañana.

—Lo siento— empiezo, pero madre no quiere saber nada de mí.

—Juro que lo haces para probarme, Arah, lo juro— dice mientras sus ojos se llenan de lágrimas de ira contenida.

A veces, me pregunto si, inconscientemente, es así.


Rowan


—Debería llegar en cualquier momento ahora— dice Jessabeth mientras se deja caer descuidadamente sobre uno de los sofás.

—¿Qué te he dicho de entrar en mi despacho sin anunciarte?

Ella se encoje de hombros y se ríe:

—Los pasajes en las paredes están ahí para ser usados, Wan-Wan.

—No me digas así, Jessabeth.

—Estoy segura de que hay un motivo por el cual no le has dicho a nadie más sobre los pasadizos, oh Gran Duque de St. Ives.

Ruedo los ojos.

—Eres un incordio.

—Soy tu hermana favorita.

—Eres mi única hermana.

—Y eso me hace tu favorita. Ahora dime ¿estás emocionado porque Lady Arah debe estar a punto de llegar?

Ni siquiera me molesto en levantar la vista del libro de finanzas que he estado estudiando.

—¿Rowan?

—¿Hum?

—¿No te pone nervioso?

—¿El qué?

—No sé… el que no te guste. Podría faltarle un ojo o tener branquias o algo así.

—Debes dejar de leer esas novelas, Jessie— ella sonríe cuando utilizo el apelativo cariñoso que reservamos únicamente para momentos familia.

—En serio ¿qué harás si no te gusta?

No me molesto en decirle que ya me he asegurado de que eso no suceda. Lo hice hace años, cuando el compromiso empezó a tambalearse a raíz de las dificultades económicas de los Ranghild. Cyrelle Ranghild, Barón de Claude, empezó a hacer una serie de inversiones nada favorables y Emma Ranghild mantuvo un estilo de vida muy por encima de sus posibilidades económicas. El resultado fue que, pasados unos cuantos años, empezaron a sobrevivir a costa de apariencias y deudas sobre más deudas.

Padre estuvo a punto de romper el compromiso pues, cuando se había fraguado, los Ranghild se encontraban en lo alto de su escaño social y existían rumores de que, inclusive, estaban ganando favores con el rey para aspirar a un condado, lo cual lo dejaba apenas un par de peldaños por debajo de los Greyfox. Pero luego su fortuna se fue a pique y el poder asociado a su nombre se desvaneció. No tenían nada que ofrecernos a nosotros, más que a la chica en sí. Lo lógico habría sido romper el compromiso, pero padre no lo hizo solo debido a que convencí a mamá para que lo engatusara y dejara la decisión en mis manos.

Había crecido, desde que tenía tres años, conociendo el nombre de quien un día sería mi duquesa. El que fuera tan corto había ayudado a que fuera una de las primeras cosas que aprendí a decir, junto con "mamá", "papá" y "no".

"Arah". Su nombre aparecía en todas partes y ni siquiera la conocía.

Parte del trato que padre había hecho con Cyrelle era que ambos viviríamos nuestras infancias y adolescencias con naturalidad. A padre le había parecido bien, de todas formas, tenía muchas cosas en las cuales enfocarme mientras tanto, un largo proceso de educación para formarme como heredero al título de duque. Ni siquiera se suponía que fuéramos a conocernos aún, pero la muerte de padre en un accidente de caza había acelerado las cosas.

Yo estaba preparado. No iba a esperar más. No quería esperar más por ella.

—¡Está entrando un carruaje! —chilló Jess, que se había movido hasta la ventana.

"No estoy ansioso" me repetí mentalmente.

—¡Vamos a recibirla, hermano!

De repente, la Arah a la que había conocido años atrás, cuando fui a cerciorarme de que la elección que habían hecho mis padres era adecuada, se apareció ante mí. No estaba dispuesto a parecer un puberto ansioso por conocer a una chica.

—Baja tú— le espeté a mi hermana—, yo tengo cosas más importantes que hacer.


Arah


Decir que el castillo era impresionante era quedarse corto. Yo no conocía el castillo de los reyes, pero no entendía cómo podía existir algo más grande que aquel gigante de piedra ante el cual, ahora, me sentía más pequeña que nunca.

Madre había hecho lo que había podido con mi cabello. Quejándose, tanto como le fue posible, de lo finas que resultaban las hebras y de aquel extraño color rubio, casi grisáceo, que había heredado, junto con las pecas, de la familia de mi padre.

Alguien abrió la puerta, justo a mi lado, y una mano enguantada se ofreció ante mí con la palma hacia arriba. La acepté, asombrada por la caballerosidad del duque, pero, cuando salí del carruaje, me di cuenta de que solo se trataba de uno de los guardias o, tal vez, de algún lacayo. No estaba segura de cómo funcionaban los códigos de vestimenta en este lugar.

Madre se bajó después, sin hacer nada por disimular el brillo ambicioso en sus ojos.

—¡Tú debes ser Lady Arah! —un borrón de color magenta pasó como una exhalación frente a mí y, antes de poder hacer nada, me envolvió en un apretado abrazo.

—Oh… ¿Si? Quiero decir sí, lo soy— podía ver por el rabillo del ojo que madre miraba a la chica con desaprobación.

—Soy Jessabeth Greyfox— dijo ella, separándose y tomando su falda, exhibiendo una perfecta reverencia.

Jessabeth. La hermana del duque, condesa de Clark, marquesa de Norfolk y, al igual que su hermano, tenía una retahíla de títulos después de su nombre que, por más que me había esforzado, me resultaba imposible recordar completa. Madre cambió automáticamente su expresión.

A su lado, me sentía más desaliñada que nunca, no solo por el hecho de que posiblemente ella tenía un ejército de doncellas exclusivamente para arreglarla sino porque, además, la chica era preciosa. Con las mejillas cubiertas por un sonrojo natural y larguísimas pestañas tan oscuras que hacía que sus ojos parecieran delineados con kohl, ojos tan azules como un cielo de verano y el cabello cayendo en suaves y sedosas ondas hasta llegar casi a su cintura. Tenía una cintura estrecha, pero ahí acababa cualquier parecido que pudiera tener conmigo, porque ahí donde yo era toda planicies, su pecho se elevaba grácil bajo su escote y podía notar sus caderas bajo la falda de su vestido.

Tiré de una de mis mangas, repentinamente incómoda.

—Mi madre se disculpa por no poder recibirte, Lady Arah— me sorprendió el hecho de que pasara de largo a mi madre—. Está en una reunión con el Marqués de Essex— ella rodó los ojos—. Y mi hermano— me tensé—, se disculpa también. Ya sabes que sus labores de duque lo mantienen ocupados. Te verá, sin embargo, en la cena— dijo al tiempo que me guiñaba un ojo.

No estaba segura de si el hecho de que el duque no estuviera aquí para recibirme era algo bueno o algo malo. Sabía, por la expresión de madre, que a ella no le había gustado ni un poco.

—Mi hermano dijo que podía pasar a refrescarse, Lady Ranghild— agregó Jessabeth mientras entrelazaba un brazo con el mío, dirigiéndose al fin a mi madre—. El carruaje estará esperando por usted esta noche para llevarla a nuestro castillo en el este para que pase la noche y luego la llevará de regreso a su casa— le sonrió, a pesar de la mirada gélida que se ganó de madre.

—No… ¿no me quedaré en el castillo del duque esta noche?

Jessabeth le sonrió.

—Mi hermano es algo particular— explicó—. Y considera que su encuentro con Lady Arah podría llegar a verse entorpecido con la presencia de su familia. Yo tampoco estoy invitada— dijo haciendo un mohín.

De nuevo, no sabía cómo sentirme. En primer lugar, era evidente que el duque nos tenía en sus manos. Podía hacer y deshacer de la manera que quisiera, pues a raíz del silencio de madre, era evidente que no podía replicar sobre el modo en que la había despachado. Era en parte un alivio no tener que soportar a madre por los días que ella había planeado quedarse, pero, en la otra acera, me iba a tener que enfrentar sola a un montón de nobles, muy por encima de mí— aún y cuando me molestara aceptarlo—, sin nadie de mi lado. Aunque claro, tratándose de Emma, era difícil decir si eventualmente ella se pondría de mi lado.

Sin saber que más hacer, dejé que Jessabeth me condujera hacia el interior del castillo y, cuando detrás de Emma, las pesadas puertas se cerraron y alguien echó el pesado pestillo, se sintió como ser encerrada en un calabozo.


Rowan


La observé bajar del carruaje y mirar, con los ojos muy abiertos, el castillo. Ella con genuina sorpresa y su madre con algo más cercano a la ambición, como si le echara el ojo a algo que sería suyo.

Podía esperar sentada. Me había asegurado de que la versión más reciente del compromiso, negociada por mí mismo con Cyrelle, estuviera bien blindada. Arah obtendría todos los beneficios de ser mi duquesa y puede que, inclusive, si me sentía benevolente, ayudara un poco al barón con sus deudas, pero no había forma de que Emma Ranghild obtuviera una tajada de nuestra fortuna.

Desde mi ventana y gracias al ángulo del sol por la hora de la tarde, podía observarla a mi antojo sin que ella se enterara. Si alzaba la vista, el sol la deslumbraría. Yo, por mi parte, podía verla a la perfección. Su vestido, de color gris ostra, se encontraba algo arrugado por el viaje y se encontraba un poco despeinada, más aún cuando Jess se le lanzó encima, envolviéndola en uno de sus efusivos abrazos. Pude notar el desdén en cara de Emma, que luego cambió por una máscara de falsa dulzura cuando mi hermana recordó quién era y cuál era su deber y se presentó.

No me podía importar menos Emma Ranghild y por eso había hecho los arreglos para que se largara de mi propiedad cuanto antes. Había hecho mi tarea y me había encargado de que, en las últimas semanas, se investigara a toda la familia. Arah era solo una moneda de cambio para ella y yo no tenía el interés ni la intención de mantener ninguna relación con la baronesa. En el momento en que Arah fuera mi esposa, sería mía. Parte de mi familia y, si de mí dependía— y como gran parte de las cosas, lo hacía— no volveríamos a tener más que el contacto necesario con su madre.

No estaba seguro sobre cómo me iba a sentir una vez que Arah estuviera aquí. Satisfecho, tal vez. Complacido. No esperaba sentirme emocionado. En parte, por ello había hecho que Jess la recibiera sola. Antes de enfrentarme a ella, de nuevo, esta vez como la persona que era realmente, necesitaba algo de preparación tanto física como mental.

Me había dado como plazo máximo hasta la cena, en donde la tendría a ella solo para mí porque, sospechaba, no se tomaría precisamente bien el que la hubiera engañado en nuestro primer encuentro. Pero, curiosamente, esa mala reacción era una de las cosas que más ansiaba en este momento.

Las horas que faltaban para la cena pasaron con dolorosa lentitud, especialmente cuando imaginaba que Arah se estaba remojando en la tina de su habitación en ese momento o que, probablemente, Jess ya se había metido en su cuarto con alguna excusa para ayudarla a prepararse.

Cuando mi ayuda de cámara se presentó para recordarme que la cena para mí y para Lady Arah se serviría en media hora— como si fuera a olvidarlo—, respiré aliviado.

Ansiaba que llegara el momento en que ella me conociera a mí.


Arah


Los esfuerzos de madre en equiparme con un guardarropa adecuado resultaron infructuosos y, más que eso, innecesarios.

—¿Puedo revisar tus cosas? — Jessabeth apareció en mi habitación justo después de que salí de la tina, cuando aún estaba secándome el cabello. No sabía de qué manera negarme y, de cualquier manera, esta chica era lo más cercano que podría tener a una amiga por el momento, así que me limité a asentir.

—La tela es bonita— dijo sacando el primero de los vestidos—, pero el estilo está un poco atrasado— dijo con suavidad —. Pero eso te da la excusa perfecta para usar uno de estos— dijo mientras se adelantaba y abría un monstruoso armario de nogal que se encontraba al fondo de la habitación. No supe cómo reaccionar cuando vi la gran cantidad de vestidos que se apretujaban en el interior.

—Esos son ¿míos?

Jessabeth soltó una risita.

—Rowan mandó a que los hicieran para ti en cuanto se confirmó que venías— descolgó uno y lo sujetó contra su cuerpo—. No he podido tomar ni uno porque de todas formas no me entrarían. Tienes suerte, con ese cuerpo seguro no tienes ni que usar corsé— dijo con una mueca.

Me llevé una mano al vientre, aún algo adolorida por haber estado usando uno durante toda la travesía de hoy.

—Sabía que eras delgada gracias a estos— dijo señalando con una mano los vestidos—. ¿Este te gusta? ¡Puedes elegir el que quieras!

Sentía ganas de echarme a llorar por la humillación de que este sujeto, al que ni siquiera conocía, se hubiese atrevido a mandar a coser ropa para mí.

En lugar de eso, me eché a reír.

—Pero si no sabe cuáles son mis medidas.

Jess sonrió.

—Nunca subestimes a Rowan— dijo, confidente—, conociéndolo, podría saber hasta que cenaste anoche.

Me recorrió un escalofrío.

—Usaré uno de estos— dije mientras sacaba uno, al azar, de mi equipaje. No estaba dispuesta a que Rowan Greyfox empezara a tomar decisiones por mí. Ya era suficiente con haber tenido que venir hasta aquí para encargarme, por mis propios medios, de deshacer este compromiso sin sentido.

Se suponía que el duque de St. Ives era un hombre razonable. Pues bien, yo me encargaría de razonar con él.

—¡Está bien! —dijo ella sin perder su hermosa sonrisa—. Ese también es bonito y Rowan probablemente no tiene ni idea sobre moda. ¿Puedo arreglar tu cabello?

Veinte minutos después, cuando me veía al espejo, no podía evitar sentirme preocupada. Sin duda, Jessabeth era mucho más habilidosa que cualquiera de las mujeres que se había ocupado anteriormente de mi apariencia, aun siendo de alta cuna. Pero ese no era el problema, el problema era que, muy a mi pesar, la encontraba encantadora. Y había oído que, cuando se proponía algo, Rowan Greyfox no tenía rival. Si me estaba costando tanto trabajo el resistirme a su hermana, con quien no tenía ningún vínculo más que aquellos políticos que se podían establecer si el matrimonio llegaba a concertarse ¿cuánto más aún sería evitar al horrible duque?

—¿Arah? —parpadeé.

—Lo siento, ¿dijiste algo?

Ella me sonrió.

—Quería saber si querías cubrir tus pecas.

Hice una mueca.

—A Rowan posiblemente le gusten.

Me encogí.

—¿Crees que podríamos cubrirlas?

Ella pareció algo confundida, como si no entendiera el motivo por el cual quería cubrir un rasgo que ella acababa de decirme que le gustaría a su hermano.

—Claro, déjamelo a mí.

No fue precisamente una buena decisión. No dudaba de que la calidad del maquillaje de Jessabeth fuera impresionante, pero odiaba andar con el rostro cubierto de potingues para esconder aquellas pequeñas manchitas en mi piel.

Sin embargo, cuando acabó, habría jurado que aquella piel de porcelana era la que había tenido desde que era una niña.

—¡Lista! —dijo con una sonrisa mientras terminaba de dar toquecitos cerca de mi oreja para difuminar el maquillaje—. Te ves preciosa.

Me habría gustado contradecirla, pero Jess era impresionante. Le di las gracias y la dejé que me acompañara hasta el salón privado en que tendría que cenar, sola, con el duque.

—Buena suerte— dijo guiñándome un ojo—. Mañana tendrás que contármelo todo.

Si las cosas salían bien, no estaría aquí mañana. Pero no se lo dije. Le sonreí y atravesé, algo nerviosa, las puertas dobles al salón.


Rowan


—¿Puedo asumir que la dejaste ahí adentro? —pregunté mientras me detenía en medio del pasillo.

Mi hermana sonrió.

—Así es. Creo que aún no ha aprendido que la mujer nunca debería llegar antes que el hombre.

—Ya aprenderá— le dije con un encogimiento de hombros.

Jess alisó con sus manos mi camisa, con bordados de plata y se echó a reír.

—¿Sucede algo con mi ropa?

—Ya te enterarás.

—¿Qué te ha parecido?

—¿Qué? ¿No quieres formarte una opinión propia por ti mismo?

Omití el decirle que ya tenía una opinión bien forjada sobre Arah y que era difícil, por no decir que imposible, que cualquier apreciación suya pudiera cambiarla.

—Es agradable, algo tímida y tiende a perderse en sus pensamientos. No parece decir lo primero que se le pasa por la cabeza— continuó y yo sonreí. Eso no era precisamente cierto, pero era evidente que Jess no había tenido aún el placer de ver a Arah Ranghild perdiendo el control—. El equipaje que trae no le servirá mucho para la temporada— continuó—, hiciste bien en prepararle un guardarropa adecuado y ahora, al verla, me estoy preguntando como lograste averiguar su talla. Creo que todo le servirá.

Sabía que lo haría.

—¿Te agrada?

—¿Para ser tu esposa? —Jess sonrió con picardía—. Te lo digo después de verlos juntos.

Caminé con tranquilidad. Me gustaba ser puntual, no llegaba ni antes ni después a ningún lugar. Dejé que abrieran las puertas para mí y contemplé, con atención, la reacción que tuvo en el momento en que me vio.

No fue nada decepcionante. Sus delicados labios se separaron hasta que su boca formó una perfecta O rosada y entonces exclamo:

—¡Eres tú!


¡Feliz cumpleaños, Cora de mi corazón! Creo que en poco más de un año de relación ha quedado más que patente lo mucho que te quiero y espero que este sea el primero de muchos regalos de cumpleaños.

Como te habrás dado cuenta, no es un oneshot, lo cual era mi plan original, pero resulta que, como me suele suceder con Rowah, esta gente hizo lo que le dio la gana y ahora resulta que tengo diez capítulos completos, un onceavo empezado y un avance que, aunque satisfactorio, no me deja ver, ni de lejos, el final.

Técnicamente, tu regalo serán entonces estos 10 capítulos que ya están listos más todo lo que salga después. No creo que te vayas a quejar XD y puedes contar con que Rowah no va a dejar que su historia en este universo se quede inconclusa, así que, básicamente, te pido algo de paciencia y que disfrutes el mariposeo. Es algo que nunca habíamos manejado y espero que mi Arah te resulte aceptable.

Un abrazo y nos leemos pronto!

E.