Línea del tiempo: Me atrevería a decir que va más o menos a la par con X3, pero siguiendo un rumbo distinto al de la película. Podríamos llamarle un Universo Alterno, pues Pyro nunca fue al Instituto Xavier.

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Con apenas quince años y era un fugitivo de la ley. El rebelde joven eligió una audaz resolución. Decidió abordar un barco como polizonte en rumbo a América, dejando atrás Australia y todo un pasado lleno de sinsabores. Quizás esa tierra prometida le daría la oportunidad de comenzar, haciendo un corte radical con todo lo que abandonaba en esa tierra que lo vio nacer. Solo tres días logró mantener su presencia escondida de toda la tripulación. Cuando le descubrieron, los marinos lo llevaron al capitán quien, gracias al cielo, era un hombre bondadoso que nunca tomó muy en serio las actitudes agresivas e irrespetuosas del mocosuelo. El vio mucho más allá de esa imagen de total apatía. Era un joven con mucha ira en su interior. Un joven que había ya conocido tan de cerca el odio, el brutal desdén y la fría impasibilidad. El hombre prefirió brindarle una oportunidad. Se haría de la vista larga cuando bajara de su barco a tierra americana, pero a cambio de ello tendría obligaciones que cumplir para ganar su comida y cama en su navío.

Y así fue como St John Allerdyce logró pisar suelo americano…

Cuatro Años más Tarde

La total indiferencia de la joven era desconcertante. Sentada en un banco en el solitario y oscuro parque, fruncía el entrecejo y se mordía su labio inferior. Anna Marie D'ancanto le temía más a sus pensamientos que al posible ataque de algún extraño. Eran oscuros sus pensamientos. Apenas aparentaba tener sus dieciochos años. Portadora de una belleza sin igual; largos cabellos café con dos dramáticas franjas plateadas y dulces ojos chocolates. Pero sus labios era su rasgo más llamativo. Sensuales y muy tentadores para besar. La incertidumbre era la causa de que el hermoso rostro estuviese fruncido. Su futuro se cernía lúgubre antes sus ojos. Demasiado lúgubre y atemorizante para su gusto personal. Por tal razón nunca se percató de unos pares de ojos que la observaban detenidamente.

-Ella no debería estar en ese lugar sola.

-No es nuestro problema, Dom. – replicó una profunda voz con un dejo de acento australiano.

-¡Santo Dios, John!

-No es problema nuestro. – repitió él; ahora no estaba seguro a quien él intentaba convencer; la presencia angelical casi parecía llamarle.

Una jovencita decidió no seguir sus órdenes. Alejándose del grupo, caminó hacia la solitaria chica. Era casi tangible el dolor en su rostro.

-¡Wanda! – Sisearon su nombre en ese acento australiano, -¿A dónde crees que vas?

Sin detener por un segundo sus pasos, ella le replicó: - Voy a preguntarle que le sucede.

-¡Wanda! – Y se escuchó toda una gama de maldiciones.

Ella lo ignoró, John siempre aparentaba ser un bastardo de la vida pero lo conocía muy bien. Estaría molesto con ella solo por unos minutos. Su genio era igual de volátil como las llamas que solía controlar y al igual que las llamas, podía ser apaciguado inmediatamente.

Marie alzó su rostro cuando escuchó alguien decirle 'hola'. Frente a ella estaba una atractiva pelirroja, su rostro cubierto de un cargado maquillaje.

-Hola. – respondió ella en un susurro vacilante.

-¿Todo está bien?

Marie se alzó de hombros. La pelirroja tomó asiento a su lado.

-¿Huiste de tu casa? Sabes, la calle no es un lugar seguro para una jovencita. Por más difícil que sea la situación en tu hogar deberías regresar a este.

Marie arqueó una ceja. ¿Cuántos años podría tener la pequeña? ¿Quince, dieciséis años? Aquí estaba a su lado a altas horas de la noche sermoneándole sobre lo que debía hacer y dudaba mucho de que estuviera viviendo con sus padres.

-Al igual que tú, supongo.

La pequeña le sonrió sin ninguna pizca de vergüenza.

-Sip, eso es correcto. Yo tengo un hogar y alguien que vela por mí. ¿No es así John?

Marie escuchó a alguien farfullar por lo bajo. Era una voz masculina que por extraña razón la estremeció. Era profunda y ronca… y tenía una cualidad que no podía discernir.

-¿Alguien anda contigo?

-Mi querido Johnny no permite que ande sola a estas horas por la calle. – y Marie pudo captar sin dificultad alguna la sarcástica insinuación, indicando que en realidad no necesitaba que velaran de ella porque podía cuidar de sí misma. Aparentemente, el tal Johnny era un personaje sobre protector con la jovencita pelirroja.

-Es grosero espiar conversaciones ajenas. – dijo Marie mirando hacia el lugar sombrío de dónde provino la voz.

-Disculpe, señorita modales finos. – le replicaron con irónica burla.

El dueño de la voz, de la que Marie pudo captar el acento australiano, se aproximó a ellas. Cuando la tenue luz del alumbrado eléctrico iluminó ese rostro, Marie contuvo la respiración. ¡Demonio! El tal Johnny no estaba nada mal. Si era sincera consigo misma, estaba mucho más que nada mal. No se amilanó ante esa mirada ceñuda. Era extremadamente atractivo. Tenía ojos de un color que no podía discernir. Azul verdoso, como un mar en tormenta. Nariz recta y labios sensuales que parecían formar un puchero. Sus rubios cabellos necesitaban un buen recorte pero ella opinó que no era necesario pues ayudaba a realzar el atractivo de ese rostro varonil.

Esos marrones ojos le miraban con una intensidad desconcertante. Una extraña sensación como ninguna surgió desde lo más profundo de su ser. John tuvo que admitir que nunca había visto una belleza como la que tenía frente a sí, era una visión sin igual. Instantáneamente odió la vulnerabilidad que despertó ella en él. Sin dificultad alguna pudo captar en ese delicado rostro que provenía de una buena familia. Ese acento sureño la delataba al igual que su pose de propiedad. Ese tipo de chicas solo traían consigo una sola cosa: grandes problemas para los chicos de su naturaleza.

-Wanda, si ya terminaste de hablar, ¿podríamos irnos?

Wanda entrecerró sus ojos. Súbitamente John tenía prisa y eso despertó su curiosidad. Ella dedujo que su actitud estaba relacionada con la chica a su lado.

-John, vamos, sé cortés y ofrezcámosle un lugar donde pasar la noche. – le reprendió Wanda.

-No. – fue su escueta respuesta.

-Pero, John…

-Sabes muy bien que ella no puede pasar la noche con nosotros.

A Marie le enfureció su actitud hostil.

Otra figura apareció bajo la iluminación del alumbrado. –De verás, Johnny, que no tienes modales.

¡Rayos! A la verdad que se había permitido bajar la guardia; tampoco se había percatado del otro joven. Marie sabía lo peligroso que eso podía ser. El chico en cuestión se acercó a ella y con galantería la tomó por su enguantada mano y tiró de ella con suavidad para ayudarla a colocarse de pie. Advirtió que él tenía un rostro algo adusto; solo su sonrisa alcanzaba a aliviar un poco su severidad. Era de cabellos oscuros al igual que sus ojos y de tez con un tono oliváceo.

-Por supuesto que eres bienvenida a pasar la noche con nosotros.

-Dom. – lo llamaron con autoridad.

Dom continuó caminando, con una mano en el codo femenino. –Ignóralo, es más lo que ladra que lo que muerde.

Un contrariado John vio a su amigo alejarse en compañía de la hermosa sureña.

-Parece que si tendremos un nuevo huésped, ¿eh, Johnny?

John le lanzó una mirada fulminante a Wanda. Sin ceremonia alguna, la tomó del brazo para arrastrarla consigo. –Todo esto es culpa tuya. – gruñó él furioso.

Wanda lo miró realmente interesada. La reacción de John ante la chica era una muy violenta y desconcertante. John solía tomar todo con esta desquiciante apatía y aquí estaba, a su lado, apenas controlando su ira. ¿Qué tendría ella que lo irritaba de esa manera?