Disclamer: Todo de dos señoras, una es rubia y le dicen Jo Rolwing, mientras que la otra cree que escribió la mejor saga de vampiros, sí, SMeyer.
Estrenando ese nuevo y hermosísimo sistema de CrossOvers.
Fotografías
Esa vez –la única vez– que la vio, estaba andando a pasos rápidos por el callejón.
Tenía los ojos medio salidos de las órbitas, en opinión de Edward, su rostro tenía un semblante dividido entre el miedo y la preocupación. Que, después de todo, no eran tan diferentes.
Edward sabía que sucedía, claro, como no –sabía siempre que sucedía, pero ese no era el caso–; porque lo había visto en su mente y porque Carlisle le había informado. Y la verdad, era que lo veía todo un poco idiota. Eso de matarse con palitos de madera y palabrejas en latín por una guerra que ya había explotado era extraño, pero de todos modos, el mismo era extraño, así que no debía quejarse.
Cuando se le acercó, apareciendo ante ella a la velocidad del rayo –o quizás, un poco más rápido–, la pobre chica no pudo menos que asustarse y sacar su palito de madera, decir las palabras mágicas y poner la mirada más amenazante que había encontrado. Edward hubiera podido esquivar el hechizo sin pensarlo, su instinto lo guiaba, pero algo lo había distraído y ahora estaba contra la pared del edificio de enfrente. Pobre edificio, seguro le dejó una marca.
La chica –que se llamaba Lily, por cierto– se quedó de piedra, dudando si ir a ayudarlo o desparecerse en el instante, Edward tomó la decisión por ella poniéndose de pie y acercándosele, nuevamente, con una sonrisa ladeada que no sabría decir cuando había aparecido.
Sus ojos verdes, brillantes como dos esmeraldas relucientes en medio de una noche neblinosa, lo miraban sin emoción alguna. Y Edward sintió que se veía a sí mismo, en ellos, muchos años antes.
Vio su pasado venir hacia él como un huracán de recuerdos, que no era sólido y por tanto, no podía detenerlo. Imágenes con su madre, imágenes de él estudiando, imágenes de él mirando una estrella brillante, imágenes de él queriendo luchar. Fotos en blanco y negro de lo que alguna vez fue su vida.
Ella, tras haber decidido que era muggle, le sonrió y se dispuso a seguir su camino, al ver que el podre vampiro no reaccionaba. Se dirigió a pasos rápidos por la calle estrecha, ubicando sus manos en su vientre, en una criatura que no se notaba pero que ya se había empezado a formar.
Volteó, entonces, a verlo una vez más. Edward sintió que un escalofrío lo recorría, aun cuando no supiera si él pudiera estremecerse, al verse reflejado una vez más, tal como en un espejo, en esa mirada llena de fuerza y valor, conjunto con humildad y el miedo casi palpable.
