Disclaimer: No me pertenece ningún elemento de Hakuouki. Esta historia es escrita por placer y sin ánimo de lucro.
Nota de autor: Bienvenidos a mi primer multichapter de Hakuouki. Conforme avance el fic se encontrarán con diversos arcos narrativos que varían tanto en duración como contenido. Les aconsejo tener paciencia en lo que respecta al desarrollo argumental, ya que será premiada con creces llegado su momento. ¡Este es un slow burn de los largos! ¡Con muchos misterios, plot twists, enredos, y sorpresas de las buenas!
Gracias por darle un vistazo al fanfic, ¡ojalá esté a la altura de sus expectativas!
Un amigo como tú
Capítulo 1
"Sanjuro y Chie"
Por Lady Yomi
Verano, 13 de Agosto de 1867. Tiempo presente.
Tani Sanjuro se detuvo frente a una vieja casa de comidas y dejó su lanza (que había usado para ayudarse a caminar durante las largas horas que llevó el viaje) sobre un banco de piedra que descansaba a la sombra de un frondoso sauce.
Podía oír el canto de las chicharras sobre sus hombros. Un sonido que le traía recuerdos de otros tiempos... fragmentos de una vida que ya nada tenía que ver con él.
Verano, 25 de Julio de 1850. Diecisiete años atrás.
Sanjuro había conocido a quien se convirtiera más tarde en su mejor amiga durante aquella ocasión cuando su madre adoptiva lo envió a comprar arroz a la posada Mao.
Él niño de tan sólo diez años observó con detenimiento a la chiquilla que jugaba con una pelota en el exterior del establecimiento. Parecía estar divirtiéndose y quiso acercarse con la intención de participar. Ella no encontró el gesto para nada amistoso y se metió a la casa sin siquiera preocuparse por llevarse su juguete con ella.
Se rindió con un suspiro y siguió su camino hacia el interior de la posada. Al fin y al cabo nunca se le había hecho fácil hacer amigos, los chicos de su edad siempre parecían temerle por alguna razón desconocida. Su hermanastro solía decir que tenía un aura de villano, aunque sabido era que Mantaro hubiera dicho cualquier cosa para hacerlo ver como el malo del cuento... era un chico bastante quejica.
"Tú debes ser Sanjuro, el nuevo niño de Sunae-san" lo saludó una señora rubia y pecosa, quien cargaba a una pequeña bebé de tan sólo unos meses en brazos "Yo soy Mao, la esposa del dueño. Es un placer conoc-
"Sólo vengo a buscar arroz" la cortó con rudeza y le dio la espalda. Ser llamado "el nuevo niño" se le hacía insoportable.
"Oh..." la mujer sonrió de forma comprensiva, era una persona amable que confundió el desplante del chiquillo con simple timidez "Ya mismo te lo traigo".
Cuando Mao abandonó la salita Sanjuro descubrió que no estaba solo; la niña que había visto afuera estaba sentada sobre una mesita, balanceando las piernas en el aire mientras comía una bola de arroz:
"¿Qué te ocurrió en el dedo del pie?"
"Ah" Sanjuro se miró el pie derecho, donde se observaba un feo corte que atravesaba su dedo gordo transversalmente. Giró el rostro hacia un lado, restándole importancia "Se me cayó un jarrón de las manos y me lo aplastó hace un rato".
"Debe doler" Chie se quedó con la vista fija en el dedo que comenzaba a teñirse de morado. De repente empezaba a perder el apetito.
"Claro que no" soltó una risita jactanciosa "Quizá una niña como tú llore, pero para el hijo de un instructor del estilo Tyokushin Ryu esto es sólo un raspón.
"¿Tu papá es un instructor de qué...?" la niña sonrió, dándole un nuevo mordisco a su bola de arroz.
Sanjuro resopló al descubrir la ignorancia de la chiquilla y se puso de puntas sobre el mostrador, ansioso por salir de allí a como de lugar:
"¿Ya está el arroz, Mao-san?"
La mujer llegó con una bolsa de arpillera que bien podía llevar diez kilos de peso en su interior "¿Seguro que puedes tú solo con esto? ¡Es enorme!"
"No hay problema" tomó la bolsa sin ninguna expresión y se dispuso a abandonar el local cuando notó que Chie le arrojaba los restos de lo que comía en su bolsillo, para luego escapar al patio hecha un mar de risitas "¡Ah...! ¡¿Qué, qué hace esa mocosa?!"
La señora Mao había reído todavía más que su hija al contemplar la escena y le costó bastante poder responder:
"Lo ha hecho porque estás herido" declaró sin que se borrara la sonrisa de su rostro "Suelo decirle que un poco de comida puede calmar hasta el dolor más fuerte".
Invierno, 4 de Febrero de 1852. Dos años después.
Sanjuro ya se había acostumbrado a vivir en la casa de su nueva familia. Durante ese invierno en particular había conseguido ganarse la oportunidad de dormir en el mismo cuarto que el resto de los habitantes de la casa, algo que indicaba que el proceso de adopción estaba a punto de finalizarse.
Fueron dos años difíciles, pero parecía que sus parientes estaban satisfechos con su compañía. Sanjuro era el mayor de los niños de la casa; Mantaro tenía dos años menos que él y el pequeño Masatake era sólo un bebé. De seguir así las cosas algún día se convertiría en el heredero del clan Bicchu Matsuyama.
Para alguien que había nacido en la casa de unos simples campesinos... eso era un honor que jamás pensó tener la chance de conocer.
"Buenas tardes, Izanagi-san" saludó el chico al ingresar a la posada Mao "Vengo a-
"¡Ah, Sanjuro!" el dueño del lugar le dirigió una mirada nerviosa, mientras trataba en vano de sujetar un costal de papas que había dejado caer su contenido al suelo tras rasgarse a la mitad en medio de la entrada "¡Llegas justo a tiempo! ¿Puedes entrar a mis niñas a la casa? ¡Salieron a jugar afuera y me parece que ha empezado a nevar!"
"¿Desde cuándo soy niñero?" se dirigió al patio arrastrando los pies con cada paso que daba "Sólo venía a traerle de vuelta el plumero que le prestó a mi madre..."
El rostro de la pequeña Chie se iluminó al verlo acercarse. La niña estaba sentada en un banco de piedra, el rostro oculto bajo una espesa bufanda y las manos temblorosas a causa de sostener por demasiado tiempo un libro viejo y pesado que jamás parecía cansarse de leer:
"¡Sanjuro-san!"
"Estás con esa cosa de nuevo" musitó el chico al detenerse frente a ella "Apuesto a que quieres-
"¡Que me lo leas, sí!"
Sanjuro puso los ojos en blanco "¿No que ya sabías leer?" se llevó las manos a los bolsillos y fijó la vista en Kohana, la hija menor de la familia que se hallaba loca de contenta al meter las manos en la nieve fría una y otra vez.
"Claro que sé" continuó Chie "Pero si Sanjuro-san los lee yo puedo cerrar los ojos para imaginarme como se ven las cosas que pasan en la historia".
El chico apoyó el enorme plumero en su hombro, demasiado fastidiado como para aceptar la nueva tarea que la niña le imponía:
"Que caprichosa eres, yo no tengo tanto tiempo libre como para-
"¡Ah!" Chie soltó una risa aguda "Con esa pose... ¡parece que llevaras una lanza al hombro!"
Esto pareció halagar a Sanjuro, quien colocó el plumero entre sus dedos índice y corazón, haciéndolo girar con habilidad entre los mismos "¿Ah, sí? Apuesto a que podría hacer esto con una lanza también".
"¡Parece que fueras un Yasha!" exclamó la niña abriendo su libro en una página que conocía de memoria "¡Los guerreros divinos de Bishamonten!"
Sanjuro la observó de reojo, demasiado ocupado en mantener su papel de lancero como para prestarle atención:
"Nunca oí de esos..."
"¡Oh!" Chie hizo un mohín "¡Claro que sí! ¡Me leíste ese capítulo hace unos meses atrás...! ¡Cuando... estuve enferma ¿recuerdas?!"
"Bah, siempre estás enferma".
"No digas eso..." detuvo la vista en las páginas del libro por un instante. Las mismas hablaban acerca de las incontables batallas que los Yasha, luchadores incansables bajo el mando de Bishamonte (uno de los cuatro reyes del cielo), enfrentaron desde el inicio de los tiempos.
Había Yasha nobles... y también los había malvados. Por lo que sus habilidades de combate beneficiaban tanto a los clanes con miembros puros de corazón como a aquellos que sólo deseaban poder.
Eran guerreros poderosos, magos e ilusionistas expertos. Podían adoptar tantas formas físicas diferentes que muchos creían que no poseían una forma original en primer lugar.
Se decía que algunos de los Yasha eran adeptos a ingerir tanto la sangre como la carne de otros. Esto hacía que sus ansias por participar de numerosas batallas tuvieran un significado mucho más siniestro del que esta misteriosa raza pretendía tener.
A pesar de toda la oscuridad que los rodeaba unos pocos Yasha se elevaban por sobre su naturaleza retorcida para convertirse en héroes. No era nada común, ya que la gran mayoría sucumbía a la sádica sed de sangre antes de poder siquiera concebir el deseo de hacer bien en sus corazones... la mayoría de ellos nacía y moría para el mal.
Y eso... le daba mayor mérito a quienes se oponían al peor enemigo que les tocaba enfrentar. Ellos mismos.
Primavera, 17 de Mayo de 1855. Tres años después.
Su mejor amiga había cumplido diez años y se encontraba dichosa de poder recogerse el cabello y lucir un obi alrededor de su nuevo kimono furisode; el primero con mangas tan largas que debían doblarse en torno al antebrazo para no arrastrarlas. Era todo un detalle de coquetería que señalaba que pronto se haría mayor. Nada de eso terminaba de gustarle a Sanjuro.
Él muchacho se había dejado caer por la posada sin ninguna excusa y Chie llevaba un buen rato hablando acerca de lo emocionante que sería enamorarse y casarse algún día.
Boberías de niñas, nada más.
"Te volverás una anciana" le espetó mientras revisaba los objetos que encontraba en la estanterías de la posada "Y tus hijos te echarán a la calle, ya verás".
"¡Oh!" Chie abrió la boca un palmo "¡No es cierto! ¡Todavía soy una señorita!"
"Un renacuajo. Eso es lo que eres" no pudo evitar hacer una mueca al pensar que estaba siendo más honesto de lo que se permitía ser habitualmente. ¿Por qué no podía dejar de decir lo que pensaba cuando estaba en compañía de su mejor amiga? "Estás yendo muy de prisa con todo esto... te acabarás volviendo una farsante como todos los demás".
"Una farsante" Chie frunció el ceño y cruzó los pequeños brazos sobre el pecho "Mamá se casó a los catorce años con papá y yo pronto los cumpliré".
Sanjuro le dirigió una mirada cargada de burla "¿Y tú en serio te crees que alguien querría besar ese rostro lleno de pecas y mocos?"
Esperó que la niña chillara como siempre, sin embargo su reacción lo sorprendió. Chie se sonrojó y le dio la espalda, suspirando por lo bajo:
"Por lo menos podrías cuidar tu propia apariencia antes de criticar la mía..." murmuró con una voz que temblaba en su garganta.
Tani Sanjuro no podría haber estado más confundido. Seguro Chie estaba enferma otra vez... siempre actuaba extraño antes de ponerse mala.
Otoño, 29 de Setiembre de 1858. Tres años después.
Mantaro se interpuso entre la salida del hogar y su hermano mayor, quien lo observaba con la lanza al hombro y una expresión pedante:
"¿Puedo saber a dónde te diriges, Sanjuro?"
El mayor (quien acababa de cumplir dieciséis años) no podría haber sonreído de forma más engreída:
"No tengo por qué darte explicaciones, Mantaro-kun".
"Sé bien lo que vas a hacer a la posada" frunció el ceño como pocas veces hacía "Su madre está muy enferma, la he visto... todos sabemos que no le queda mucho por delante. Lo último que Chie-san necesita es que seas rudo con ella".
Sanjuro torció los labios en un gesto de disgusto:
"No pretendo ser rudo. Sólo dejaré mi niñez atrás como exige la tradición. El clan Bicchu Matsuyama necesita personas que puedan hacer sus sentimientos a un lado en pos del bienestar nacional..." le clavó los ojos con desprecio "...si quisiera ser empático, pues me habría dedicado a la medicina como tú".
Se retiró del lugar sin escuchar las súplicas de su hermanastro. Hacía ya tiempo que había tomado la decisión y nada... ni nadie, iba a interponerse entre él y su anhelado destino.
Sería un guerrero digno. Costara lo que costara.
La posada Mao estaba dejando de ser el lugar de siempre poco a poco. Como si se estuviera marchitando al mismo ritmo que lo hacían las fuerzas que le quedaban a la mujer que le había otorgado el nombre en primer lugar.
Los médicos no podían precisar la causa de su enfermedad, los únicos síntomas que eran evidentes a simple vista consistían de una fatiga casi paralizante acompañada de la palidez de un fantasma traído a la vida. La señora Mao no era sino una estatua de porcelana que se hundía más y más en el húmedo futón que ocupaba desde hacía meses.
Cuando llegó al lugar sólo logró divisar a Chie; de pie detrás del mostrador y con expresión sombría. El lugar estaba desierto y las hojas secas que se apilaban a montones en el jardín se escurrían de a ratos en el interior del salón.
El resto de la familia debía encontrarse haciéndole compañía a Mao-san. Ya no le quedaban muchos días antes de partir.
Sanjuro se detuvo en el marco de la puerta principal, observándola desde lejos con marcada altivez:
"Eh, ¿me harán descuento por ser el único cliente de la semana?"
"¡Sanjuro!" Chie (ahora de trece años) se lanzó a su encuentro con una sonrisa que le iba de oreja a oreja. Parecía un náufrago que acababa de divisar una isla en medio de la tempestad.
"Será Tani de ahora en más".
"¿Tani?" la chica parpadeó, deteniéndose en el lugar. El recién llegado señaló la lanza de acero (con el emblema de su familia grabado en la empuñadura) que descansaba sobre su hombro y los ojos de Chie se iluminaron en respuesta "¡Me llevan los Oni! ¡No puede ser! ¡Al fin te dieron la lanza del clan!" se puso de puntitas mientras extendía la punta de los dedos hacia el arma "¡Tengo que verl-
"No" el rostro de Sanjuro se endureció.
"¡Ah... claro!" Chie retrocedió, pasándose una mano por la nuca al caer en lo impulsivo de su comportamiento "Nadie debería tocar el arma de un guerrero sin tener permiso..."
"Especialmente una campesina".
Se hizo un silencio de tumba entre los dos. El joven pudo observar como se iba borrando el entusiasmo del rostro de su mejor amiga a medida que le explicaba que no era propio de un miembro del clan Bicchu Matsuyama el codearse con una mujer que sólo hablaba de monstruos imaginarios y chismes de clientes mediocres.
Continuó enumerando los beneficios que le traería el convertirse en parte de la casa Matsuyama, oportunidades que perdería de continuar viéndose con miembros de una casta inferior a la suya.
Chie guardó silencio, digiriendo lo que oía mientras que sentía que su corazón se quebraba en alguna parte de su pecho. Sin embargo, sonrió cuando su amigo, aquel que ahora se despedía de ella... terminó su largo, doloroso discurso:
"Sanj- Es decir... Tani" murmuró mientras hacia una brusca reverencia, tratando de evitar en vano que su voz se quebrara al hablar "¡Te... deseo la mejor... suerte del mundo! ¡Haznos sentir orgullosos!"
Esa no fue la última ocasión en la que pudo ver a la señorita Furukawa Chie antes de que ella y lo que quedaba de su familia se marcharan a Kyoto. Sanjuro pasó por la posada varias veces tras la muerte de Mao-san y siempre encontró a Chie en la misma posición:
Sentada en el banco de piedra que acompañaba a la enorme choza desde el momento de su construcción, el cabello suelto cayéndole sobre el rostro con la misma apatía que lo hacían las ramas del sauce que se elevaban sobre el jardín. Todos los días sosteniendo el libro viejo que adoraba... aquél que Furukawa Mao había escrito con sus propias manos.
Pero Sanjuro jamás se dejó ver. Siempre se marchó con la misma discreción con la que había llegado. Y un buen día lo único que dio testigo de su infancia fue un viejo cartel que rezaba "Mao", suspendido en la pared de una posada abandonada.
Verano, 13 de Agosto de 1867. Tiempo presente.
Su mente dejó los recuerdos del pasado atrás, volviendo con fastidio al presente que odiaba. No podía apartar los ojos del cartel que ahora estaba cubierto de moho y suciedad. El kanji que formaba el nombre de la fallecida ya sólo era visible para aquellos que recordaban lo que había estado escrito con tinta roja en un principio.
"Supongo que todo ha sido como debería ser, ¿eh Chie-chan?" murmuró para sí mismo con una sonrisa amarga, mientras tamborileaba las yemas de los dedos suavemente en el borde afilado de su lanza "Yo hice mi jugada, tú la tuya... y el destino quiso que ese tipejo bueno para nada estuviera en el medio. Traté de hacerle entender que nada tenía que ver con nosotros. Que no podía entender lo que eramos... ¡de veras lo intenté! Pero se negó a escuchar".
Se puso de pie con desgana, sintiendo un escozor en la garganta cuyo significado ya se estaba cansando de ignorar "Ahora parece que yo soy el malo... pero siempre causo esa impresión al principio. Pasaron muchos años, no te culpo. A lo mejor tienes que conocerme otra vez" le sonrió a su propio reflejo en el acero de su arma. Si había algo que jamás lograba aceptar eran las derrotas. Ya bastante había perdido durante todos esos años en los que estuvo encadenado al Shinsengumi.
Chie estaba confundida. Todos jalaban de ella como si fuera un títere con hilos hechos del oro más codiciado. Todos querían que pensara como ellos, que actuara como ellos ¡que sintiera como ellos!
Pero Tani Sanjuro había tenido suficiente de eso. Había jugado según las reglas durante tres largos años; siendo todo lo que jamás fue para ella. Enmendando sus errores, pagando por sus pecados del pasado. Pero las voces que la rodeaban la hacían creer que su cariño no era genuino. ¡Le mentían en la cara sin que ella pudiera darse cuenta de ello!
Sólo era cuestión de silenciarlos. De hacer que los odiosos sonidos que proferían a gritos quienes querían separarlos, ya no llegaran a los oídos de aquella que había olvidado la gran amistad que los unía.
"Los amigos de la infancia..." susurró para sí mismo mientras fijaba la vista en la posada abandonada con un brillo apasionado en los ojos "...son para siempre, Chie-chan".
Nota de autor:
En la próxima actualización descubrirán los sucesos ocurridos tres años atrás. Aquellos que dieron inicio a la larga secuencia de acontecimientos que acabaron por provocar el siniestro cambio de Tani Sanjuro en las últimas líneas de este capítulo.
Una Chie ya adulta hará aparición, y desde ahí la historia avanzará con normalidad y en sentido lineal, hasta llegar a la última escena de este episodio.
Amaría saber lo que opinan del fic, ¡gracias de antemano!
