Es curioso como las mañanas parecen más frías y tu cama se vuelve un abismo de comodidad cuando el día que debes enfrentar está lleno de cosas que quieres evitar. Como todos los días, un rayo de luz se posó directamente sobre mis ojos, asegurándose que no pudiera decir el típico "5 minutos más" y, como todos los días, me juré que hoy sería el día en el que repararía aquella persiana responsable de que los últimos 3 días no pudiera darme el lujo de levantarme tan tarde como yo quisiera. Después de reclamos, berrinches y suspiros de resignación, caminé hacia la ventana, intentando no sentirme una extraña en mi propio hogar, esquivando los obstáculos que había dejado la noche anterior intentando no tropezarme, sabiendo que mi motivación estaba en la vista que se encontraba a través de aquel cristal. Siempre había amado aquél parque y no solo por el hermoso lago que se encontraba justo en el centro, había recuerdos escondidos en los viejos robles que el día de hoy perdían sus hojas a causa del otoño, secretos en cada botón de flor que volvería a llenar aquel paisaje de color cuando llegara la primavera, risas e historias que se repetían cuando escuchabas con atención el canto de las aves en verano y la esperanza de un nuevo comienzo cuando la nieve del invierno te recordara que por más que todo se encuentre cubierto, la primavera siempre vuelve.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el agudo sonido del timbre del teléfono y en un torpe intento de alcanzar el aparato, que se encontraba convenientemente al otro lado de la cama, pisé todos los obstáculos que había podido evitar 5 minutos antes, cayendo de tal manera que si una cámara hubiera estado grabando aquel momento seguro se volvería el vídeo viral del año. Luchando contra el peligro que significaba ser yo, logré responder la llamada antes de que tanto esfuerzo se viera tirado a la basura y esto significara el inicio de un peor día del que esperaba.

-¡Mierda! digo… ¿Hola?

-¿Ari? ¿Hija? ¿Estás bien? ¿Por qué suenas como si hubieses corrido un maratón?

-Hola pa, no te preocupes todo bien. Ya sabes que odio correr.

-Lo sé y agradezco todos los días que eso sea así, no creo que pudiera vivir tranquilo pensando que vas por ahí todos los días arriesgando tu vida con esa gran coordinación que posees.

-Ya es riesgo suficiente vivir un día normal con la coordinación que poseo.

Pude escucharlo reír un poco, bien, primera misión del día cumplida. Sonreí levemente, poniéndome en pie y caminando un poco para poder volver a mi ventana. Sabía a qué se debía esa llamada, no era una costumbre de mi padre llamarme por las mañanas para saber que iba a desayunar o si había tenido alguna pesadilla. Hubo un silencio momentáneo, que quizá duró unos 15 segundos, pero para mí pudieron haber sido horas. No supe que decir, no sabía cómo continuar aquella conversación y mucho menos en aquel día en particular, ¿Qué se suponía que debía decir? ¿Preguntar por el clima?, de pronto, pude escuchar aquel tono nervioso que usaba cuando se encontraba en una situación delicada.

-¿Estás bien?

Hubo otra pequeña pausa.

-Claro, bueno ya sabes, no es mi día favorito en el año.

-El mío tampoco…- su tono se volvió más bajo, pude reconocer la tristeza que sentía y sabía que si seguía llevando aquel ritmo en la conversación, terminaría por desplomarme, odiaba saber que mi padre estaba triste.

-Vamos pa…-Y de nuevo no supe que decir.

-¿Irás a verla?

-Claro que sí, ya tengo todo listo. Después de todo, sería la peor hija en la historia si no lo hiciera.

-Odio no estar ahí para acompañarte, si quieres puedo llamar a alguien que vaya contigo o podrías llamar a T.J., dudo que se niegue.

-No te preocupes papá, no es como que voy a ir a una cacería de dragones, todo va a salir bien. Ya basta de nervios que si no me pones nerviosa a mí también.

Pude escuchar de nuevo su risa. Este era el momento perfecto para terminar aquella conversación, sabía que de no ser así, volvería a escuchar la voz triste que era capaz de deprimirme por días y sacarme de balance en un instante.

-Ahora, debo colgar, como sabes tengo un día muy agitado. No te preocupes por nada, sabes que si llego a necesitarte te enviaré un mensaje ¿De acuerdo? Ahora ve a desayunar que incluso estando tan lejos ya puedo oler los hotcakes con chispas de chocolate que Tori te hizo para desayunar.

-¿Cómo sabes que Tori me preparó eso para desayunar pequeña adivina?

"Porque es lo que te prepara cuando sabe que estás deprimido". Sabía que no podía decir eso, por lo que tenía que improvisar, otra cosa que se me daba fatal.

-Porque Tori sabe cuánto te gustan y estoy segura que aún sigue en su proyecto de engordarte al menos un par de kilos.

Nuevamente, escuché aquella risa que poco a poco me iba calmando un poco, esa mañana tenía una buena racha y no era bueno estropearla, tenía que colgar de una manera o de otra.

-Dile que la extraño y que lamento no poder estar ahí, ¿puedes?

-Claro que si papá, ahora ve a desayunar, si dejas que esos hotcakes se enfríen Tori te matará y de paso a mí también por entretenerte tanto.

-Buena suerte Ari, te amo.

-Yo a ti papá.

Y con esas palabras, se terminó, la temida llamada que pudo haber empeorado mi día, sin embargo todo seguía en un curso aceptable. Dejé el teléfono nuevamente en su base y miré la foto que tenía en aquella mesita de noche. No pude evitar suspirar mientras acariciaba el suave marco marrón que la protegía del mundo exterior, mirando fijamente la imagen congelada de lo que había sido el mejor de mis recuerdos. Volví a dejar la fotografía en su lugar, decidida a no perder más tiempo, cuando ahora el sonido de llamada provenía de mi celular.

"Carajo, ni en navidad recibo tantas llamadas"

-¿Hola?

-¡Hey Ari! Veo que ya estás despierta, ¿No te desperté cierto?

No pude evitar sonreír.

-Me conoces lo suficiente como para saber cómo te habría respondido si me hubieras despertado.

Otra risa, era un buen día para hacer a los demás reír.

-Si bueno, me alegro que no fuera así. –de pronto, T.J. se aclaró la garganta como si quisiera decir algo incómodo de la mejor forma posible. –Dime Ari, ¿Quieres que te acompañe hoy? Sé que es difícil para ti y eso y bueno, seguro estás nerviosa y tal. ¿Qué dices? Si aceptas yo pago el taxi.

Ahora quién reía era yo. No pude evitar responder de esa manera, cuando T.J. intentaba hablar de algún tema serio, alzaba la ceja derecha de tal manera que parecía que sospechaba que la persona con quien hablaba había robado un banco, asesinado al presidente y comprado la luna con vales de descuento. Sabiendo todo eso, solo pude imaginarlo a través del teléfono, probablemente en su habitación, caminando de lado a lado esperando escuchar a su mejor amiga en una completa desesperación.

-Gracias T, pero todo está bien, aunque esa oferta del taxi no suena nada mal, es un asco no tener coche, ¿no crees? En fin, ya lo pagarás la próxima vez que me lleves al cine o a cenar, ahora no quiero ser grosera pero ya es bastante tarde y, como bien sabes, tengo muchas cosas que hacer, hablamos luego, un beso.

-¡Ari! Espera qu…

Y colgué. Sabía que me volvería a llamar pronto por lo que puse el teléfono en silencio y decidí ignorarlo hasta que saliera de la casa. No era que no apreciara aquellas llamadas, pero lo que menos necesitaba era pensar en los demás. Cualquier cosa que saliera mal, por muy pequeña que fuera, podía cambiar el transcurso de aquel día y no quería que mi mal humor fuera lo que detonara esa reacción en cadena. Caminé hacia el baño, mirándome al espejo, y suspiré ante lo que mostraba mi reflejo. Pensé que no sería tan obvio lo mucho que me había costado dormir la noche anterior pero, al parecer, mis ojos no me dejarían mentir, así como mi cabello revelaba todas las vueltas que le había dado a mi cama pensando en tantas cosas que jamás me llevarían a ningún lado.

"Se molestará porque ya no es rubio…"

Por un momento, me sentí abrumada en mi propio baño. Era más grande de lo que yo necesitaba y más lujoso de lo que una chica de 20 años debería tener. Aquel lavabo ovalado, rodeado de un hermoso mueble de bambú, estaba destinado para ser utilizado para una pareja de recién casados o al menos, una pareja que hubiera trabajado toda su vida para darse el lujo de un mueble de bambú. La ducha era tan espaciosa que mi cama king size podría caber ahí sin problemas, ¿Y para qué demonios quería un jacuzzi? No era precisamente el más grande de los jacuzzis, más bien era como si hubiese sido diseñado solo para dos, pero para mí solo representaba un estorbo. Volví mi mirada a mi cabello y pude notar como la luz hacía que ahora notara más aquel cambio radical que había decidido hacer apenas una semana antes. Toda mi vida había sido rubia natural, mi padre solía decirme que mi cabello le recordaba aquel rayo de luz por las mañanas que mostraba la dicha de despertar al nuevo día, pero para mí, se había vuelto un recordatorio de todo lo que quería olvidar. Por lo que un día, sin previo aviso, decidí teñirlo de un tono tan diferente que quizá sería irreconocible a simple vista: Rojo. Jamás había sido fanática de aquellos colores escandalosos ni de los looks más rebeldes, por lo que tras una ardua búsqueda del color perfecto, Lohan, mi estilista, me mostró un tinte borgoña que me convenció al instante.

-Es una lástima, mira que muchas matan por tener el cabello de un tono como el tuyo, es un desperdicio, cariño. ¿Estás segura de que esto es lo que quieres?

Miré su rostro y su pose de no-me-parece-lo-que-haces y sonreí más convencida de cómo había entrado. Sin duda, aquel chico era años luz más femenino que yo.

-Quiero que quede tan borgoña que la gente piense que soy pelirroja natural.

-Tú pagas, tú mandas, aunque debí hacerte firmar un documento que me exonere de la masacre que estoy a punto de cometer. Mira que deshacerte de este color, sí que te volviste loca, ¡Completamente loca!

Volví de mis pensamientos, negando con la cabeza y alborotando mi cabello un poco más. "A la mierda" pensé, "Qué esté aquí perdiendo el tiempo no hará que el día se termine más rápido". Caminé hacia la ducha y pareciera que aquellas palabras me habían dado la habilidad de acelerar el paso. En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba fuera, cepillando mi cabello y lista para elegir lo que usaría.

-Vístete cómo quieres sentirte todo el día, no como te sientes al levantarte de la cama- me había dicho siempre ella.

Tras varias vueltas a lo que había conseguido desempacar en tan poco tiempo, encontré un vestido azul claro con un cinturón muy delgado que se abrochaba en la cintura. Era uno de esos vestidos que te llegan dos dedos arriba de la rodilla y que no tienen mangas. Amaba la manera en la que aquella prenda se amoldaba a mi cuerpo, quedando perfectamente a la medida de mi pecho y abdomen y teniendo el vuelo suficiente para mostrar lo alegre que era aquel sencillo diseño. Volví a mi odioso baño y decidí llevar el cabello suelto, ya que ahora era tan largo que me llegaba por debajo de los codos y las ondas que se hacían, gracias a lo rebelde y ondulado que era, quedaban a la perfección con el flequillo que Lohan le había añadido a mi nueva imagen. Apliqué un poco de brillo a mis labios, una fina línea de delineador negro dentro de mi ojo y un poco de sombra azul claro en mis parpados para completarlo todo. Tomé un momento para apreciar mi reflejo y sonreí pensando que quizá si me parecía un poco a ella, después de todo, tenía sus hermosos labios delgados, su pequeña nariz que se llenaba de pecas cuando le daba mucho el sol y sus orejas que quedaban perfectamente a la forma angular de su cara. Aunque mis ojos, ellos se parecían a los de mi padre, aunque él se aferrara a decir que eran iguales a los de mi madre, de un tono azul turquesa, verde aqua en el punto de vista de él, que resaltaban más a la vista gracias al tono de mi vestido.

Caminé hacia la cama, tomé el celular y tras guardar todo lo necesario en mi bolso, decidí dejar todo tal y como estaba para limpiar un poco más tarde. Notando lo tarde que era, tomé un pan de la alacena, le coloqué un poco de mermelada y salí disparada por la puerta de entrada, rogando que el universo hubiera conspirado a mi favor y que apareciera un taxi justo a la entrada de mi casa. Por supuesto, el universo jamás conspiraba a mi favor. Caminé un par de cuadras hasta que al fin pude ver a lo lejos un taxi vacío. Corrí haciendo la parada, sin mirar frente a mí, cuando choqué con algo o alguien que apareció de la nada.

-¡Oye!

Aquel chico debía tener al menos dos años más que yo y al parecer, también quería tener mi taxi. Antes de que pudiera hacer un movimiento más, abrí la puerta tan pronto como pude y me subí en el asiento delantero, dejando al chico y al conductor boquiabiertos.

-¡Oye! ¡Espera un momento! ¡Este es mi taxi!

-¡No tengo tiempo para discutir! Ahora, tienes dos opciones, o te subes y haces todo mi recorrido hasta que termine y puedas entonces ir a donde debes o te bajas y tomas el taxi que está parado detrás de nosotros.

El chico me miraba como si no pudiera creer lo que escuchaba o quizá era algo diferente, más bien, no podía creer lo que veía.

-Oye… ¿No eres tu esa chica…

-Sí, si- lo corté de lleno -Mira, lo siento mucho, pero de verdad tengo mucha prisa- Mi mirada era suplicante.

-De acuerdo.

Y sin más, se fue. Con una sonrisa triunfal, le indiqué al taxista con la mayor claridad posible todas las escalas que tendríamos que hacer antes de terminar el recorrido. Primero, nos detuvimos en la florería que se encontraba a solo dos cuadras de ahí, después de comprar el ramo más lindo que había podido encontrar con las margaritas más blancas de la ciudad, según el vendedor, nos dirigimos a la tienda de auto servicio más cercana que el taxista había podido pensar. Entonces, el teléfono comenzó a vibrar.

-¿Hola?

-¿Ari? ¡Mujer! ¡Llevo llamándote toda la mañana! ¿Por qué no respondías?

-Hola Leah, no te preocupes, no estoy en una zanja, no me ha devorado ningún manatí furioso y no estoy en el hospital, no tienes por qué preocuparte.

-¿Ah no? ¿Y qué quieres que piense si mi mejor amiga no me responde ni me envía un mensaje de texto cuando le he dejado por lo menos 10 mil llamadas perdidas?

Alejé mi celular de mi oreja para comprobar el número de llamadas que en efecto Leah había hecho. 5 llamadas perdidas, nada mal, aunque muy alejado del número que me estaba reclamando. Sonreí y volví a poner el auricular en mi oreja, escuchando como seguía sermoneándome sobre la importancia de responder el teléfono o, por lo menos, avísar que uno sigue con vida.

-Lo siento mucho Leah, no volverá a pasar. Pero tienes que ser un poco más flexible con eso, si no respondo es porque quizá estoy ocupada, ¿No te pasó eso por la cabeza?

Silencio, era la manera en la que ella admitía que yo tenía la razón.

-En fin, ese no es el motivo de mi llamada, ¿Cómo estás? ¿Quieres que te acompañe? ¿Qué tal si nos vemos para cenar hoy?

Genial, alguien más que me hablaba como si pensaran que no podía pasar aquel día sin la idea de suicidarme, aunque Leah me hablaba así la mayor parte del tiempo, lo que me hizo sentir un poco más tranquila al no tener que meditar mucho lo que debía responderle.

-No te preocupes Leah, de hecho, ya voy en camino, todo va a salir bien. Preferiría dejar la cena para otro día, la semana que viene. Tu elije el día, ahora te dejo porque estoy por pasar por un túnel y ya…

-¡Espera Ari! ¡No caeré de nuevo en el viejo truco del tú…

Era la segunda vez en el día que le colgaba a alguien. Si, sabía que no estaba bien y no, no lo hacía tan a menudo como debiera, pero en este día me iba a permitir hacer todo lo posible por pasarlo por mi cuenta. Sabía que ellos lo comprenderían, estaba segura que Leah estaba riendo donde quiera que se encontrara y que T.J. estaría mordiéndose los dedos para no llamarme de nuevo.

Las horas habían pasado más rápido de lo que pensaba y pronto se había vuelto medio día. Decidí mirar el paisaje para distraerme de la inexistente plática que me había hecho aquel conductor, sin duda era un espécimen en peligro de extinción en aquella profesión y agradecía al universo por haberme mandado al taxista más callado de la ciudad. Los árboles pasaban, las parejas se quedaban atrás y los negocios se volvían más pequeños a medida que seguíamos avanzando hasta que por fin, habíamos llegado a mi inevitable destino.

-Suerte- dijo por fin el taxista después de que había depositado el pago por el largo trayecto en sus manos.

-Gracias- dije con una sonrisa educada, aunque no tenía ganas de sonreír.

Miré la entrada de aquel lugar, tomando valor para poder entrar, y después de un par de minutos, comencé a caminar, ignorando las miradas curiosas de los peatones que pasaban a mi lado. El lugar estaba justo como lo recordaba, solo que ahora había menos flores creciendo por ahí debido a la estación. Se podía apreciar un silencio lúgubre, haciendo el ambiente mucho más melancólico de lo que ya era, logrando que él peso de estar ahí realmente cayera sobre mis hombros como una cubeta de agua helada. Me detuve por un momento, llevando mi mano derecha a mi pecho y mirando al suelo, comprendiendo que me encontraba completamente sola. Cerré los ojos y comencé a hacer un esfuerzo por respirar un poco más lento. Una vez que recuperé el aliento y fingí que había en mí una confianza que claramente no existía, me puse en marcha para no perder más el tiempo. Al fin llegué al lugar acordado y ella estaba ahí, esperándome, igual que el año anterior y el anterior a ese.

-Hola mamá, ya llegué. Siento mucho la demora. Ya sabes cómo es esto, cuando más lo necesitas nunca encuentras un taxi, pero lo logré y además encontré tus flores favoritas, nunca he entendido como habiendo tantas tan hermosas siempre has preferido las más sencillas, pero supongo que van con tu personalidad.

Entonces, deposité las flores al pie de su lápida. Aún poseía aquel color marfil que había tenido desde el día de su entierro. Las letras doradas, sin embargo, se habían opacado un poco con el tiempo y los cambios de clima pero su nombre y las fechas de su nacimiento y muerte se leían aun perfectamente.

-Papá siente mucho no poder estar aquí, pero bueno, ya lo conoces. Tori se ha hecho cargo de él tal y como se lo pediste y bueno, al menos ya vuelve a cantar en la ducha ya tocar el piano por las noches, pero claro, eso ya lo sabes.

Sabía que quizá parecía una completa lunática al estarle hablando a una piedra, pero no podía evitar tener la imagen de la fotografía que se encontraba en mi mesita de noche completamente presente en mi mente. Su cálida sonrisa, esos ojos verdes con un brillo de curiosidad, su manera de mirarnos a mi padre y a mí como si fuéramos su vida entera. Así era mi madre y no pasaba un día en mi vida que no me preguntara que sería de mí en ese momento si ella siguiera con nosotros.

Debió de haber pasado por lo menos una hora y una vez que me quedé sin nada que decir, supe que era el momento de volver a casa, después de todo, no faltaba mucho para que mis recuerdos y mi dolor comenzaran a manifestarse en forma de lágrimas y eso era algo que no pensaba compartir con nadie.

-Debo irme mamá, no pasa un momento del día en que no te extrañe con locura.

Comencé a caminar lentamente y de pronto, me detuve en seco. Miré hacia atrás y sonreí con una expresión triste en los ojos.

-Nos veremos el año que viene…

Sabía que era bastante descuidado de mi parte no ir a revisar la tumba de mi madre de vez en cuando, pero el peso de estar ahí era demasiado para mí, mucho más de lo que podía soportar. Me tomaba un año entero prepararme mentalmente para ir ahí en el aniversario de su muerte, que era el día que realmente no podía evitar, por lo que para cuando saliera de ahí estaría completamente agotada. Me detuve un momento bajo el arco de la entrada del cementerio para pensar cual sería mi siguiente destino. Realmente no lo había pensado a fondo e igual no me importaba mucho, por lo que comencé a caminar hacia la izquierda con la mirada hacia el suelo y mi concentración enfocada a mantener mis emociones contenidas hasta llegar a casa. Y entonces, paso algo peor que pasar una hora frente a la tumba de mi madre. Choqué con él.

En un principio pensé que se trataba de un desconocido, y como solía chocar mucho con la gente siendo tan distraída como era, alcé la mirada para encontrarme con el rostro de la persona a la que había molestado con mi torpeza en ese momento. Y entonces, lo vi. Sus hermosos ojos azules no habían perdido ese destello que lograba desbalancearte con solo una mirada, aunque en ese momento, se veía preocupado. Ahora usaba su cabello un poco más largo que la última vez que nos habíamos visto, casi le llegaba a los hombros

, pero aquel rubio deslumbrante seguía siendo el mismo. Sus manos, que ahora caía en la cuenta que me sostenían para evitar que me cayera, seguían siendo fuertes pero gentiles y me hacían sentir como si ese fuera en lugar donde pertenecía de verdad, entre sus brazos. Me aparté de él, mirándolo sin saber que decir, como actuar y que hacer ahora.

-¿Ari? ¿Ari, eres tú?

"Mierda, me reconoció" Lo miré fijamente y mi expresión se volvió tan fría como el hielo y tan indiferente como la de un extraño al que le pides la hora o la indicación para llegar a una calle del centro.

-Hola Matt.