Mustafar

Mustafar estaba libre una vez más de los virreyes de la Confederación de comercio. Anika admiró su trabajo, cuerpos alienígenas sin vida, robots destrozados por la hoja de su sable de luz nuevo. Un regalo especial de su nueva maestra, Darth Sidius. Una hoja nueva especialmente preparada para los aprendices del Lado Oscuro de la Fuerza.

La rubia no era estúpida. Sabía bien que su "regalo" era otra forma de control, otra forma de saber dónde se encontraba a cada segundo del día. Contenía un localizador agrandes distancias. Pero la antigua Jedi intentó deshacerse de esos pensamientos.
Después de todo Shira Palpatine era la única que le ofreció algún tipo de apoyo, que aseguró que la ayudaría a recuperar a Leon y a Luka. Eso era lo único que importaba.
Una vez tuviera a sus preciados hijos en sus brazos podría acabar con la tiranía de quien en estos momentos estaba declarándose Emperatriz del nuevo Imperio Galáctico.
O al menos tendría oportunidad de huir de su vergüenza, de tomar a su esposo y a sus hijos y esconderse en las regiones desconocidas, suficientemente alejados de las garras de Darth Sidius. Le dolía en cierta forma, pues la maestra Sith era la única persona en la galaxia que aceptaba a Anika con todas sus fallas, incluso luego de haberle confesado la matanza hacia los Moradores de las Arenas en Tatooine.

El sonido del radar de proximidad hacia el planeta la sacó de sus cavilaciones. Era la nave de Padmell, podía sentir su presencia en la Fuerza aunque ni siquiera estaba entrando en la atmósfera. Realmente era más poderosa que antes.
Bien. Ahora solo ambos necesitaban ir a buscar a los mellizos y toda esta pesadilla acabaría.

Lo recibió en el hangar con una sonrisa honesta. Podía sentir su miedo y su decepción dirigidas hacia ella y no le gustó.
Pero Padmell comprendería, le haría comprender a la fuerza si era necesario.
Sus brazos rápidamente la rodearon y se permitió derretirse ante el contacto antes de mirarlo a los ojos. Sus orbes cafés estaban irritados de llorar.

"Vi tu nave. ¿Qué haces aquí?"Anika cuestionó con preocupación, repitiéndose mentalmente que no debía dejarlo entrar al salón lleno de cadáveres. Para no ser seres sensibles a la Fuerza, la angustia de los muertos aún estaba presente. ¿O era su propia angustia interna por toda la situación? La ojiazul no lo supo con certeza.

"Tenía que venir. Obellaria... Ella dijo cosas horribles." Padmell parecía a punto de volver a llorar,desde que habían sido obligados a dejar a los melizos estaba más sensible que se costumbre.

"¿Qué cosas?" Preguntó la rubia, la ira comenzando a erupcionar en su interior ante el nombre de la maestra jedi que le había fallado, que la había traicionado. Y pensar que una vez llegó a amarla.

"Cosas terribles. Que te habías pasado al Lado Oscuro...que tú... Asesinaste niños." Respondió el senador Amidala, la incredulidad marcada en su rostro.

Anika hizo lo mejor que pudo para reprimir la mueca de disgusto, de aplacar su furia. No deseaba descargarse con su esposo. Pero el que Obellaria creyera que ella asesinaría niños, cuando en realidad había ayudado que estos escaparan de las garras de los clones antes que Palpatine se enterara.
"Esas son mentiras. Kenobi está celosa de mi nuevo poder. Te intenta separar de mí..."

"Pero... La Emperatriz... La República..."

"No lo entiendes, Padmell. Yo derrocaré a la Emperatriz. Sólo la necesito viva el tiempo suficiente para que me ayude a recuperar a nuestros hijos. Para que me revele dónde el maestro Yoda y la maestra Windu los han ocultados de nosotros."la rubia ignoró la expresión de horror en su esposo."Entonces tú serás mi Emperador y podremos gobernar la Galaxia como nos plazca." Anika sonreía creyendo en sus propias mentiras."Tú y nuestros hijos estarán seguros y nos aseguraremos que ni los Sith ni los Jedi arruinen la paz de nuestro Imperio..."

"¡Anika! ¡Rompes mi corazón! Estás siguiendo un camino en que no puedo acompañarte..." su esposo dejó caer las lágrimas que sus ojos acumularon, retrocediendo y soltando a Anika.

Por primera vez en años, Anika sintió frío, ese frío que atraviesa tu alma y no permite que ni el calor de Mustafar lo calme. El dolor de la traición dibujada en su rostro.

"¡SON NUESTROS HIJOS!" Entonces la aprendiz oscura sintió la conocida presencia de su antigua maestra, que estaba de pie sobre la base de la ramp ade la nave. "¿La trajiste a ella aquí para matarme?"

"¡No! Anika, yo..." el senador retrocedió aún más, quedando sin habla ante la mirada llena de furia e ira dirigida tanto a él como a la maestra Kenobi. En ese momento temió a su esposa, que lo miraba como si deseara asesinarlo.

"¡He venido aquí por mi cuenta! Esto acaba... ¡Ahora!" anunció Kenobi con autoridad, como si aún fuera su maestra y ella una joven padawan temeraria, sus ojos con un brillo de dolor y decepción que Anika conocía bien, el lazo que una vez unió a Padawan y Maestra totalmente blindado.
La mujer se quitó rápidamente su capa, adoptando una posición de defensa. Anika agarró su sable de luz con agilidad y entonces lo sintió, oyó ruido de alguien correr y el peligro inminente detrás de ella. Por puro instinto activó su arma al terminar de girarse para ver a su atacante.

"¡ANIKA NO!"
Pero era muy tarde. La filosa hoja había alcanzado su objetivo, que resultó ser el abdomen de su esposo, quien sostenía un cuchillo de plasma contra ella, como si aún no notara la herida, terminó por intentar clavar el cuchillo en la mejilla de la rubia, pero apenas cortó el párpado y su barbilla antes de que el otro perdiera el agarre y soltara el arma.

El sable fue desactivado, y Padmell cayó en brazos de Anika, quien amortiguó su caída en sus brazos lo mejor que pudo, su cerebro aún no llegando a procesar del todo que su amado esposo había intentado asesinarla, el padre de sus mellizos, el amor de su vida, había decidido que ella ya no era más merecedora de vivir.
Las lágrimas rodaron por sus mejillas, la herida abierta sangrando y ardiendo por la sal de las mismas.
La furia se hizo presente, como un bálsamo para apagar el dolor de la traición y reemplazarlo con odio profundo y lleno de veneno. Padmell estaba vivo pero no por mucho más.
Pagaría su traición hacia ella, hacia sus hijos, hacia el Imperio.
Pagaría con su sangre. Los ojos cafés parecían incapaces de enfocarse en nada.
Anika simplemente besó su frente antes de levantarse de un salto como si el cuerpo de su esposo quemara. "A pesar de tu traición, te seguiré amando hasta el fin de mis días. No les contaré a nuestros hijos sobre esto..." dijo la rubia en apenas un susurro, retrocediendo a medida que Obellaria se acercaba a ella, sable en mano.

"¿Qué has hecho?" fue lo único que la mujer pelirroja dijo.

"¡Lo pusiste en mi contra!" la furia renovada la hizo gritar por encima del ruido de la lava y la maquinaria de minería trabajando.

"¡Eso lo has hecho tú misma! Tú sed de poder te ha alejado de Padmell." La jedi nuevamente tenía su sable en mano, dispuesta a encenderlo a la primera oportunidad.

"¡No me regañes Obellaria! He visto a través de las mentiras de los Jedi. Tú igual que ellos están asustados de mi poder. ¡Y para tenerme controlada me apartan de mis hijos!" su marcha parecía la de un león dispuesto a saltar sobre su presa en cualquier instante.

"¡Esa Sith ha retorcido tu mente con mentiras!"

"Las mentiras fueron dichas por los Jedi, por el Consejo en que tanto confías. ¿Fuiste su cómplice en esto? ¿Los dejaste apartar a mis hijos de mí? ¡Confiaba en ti, Obellaria! Pero ahora nada de eso importa. He acabado con la guerra con mis propias manos. He traído paz y seguridad a mi Imperio." era lo único que le quedaba si su maestra, su familia, le daba la espalda.

"¿Tu Imperio? Anika, luchamos por la libertad, ¡POR LA DEMOCRACIA!"

"Si no estás conmigo, estás en mi contra..." dicho esto la rubia encendió su sable de luz, arremetiendo contra su antigua maestra que ya tenía el propio listo para recibirlo. Ya nada importaba. El futuro junto a Padmell se había esfumado, la posibilidad de huir no existía ya, quizás matara a Obellaria y con ella parte de su alma moriría, o quizás ella acabaría con Anika. Nada importaba, y la furia le daba el impulso necesario pues de otra manera se hubiera desplomado para morir junto a su esposo.

La inercia le permitía seguir luchando, eso junto a la certeza de que en un momento de debilidad seguramente Kenobi la asesinaría sin dudar. No podía ceder terreno, el sonido de las hojas chocando opacando todo lo demás, el ruido de la lava, de la maquinaria que aún funcionaba, la puerta del salón principal abriéndose para permtirle el paso a ambas mujeres, tan enfrascadas en su lucha que no parecían saber que estaban retrocediendo.

O que Obellaria estaba retrocediendo, la brusquedad y rapidez de cada golpe del sable de Anika empujándola un paso a la vez. Pero ambas eran demasiado concientes de cada movimiento, la Fuerza guiando aquella danza caprichosa, guiando sus espadas de luz, como si aún no decidiera quién resultaría ganadora.

La cadera de la Maestra Jedi todo finalmente la larga mesa de reuniones, viéndose obligada a saltar encima de esta cuando su contrincante no retrocedió ni menguó sus golpes. Anika parecía estar rodeada de fuego, sus movimientos cada ves más erráticos debido a la furia que la dominaba, visible a través de la energía zumbando a su alrededor, haciendola lucir más amenazante, más alta incluso de lo que ya era.
Obellaria no tenía mucho tiempo de fijarse en los ojos de quien fue su padawan, su familia, de haberlo hecho habría notado como el color de estos fluctuaba de azul a miel, errático.

Sus golpes con la espada de luz se volvieron algo torpes de pronto, Anika finalmente distraída por el ruido de la consola del salón, indicando un fallo en los escudos de las plataformas. Entonces Obellaria vio su oportunidad, dándole una fuerte patada que logró desestabilizarla y arrebatarle al aire de sus pulmones, para luego empujarla bruscamente con la Fuerza contra la pared.

Anika golpeó su cabeza contra el duracero, mareándose momentáneamente, perdiendo el agarre de su sable de luz y dejandolo caer desactivado. Su maestra no le dio tiempo para recuperarse, y la rubia apenas llegó a salir del camino de la filosa hoja de su sable, que hizo un gran hoyo en el sitio donde había estado su cabeza escasos segundos antes.

El dolor de una cortada sobre su hombro hizo que el mareo desapareciera, permitiéndole esquivar a su maestra con mejor precisión, sin saber mucho qué hacer al no tener su arma en mano. El brazo de Obellaria se acercó lo sificiente a ella para que la rubia lo tomara, doblando la muñeca de la contraria hasta escuchar un audible 'plop', seguido de un grito de dolor de su antigua maestra, que se vio obligada a soltar su arma pero la atrapó con la otra mano, alejándose rápidamente de Anika.

"¿Ya tuviste suficiente?" La rubia cuestionó, la furia palpable en su voz, haciendo su tono más grave de lo que era. Estaba agitada, sudando, esperando un ataque en cualquier instante.

"Te he fallado, Anika. Te he fallado. Nunca debí dejarte caer en las garras de la oscuridad." La mano de Obellaria estaba firme sobre su sable de luz desactivado.

"Es tarde para lamentarse. Ya nada de lo que digas podrá cambiar tu destino..." Ni el mío, pensó la antigua Jedi amargamente. "Aún deseas matarme. Piensas que eso resolverá todo."

"¡Por lo menos así dejaré a Palpatine sin marioneta!" Auch. Eso había dolido más de lo que Anika esperaba. ¿Por qué Obellaria no lo entendía? ¿Por qué no veía que todo era su culpa? Si ella la hubiera apoyado desde el comienzo, si la hubiera defendido de los ataques del consejo, si realmente hubiera querido entrenarla y no hubiera simplemente seguido los deseo de Qui Gon... Si tan sólo la hubiera protegido de Palpatine antes. Si nunca le hubieran arrebatado a sus hijos ella misma habría cortado la garganta de Shira Palpatine al saber que era Darth Sidius.
Por impulso finalmente llamó a su sable de luz, activándolo a tiempo para que chocara con la hoja contraria, reanudando el duelo, esta vez llevándolo nuevamente afuera de los salones protegidos.

La temperatura había aumentado considerablemente y las estructuras mineras se estaban derrumbando, ofreciendo un campo de batalla irregular que por poco hace tropezar a ambas.

Era difícil para Obellaria maniobrar con su muñeca rota, obligándola a realizar más esfuerzo para mantenerse fuera del alcance de las estocadas mortales. Aún así se mantenía a la altura de su joven contricante, para furia e incredulidad de Anika.

La aprendiz oscura estaba comenzando a dudar seriamente que pudiera cumplir la orden de asesinar a Kenobi. Por más que se esforzaba, su inconciente la hacía detenerse en el momento justo, previniendo los posibles golpes mortales de llegar a tener contacto con Obellaria.

No deseaba acabar con su vida. Pero sí lastimarla, hacerla sufrir más de lo que habían sufrido en las Guerras Clon, usar ese dolor como herramienta en sus manos para hacer cambiar a su antigua maestra de parecer, para mostrarle que la Galaxia estaría mejor ahora, que debía agradecerle, que gracias al miedo que impondría en todos los sistemas planetarios ya nadie pensaría que iniciar una guerra civil en pos de sus intereses egoístas.
En la retorcida mente de Anika eso tenía sentido.

Llegaron a un punto muerto, hoja contra hoja cerca de sus rostros, ambas empujándose para mentenerse firmes y no en desventaja frente a la contraria, la lava hirviendo furiosa a un costado de ellas, otorgando el sonido de fondo de ese duelo de voluntades.

Ninguna pudo, o quiso, hacer a la otra retroceder, sus ojos clavados en los contrarios.

"Subestimas mi poder. Siempre me subestimaste, me obligaste a bajar a tu mediocre nivel para que no quedaras en vergüenza frente a los demás Jedi..."habló Anika, finalmente poniendo en palabras aquello que la había consumido por años bajo la tutela de Obellaria.

"¡Yo quería que fueras mejor que yo! ¡Mejor que esto!" Respondió Obellaria, un brillo incierto en sus ojos. Entonces Skywalker lo supo.

"Lo sabías... Todo este tiempo supiste lo que hice a los Turskens... ¡Y nunca me perdonaste por ello!"

"¿Cómo no iba a saberlo? Después de Geonosis lo vi en tus ojos, en tus pesadillas. Ni siquiera tú podías perdonarte a ti misma." Respondió con voz quebrada Obellaria, sus ojos brillantes por las lagrimas no derramadas. "¡No podía comprenderlo! Rompió mi corazón. No fuiste honesta conmigo. ¿Creiste que te entregaría al Consejo para que te despedazaran? Y luego simplemente se lo dijiste a Palpatine. La elegiste por encima de mí." el tono herido de su voz aplacó levemente la furia de Anika, quien seguía presionando la hoja de su sable sólo para recordarse que estaba allí.
El rojo de Anika y el azul de Obellaria iluminando sus rostros y resaltando sus rasgos, los ceños fruncidos, la determinación en ambas expresiones.

"¡Tú mejor que nadie debía entenderlo! ¡Había perdido a mi madre! Estaba cegada por el dolor y el odio. ¿Acaso no deseaste venganza cuando perdiste a Satine? ¿Acaso no te dolió perderla?" los ojos azules de su maestra mostraban determinación nuevamente, sin rastro de las anteriores lágrimas.

"No tanto como perderte a ti..."fue la respuesta de Obellaria Kenobi.

Por un momento el tiempo se detuvo en el universo, y Anika no supo si se refería a perderla al Lado Oscuro, perderla ante las enseñanzas de Darth Sidius, o perderla ante Padmell Amidala Naberrie. Su cabello rubio se agitaba detras de su cabeza, quedando más despeinado aún a pesar de tenerlo bastante corto.

"Yo te amaba..." interrumpió el silencio la maestra Jedi, su rostro teñido de la angustia que sentía.
Y lo que pretendía calmar la traición y dolor que su antigua padawan sentía, acabó por tener el efecto contrario.

Al saber que tales sentimientos estaban involucrados la traición pesaba más, la distancia dolía, la forma en que su vínculo en la Fuerza se encontraba cercenado era agónica. Debió habérselo dicho antes, antes de Padmell, antes del Consejo, antes de Geonosis. Ahora ya era tarde para ambas.

El ataque reanudó sin más, todas las palabras dichas, por más que estas resonaran en los oídos de ambas una y otra vez.

La furia y arrogancia de Anika le jugaron en contra, y Obellaria aprovechó la oportunidad para inhabilitar sus piernas, cortando los músculos justo encima de sus rodillas, obligándole a caer con grito agónico. Acto seguido la hoja de la maestra Jedi se encontraba en uno de los pulmones de la joven aprendiz de Sith, quien no sintió el dolor, pero al notarlo se vio incapaz de gritar.
Era lo más parecido a ahogarse, pero esta vez con su propia sangre y no con el agua de los lagos de Naboo.

Su cerebro intentaba enviar señales desesperadas, intentando obligar a la mano que sostenía su sable láser que detuviera el próximo golpe que veía venir, pero sus músculos no respondían, y antes de que su cuerpo cayera por completo al suelo la hoja del sable de Kenobi quemó otro órgano vital.

Se preguntó porqué la Jedi simplemente no quemaba su corazón y ya, ¿Acaso esta era una especie de castigo? ¿No veía lo mucho que había sufrido ya? Su sable de luz cayó al suelo al mismo tiempo que su cuerpo boca abajo. Sus brazos aún funcionaban por lo que se aferró al material del suelo, sedimento de la misma lava, intentando hallar alivio a la creciente sensación de ahogo.

Tardaría un rato, lo sabía. Al ser un corte limpio sus pulmones tardarían un rato en dejar de funcionar completamente, lo suficiente para hacerle desear no haber nacido. La Fuerza en su interior se agitaba inquieta, intentando mantenerla con vida, resolver las mortales heridas, aferrándose a lo que podía, como si se negara a dejar que su cuerpo se apague.

Podía aferrarse al Lado Oscuro, ceder completamente a él y dejar que guiara su destino, renunciar a la luz, renunciar a cualquier posibilidad de huída a cambio de unos momentos más de vida.
No iba a hacerlo, ya no le quedaba nada...

Su mente comenzó a vagar por aquella excursión a Naboo en la que por poco se ahoga, por ir demasiado profundo y no saber nadar, Obellaria acabando por rescatarla de su destino. Realmente al momento de morir se pensaba en cosas insignificantes. Había sido la primera vez que vio llorar a su Maestra, y la única hasta ese momento. También fue la única vez que la llamó idiota.

"Eras la elegida, Anika! ¡Debías traer el equilibrio a la Fuerza, no dejarla en la oscuridad!" Oh, con que sí era la elegida de la Fuerza, la que traería el equilibrio. ¿por qué nunca nadie se lo dijo directamente? ¿Ella habría escuchado? Sus manos se aferraban al material sedimentado y lo soltaban, su rostro contraído en dolor.

Y eso hubiera sido todo si la imagen de los mellizos no hubiera aparecido en su mente. Sus mejillas regordetas, sus ojos, celestes los de Luka, azules los de Leon, pero se preguntaba si estos cambiarían con el tiempo... Sus hijos... Debía volverlos a ver. Debía estar allí para ellos. Si los Jedi no se los hubiera quitado...si Obellaria no la hubiera traicionado de esa forma...

"¡TE ODIO!" gritó, siendo consiente que sería mucho esfuerzo para sus pulmones, agarrando la línea de vida que el Lado Oscuro ofrecía tan seductoramente, usándolo para mantenerse a flote aunque fuera unos instantes más.
Se mantendría con vida lo suficiente para asesinar a Kenobi. Se mantendría con vida para darle rienda suelta a todo su odio, su rencor, para destruir hasta el último vestigio de la orden jedi, para extinguirlos y asegurarse que no vuelvan a levantarse y a corromper la galaxia.

Sin decir nada más, Kenobi se acercó a Anika, dispuesta a terminar el trabajo, pero dudó unos momentos, sus ojos fijos en los amarillos de ella. La dejó a su suerte en aquel planeta creyendo que moriría, creyendo que había cumplido su parte y solucionado sus errores, los errores de todos los Jedi.
Ese fue su mayor error.