Nota del autor: Hago este fic porque vi la idea en un fanart y me pareció que podrían escribirse muchas cosas al respecto. Tendrá romance y humor. Será un HipoxMerida.
El primer capítulo no será tan cómico pero los que vendrán más adelante sí. También serán más románticos.
EL COLOR DEL VIENTO
El cielo era azul, el mar su espejo. El viento soplaba desde el norte y llegaba al castillo, el mar y el sonido de sus olas se escuchaban incluso en lo más alto de la torre del castillo.
A Mérida le gustaba esa sensación de libertad, el olor salado del mar y el viento meciendo sus cabellos. Sentada en el borde de la torre, los pliegues de sus vestidos se sacudían con el viento como las velas en el barco. Sólo entonces se acordó en ellos. El viento venía del norte y del norte vendrían ellos. Así que ese mismo viento podría estar empujando sus barcos hacia las costas de su hogar. Cuando llegaran, la vida en el reino cambiaría para siempre.
Los vikingos.
Mérida nunca los había visto pero había escuchado lo suficiente para conocerlos. Eran criaturas terribles. Enormes, de más de dos metros. Feroces y destructivos. Iban de isla en isla saqueando y quemando todo a su paso. Comían carne humana y les gustaba por encima del resto la de niños y mujeres (porque es más blanda). No se bañaban ni rasuraban por lo que iban cubiertos de un pelaje apestoso que cubrían las cientos de cicatrices que se hacían en sus combates y entre ellos. Eran peludos y barbudos, todos ellos, incluso las mujeres. Y podrían haber llegado hasta los rincones del mundo de no ser por la particularidad de que eran increíblemente estúpidos. Lo eran tanto, que apenas sabían usar ropa y tenían que matar a alguien con una espada para poder robarla y conseguir una. No conocen los libros, la ciencia, las buenas costumbres, ni el jabón.
Ahora ellos venían. Tendrían una audiencia con la familia real y estarían presentes todos los lores del reino. Mérida sentía la misma carga de los días en que decían que debía casarse, pero también una rara sensación de euforia. Ella era la princesa Mérida del reino de los cuatros clanes. Su pueblo contaba con sus reyes y sin importar qué era lo que los extranjeros trajeran consigo, ella se enfrentaría a lo que el destino le pusiera en frente con la dignidad y valentía de siempre. Acarició la madera de su arco y sonrió. El viento soplaba dándole ánimo.
Pero aún con toda su determinación, no lo entendía del todo bien.
Por mucho tiempo los vikingos habían sido enemigos del reino ¿Por qué su padre se había decidido que quería hablar con ellos? Tendría que haber una buena razón para que en su mismo techo terminaran personas tan bárbaras, brutas y temibles como ellos.
Y luego, como si el destino le respondiera, en el azul del mar, tan lejano que apenas se podía distinguir, había un pequeño y diminuto punto que se aproximaba.
Hipo lanzó a un pescado a al mar, un delfín se lo comió de un mordisco. El muchacho estaba maravillado ¿los delfines se podrían domesticar? En tal caso podrían servir para alertar de barcos enemigos o ahuyentar tiburones.
Estaba sumido en sus pensamientos cuando un puñete en su brazo lo hizo voltear.
- ¿Qué pasa lord Hipo? ¿Soñando con las tierras verdes otra vez?
Lo de lord era una burla que a sus amigos les estaba causando demasiada gracia, pero no había de otra. Los habitantes de las tierras verdes tenían reyes, reinas, princesas. Y sólo discutían con reyes, reinas y princesas. Hacer una alianza con ellos requería que hubiera títulos y honores, y en Berk no había de esos. Lo de líderes se ganaba a golpes y buen juicio y solamente se heredaba si el hijo o hija eran lo suficientemente fuertes y astutos para merecerlo.
Pero para hablar con los reyes se necesitaba títulos, así que su padre y él pasaron a ser lord e hijo. La ceremonia de nombramiento había sido una parodia. Nadie se lo tomaba en serio y los nuevos lores menos que nadie ¿Qué caso tenía? Era realmente complicados y absurdo, como casi todo en las tierras verdes; y todos los vikingos que habían navegado lo suficientemente lejos lo sabían o lo habían escuchado de algún lado. Los habitantes de las tierras verdes eran complicados, cobardes y débiles. Se escondían en castillos con muros altísimos cada vez que veían a un enemigo. Sus reyes, reinas y príncipes eran seres enclenques que no podían alzar una espada aunque sus vidas dependieran de ello y se la pasaban echados en cojines todo el día comiendo uvas y dando órdenes. Todo en ellos era débil, sus armas, sus hombres, sus mujeres y sus dioses. Su única ventaja era que sus tierras daban frutos y oro y con ese oro podían contratar albañiles para fabricar sus castillos y pagarle a mercenarios para pelear por ellos y así proteger sus débiles existencias. A sus remilgos le llamaban buenos morales y a su hipocresía le llamaban honor.
Los delfines cambiaron de rumbo y se alejaron del barco. ¿Por qué necesitarían una alianza con ese tipo de gente? Incluso su padre le había dicho que tenía que hacerse amigo de una hija de los reyes de más o menos su misma edad. Pero por más que trataba de imaginársela no podía concebir cómo podía lucir una princesa y menos de qué podría hablarle.
Extrañaba a Berk. Extrañaba a Chimuelo y a los dragones.
- Vamos, ahora contamos contigo para esto, Hipo.
Era como si Astrid pudiera leerle el pensamiento algunas veces. Y a su manera algo dura era capaz de decir el consejo exacto que Hipo necesitaba.
No los iba a defraudar. Ni a Astrid, ni a su padre ni a su pueblo. Se volteó a ver a la chica para decirle algo pero no pudo.
- ¡Tierra a la vista!
Los más jóvenes corrieron hacia adelante. Como buenos vikingos, había pasado el suficiente tiempo en un barco para saber distinguir la delgadísima línea en el horizonte. Hipo sabía que la vida de los clanes de Berk cambiaría para siempre. Sentía miedo pero a la vez una extraña fascinación por lo que traerían esas tierras desconocidas.
El viento soplaba al sur empujando el barco hacia su destino.
(Continuará)
Lo dejo así por ahora. Por favor déjenme reviews. Se los agradecería mucho.
