Summary: En medio del relajado murmullo de las conversaciones que se iniciaron entonces, las naciones comenzaron a levantarse de sus asientos y a recoger sus cosas; preparados para irse a casa lo antes posible. Wang Yao no era una excepción. Iván Braginski sí.
Pareja(s): Iván x Yao // Rusia x China. Mención (muy pequeña en este capítulo) de Alemania x Italia del Norte // Ludwig x Feliciano, España x Italia del Sur // Antonio x Lovino y Francia x Canadá // Francis x Matthew.
Advertencia(s): Un poco del sadismo de Iván y de los sucios pensamientos de Francis. Nada alarmante, espero xD Es mi primer fic original (con resultado medianamente satisfactorio) y el primero de Hetalia también. Demasiadas primeras veces, lo sé.
Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, son del Ilustrísimo Señor Don Hidekaz Himaruya. Yo simplemente los tomo prestados... Para hacer... Cosas... Interesantes.
- Diálogo –
Flash back
'Pensamiento'
- ... Y con esto damos por finalizada la reunión de hoy. – Con estas palabras, Inglaterra anunciaba el fin de un largo día de reuniones –y discusiones, para variar.
En medio del relajado murmullo de las conversaciones que se iniciaron entonces, las naciones comenzaron a levantarse de sus asientos y a recoger sus cosas; preparados para irse a casa lo antes posible. Wang Yao no era una excepción. Iván Braginski sí.
El ruso no deseaba volver a su hogar porque, ¿quién lo esperaba allí? ¿El gélido frío invernal de aquel vasto país, quizá? Hacía mucho que nadie le daba la bienvenida cuando volvía, hacía mucho que todos se habían ido, hacía mucho que... Bueno, hacía mucho desde la última vez que había tenido una familia, por así llamarlo. El primero en abandonarlo fue Lituania. Toris. Su Toris. Aún, después de tantos años, no alcanzaba a comprender por qué fue él el primero. Él lo adoraba. Adoraba la visión de su espalda desnuda arqueada de dolor ante los golpes recibidos. Adoraba el contraste del vívido carmesí de su sangre con su blanca piel en cada corte que él provocaba. Entonces, ¿por qué? Si él lo amaba por encima de todo, ¿por qué lo había dejado?
- Pero, Toris... Yo te quiero y tú lo sabes, ¿da? – la sonrisa infantil no desapareció de sus labios al recibir la noticia del lituano. ¿Cómo podía ser aquello cierto? Toris no le abandonaría así como así.
- Tú... No sabes lo que es querer, Iv- Rusia. – Deteniéndose antes de pronunciar su nombre, mechones de su cabello cayeron ante sus ojos, ocultando su mirada. – He tomado una decisión, y esta vez no podrás detenerme.
Lo máximo que Iván pudo hacer fue quedarse allí, aquella mirada de desconcierto en sus pupilas, como si realmente pensase que todo aquello era tan solo una broma, una broma pesada. Porque Toris volvería, ¿verdad? Tenía que volver.
Pero no volvió, y él permaneció esperando. Un tiempo después, Bielorrusia también se fue, al igual que Ucrania... Al igual que Estonia y que Letonia, que decidieron seguir el ejemplo de su hermano y ser valientes por una vez, porque no soportaban más aquella situación. Iván no pidió más explicaciones, sólo los observó marchar, sin emoción aparente. Pero lo cierto era que cada partida, cada independencia, cada marcha se le clavaba como un cuchillo. ¡Él lo hacía bien! ¡Él los quería más que a cualquier otra cosa! ¿Por qué lo traicionaban así? Nunca pasó por su mente que quizá su forma de querer no era lo que todos entendían por "querer". Nunca pensó que hacía daño a todos los que quería con aquella personalidad cruelmente infantil. Para él estaba bien, y si él disfrutaba... ¿Por qué no iban a disfrutar los demás?
No le gustaba recordar acerca del pasado, porque inevitablemente aquello dirigía sus pensamientos hacia China. Si lo que sentía por los que le abandonaron era amor –o lo que él pensaba que era amor– ¿qué era lo que sentía por China? Deseo, pasión, ternura, cariño, odio, más deseo. Todo mezclado y combinado en un sentimiento inefable, tan difícil de describir como la sensación que le producía la visión de un campo de girasoles bañados por los cálidos rayos del Sol. En el pasado habían sido tan cercanos... El recuerdo de una mano entrelazada con la suya embrujaba las yemas de sus dedos. Un fugaz recuerdo de una carcajada que compartieron arrancó una sonrisa de sus gélidos labios. El dolor de su partida ensombreció sus ojos mientras las palabras que le dirigió resonaban en sus oídos.
- Rusia... Fui un estúpido al pensar que tenías algo bueno, aru. Me equivoqué cuando creí que los demás se equivocaban y te habían prejuzgado. Pero, sobre todo, fui un iluso al pensar que realmente sentías algo por mí, aru. Tú no tienes corazón.
- Wow... Yao está siendo muy cruel, ¿da? – Iván extendió los brazos para atrapar al pequeño asiático en un abrazo, pero el otro no se dejó atrapar y se zafó de ellos con rapidez, dándole la espalda y comenzando a correr como si la vida le fuese en ello. - ¿Yao? Volverás, ¿verdad? Yo... No quiero estar solo...
En aquel tiempo fue Toris el que, sin saberlo, encendió la luz en la oscuridad en la que Iván se encontraba. Con sus cálidos ojos verdes que nunca perdieron su fuerza consiguió que Iván continuase con su día a día. Pero todo había pasado y ahora estaba solo de nuevo. Esta vez, la luz que buscaba estaba muy lejos de su alcance, él no podía verla. ¿Sería que tal luz no existía, o que él estaba ciego? De cualquier forma, ahora caminaba con los brazos extendidos, temeroso de golpearse pero sin detenerse ante nada ni nadie. ¿Por qué todos temían su simple presencia? Si él era el más frágil de todos, ¿es que acaso no lo veían?
Mientras ordenaba sus escasos documentos para guardarlos –¿quién necesitaba documentos, cuando todos acabarían siendo uno con él?– se dedicó a observar al chino, que también recogía mientras hablaba animadamente con España, Francia y los hermanos italianos sobre los planes del oriental para aquel día, el Año Nuevo chino, logrando captar parte de su conversación:
- ... Sí, haremos una cena familiar, aru... Como el otro día me hablaste de que en tu casa coméis una uva con cada campanada, se lo propuse a mis hermanos y les pareció bien, así que veremos qué tal sale el experimento, aru. – Con una sonrisa en sus labios, Yao le hablaba a Antonio, que lo escuchaba con atención.
- ¿Y no sería más divertido hacer una org- – empezaba a proponer el francés, cuando Ludwig se incorporó a la conversación y le dio un fuerte golpe en la cabeza para que dejase de decir tonterías.
- Ya basta, Francis, deja de intentar que el mundo sea como tú. – Le reprimió el alemán, algo molesto. Su tono se suavizó cuando se dirigió al resto de los presentes. – Me alegra que te decidas a probar cosas más occidentales, Yao. ¿Celebrarás San Valentín también?
- ¿San Valentín, aru? ¡Pero si no tengo pareja! ¿Con quién lo voy a celebrar, con Rusia, aru? – Yao levantó una ceja ante lo inverosímil de la pregunta. San Valentí, vaya estupidez... Lo más cercano a una pareja que tenía eran Corea, que proclamaba alegremente que China le pertenecía; y Rusia, que constantemente trataba de hacer que Yao fuese "uno con él". Definitivamente, no iba a celebrar San Valentín.
- ¿Me llamabas? – Una voz infantil que resonó cerca –demasiado cerca– de su oído le hizo dar un respingo. – ¿Te he asustado, Yao? Lo siento. – Pero no parecía sentirlo en absoluto, en cuanto su sonrisa no había disminuido un ápice.
- En absoluto, aru. ¡Sólo me sorprendí porque te has acercado demasiado, aru! – El asiático intentaba justificarse sin delatar el nerviosismo que la gran nación le producía.
- Me pareciste asustado... Bueno, he oído que decías algo de celebrar San Valentín conmigo, ¿es eso cierto? – Un leve brillo en sus ojos era lo único que delataba sus emociones en aquel momento.
Yao lo miraba con el ceño fruncido, tratando de averiguar si hablaba en serio. Si había escuchado toda su conversación, debía saber perfectamente que precisamente eso es lo que había dicho que no haría. – No lo es, aru. ¿Por qué tendría que celebrar San Valentín contigo? Tú eres el menos adecuado para eso, aru.
- ¡Porque yo te quiero, Yao! – Después de soltar una risita infantil, atrapó entre sus fuertes brazos al chino, que se revolvió para librarse de él mientras el resto de países los miraban sin saber muy bien si ayudarlo o no.
- ¡Deja de decir eso! – Con un certero codazo en el estómago de Rusia, Yao retrocedió hasta chocar con Japón, que en aquel momento se dirigía hacia la salida. - ¡Estoy harto de escucharte mentir continuamente!
- Yao no es del todo justo conmigo... No miento. – La tristeza –fingida o real– de su voz provocó que Yao levantase la mirada hasta encontrarse con los orbes violáceos de Iván. Los demás países sintieron que era el momento de retirarse y se disculparon mientras huían hacia la salida.
- Bueno, Feliciano... Prometí que por San Valentín te llevaría a cenar pasta, así que deberíamos irnos ya.
- ¡Sí, pasta! ¡Te quiero, Doitsu! – Con las mejillas ligeramente sonrojadas, un avergonzado Ludwig cogió de la mano a Feliciano para irse a su cita.
Antonio miró su reloj y le pasó un brazo por los hombros a Lovino, que le respondió, tan cariñoso como de costumbre, con una patada.- Lovi~ ¡No seas tan malo! ¡Ya es hora de que nos vayamos a casa!
- Sólo voy contigo porque me das de comer, bastardo. – Con su habitual tono malhumorado, el italiano se dejó llevar a regañadientes por el español, que no perdía su sonrisa. Ambos sabían que Lovino mentía, como también sabían que nunca admitiría en público que sentía algo por Antonio. En privado... Era diferente. Ellos eran felices así, a su manera.
- Esto... Francis... – Una voz casi inaudible les sorprendió. Nadie se había dado cuenta de que Canadá estaba allí, tratando de llamar la atención del francés. – Nosotros también deberíamos irnos ya...
- ¡Claro que sí, pequeño Matt! ¡Casi lo había olvidado! – Con un brazo firmemente asegurado en torno a la cintura del tímido Matthew, Francis se alejó del lugar a dondequiera que hubiese planeado ir con él. Los únicos que quedaban ahora en la sala eran Rusia y China, que se dirigió a la salida también.
- Vamos Yao... Ven conmigo, ¿da? – Rusia había obstruido la puerta para evitar que saliera, y ahora lo miraba, sonriente.
- ¿De cuántas maneras tengo que decírtelo, aru? – El pequeño asiático cada vez parecía más enfadado, pero la furia que escapaba de sus ojos sólo conseguía que Iván lo deseara más, y más, y más... Hasta un punto en que creía no ser capaz de soportarlo. Sin embargo, no perdió su semblante juguetón cuando se acercó al moreno, casi acorralándolo contra la pared.
- Sólo tienes... Que decir... Sí. – Cada palabra le acercaba más al rostro del chino mientras aspiraba con avidez su suave aroma. Suavemente retiró un mechón de pelo que caía rebelde sobre el rostro del otro y le habló al oído. – Yo no te traicionaría... Como otros, ¿da? – Mientras hablaba, pasó un dedo por la cicatriz que sabía que Yao tenía en la espalda, levemente palpable bajo la gruesa tela de su uniforme. Aquella fue la gota que colmó el vaso. Una sonora bofetada que hizo retroceder al ruso resonó en la sala, mientras el asiático mantenía la mano en alto, queriendo golpearlo de nuevo.
- ¡No vuelvas a atreverte a tocarme! – La ausencia de su conocida muletilla alarmó a Rusia, que se preguntó si realmente había llegado demasiado lejos esta vez. No podía ser, Yao no se enfadaría con él. – ¡Lárgate de aquí, vete a Rusia donde no puedas hacerme más daño! ¡Desaparece de una maldita vez! – Con lágrimas de rabia en sus ojos y una fuerza que parecía imposible en su delgado cuerpo, China apartó a Rusia de su camino y comenzó a correr, a correr hacia donde fuese, lejos de aquel hombre que con una simple palabra podía destrozar su calma hasta que no quedase nada de ella. Después de correr a trompicones por varios pasillos, cegado por las lágrimas, se encerró en la primera sala que encontró libre. Con la espalda apoyada contra la puerta, se dejó caer hasta acabar sentado en el suelo abrazándose las rodillas y apoyando la frente en ellas, tratando de calmarse.
Rusia se había quedado allí, en aquella gran sala de reuniones, con una mano frotándose la mejilla enrojecida por el golpe y una expresión de desconcierto en su rostro. ¿Yao se había enfadado? Iría a buscarlo. Sin embargo, mientras recorría pasillos que se le hacían interminables, no podía dejar de pensar en sus palabras.
- ¡Lárgate de aquí, vete a Rusia donde no puedas hacerme más daño! ¡Desaparece de una maldita vez!
¿Había visto lágrimas en sus ojos, o era ése tan solo su deseo? Tenía que comprobarlo... No podía dejar que su rostro lloroso permaneciese sin ser visto, sería un gran desperdicio, ¿verdad? Sumido en sus pensamientos, casi pasó de largo la habitación en la que Yao se encontraba. Habría seguido andando si no fuese porque oyó un sollozo amortiguado tras la puerta. Con lentitud se aproximó a ella y llamó suavemente.
- ¿Yao...? Estás ahí, ¿da?
- V-vete de aquí Rusia, aru... ¿P-por qué no puedes dejarme en paz? – Una voz entrecortada, interrumpida por algún que otro hipido le respondió desde el otro lado. Algo en el interior del rubio se encogió cuando oyó cómo se dirigía a él. Nunca, nadie le llamaba por su nombre. 'Quiero que me llames Iván... ¡Llámame Iván!' Su mente gritaba, pero las palabras no salían de sus labios. Sin una palabra, empujó la puerta, luchando contra el peso de Yao apoyado en ella. Cuando consiguió abrirla lo suficiente se deslizó dentro, siendo cerrada inmediatamente por Yao, que seguía empujándola y se desequilibró cuando el empuje de Rusia desapareció. Fueron los fuertes brazos de Iván los que evitaron que cayese, pero una vez más el chino lo rehuyó, zafándose de su abrazo con violencia.
- D-déjame en paz, aru... ¿No has hecho ya s-suficiente mal? ¿E-es esto lo que querías, v-verme llorar? Y-ya lo has conseguido, aru. Ahora fuera d-de aquí. – Apenas lograba hablar entre los sollozos que de nuevo se le escapaban, así que desistió y volvió a dejarse caer en suelo, tapándose la cara con las manos, siendo sacudidos sus hombros por el llanto. '¿Por qué me afecta tanto, aru? ¿Por qué él?'
Rusia ladeó la cabeza, en un ademán que resultaría inocente de no haberse tratado de él. Mirando a Yao con curiosidad, alargó una mano para acariciarle el pelo y consolarlo, pero apenas lo rozó con la yema de los dedos el asiático se encogió, exhalando el aire bruscamente. Iván, retirando la mano, le habló con voz suave:
- Yao no debe tenerme miedo... Porque yo quiero a Yao más que a nada. Yao no está enfadado conmigo, ¿da? – El chino levantó su rostro surcado de lágrimas con una mirada desafiante en sus ojos, retándolo.
- Ya basta, aru. Te he dicho que no quiero oír más mentiras de ese tipo, y menos si vienen de ti, aru. Si no te vas tú me iré yo, aru. – Dicho esto se levantó y, sin mirar a Iván ni una sola vez, salió de allí en dirección a su casa. Había prometido a sus hermanos que celebrarían el Año Nuevo en su casa todos juntos, y tenía que prepararlo todo.
Y este es el primer capítulo. Al principio no pensaba hacer un fic que me diese para más de uno, pero la historia se me fue desarrollando (y no tengo ni idea de a dónde me lleva), así que... No tengo mucho que añadir, salvo que a parte de los capítulos normales iré metiendo entre unos y otros breves historias del resto de personajes (o el siguiente capítulo o el otro tratará sobre la cita de Feliciano y Ludwig), cosa que espero que no os desagrade.
Cualquier crítica (constructiva, por favor...) será bien recibida, al igual que las alabanzas a mi genial persona *super ego* xD
Acepto [tomatazos] tomates, vodka, pirozhki, comida china, comida francesa, comida italiana, comida alemana, comida... Bueno, que no me tireis piedras ni nada parecido, que duelen...
Los reviews me ponen feliz y me inspiran~ :D
