1 – Qué regalarle a Sirius Black…
Remus solía plantearse mucho las cosas. Pensaba, razonaba e intentaba predecir las consecuencias de todos y cada uno de sus actos. No siempre podía, pero lo intentaba; daba uso de su tan bien servida moral.
Daba.
Porque recientes sucesos en su vida –como el huracán Sirius, acercándose peligrosamente con presagios destructivos, a no ser que te metieras en su agujero y dieras vueltas con él- habían hecho cambiar sus valores, sus preferencias, su autonomía. Había perdido el norte y de dejaba guiar por una brújula nada común.
Esa es la razón (simple, llana y única – por mucho que otros digan) de que estuviera en aquella tienda. Rodeado de toda esa ropa. Con Lily junto a él en algo parecido a la catatonia cerebral, a la vez que toda la sangre de su cuerpo se le acumulaba en las mejillas. En cualquier otro momento hubiera sabido qué decir, pero el Remus de ahora no era el Remus que hacía comentarios elocuentes. A ese Remus ni loco lo hubieran arrastrado a una tienda de cuero. Y aún menos hubiera ido por su propio pie.
- Dios… mío –fue el murmullo de la prefecta al recuperar el habla y poder analizar lo que le rodeaba. Una tienda donde, magos o muggles (qué mas daba) se paseaban con pantalones de hebillas, botas de motero y camisetas ajustadas sin mangas (algunos sin ellas siquiera). Algunos rapados, otro a lo lejos con una especie de boina francesa y más de una perilla que hubiese hecho derretir a más de una adolescente. Claro está, si los dichos no tuvieran la mano en el bolsillo del pantalón de otro hombre con perilla-. Y yo que pensaba que Black era el macho más macho de todo el colegio, qué equivocada estaba. Esto explica muchas cosas…
El licántropo no hablaba. No hablaba porque no podía. Su capacidad de emitir sonidos se había dado a la fuga, o simplemente se camufló entre aquel olor a cuero curtido, hombría y –los sentidos olfativos lobunos podrían añadir que- sexo. Tragó con dificultad, mientras esquivaba –en contra de lo que su conciencia le dictaba- la mirada de una de las esquinas del local, ligeramente más oscura. Una cortina hacía imposible ver lo que ocultaba, pero la gran imaginación de Remus le hubiera permitido imaginarlo tan solo viendo el terciopelo rojo del telón. Volvió a tragar, ahora procurando no mirar a nadie. Sí, lo mejor sería irse. Qué lástima que sus instintos hubieran tomado el control de su cuerpo, y el lobo en su interior rugiera –en una parte bastante apartada de la cabeza o del pecho.
- Buenas tardes, ¿les ayudo en algo? –preguntó lo que suponía ser el dependiente, que mascaba chicle y (Lily hubiera jurado) miraba con lascivia a su amigo. Acto seguido, fue ella la taladrada con la mirada- Bonita, la de las bolleras está a dos manzanas.
Si no sintiera tanto calor –en ese momento, en ese sitio y en esa parte de su cuerpo, cosa que el antiguo Remus ni imaginaría- hubiera reído ante la cara de alucine que su mejor amiga mostraba. Lesbiana, decía. Tenía su gracia. Si aquel tío de los probadores no acabara de salir con solo esos pantalones puestos, hasta hubiera pensado que tenía gracia. No, pero en esos momentos, pensar era algo fuera de las optativas.
- Una chupa. Cuero negro. Digamos que para acompañar una Harley. Y nada de esas mariconadas de gordo de carretera, estamos hablando de alguien de buena cuna. Espero que puedas ayudarnos –y no era él propiamente quien hablaba, como Lily (quien se juró a sí misma no volver a acompañar a Remus ni a comprar caramelos) percató, sino aquel lobo enfermizo que imaginaba qué cara pondría Sirius al ver el regalo. Cómo estaría con ella puesta. Y lo que harían después.
- Creo que sé a lo que se refieren. Síganme –sonrió el muchacho, llevándolos (tras pasar por botas, pantalones y demás curtidas cosas) hasta donde se encontraban las chaquetas. Miró en una estantería, al fondo, para sacarles un ejemplar al parecer único en la tienda-. No es que sea barato, pero merece la pena. ¿Quiere probársela, señor? –peguntó tendiéndosela al castaño.
- No es para mí… -dijo el ápice de cordura del hombre lobo, mientras que Lily ponía cara de espanto al leer el precio.
- Ya, cariño, pero a veces la imaginación hace maravillas –acompañó el gesto guiñándole un ojo-. El cuarto probador está libre, si me necesitan…
La chica se preguntó si no sería demasiado cara; si no había demasiadas feromonas en el ambiente; por qué le veían cara de necesitar ir a la tienda –que no pensaba pisar en vida- que estaba a dos manzanas. La duda que más le corroía era a qué venía probarse una chaqueta en un vestuario, pero prefirió no preguntar. Porque si Remus cogía la chaqueta y sin mediar palabra se encerraba tras la cortina, quería decir que sus conocimientos sobre el mundo homosexual estaban pasando el límite.
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En otros tiempos, nunca había estado necesitado. Nunca. No pensaba en esas cosas, simplemente. Tenía su Jazz, su poesía, su pluma y su tintero. Tenía tres estupendos amigos y casi una hermana. No tenía polvos a media noche, sentimiento de culpa en la ducha o pensamientos indecentes junto al lago. No compraba chaquetas de cuero, ni tenía novio (o lo que fuera), ni se metía en un probador (con olor a semen) a imaginar a Sirius con esa chaqueta.
Si algo no había perdido, era su capacidad de soñar despierto. Por eso no le fue difícil quitarse su chaleco (porque Sirius NUNCA llevaría la chaqueta con algo debajo), ponerse la chupa y mirarse. Su pelo estaba más largo de lo normal –eso sí de cosecha propia-, pero lo recogía con una cinta. Se la soltó, la imaginó varios dedos más larga y de color negro intenso. Sus ojos dorados se tornaron a grises y aquella mirada de concentración a una de deseo. Y, voila, fantasía realizada.
Pensó que le quedaba bien. Pensó que se veía sexy. Pensó que ya no iba a seguir pensando, porque era mejor no pensar cuando tu mano –pura y decente- se colaba en tus pantalones mientras cierras los ojos y sigues con su imagen en la cabeza. Cuando apoyas la cabeza en el espejo, ignoras que tu mejor amiga te llama desde fuera y el ser que llevas dentro ruge contra ti mismo, decides que pensar no es lo más indicado.
Cuando te das un cabezazo contra el cristal –sin apenas notarlo-, notas pequeñas convulsiones –demasiado placenteras para estar en un lugar público- y te corres –hablando finamente- sobre tu ropa, encuentras sentido a por qué el olor de aquel sitio.
Abrió los ojos, con su ahora reflejo devolviéndole aquella sonrisa lobuna, mientras se incorporaba. Tal vez no fuera tan malo el tener un licántropo desbocado en tu interior.
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Salió con la chaqueta bien doblada (y resguardada bajo su brazo). Pasó de largo cuando Lily le advirtió del precio y se la tendió al dependiente que les había atendido (quien miró su reloj y, tras eso, sonrió a Remus). Gastó dinero como para una década de pobreza, pero no le importó. No le importó porque volverían al castillo en un rato, porque el día siguiente cierta persona cumplía 17 años y porque se sentía rebelde al haber hecho aquello en la tienda.
Por primera vez desde que se conocían, Evans no comprendió la expresión de su cara. Quizás necesitases ser hombre, gay, depravada o licántropo para entenderla. Pero Remus no le dejó coger la bolsa, que olía exactamente igual que la tienda, y algo le decía que no era solo el cuero.
