Disclaimer: Los personajes no me pertenecen en absoluto, son de la fantástica mangaka Rumiko Takahashi.

La gente se acumulaba en la calle como si el mismo apocalipsis hubiera llegado. Una serie de inacabables y altos guardaespaldas formaban una línea perfecta por donde se deslizaban algunas limusinas. El verdadero espectáculo se daba en el interior del casino que presidía la avenida, un luminoso edificio atestado con luces de neón. Una mujer de cabello castaño avanzó entre la multitud, a ritmo constante. Su atlético cuerpo estaba cubierto por pocas telas, de color rosado, que se entrelazaban para formar un atrevido vestido.

Para ser sincera, Sango no se sentía nada cómoda en ese atuendo. Sin embargo, la misión lo requería y no había nada que la avergonzara en su cuerpo, al fin y al cabo las horas inacabables de entrenamiento no solo le había brindado una gran fuerza, sino también una envidiable figura. El único detalle que adornaba su larga melena era un lazo hecho con la misma tela del vestido, formando una coleta baja. La noche iba a hacérsele eterna.

Al fin, la multitud le dejó pasar hasta tocar uno de los guardaespaldas. Debía encontrar a su hombre. De mientras, un poco antes de lo esperado, llegó una elegante limusina. Las chicas empezaron a gritar e incluso algunas fingieron un desmayo. «Patéticas» pensó Sango. Sabía muy bien quién saldría del interior de la limusina. Uno de los trabajadores trajeados abrió la puerta del vehículo y un joven de cabello azabache y ojos azules salió, luciendo una radiante sonrisa.

Miroku Shinsetsu, en la lista de los hombres más ricos del mundo desde hacía dos años, tras la muerte de su padre, un millonario más que renombrado. Actual propietario del casino y de otras decenas de empresas. Sango había memorizado incluso la talla de pantalón del sujeto. Por otro lado, documentación sobre el objetivo había sido la parte fácil. Al señor Shinsetsu le encantaba ir de plató en plató haciendo entrevistas cada vez más atrevidas. El público siempre esperaba impaciente a que ligara con la entrevistadora.

Sango no entendía qué le veían al tipo. No se podía negar que fuera bastante atractivo además de rico pero… Se le notaba a la legua que no era hombre de una mujer, así que no valía la pena ni intentarlo. No eran pocas las estrellas de cine que se habían propuesto hacerlo únicamente suyo. Su nombre aparecía en todas las revistas del corazón de manera semanal.

La castaña vio a su objetivo avanzar por la alfombra roja, acercándose a varias admiradoras, que estallaban en chillidos. Algunos metros por detrás, su hombre de confianza, un tipo algo raro llamado Inuyasha, le seguía con cara de pocos amigos. Cruzaba los brazos por encima de su traje rojo, en contraste al oscuro que vestía el otro chico. Al contrario que al millonario, a él no parecía divertirle en absoluto toda la atención y los fans. El chico parecía listo, debía quitarlo de en medio en cuanto antes.

Justo al pensar en eso, la atenta mirada de Kagome se encontró con la suya. La muchacha llevaba un vestido blanco que hacía evocar imágenes sobre aquella famosa actriz, Marilyn Monroe. Sus cabellos, hebras de carbón estaban recogidos con la ayuda de varios brillantes. Era una buena manera de ocultar los discretos intercomunicadores que las unían.

En cuanto sus objetivos traspasaron las puertas del casino, la multitud se calmó un poco. Era el momento perfecto para encontrar a sus contactos. Sango siguió avanzando hasta ver la familiar figura del jefe de seguridad, Kouga. La castaña le hizo una seña y él la correspondió con otro gesto. La siguió hasta una de las calles laterales, apartadas del gentío. Kagome la esperaba allí, algo sonrojada mientras asentía a algún comentario del chico.

—Bien, os dejo pasar ahora pero que conste que solo lo hago por mi Kagome —dijo mientras abría una puerta escondida tras una columna, sin dejar de mirar desafiante a Sango.

—Mientras lo hagas con discreción puedes hacerlo hasta por Kaede —contestó Sango. Un escalofrío recorrió la espalda del joven. Finalmente, entraron a lo que parecía ser una salita de mantenimiento. Los fluorescentes parpadeaban un poco y aún se oía a la muchedumbre de fuera, de manera amortiguada.

—Espero que este reconocimiento me valga la cita con Kouga… —murmuró Kagome mientras comprobaba su intercomunicador.

—Oh vamos, creo que podrás superarlo —bromeó un poco Sango.

—Como no eres tú quien debe ir con él…

Sango intentó no sonrojarse. Sabía con seguridad que ningún hombre querría ir con ella y tener una cita. Quienes la conocían sabían muy bien sobre su carácter. La paciencia no era su mayor virtud, tampoco la delicadeza o el gusto por las conversaciones banales. Ella prefería la acción. Si no fuera por el carácter del sujeto en cuestión, sabría que la misión de esa noche estaba destinada al fracaso. Para asegurarse de no sufrir contratiempos, los encantos de Kagome atacarían a Inuyasha sin compasión. Ella sí sabía cómo ganarse a los hombres.

La castaña reprimió un suspiro. A veces habría deseado ser un poco más como Kagome. Más amable, más encantadora. Meneó la cabeza para sacudirse esa idea. Alguna de las dos necesitaba tener la mente fría y esa no era la especialidad de la pelinegra.

Ambas salieron de la pequeña habitación por la otra puerta, que daba al vestíbulo principal del casino. Había tanta gente allí que nadie se habría fijado en esas dos jovencitas. Sango había estudiado a consciencia los planos del casino que otro buen amigo les había hecho llegar la semana anterior, cuando al fin el lugar del evento se había concretado.

Al centro del edificio se encontraban las salas de juego. Por debajo de ellas, las cocinas, directamente conectadas a los comedores del casino, el ala oeste del edificio. El ala este cumplía con la función de hotel, o al menos esa era la función de la mayoría de sus plantas. El ático estaba completamente ocupado por el propietario del casino, Miroku Shinsetsu. Los sótanos, según sospechaban, eran cámaras rellenas de cajas fuertes. Aunque aún debían comprobar ese detalle, porque no aparecía en los planos, era uno de los chivatazos más valiosos que habían llegado hasta las ancianas orejas de Kaede, su jefa.

Sango, pero, tenía una fuerte corazonada sobre el botín que pretendían robar. Su instinto le decía, o más bien le gritaba, que la Perla de Shikon estaba en las estancias del millonario pervertido.