No. No puede haber acabado así. No puede creérselo. Se niega a aceptar su inminente final. No está dispuesta a hacerlo. Se niega rotundamente a caer justo ahora. No pueden haber recorrido todo el camino con tanto esfuerzo e ímpetu, persiguiendo a la esperanza para terminar así.
Debe ser una ilusión. Pero sabe que es real. Lo sabe por el silencioso y omnipresente peligro, porque es el mismo con el que convivía día a día en el Distrito 8. El corazón le late velozmente, cargado de miedo y drenándole el cuerpo de pavor. Aprieta las manos en torno a la muleta improvisada que sostiene el peso de su magullado cuerpo.
Estaban a punto de dejar atrás los límites del Distrito 12 cuando las atraparon y descubrieron. El líder, de duro e intimidante rostro, marcado por profundas arrugas, las mira. Sus oscuros e inexorables ojos las juzgan y sentencian.
—Suplantar a las autoridades es un delito muy grave. —Informa el jefe de los agente.— Penado con la muerte.
El hombre lleva la mano al cinturón. Saca una impoluta pistola negra y se asegura de que tenga balas. Un estruendoso trueno resuena en los oídos de Bonnie y Twill cae con un quejido lastimero sobre la nieve, tiñiéndola de rojo a su alrededor. Su ojos la miran desde muy lejos. Su cuerpo no se mueve.
Otro trueno surge de la pistola junto a la letal asesina y al instante Bonnie siente como la bala le perfora sádicamente uno de sus pulmones. Le falta el aire y la sangre comienza a borbotar. El dolor se expande veloz desde la herida por todo su cuerpo. Las rodillas se debilitan y doblan, sin poder soportar su peso. Cae sobre la nieve igual que su compañera.
La vista se le nubla poco a poco hasta que deja de ver.
