Los hermanos Italia habían planeado aquello durante varios meses para que todo saliera perfecto. Aquel que puso más empeño entonces fue Feliciano, quien incluso invitó a las representaciones femeninas de Italia, Felicia y Chiara, y ambas gustosas aceptaron para colaborar con ellos.

Los hermanos Vargas habían decidido hacer un festival cultural en su capital, haciendo demostraciones de varias culturas a nivel mundial para bajar la tensión que se había garantizado en los últimos años, invitando a todos los países a ser parte de este nuevo evento.

— Entonces, ¿nosotras seremos las encargadas de la administración? — Inquirió Chiara cruzando los brazos y arqueando una ceja.

— Nosotros no podremos. Fratello y yo nos vamos a encargar del puesto de nuestro país. — Explicó el menor de las Italia. — Por favor, Chiara, no queremos más trabajo del que ya tenemos. Esto es más de lo que creímos. — Rogó juntando sus manos.

— Bien, lo haremos, pero no llores, maldita sea. — Se quejó la mayor de las Vargas rodando sus ojos.

— Grazie! —. Feliciano se abalanzó a abrazarla entonces.

— Ugh. No me toques, maledizione!

Felicia rió mientras que Lovino simplemente soltó un suspiro algo fastidiado, aquel festival le traería mucho trabajo y entonces esperaba no tener que volver a hacerlo.

Por las calles de la fría Moscú caminaba una feliz pareja, conformada por un atractivo joven de cabello oscuro y ojos azules, mientras que la mujer que le acompañaba era de exageradamente largo cabello rubio y ojos amielados. Ambos eran la representación de Moscú y San Petesburgo: Anastasia y Sergey.

Si bien mantenían una relación, realmente aquella era incestuosa y bastante insana al punto de vista de muchos que sabían su conexión sanguínea, y eran una pareja encantadora al punto de vista de ajenos a la situación.

— ¿Vas a ir al festival que planean los italianos? — Preguntó la rubia mientras miraba a su hermano menor.

— Sí, me agrada la idea de acompañar a padre.

— La verdad yo no quiero ir. — Comentó Anastasia volviendo su mirada al camino.

— Entonces me quedaré contigo.

— Si quieres ir puedes ir, Sergey, no quiero ser egoísta con tus deseos.

— ¿Estás segura? — Inquirió él.

— Sí. Estoy segura. Confío en que no mirarás a otra mujer. — Bromeó ella con una sonrisa.

El de cabellos oscuros sonrió antes de dar un abrazo a la mujer que le acompañaba.