Título – El Hilo Rojo de los Sueños
Autores – Tanuki-801 y DANHK
Advertencias – Yaoi y escenas explícitas en futuros capítulos.
Este fanfic es un ejercicio literario entre mi preciosa amiga Tanuki-801 (¡por favor, vayan a darse una vuelta por su fics aquí en FF y en AO3!) y yo. Espero que sea de su agrado. ¡Todos los comentarios, críticas y sugerencias serán bienvenidos! Gracias por leer.
Capítulo Uno
Makoto jamás había sentido tanto frío en ningún otro momento de su vida. Hizo ademán de cerrarse aún más la chamarra, pese a que la cremallera estaba hasta el tope y todos los botones, abrochados. Se alzó la bufanda hasta cubrir su roja nariz y se frotó las manos enguantadas en sus frías mejillas. El vaho escapaba de sus labios, empañándole los anteojos. Trató de apretar la mandíbula para evitar el castañeo de sus dientes, mas fue en vano. Su último recurso era entrar a alguna cafetería a tratar de recuperar un poco el calor perdido antes de concluir el resto del trayecto hasta volver a su adorado apartamento con calefacción.
Caminó tambaleándose entre la nieve. Ya ni siquiera podía decir con certeza si sus botas estaban mojadas o sus pies simplemente estaban fríos. Alzó la mirada al emborregado cielo, seguro nevaría esa noche. Abrió la puerta de cristal y fue recibido por el dulce aroma de bebidas calientes y por el cálido saludo de bienvenida de los empleados del local.
–¿Mesa para uno?
–Sí, por favor.
–Adelante.
El joven mesero lo guió hasta una esquina cerca de la ventana.
–Disculpe por el lugar, hoy tenemos casa llena –se excusó el mesero. Era un chico joven de cabello negro y sonrisa tímida–. En cuanto esté listo para ordenar, tomaré su pedido.
–Está bien, gracias, pero no es necesario –le sonrió de vuelta–. Creo que hoy tomaré un Chocolat Chaud.
–¡Excelente elección! –El joven anotó su pedido en su libreta y se retiró a paso rápido.
Makoto dejó su mochila en el suelo junto a su silla, se retiró los guantes y se frotó las manos con fuerza.
"Al menos ya comienzo a sentir los dedos de nuevo."
Miró su reloj. Cuarto para las cinco. Le quedaba aproximadamente media hora de luz. Tendría que apurarse a llegar a casa antes que anocheciera por completo.
Se dispuso entonces a terminar su bebida disfrutando del ambiente del lugar, se encontraba tan embelesado con la calidez del local que le eran totalmente indiferentes las miradas del apuesto mesero que le había atendido, inocentemente pensó que aquel se dedicaba únicamente a cumplir con su trabajo y cuidar de la clientela.
El tiempo pasó más rápido de lo que le hubiera gustado y a regañadientes se dispuso a dejar el lugar. Pidió la cuenta, pagó y se abrigó. Mientras esperaba a que le devolvieran el cambio, Makoto se llevó una sorpresa cuando en la parte trasera del ticket había una nota dirigida a él que decía: "Salgo en 15 min".
Makoto, algo desconcertado, guardó la nota y buscó confundido al remitente entre la gente del local, sin embargo, nadie le prestaba atención. Cuando sus ojos verdes se toparon con la fija mirada de un par de hermosos ojos azules, entendió que el autor era el apuesto joven que le había atendido cuando llegó. Sonrojado, no sabía si esperarle o emprender el camino a casa. Decidió esperar los 15 minutos restantes; tal vez había hecho algo indebido y debía disculparse… nada malo podría pasar.
Hacía figuras con las servilletas cuando fue interrumpido por una suave voz que le decía:
–Hola, me llamo Nanase Haruka, gracias por esperar, sé que fue raro lo de la nota –dijo el ojiazul ruborizado, mientras le extendía la mano.
–Tachibana Makoto –dijo a manera de presentación–. Me sorprendí un poco, ¿qué necesitas de mí?
–Pues… Mmm… ¿Quieres que caminemos juntos a casa?
–Pero no te conozco –dijo Makoto algo sorprendido.
–Lo sé, pero vivimos en el mismo edificio. Te he visto varias veces y... me gustas… –dijo con el rostro como un tomate. Makoto no entendió aquello como una proposición de amistad así que continuó:
–Ah… no lo sabía. Claro, podemos caminar. Vamos.
Y así, ambos jóvenes salieron a la ventisca helada
Habían caminado la cuadra y media en completo silencio. Sus miradas de vez en vez buscaban las de la otra persona y en cuanto la encontraban, se desviaban hacia el suelo con un sonrojo tintando sus mejillas. Conforme se iban acercando al sencillo complejo habitacional donde vivían, Makoto podía sentir el latir de su corazón acelerarse, las palmas de sus manos comenzar a sudar y un temblor apoderarse de su cuerpo. Sabía que pasaría. Hoy tendría que pasar. No sabía por qué, pero algo en su ser le decía que había estado esperando este momento por mucho tiempo.
Ambos jóvenes se detuvieron en la reja de entrada aún sin emitir una sola palabra. Había algo natural y magnético entre ellos. Makoto contempló fijamente los orbes azules de Haruka, su blanca piel, su rostro arrebolado, sus delicados labios. Sus ojos se fijaron en el suelo bajo sus pies. La nieve había creado una manta blanca inmaculada y lo único que irrumpía su inmaculada superficie era un hilo rojo brillante que estaba atado de su meñique por un extremo y del meñique de Haruka en el otro. Una voz en su cabeza le decía que debía hacerlo. Si no era ahora, jamás volvería a tener la oportunidad.
Makoto alzó su mano y acarició la suave mejilla del pelinegro. Se agachó con lentitud acercando su rostro al del mesero. Sentía la gélida respiración del otro chocar contra su propia tez. Estaba tan sólo a unos pocos milímetros de saborear esos tentadores labios. Un poco más… sólo un poco más…
Un estornudo lo despertó de súbito. Su cabeza golpeó contra la mesa con un ruido sordo. Makoto lanzó un par de quejidos antes de abrir los ojos a la luz de la mañana. Estaba sentado frente a un escritorio repleto de libros abiertos y hojas de notas desperdigadas por su superficie.
Makoto lanzó un bufido. Se había vuelto a quedar dormido mientras estudiaba. Y, lo peor era que no recordaba nada de lo que había leído la noche anterior. En su cabeza únicamente continuaban rondando las imágenes tan vívidas de su sueño.
Se levantó de la silla con un punzante dolor en su espalda. Sus brazos permanecían dormidos después de soportar el peso de su cabeza durante horas. Se acercó cojeando hasta la ventana. La había dejado abierta. Eso explicaba el ambiente helado de su sueño y el intenso dolor muscular que sentía. Lo que el día anterior había parecido una buena idea para mantenerlo despierto y atento a sus lecciones ahora le parecía la peor equivocación que había tenido en meses. Después de todo apenas era marzo y, aunque ya había llegado la primavera, el frío del invierno todavía no había desaparecido por completo.
Cerró la ventana y miró la hora en el móvil que traía en la bolsa del pantalón. Aún era temprano. No le daría tiempo de estudiar para sus clases del día ni de volver a conciliar el sueño, pero al menos podría prepararse algo de desayunar y arreglarse con calma.
–Nanase Haruka.
El nombre parecía salir fácilmente de su boca. No recordaba si alguna vez había conocido a alguien con ese nombre, al menos no fuera del universo onírico y mucho menos que fuese un hombre. "Sería gracioso," pensó Makoto, "encontrar a otro chico más con nombre de mujer. Nagisa se emocionaría de que el club siguiera creciendo."
Hacía bastantes años desde que Haruka lo perseguía en sueños. Makoto lo había empezado a ver desde que iba en la escuela primaria. Las primeras ocasiones, lo recordaba muy bien, había nacido del agua. Al igual que Venus, surgía a partir de la espuma del mar. Makoto estaba de pie a la orilla de un inmenso océano y, de pronto, un niño de cabello azabache y ojos del color del agua se iba formando a partir de la blanca espuma y, sin decir una sola palabra, permanecían observándose hasta que Makoto despertaba de su sopor.
Con el tiempo los sueños fueron cambiando. Primero, ambos nadaban en la inmensidad del océano, sus cuerpos parecían mutar a aquél de un delfín para el ojiazul y el de una orca para Makoto. No había miedo, ni falta de oxígeno, ni cansancio, meramente el vasto abismo y la otra persona. Más tarde Makoto había escuchado a Haruka hablar. Su nombre, algunas oraciones que resultaban incoherentes en las horas de vigilia acerca de obtener libertad y, luego, intercambios más normales –hasta donde se podían denominar normales– como el de aquella noche.
Makoto sonrió para sí. Esta vez sí se había pasado. Una declaración de amor en menos de una hora de conocerse y un beso con un absoluto desconocido. Las cosas no pasaban así. O, al menos, Makoto no era de los que creían o aceptaban la noción del destino y del amor a primera vista que aparecía con tanta frecuencia en los mangas shoujo de su hermana pequeña.
A Makoto le gustaban las relaciones largas y estables. Y, pese a que era realmente amable, sociable y le gustaba pasar tiempo con la gente –al final, ésta había sido la razón para que escogiera tomar la carrera de instructor de natación–, Makoto no aceptaba a cualquiera en sus círculos más cercanos. De hecho, como Nagisa se burlaba con cierta frecuencia, Makoto prefería mantener cierta distancia con las personas que le rodeaban, siempre con una sonrisa serena en el rostro a modo de escudo. Tenía varios amigos en la universidad con los que tonteaba e iba de fiesta de vez en cuando; sin embargo, amigos de verdad, a los cuales sabía que podía llamar en cualquier clase de evento y con los que podía hablar de absolutamente cualquier tema, incluso de sueños ridículos con un joven extraño, sólo estaban Nagisa, a quien conocía desde la escuela primaria, y Rei, el novio de Nagisa desde primer año de preparatoria. Fuera de ellos dos y su familia, Makoto estaba completamente solo. Y sabía que aunque llegase a descubrir mágicamente que el tal Haruka Nanase era un hombre de carne y hueso, probablemente las cosas no saldrían tan fácil, rápida y absurdamente como en sus sueños. No lo permitiría. Si el dichoso hilo rojo en verdad los unía, la relación debería ganarse con esfuerzo y trabajo, como se había ganado absolutamente todo en su vida. No habría suerte, hado o conformismo de por medio.
El timbre de su celular lo sacó de su ensimismamiento. Un mensaje de Yamada le avisó que debían llegar antes para preparar la presentación de pedagogía. Makoto terminó de lavar sus platos del desayuno, preparó su mochila, cogió su chamarra y su bufanda y salió con paso rápido hacia la estación de tren.
"Conocer a alguien en sueños. La vida no funciona así…"
