CAPÍTULO 1

El sol está en lo alto del cielo, acariciando nuestras pieles mientras las broncea al mismo tiempo. Recojo la última mazorca de maíz y la abro. Es de un amarillo chillón más potente que el color de mi camiseta. Lo guardo en la bolsa y regreso con mi grupo.

— ¿Estáis todos?

Mis compañeros gritan todos al unísono y se chocan las manos entre ellos. Yo dejo todas las mazorcas que he recogido en el gran cesto y echó a caminar hacia el bajo edificio de habitaciones sin esperarles. Algunos me llaman pero me da exactamente igual. Tengo la cara sudorosa, el cuerpo en general. Llevo dieciséis años bajo ese sol día tras día y nunca me acostumbraré al calor. Cojo ropa limpia de la cómoda y bajo a los aseos. Hay otros chicos duchándose y me meto en la última ducha de la fila. Dejo que el agua fría se lleve todos mis pensamientos. Este es mi momento favorito del día aunque solo tenga cinco minutos. Me enjabono con fuerza y cuando estoy vestido de rojo me siento como nuevo. Regreso a mi dormitorio para pasar el rato hasta la hora de la cena pero ya han regresado mis dos compañeros de cuarto.

— Hey, John. ¿Dónde te habías metido?— me dice alegremente Mike.

— Tenía mucho calor— respondo algo cortante tumbándome en la cama.

— Ya veo, te has dado prisa por ducharte— responde igual de contento, como si no hubiese notado mi enfado.

Me doy la vuelta y miro a la pared. Hoy es el último día y seguramente querrán que vaya a esa maldita fiesta. Llevan hablando de ella desde que tengo uso de razón. No quiero ir pero me alegra que por fin acabemos con todo aquello. Mañana será la prueba de aptitud y pasado, la ceremonia.

— Tierra llamando a Watson— ríe Robert tirándome dos almohadas—. Yo creo que te has pillado por alguna y pasas de nosotros— el chico salta sobre mi colchón haciéndome rebotar.

— ¡Oye, para!— le grito.

Robert baja y se echa a reír con Mike.

— Que gruñón eres…

Oigo que cogen ropa y salen del cuarto, a las duchas. No les echaré de menos cuando me largue de aquí. He estado pensando esa idea desde hace varios meses, cuando empezaron las charlas sobre cómo decidir nuestro futuro, que solo tenemos una oportunidad, que tenemos que estar seguros… Y yo no quiero seguir en Cordialidad. No quiero pasar el resto de mi vida en el campo, recogiendo manzanas y riendo como un tonto, fingiendo que todo me parece bien y que me lo paso de muerte. Nunca he hablado con nadie sobre esto, ni con mi familia ni amigos, ni si quiera tengo de esos. Hablo con Mike y Rob porque me tocaron como compañeros de cuarto. Los demás me miran como si no encajase aquí y eso es exactamente lo que siento.

Lo que no sé es a dónde ir, eso es lo que me asusta.

Bajo al comedor y veo a mi madre y a mi hermana sentadas en una mesa, bebiendo agua. Me acerco a ellas después de coger una bandeja con comida para los tres.

— Mi niño, que hoy es su último día— me atosiga mi madre y me coge la cabeza para besarme.

— Mamá, por Dios— la separo y cojo un palito de zanahoria cruda.

Mi hermana Harry se ríe frente a mí y se echa comida en su plato. Ella es mayor que yo. Hace cinco años pasó la prueba y la ceremonia, quedándose en Cordialidad. No la entiendo.

Aquí no hacemos nada aparte de cantar, reír, recoger fruta y caminar dando saltitos. ¿Eso es a lo que aspiran? Es una vida fácil pero al final es todos los días lo mismo. En clase nos contaron la historia de las cinco facciones y la nuestra es la que menos me atrae. Aunque si me hubiera criado en otra facción quizá pensaría eso mismo de esa facción. Yo no me conformo con esto.

— Puedes irte a comer con tus amigos— me susurra mi madre y mira a la mesa del fondo.

Todos los chicos y chicas de mi edad comen juntos. Solo se les oye gritar y reír, tirando comida por todos lados. Parece que disfrutan.

— Estoy bien mamá…— murmuro cogiendo una mazorca y la unto con una cantidad considerable de mantequilla. Mi hermana lo mira con asco.

Yo no miro a mi madre pero sé que me está observando y analizando.

— No tienes por qué estar nervioso, cielo. Es solo una prueba y salga lo que salga todos te apoyaremos. Elijas lo que elijas el miércoles. Yo confió en ti, eres muy inteligente y sabrás donde encajas. Pero se te da muy bien cultivar… Eres tú siempre el que salvas mis pobres plantas a punto de morir. Tienes mano para eso, cariño.

Vaya forma de aconsejarme, me dice que puedo elegir lo que yo sienta pero a la vez me intenta hacer sentir culpable para quedarme.

— Sí, mamá. Ya lo sé. Estoy nervioso porque no sé cómo será la prueba. Harry, tú la has hecho, ¿qué tienes que hacer?

— Sabes perfectamente que no se puede hablar de eso— me regaña sin apartar la vista de una mesa que estaba a mis espaldas.

Me giro y veo a la familia de Clara comer y comentar algo animadamente. Son nuestros vecinos, bueno, antes de que me mudara yo a la residencia. Clara es guapísima, de pequeño estaba colado por ella. La cosa es que es mayor, más que mi hermana incluso aunque esta siempre hizo muy buenas migas con ella. Eso me ponía celoso.

— Ya pero… Solo dime algo, joder. Una pista pequeña aunque sea.

Mi madre y mi hermana me ignoran y se ponen a hablar de otra cosa. Gracias, esto solo me da más ganas de irme. ¿Las echaría de menos? Si me voy no podría volver a verlas nunca más y eso me da pánico en el fondo. No nos llevamos muy bien, la relación es algo forzada pero si las dejo ya no tendré a nadie.

Acabamos de comer y recogemos la bandeja y los vasos. Me despido de ellas y regreso a mi dormitorio. Cuando abro la puerta hay mucha más gente de la que me esperaba. Había varias chicas subidas de pie sobre mi cama. Mike, Robert y otros chicos estaban ligando patéticamente con ellas. Bufo y cierro la puerta. Salgo a los huertos y camino por ellos. Al fondo veo otro grupo de mi edad que está montando la hoguera. Es costumbre reunirse todos y celebrar el final de las clases y el comienzo de nuestra vida como adultos. Bailan y cantan alrededor de la hoguera y sé que muchos llevan licores y se emborrachan. No pienso ir ni loco. Olvidando que sería patético estar sentado en el suelo solo durante toda la noche, la idea de la prueba me está dando dolor de cabeza.

Camino hasta un manzano al final de la finca. Nadie pasa por aquí y soy yo quien suele regar el árbol y recoger sus manzanas. Me siento en el suelo para notar como la presión sobre el pecho no me deja respirar. No quiero ser un abandonado, no quiero quedarme sin facción pero tampoco quiero quedarme aquí. La idea de irme a otra facción me asusta porque apenas se cosas sobre ellas y no superaría la iniciación. Sin querer me quedo dormido.

Me despierto cuando el frío se me mete por los huesos y regreso al cuarto. Por suerte no hay nadie sobre mi cama pero en el suelo está Robert abrazado a una chica morena y Mike ronca solo sobre su cama. Me tumbo en la mía y me arropo aunque no me duermo. Amanece poco a poco y me cambio de ropa. Salgo del cuarto y bajo a desayunar. No hay casi gente y, desde luego, nadie de mi edad. Tomo unas tostadas y salgo fuera donde para el camión que nos llevará a la ciudad. No hay nadie, llego el primero y me siento en la fila de piedras.

Me concentro en el paisaje para no pensar a dónde voy a ir ahora. No quiero que me entre la ansiedad de nuevo delante de los demás. Pasadas unas horas empiezan a llegar los demás y la camioneta llega veinte minutos tarde.

Nunca he atravesado la muralla. De pequeño me subía a lo alto de los árboles para poder ver pero era tan alta que no veía el otro lado. La gran puerta hace ruido al abrirse y veo que hay varios hombres y mujeres vestidos de negro. Son altos y fuertes, parecen muy seguros de sí mismos. Son de Osadía y una de sus funciones es vigilar la muralla y controlar la puerta. Uno de ellos da un salto y se sube a una plataforma. Parece un gato y creo que tengo la boca demasiado abierta.

El camino es largo ya que la camioneta no da para mucho y es lenta. No sé cómo el conductor soporta ese camino todos los días para llevar alimentos a la ciudad. Esta cada vez se hace más grande en el horizonte. En el centro se alza un gran edificio moderno, a su lado otro parecido y el resto son más bien antiguos o casi en ruinas.

La camioneta nos deja en una gran plaza, hay chicos de mi edad por todas partes, cada uno vistiendo de su color. Abnegados de gris, veraces de blanco y negro y eruditos de azul. Ya hay varias filas, cada facción hace una fila frente a su puerta. Nosotros hacemos lo mismo. Pero me falta un color… Oigo como el tren se aproxima, va demasiado rápido. Los osados se asoman, todos de negro, y les oigo gritar, darse ánimos entre ellos y, cuando están cerca, saltan.

Algunos caen haciendo una voltereta en el suelo y salen corriendo, otros saltan y corren directamente. Parecen tan valientes, fuertes y… Libres.

Las puertas se abren y nos conducen al interior. Nos llevan hasta una gran sala a todos y nos sentamos por facciones. Una mujer entra. Esta nos da la misma charla que llevo escuchando desde que nací. Primero una introducción sobre por qué estamos divididos en facciones.

Hace muchos años hubo una guerra. Construyeron la muralla para protegernos de algo que nadie sabe lo que es. Entonces el gobierno nos dividió en facciones para mantener la paz. Cada una tiene su misión.

Después la mujer continua explicándonos la prueba que nos harán hoy.

— La prueba de aptitud se basa en vuestra personalidad. Esta os asignará una facción. Creemos que escoger la facción que os indica la prueba es lo más correcto para asegurar el éxito dentro del sistema de facciones, pero tenéis total derecho a escoger cualquier facción mañana en la Ceremonia de Elección. Tenéis que recordar que una vez tomada la decisión no hay vuelta atrás.

Esperamos a que digan nuestros nombres. Yo, como Watson que soy, me tengo que esperar al último turno. Nos llaman de diez en diez, independientemente de nuestra facción.

— Watson, ¡Watson!— repiten por quinta vez.

Me pongo en pie y me coloco tras la octava puerta. Esta se abre y dudo un poco antes de pasar. Se cierra tras mí y noto como mis manos tiemblan.

La sala está recubierta de espejos. En el centro hay una silla, más bien una camilla como la de los dentistas. Al lado un hombre teclea en un ordenador. Va vestido de negro.

— No muerdo, ¿eh?— ríe con su propio chiste.

Yo le sonrío tímidamente, es un osado. La persona encargada de hacer la prueba no puede ser de la misma facción. El hombre me mira y sonríe aún más.

— Me llamo Greg— se presenta—. Tu eres John, ¿verdad?— yo asiento—. Yo seré el encargado de hacerte la prueba.

Su voz es alegre y segura de sí misma. Greg tiene el pelo algo canoso aunque no parece mayor. Se ve que es fuerte, sus músculos se le marcan en la camiseta negra ajustada y cuando se mueve puedo ver que de su cuello sale un gran tatuaje.

— Siéntate, por favor.

Yo le obedezco sin rechistar. Me siento y pongo la cabeza entre las dos placas metálicas que están conectadas al ordenador.

— En la prueba deberás hacer una serie de elecciones, según lo que hagas te irá llevando de una facción a otra hasta que solo quede una— me explica mientras va preparándolo todo—. Oye, no sonríes mucho para ser de Cordialidad— bromea y yo no reacciono a aquello. Seguramente tenga la cara de triste de todos los días. Los nervios no ayudan—. No te agobies, la mayoría obtienen el resultado de donde proceden. Y aunque seas un poco serio seguramente saldrá Cordialidad.

Me acercó un vasito con un líquido azul y lo cojo con miedo. No, no. Aun no estoy preparado, no quiero hacerlo aun.

— Hasta el fondo, chaval— me anima sonriendo.

Lo huelo y no percibo nada. Antes de darme cuenta ya me lo he bebido por completo. Greg me coge el vaso y vuelve al ordenador. Me pican los ojos y los cierro. Cuando los abro Greg ya no está allí.

Me encuentro solo y la habitación ya no tiene puerta. Me pongo en pie y me acerco a uno de los espejos. Veo el miedo en mi cara y trago saliva asintiendo. Mierda. Borra esa cara. Parezco patético. Me concentro y me vuelvo. Hay dos mesas. Una tiene un trozo de carne y otra un cuchillo. Recuerdo que Greg me dijo que había que elegir.

— Elige.

— Ya voy— respondo a la voz.

No sé lo que será lo siguiente pero el trozo de carne me parece más apetecible. No solemos comer mucha carne en Cordialidad, llevamos una dieta bastante vegetariana. Las mesas se desvanecen ante mis ojos y oigo un gruñido a mi espalda. Es un perro. Este me ladra y avanza hacia mí. Yo corro hacia atrás, soy un puñetero cobarde. Entonces recuerdo que tengo la carne y se la tiro con poca fuerza. El perro se agacha para despedazar el trozo y yo suspiro aliviado.

De pronto noto que la habitación da vueltas y ya no estoy en la habitación de los espejos. Estoy en la biblioteca del colegio, sentado junto a una chica. Reconozco que va a mi clase, me suena. Es una empollona. Sujeta un libro con rabia y lo tira contra la mesa. Me mira con rabia.

— ¿Has leído el libro?— me ruje, esa voz no es la suya.

El corazón me late con fuerza. La chica me da miedo. Miro el libro, es la historia de las facciones, claro que lo he leído pero parece que a ella no le gustó mucho.

— ¿Lo has leído sí o no?— me grita y noto como el pecho reverbera.

La miro, cada vez está más despeinada y me asusta aún más. Sus ojos parecen rojos.

— ¡No! ¡No lo he leído!— me apresuro a responder cuando ella se abalanza sobre mí.

Pero no noto como me toca. Abro los ojos y ya no estoy en la biblioteca. Oigo el agua del mar. Nunca lo he visto antes, solo en imágenes. El agua me moja los zapatos y mis dedos de las manos se hunden en la arena. Hace calor y eso me agobia.

— ¿Agua o compañía?— oigo a la voz que me habla de nuevo.

Miro alrededor. Parece una isla y no hay nadie cerca de mí. El calor me quema, tengo sed. Seguramente sea media tarde ya que el sol está en lo alto. Debería decir compañía pero…

— Agua— susurro.

Veo como una ola se acerca y me engulle. Abro los ojos y no me siento mojado por el agua. Estoy sentado en el huerto. Frente a mi juegan dos niños alegres. Juegan al pilla pilla. Uno de ellos empuja con fuerza al otro y este responde igual. En pocos segundos se están pegando y me pongo en pie. Pienso durante unos segundos ir a pararlos pero aunque sean de mi facción no son mi problema. ¿Dónde están sus padres?

Uno de ellos me mira y corren hacia mí. El otro me pega en el estómago y me quejo. Parpadeo y los niños han desaparecido. Estoy sentado de nuevo en un auditorio. Creo que es el auditorio de la Ceremonia de Elección. Veo a Jeannine Mathews está leyendo un papel. Está llamando a la gente para que vaya y decida que facción elegirán para siempre. Se me hace un nudo en el estómago. ¿Ya? Ha pasado el tiempo demasiado deprisa. No he tenido tiempo para decidir. No sé qué decidir. No recuerdo cual era mi resultado en la prueba, no recuerdo nada.

— Watson, John— me nombra la mujer rubia.

El nudo me ahoga la garganta y no puedo respirar. No. Quiero correr. No quiero elegir. Si hiciera eso de verdad sería un abandonado para siempre. ¿Es eso lo que quiero? Sería la primera persona que ni elige una facción. Me pongo en pie sin pensármelo y salgo de las butacas para subir y enfrentarme a mi destino. Preferiría elegir lo que fuera antes que rendirme antes de intentarlo si quiera.

Lo siguiente que siento es como si alguien tirase de mí hacia fuera. Abro los ojos. Estoy jadeando con fuerza y noto que estoy sudando mucho. Greg me sonríe.

— ¿Ves como no era para tanto?— ríe y mira la pantalla—. Ven.

Me acerco y miro la pantalla también. Es como un video de todo lo que he visto en la simulación. Greg me vigilaba todo el rato.

— Rechazaste el cuchillo— me explica—, eso descarta Osadía. Mentiste a la chica para protegerte, eso descarta Verdad. Escogiste el agua, eso descarta Erudición porque no escogiste la opción más sensata a largo plazo. Después decidiste dejar que los niños se pegasen, aunque fueran de tu facción, eso descartó Abnegación. La última es mera rutina, enfrentarte a lo que tendrás que hacer mañana. Enhorabuena. Eres de Cordialidad.

Cordialidad.