Disclaimer: Juro solemnemente que mis intenciones sí son buenas. (Las de Rowling no, al crear tanta magia; si no, ¿a qué viene tanta adicción nuestra, dejada por ella, llamada Potter?).

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Título: La bella, y el no tan bello.

Autor: HardLohve.

Fandom: Harry Potter.

Pairing: Ron / Hermione.

Sumary: ¿La belleza está en el interior? Mentira. La cuestión de la belleza no es tener un físico acorde al canon social, sino que la persona con la que quieres estar, no los acepte a pesar de ellos, sino con todo ello. Presta tus oídos a nuestras palabras, niño vacío de idealismo social. Deja que tus recién abiertos ojos lean nuestras líneas, entre las que encontrarás diversión, entusiasmo, aprecio por lo ordinario, y quizás, tal vez, a lo mejor... el concepto del auténtico amor.

Rating: T.

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El primer capítulo de este fic está dedicado principalmente a Marinuqui. (Esta es la otra respuesta de la que te hablé, sobre las peticiones del AI que hiciste en el foro). No pudo ser esta opción entonces, pero, eah, aquí está… Y espero que igualmente sea de tu agrado como fue la que te dediqué entonces.

Sin más dilaciones, os dejo con la historia.

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¿La belleza está en el interior? Mentira. La belleza está en cada uno de nuestros rasgos. Desde aquellos que no nos cansamos de manosear y admirar ante un espejo, hasta aquellos de los que nos avergonzamos, o de los que concluimos diciendo: si pudiera, me operaría...

La cuestión de la belleza no es tener un físico acorde al canon social..., sino que la persona con la que quieres estar -tú- y la única a la que te debe de importar, no los acepte a pesar de ellos, sino con todo ello. Y punto.

Presta tus oídos a nuestras palabras, niño vacío de idealismo social. Deja que tus recién abiertos ojos lean nuestras líneas, entre las que encontrarás diversión, entusiasmo, aprecio por lo ordinario, y quizás, tal vez, a lo mejor... el concepto del auténtico amor.

Esta es la verdadera historia de aquel feísimo doncel, Ronald Weasley, que a diferencia de ese tal Narciso, cayó asqueado, repudiado y rechazado por sí mismo;

Es esta la historia de Ron, un caballero de armadura de una edad y una época irrelevante de mencionar, condenado diariamente a repetir la misma canción, la misma melodía en un bar de mala muerte -pues era pianista de talento natural, mas no de vocación original- que veía impotente cómo su vida transcurría entre teclas blancas y negras, dos pedales desengrasados, una banqueta de astillada madera verde, y un aire de picantes perfumes de pura marca de alcurnia sociedad.

Él no era otro que un pelirrojo de risueño corazón, de coraje impulsivo aunque prontamente calmado. Hombre de agudas preguntas formuladas en momentos más indebidos; de dubitativa autoestima, de garantía en su palabra; de nervios de flan aun con valentía de hierro. Por supuesto, tal descripción se completaba con un físico... digamos dispar, habitualmente tachado con un único adjetivo: feo.

Y es que sí, hay que reconocerlo, a Ronald se le acusaba de fealdad, de poco agraciado, de acreedor de una belleza rara, o cualquier otro adjetivo menos directo que tardaría más en apuntar lo mismo y lo obvio -pues era un feo a matar, de esos que agradeces no ver por las noches- y que, de ponernos a utilizarlos ahora, sólo alargarían innecesariamente esta historia.

Era tan largo que tenía que andar constantemente encorvado, lo que a la larga -y en sus bien cumplidas primaveras- le había creado una chepa digna de un jorobado. Provisto de una frente prominente, en la que las entradas a una prematura calvicie no hacían más que acentuar ese dato, su cabeza, alargada y con cuatro pelos rojizos, hacía cuchichear a los que pasaban a su lado que era un pimpón, un pro villar..., un cabeza huevo de cuidado.

Ronald Weasley tenía también unas pobladas cejas que, por increíble que parezca, custodiaba unos pequeños ojillos llorosos que se hundían sin remedio en unas cuencas de azulada mirada. Más abajo, resaltaba una verruga que daba paso a una sobresaliente nariz de anchas fosas nasales, labios tan finos que de no ser por las continuas carcajadas que el joven hombre soltaba, perecerían invisibles en una sonrisa de amarillenta dentadura.

Para su desgracia -y para nuestro bienestar- eso no acababa ahí. Quizás, sus rasgos más generosos se podían señalar en pocas palabras: barbudo, bigotudo, mofletudo; flacucho hasta ser huesudo, barrigón cervecero; pies grandes; manos grandes; cuello grueso, largo..., tenso, y sí, también grande.

Hoy, la misión de nuestro caballero de armadura sin armadura -bah, y por lo que a partir de ahora lo consideraremos caballero andante- era la de desgranar el viejo piano hasta su momento de descansar, canción tras canción -cosa que no ocurriría hasta por lo menos dentro de dos horas- raspándose la voz y los agarrotados dedos durante el transcurso temporal.

Cuadrado el culo y dolorida la espalda de tantas horas ahí sentado, Ronald soportaba resignado la asfixiante atmósfera del continuo roce en su sudorosa piel que provocaban el ir y venir del fluflú de las faldas de las damas que socializaban, indiferentes, a su alrededor, la chillona visión y los primeros crujidos de los trajes salidos directos de las manos de diestros sastres; trajes cuya función no era otra que una ostentosa presunción, lucidos por nobles, cortesanos, señores de buena posición, que se pavoneaban medio borrachos por toda la abarrotada estancia.

Tal vez él no ponía todo el corazón en sus notas musicales, pero ni falta que hacía, ya que de eso se encargaban las alcohólicas bebidas que circulaban, imparables, a manos llenas en las insaciables gargantas masculinas; o las estridentes risitas falsas que soltaban las damas, parapetadas tras extendidos abanicos de plumas aterciopeladas, que se sentían obligadas a soltar en pro de una silenciosa competición por comprobar cuál de todas ellas era la mejor en hábitos de salón.

Aprovechando que la canción que en ese momento tocaba podía instrumentarse con una sola mano, Ronald escurrió la que tenía libre entre sus faldones y sacó un pañuelo de ordinarios lunares rojos con el que se secó la encharcada frente. Resoplando tras la tela negra en la que se veían bordadas sus iniciales R.B.W, evocó, no por primera vez, la imagen de su regordeta madre pidiéndole que abandonase semejante antro y se pusiese a trabajar de verdad.

Si Molly Weasley supiese que todo ese barullo lo aguantaba por una mujer -una de mal turbio pasado, dicho sea de paso- le lloraría durante horas en el hombro, le sobaría los pocos pelos que tenía, le rasparía la nariz con un grueso pañuelo para quitar una mancha que sólo ella veía, e incluso era capaz de seguirle a distancia para hacerle de carabina, para luego en casa, corregirle uno por uno los errores que supuestamente había cometido.

Y eso no lo sabía por experiencia, eh, claro que no. Sólo un burro dejaba en manos de su madre, una viuda con demasiado tiempo libre, la efímera vida amorosa que pudiera haber tenido. Eso lo intuía porque lo había oído en boca de madres ajenas, claro que sí; nada tenía que ver un maldito recuerdo de diez años atrás, protagonizado por su primer ligue, un improvisado poema emborronado por una jarra de whiskey, y un primer beso cruelmente interrumpido por una furiosa Molly que arrastraba tras de sí un delatador microchip. No, claro que no.

Ronald miró su reloj y comprobó satisfecho que sólo quedaban dos minutos para la verdadera razón de su estar por ahí. Ya la sabía dueña de todas sus miradas, ignorante destinataria de su amor.

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Poco a poco, como si de algo cronometrado se tratase, la gente, antes dispersada por toda la estancia, fue agolpándose codo con codo dirigiéndose a la parte delantera del salón principal, rodeando morbosos y extasiados un alto escenario, como si de una pira fúnebre se tratase.

Ronald, que ya estaba asentado ahí, armonizando con el piano, fue la excepción. Él, como músico que era, debía apearse y permanecer desde abajo en un discreto plano. Efectivamente, por fin el toque final de falso enamoramiento musical que se obligaba a tomar ante el exigente público llegaba a su fin.

Adoptando una postura de irresistible galán a la conquista de su sortuda doncella -entiéndase tripa metida, pecho sacado, trasero contorsionado en unos tambaleantes pasos- Ronald se levantó de la banqueta precipitadamente, con tan mala suerte que esta rodó estrepitosamente escaleras abajo, rayando de paso la decoración victoriana del lustroso suelo, quedando acusadoramente patas arriba. No le importó. Su alegría, rayana en la benigna esperanza, no daba pie a tales bochornos públicos.

Con manos húmedas, movió circularmente los hombros dentro de su traje almohadillado de perfecta etiqueta moderna y fue a reunirse con la variopinta multitud que se paseaba bajo las rutilantes arañas de luces fosforescentes que alumbraban el desfile de una sofisticada clase alta.

No se unió a ninguna de las varias conversaciones que circulaban entre la gente de prominentes títulos sociales -las miradas de sobresalto y de rechazo se lo impedían- ni aceptó las bebidas alcohólicas que ofuscados lacayos le ofrecían en bandejas abarrotadas.

Únicamente se preocupó de abandonar su acostumbrado rincón imperceptible, y de hacerse un privilegiado hueco en una circular mesa en primera fila. Un sitio que le hiciese bien visible, a ojos ineludibles de los nuevos concurrentes al escenario.

El telón, constituido por una larga y amplia cortina de terciopelo rojo y tras el cual se podían ver el ir y venir nervioso de siluetas impersonales, se alzó gradualmente. Y comenzó la tan esperada función de nuestro querido corcel. Orquestas, comedia, acrobatismos, actuaciones y otros tantos espectáculos sensacionalistas se sucedieron ante su impaciente mirada.

Hombres ataviados con elásticas mallas, disfrazados de bufón, infundidos en dispares guardarropas de trucos mágicos..., mujeres con demasiada piel a la vista según estipulaba lo decente y con vestidos excesivamente chillones hacían la delicia de un público que fumaba largas pipas y cigarrillos, y que, increíblemente, aún permanecía ebrio en su mayoría, a pesar de los abundantes licores que desfilaban por la estancia.

Nuestro corcel sin armadura, Ronald, aplaudió en todas las diferentes actuaciones con sincero regocijo, por supuesto; mas para cuando el telón hubo caído, cerrando la primera bandada de actuaciones, ya sentía unas dolorosas punzadas en las sienes..., símbolo de su nerviosismo.

Aplastó el puro en un cenicero de barnizada cerámica, mientras aguardaba impaciente a que el telón se alzase de nuevo con el espectáculo todavía continuando.

Y el gran momento esperado llegó. Subida en lo alto del escenario, solitaria figura, fragilidad personificada estaba..., su Hermione.

Si de describir se trata y si de cuestiones físicas hablamos, se puede decir que aquella doncella que traía de cabeza el exaltado corazón de Ron, era la hermafrodita de lo divino y el horror, mestiza in fraganti de la fealdad elogiada y la belleza contrahecha. ¿Recordáis, niños, el cuento aquel de una muchacha con media cara bonita y la otra deformada, que se casó con hombre con medio cuerpo de demonio y otro tanto de ángel?

Claro que no, porque me lo acabo de inventar. Más allá de lo fabuloso -o no- que suceda entre estas líneas inventadas, no existen. Que nadie os engañe. A excepción de ella, claro..., ella sí que existe. Es Hermione. Os voy a decir cómo era la susodicha, para que comprendáis.

La clave para observar a Hermione era el perfil. Si observabas su lado derecho, se veía a una joven con carita dulce, con rollizas y sonrosadas mejillas, con labios carnosos y brillantes, con su nariz recta y señorial, con su frente suave y bien pincelada, y con ojos castaños, grandes y preciosos, cargados de violenta cólera y profundo desagrado. Por el contrario, tenía la mejilla izquierda cincelada por horrendas cicatrices, los labios ligeramente torcidos en los que se entreveían unos dientes prominentes, la nariz fuertemente enrojecida, la ceja rudamente trasquilada, la frente repleta de grandes y cremosos granos... toda ella cubierta por una pelusilla roja que comenzaba en su puntiaguda barbilla, culebreaba en su sien ahuecada y terminaba oculta en una tupida cabellera castaña...

El colmo de lo improvisto era que en sus ojos, también marrones, no se veía, contrario a lo que se esperaba, la bondad en su auge estado. Sólo había timidez, la sombra de una calidez y una seguridad ahora apagadas, el roce a la petulancia de toda vista hallada sapiente.

Hermione Granger, la damisela en apuros que Ronald Weasley se había propuesto rescatar, iba ataviada con un ancho vestido recatado de color negro, puro estilo imperio; el traje poseía unas mangas largas que concluían en las flacuchas muñecas en un frunce que impedía deslizar la tela, una cintura modesta y cuello alto de satén carmesí y lunares dorados.

Ante la visión despampanante de su amada, el pecho de Ronald, antes rellenado únicamente por arterias, sangre y un manzanal órgano vital, se vio dilatado repentinamente por la emoción, los nervios, el amor y la determinación.

Y es que nuestro caballero andante se había propuesto rescatar a Hermione de esa vida entre bambalinas que la mujer llevaba. ¿Tierno y romántico, verdad, niños? Pero para eso, tenía que enamorarla. Y para ello, antes tendría que romper la barrera de desconocidos que los separaba.

Se mesó los cuatro pelos rojizos del cogote y, llevado por esa inspiración que suele asaltar a los desesperadamente enamorados, determinó que aquel, iba a ser el día clave. Que tras la actuación de su amada, se acercaría a Hermione y le confesaría quién era el autor de los acertijos recibidos en forma de ramos de flores.

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¡Hola!

Empiezo esta historia ronmione que llevaba rondándome por mucho en la cabeza.

Tenía pensado que fuese mi historia número treinta, ya que las cifras redondas me suenan especiales –y para mí, el Ronmione es una de las cosas más especiales de HP- pero al final, el número treinta se lo llevó una parodia de los Juegos del Hambre (Pasaros por mi perfil y veréis ahí la historia, si os apetece echaros unas cuantas risas), pero como este fic tampoco podía quedar en el anonimato –ni esperar hasta el número cuarenta, xd- pues eah, que así lo subo.

Será una historia corta; de seis u ocho capítulos, a lo sumo.

Como habréis notado, es romance… sí, pero también es parodia; sobre todo, eso, parodia. (Porque me apetecía hacer algo humorístico con mis Ronmiones queridos y, esta, es la respuesta). ¡Espero que os guste! Y que me comentéis, ya que este estilo narrativo es muy escaso en FFN y no las tengo todas conmigo, precisamente por eso.

En fin, eso es todo. (¡Saludos!). Y espero veros en el recuadrito de abajo.