-¡Es la última vez que le consentimos este tipo de comportamientos, señorito Bonnefoy!- dictaminó Monsieur Champmathieu, el rector del renombrado lycée Molière. Últimamente habían estado teniendo graves revuelos en las clases, y los profesores empezaban a estar hartos de la conducta tan poco apropiada de aquél estudiante, venido de otro centro y reinsertado en el actual, también por causar revueltas en la clase a la que se unía. No era mal estudiante, tenía gran potencial en las asignaturas de letras, y un buen gusto que destacaba en las asignaturas artísticas; pero era demasiado…inconformista. Si no estaba a gusto con algún profesor, no tenía problema en levantarse en medio de la clase, soltar un discursito improvisado, y pronto tener a más de media clase de su parte. Este comportamiento no era malo de por sí, pero la cuestión es que movía a las masas, y los lycées franceses se caracterizan por su orden en las aulas y sobretodo, por su disciplina. Por lo cual, el carácter agitador del señorito Bonnefoy no tenía cabida en los institutos galos.
El rector, conjunto al claustro de profesores, había coincidido en que Bonnefoy tenía demasiados comentarios negativos en su expediente académico, y que tenían que hacer algo con el adolescente de ojos azules, a fin de cambiar su conducta revolucionadora.
Como medida extrema, decidieron mandarlo a un lycée público.
No abundaban mucho los institutos que no fuesen concertados o privados en aquella región, así que decidieron enviarlo a París. Obviamente, tendría que hablarlo antes con la familia Bonnefoy, pero el rector tenía recursos para convencer a los padres de los alumnos "problemáticos" a favor de un cambio de centro.
El rector pidió al chaval que estaba sentado frente a su escritorio que abandonase la estancia, acompañado del jefe de estudios, y con instrucciones de que lo dejase en la biblioteca hasta nuevo aviso. Champmathieu levantó el ornamentado teléfono de ruedecilla, y sacó la ficha de matrícula de Bonnefoy, encontrando el teléfono de Mademoiselle Èmilie y marcando en la rueda, desgastada por el uso, el número de la señorita.
Al cabo de un par de horas de aburrida estancia en la biblioteca, y de varias lecturas de revistas Playboy, celosamente guardadas detrás de los libros de matemáticas, Francis bostezó, guardó las revistas en el conocido escondite por los alumnos, y se levantó de la silla, empezando a da vueltas por la habitación cargada de historia. Era una sala de altos techos, ventanas alargadas; de cristales coloreados y cortinas suaves y blancas. Había bastantes mesas de fuerte roble repartidas por todo el espacio, y encima de ellas, lámparas de bóveda, de un agradable color verde. Cuando los cursos superiores entraban en la semana de exámenes, aquella biblioteca se convertía en su castillo, un fuerte donde podían estudiar a gusto. Francis no solía utilizar esta ala del lycée; prefería mil veces estudiar por su cuenta, en la habitación que compartía con un estudiante de su misma edad, sentado frente la ventana, y con la ligera brisa que se colaba por la ventana meciendo los cabellos demasiado largos para un chico, según el rector. Le encantaba contemplar el azul paisaje de la región donde había crecido y vivido hasta sus tempranos dieciséis años, en relativa calma.
Ni por asomo podía imaginar que la persona que esperaba al otro lado de la puerta de la biblioteca le iba a obligar a recoger sus cosas de la cómoda habitación compartida.
Los secos golpes en la maciza puerta de la estancia sacaron a Francis de sus pensamientos. Tardó un poco en darse cuenta de que estaba en su conocida biblioteca, de pie, mirando por la ventana, recluido, como de costumbre, por aquel hombre que controlaba todo lo que sucedía en aquellas paredes. "O casi todo"- pensó Francis, echando un último vistazo a la sección de libros matemáticos, antes de girarse hacia la puerta y medio gritar un "entrez" con fuerza. La puerta rechinó un poco al abrirse, dejando ver al hombre de mediana edad y gafas, seguido de una mujer esbelta, de rubios cabellos y mirada azul, que le resultaba familiar.
-Francis, cher, tenemos que hablar- comentó Èmilie, en el tono de voz que le caracterizaba, calmado y un poco musical.
-Toma asiento, por favor- añadió el rector, reclinando una silla y ofreciéndosela a Mademoiselle Bonnefoy. Ambos hombres se sentaron mirándose a los ojos, no en un duelo, sino en carácter de aquellos amigos que han entablado amistad a la fuerza. Mademoiselle Bonnefoy fue la primera en dar los detalles del asunto:
-Francis, el rector Champmathieu me ha llamado diciendo que tenía que asistir a esta conversación, puesto que me incumbe. Sé que no eres un muchacho que se deja llevar por las personas, pero me ha comentado que tienes un exceso de… expresar aquello con lo que no estás a gusto. Por lo cual…- Champmathieu cortó a Èmilie, parando el discurso de la señorita, que empezaba a irse por las ramas-,
-Por lo cual, hemos decidido ambas partes, la académica y la familiar, que deberás asistir a un colegio público, ya que has acumulado demasiadas infracciones de comportamiento en contados lycées privados. Con esperanza de que cambies de comportamiento a uno más sosegado, estudiarás en el lycée Rodin, situado en la rue Corvisart, París.-terminó el rector, manteniendo la dura mirada que le caracterizaba.
Francis no podía creer lo que oía. ¿Cambiarse de instituto? ¿Tan poco aguante tenía el Monsieur Champmathieu? ¡Apenas había dicho un par de cosas que le disgustaban del profesor Fiacre, de matemáticas, o de Bouchard, de historia!
Además… ¿A París? ¿Se iba a separar del pueblo que le vio gatear, montar en bici, tener su primer amor y perder todas sus canicas en el torneo que organizaron entre écoles primarios? No, todo menos eso-pensó-. No podía dejar su casa, sus amigos de toda la vida, para irse a la gran París, sin un compañero que le alegrase las veladas. Francis era así, necesitaba estar con gente conocida. No le costaba entablar conversaciones sobre temas superfluos, pero cambiar el lugar de sus estudios era otro nivel.
-P-pero, ¿por qué a París? ¿No podemos ir a la región vecina? ¡También hay lycées públicos allí! Y podría ir y venir todos los días en tranvía, sin tener que moverme de casa.-y sin perder a mis amigos- pensó esto último.
-Lo siento, cher, pero el rector y yo hemos coincidido en que estar una temporada alejado de un ambiente conocido te ayudará a bajar esos humos- decretó Èmilie, mirando fijamente a los ojos de su niño.
-Además- continuó el rector-, no vas a estar solo. En ese instituto hay alumnos de muchas nacionalidades, ya que está especializado en idiomas.- puntualizó.
-¡Exacto!, si mal no recuerdo, había clases de inglés, alemán, español e italiano, con profesores nativos. ¡Es una gran oportunidad para ampliar tus habilidades lingüísticas!-Mademoiselle Bonnefoy intentaba animar a su hijo, haciéndole ver que no era tan malo cambiar de aires. –Conocerás a chicos y chicas de tu edad, de diferentes países, costumbres y lengua. Con tanta variedad, seguro que logras formar un grupito de amigos en un abrir y cerrar de ojos- añadió, con una brillante sonrisa en el rostro, que Francis había heredado.
-Cariño, es por tu bien- dijo Èmilie.
-Aprenderás lecciones de la vida, señorito Bonnefoy- se unió el rector.
…- Francis meditaba. ¿Irse de su hogar? ¿Separarse de sus amigos, de todos aquellos paisajes que tan lejos le habían hecho viajar, sin moverse de su cama? Le partirían e corazón. Pero por otra parte… La gran ciudad, la gran París, aquella que todo francés lleva en el corazón, aunque no viviese en ella. Podría ser interesante.
-Y si es por la estancia, no te preocupes, el lycée Molière corre con los gastos del alquiler de un piso compartido en la rue le Dantec, a apenas cinco minutos del Rodin- añadió Monsieur Champathieu, a fin de hacer entrar en razón a Francis.
-Entonces… ¿acepta el cambio, señorito Bonnefoy?
Francis sabía que no podía decidir si irse o no, por lo que no le quedó más remedio que asentir. Además, la idea de compartir el piso con otra persona le seducía bastante.
Definitivamente, estudiar en la gran ciudad iba a ser interesante.
