I

Había pasado la mayor parte de la mañana preguntándome cómo debería comportarme con la nueva esposa de papá y su hijo, Percy. Quien no era mucho mayor que yo.

No sabía cómo eran, ni que mañas tenían… ¡no sabía que clase de dieta extraña les había recetado el doctor!

Llámame paranoica pero luego de cinco matrimonios fallidos estarías igual que yo.

Como por ejemplo Sandy Dore. Tercera esposa luego de dos matrimonios en el que la esposa moría de un ataque de nervios (con el trabajo que tiene mi padre no me sorprende), obsesionada con la correcta pronunciación de las palabras. No aceptaba balbuceos o titubeos. Me pegó dos veces de niña por decir "wipopotaimo" en vez de hipopótamo o "yumito" en lugar de juguito. Mi padre se enteró dos días después al ver mis moretones. Pero (si puedo ser sincera) ella es un ángel comparada con las otras tres que les seguirían. Ángela Ferrera fue la más bella de las cinco (nunca conocí a mi madre y mi padre no tiene fotos de ella… o al menos no me las ha mostrado y no soy de esas hijas que rebuscan entre las cosas de sus padres jóvenes y llenos de vitalidad que no tienen tiempo para ellas así que prácticamente las dejan con sus abuelas hasta que las viejitas enloquecen por el ruido que hacen las niñas al jugar con las figuras de acción de su difunto tío Bailey), tenía dos hijos varones. Gemelos. Ambos de 17 años y con las hormonas por los cielos. Intentaron hacerme cosas de las que me puede defender muy bien gracias a unas cuantas clases de tai kwon do pagadas por mi profesora de educación física. Suzzy Collins era tres años mayor que mi padre y prácticamente parecía mi tataratataratataratatara abuela. Y la cuarta fue Wendy Cho. Es una empresaria china con ascendencia mongola (o algo así) que aún me manda tarjetas de navidad con billetes de cien y buenos deseos cómo: "espero que tu padre se caiga de un precipicio por ser el cerdo sexista que es y que tengas el período dentro de un tanque lleno de sanguijuelas". Pero el dinero compensa sus deseos de muerte. Siempre termino gastándomelo en algún libro de Jane Austin o alguna biografía de Marilyn Monroe.

El asunto es que (según papá) Sally Jackson era un ángel caído del cielo… y su definición de "ángel" es un poco… pues… él sabrá.

Me había contado que tenía un hijo de mi edad, Perseus. (el cual me pareció un nombre ridículo) Y que no había nada fuera de lo normal con ella (pff, si claro). En cuanto a Perseus (el chico prefería Percy y no lo culpo) era moreno y de piel olivácea. Tenía ojos verdes (mi padre tenía una foto lo cual resultaba extraño y enfermo). Y debo admitir que me gustan los ojos verdes pero había algo en su mirada… la misma mirada que tenían los gemelos de Ángela cuando iban a hacer una travesura.

–¡Annie!– llamó mi padre desde la cocina. Sentí el olor a galletas de avena al bajar las escaleras. Odiaba las galletas de avena y papá lo sabía. No esperaba que Sally llegara puntual. Al ver su foto (sí, papá tiene fotos de medio país en su cartera), con su cabello enmarañado y ojos grandes y expresión de loca dudaba que llegase a la hora estimada. Pero ahí estaba ella.

Sally Jackson no se parecía nada a la mujer de la foto. Su cabello estaba sujeto en una alta cola de caballo y unos delgados rizos se escapaban de ésta. Usaba unos jeans ajustados y un suéter beige de lana. Se veía mejor que yo. MUCHO mejor. Yo solo llevaba puesto un camisón de los Yankees dos tallas y media más grandes y unos short gastados. Mis anteojos se resbalaban a cada rato y mi cabello era parecido a una fusión nuclear de un nido de ratas con una cama de perro faldero. Pero por suerte olía bien… o eso creía yo. Papá no dio ninguna señal que contradijera mis pensamientos.

Sally me sonrió ampliamente cuando recargué el peso de mi cuerpo sobre el marco de la puerta, tratando de parecer malota fruncí el ceño. Papá dejó escapar una risa mal disimulada.

–Annie…–comenzó él con tono dulce. Cómo si quisiera convencerme de entrar a una jaula de leones disfrazados de zebras.–Ella es Sally Jackson.

La mujer me tendió la mano amistosamente y murmuró un "encantada". Hice lo mismo.

–Soy Annabeth, por cierto. No puedes llamarme "Annie"– gruñí al tiempo que Sally soltaba mi mano.

Ya dirás, "caray, esta tía se la va a poner dura a Sally. La pobre no mata ni a una mosca". Pues tienes razón. Se la iba a hacer imposible a Sally y a su niñito Percy por más santurrones que fueran.

A Sally no le pareció molestarle mi grosero comentario. Pero alguien en el fondo se aclaró la garganta.

Giré mi cuello esperando ver al chico en la cartera de papá… resultó ser que la foto tenía siglos de antigüedad.

El tipo resultó ser un roquerito más. El pelo atiborrado de gel y en punta, con pendientes negros, cadena de plata con algún dije raro y chaqueta de cuero… el resto era negro, negro, negro.

-Perseus, supongo – solté con desdén. Papá tocó mi hombro como advertencia.

El niño punk me dedicó una sonrisa socarrona y caminó de brazos cruzados hacia mí.

–Sí, niñata y te agradecería que fueras más amable con mi madre.

Su tono no me gustó. Pero sus ojos eran tan hipnotizantes que me quedé sin aliento y asintiendo como una completa estúpida.

–Y es Percy… para todos – aclaró. Le sonrió a mi padre cómo si no le importase nada y abrió el refrigerador por una bebida (lo sé porque le escuché mover las cervezas de papá).

Mi progenitor no dijo nada.

Odiaba esto. Odiaba todo.

Sally sólo sabía sonreír y el ambiente se tornó tenso e incómodo. Resoplé como un caballo cuando papá los invitó a la sala a ver televisión como una familia.

Ni siquiera sabía lo que la palabra significaba.

Bueno, obviamente sí, no he ido a la escuela tres partes de mi vida por nada… simplemente no lo entendía. Yo no tenía familia. Mi papá es un detalle.

Percy no dejaba de mirarme cómo si fuese un pedazo gigantesco de tocino. Aborrecía a los tipos así. Los que solo miran a las chicas por su cuerpo y no por lo que realmente son. No es que yo tuviese un cuerpo de un ángel de Victoria's Secret, no. Ni mi cara era bonita. Era grasosa y mi nariz era un poco… prominente. Y de mi cuerpo ni hablar, parecía una morsa, o eso digo yo, para mi padre soy una modelo.

–Annie, cariño…– llamó mi padre con cautela. Yo aún estaba recostada contra el marco de la puerta de la cocina, viéndolos compartir anécdotas. Le lancé una mirada furiosa.

Podía ver en los ojos grises de mi padre que necesitaba de mi presencia. No desde la cocina. Sino ahí con él. Con su nueva esposa Sally y su hijastro Perseus Jackson.

Los odiaba.

No quería tener nada que ver con ellos.

Así que me quedé ahí, mirándolos reírse y hacer bromas.

Irradiaban felicidad.

Una felicidad que yo no estaba dispuesta a compartir ni aunque me pagaran mi peso en diamantes.

Papá estaba decepcionado. Pero ya se le pasaría.

Siempre se le pasa.