Todos estudiaban en silencio, aunque no por la necesidad de concentrarse, sino por que, como había dicho Ron, la señora Pince les "cortaría a rodajas con las hojas de los libros" si volvía a pillarles hablando en la biblioteca.

En cuanto el reloj de arena se hubo vaciado del todo, los tres amigos salieron rápidamente de ahí.

- Menudo aburrimiento, yo ya no aguantaba cinco minutos más ahí dentro...

- Hay que saber hacer un esfuerzo de vez en cuando, Ronald – repuso la chica.

- ¿Os apetece que saque unas ranas de chocolate y nos tumbemos en los sofás de la Sala de Gryffindor? – propuso Harry.

Los otros dos asintieron.

Al ver que sólo había dos sillones libres, corrieron para no quedarse sin asiento. Harry en seguida ocupó uno de los sitios, pero en seguida se arrepintió de haberlo hecho al ver que Hermione y Ron se peleaban por el otro.

- ¡Yo he llegado antes! – protestaba el pelirrojo.

- Podrías mostrarte caballeroso por una sola vez y dejar que se siente la chica... – refunfuñó ella.

- ¡Anda ya!

- ¿Sabes qué? ¡Quédate con tu estúpido sillón! Al fin y al cabo es verdad que te lo mereces más que yo...

Ron la miró con desconfianza.

- ¿Por qué has cambiado de opinión?

- Porque me he dado cuenta de que tienes una minusvalía... mental

Harry no pudo evitar soltar una carcajada al oír aquello. Por el contrario, las orejas de su amigo se pusieron rojas y murmuró algo inaudible. De mala gana, el pelirrojo se levantó y le cedió su siento a la chica.

- Gracias – sonrió ella con satisfacción. - ¿Me pasas una rana de chocolate?

- ¡Sí, bueno, y ya que estamos te doy un masaje en la espalda!

- Pues ahora que lo mencionas...

Ron soltó cuatro barbaridades y subió a la habitación. En aquel momento, la sonrisa de Hermione se convirtió en una mueca que parecía mostrar arrepentimiento.

- ¿Crees que me he pasado? – le preguntó Harry.

- Tranquila, lo superará.

La amiga carcajeó y el chico le lanzó una rana de chocolate que ella atrapó al aire.

A la hora de cenar, Ron se volvió a unir a ellos.

- ¿Quieres sentarte aquí, Hermione? – preguntó Ron con una amabilidad sorprendente.

- Oh, claro – sonrió ella.

- Pues lo siento, pero aquí me voy a sentar yo – y con un movimiento brusco tomó el asiento que le había ofrecido a su amiga.

- Me parto de risa – ironizó ella con un tono lúgubre.

- Haya paz, chicos – pidió Harry.

- Es imposible tener paz con esta mujer – protestó Ron.

- Mira quién fue a hablar...

Harry puso los ojos en blanco y decidió no prestar más atención que a su comida. Nadie dijo una sola palabra en toda la cena.

Al llegar a la habitación Ron estuvo quejándose de Hermione hasta la hora de acostarse.

- ¿Te he dicho ya que encima...?

- ¿...te echa en cara no haberle cedido el asiento? Sí, me lo has dicho. Unas diez veces por lo menos.

- Lo siento, tío, pero es que me pone furioso... – se disculpó Ron.

- Por supuesto que la culpa no es sólo tuya, pero de vez en cuando podrías colaborar un poco...

- Ya, vale, lo intentaré...

- Gracias.

- ... pero no prometo nada.