Fullmeta Alchemist no me pertenece.
Autora: L. K.
Sin fines de lucro.
CAPITULO 1
-Lady Winry, su esposo no está muerto.
Winry miró a James Young sin pestañear. Tal vez no había oído bien... O quizás Young estuviera bebido, aunque hasta entonces Winry nunca había tenido noticias de que fuera aficionado a la bebida. También era posible que se hubiera vuelto un poco chiflado trabajando al servicio del actual lord Alchemist y su esposa. Porque, si se les daba tiempo, aquellos dos podían volver loco a cualquiera.
-Sé que es un gran impacto para todos ustedes -siguió diciendo Young con expresión muy seria. Detrás de las gafas, los ojos con que contempló a Winry brillaron de nerviosismo-. En especial para usted.
Si la noticia hubiera procedido de una fuente menos fiable, Winry la habría rechazado al instante. Pero James Young era un hombre prudente y honesto que llevaba más de diez años al servicio de la familia Alchemist. Tras la muerte del esposo de Winry, realizó una excelente tarea gestionando los ingresos generados por sus propiedades, aunque la suma total era muy pequeña.
Greed, lord Alchemist, y su esposa Lust contemplaron a Young como si también ellos dudaran de su cordura. Formaban una pareja ideal: ambos eran de cabellos negros, altos y esbeltos. Aunque tenían dos hijos, los habían enviado a Eton y muy raramente los veían o mencionaban siquiera. Al parecer, Grees y Lust solo se preocupaban por una cosa: disfrutar de sus recién adquiridas fortuna y condición social tan ostentosamente como fuera posible.
-Absurdo - exclamó Greed- ¿Cómo se atreve a presentarse ante mí con semejante tontería? Expliqúese de inmediato.
-Muy bien, milord -replicó Young-. Ayer me enteré de la llega-da a Londres de una fragata con un insólito pasajero. Parece que tiene un parecido inexplicable con el difunto conde. -Dirigió una mirada respetuosa a Winry antes de proseguir-: Sostiene ser lord Alchemist.
Greed, escéptico, soltó un bufido de desdén. Su delgado rostro, marcado por profundas arrugas de cinismo, se encendió. Su larga nariz picuda se contrajo de furia.
-¿Qué clase de indignante engaño es este? Elric murió hace más de un año. Es imposible que sobreviviera al naufragio del barco que lo traía de Madras. ¡Por Dios, la nave prácticamente se partió en dos! Todos los que estaban a bordo desaparecieron. ¿Me está diciendo que mi sobrino consiguió sobrevivir? Ese hombre debe de estar loco si piensa que alguno de nosotros va a creerle.
Lust apretó los labios.
-Muy pronto se demostrará que no es más que un impostor -dijo, crispada, mientras alisaba las puntas del oscuro encaje de estilo Vandyke que adornaba el corpiño y la cintura de su vestido, de seda verde esmeralda.
Indiferente ante la furiosa incredulidad de los "Condes", Young se acercó a la ventana. Junto a esta estaba sentada Winry, en un sillón de madera dorada, con la mirada clavada en la alfombra que cubría el suelo. Como todo lo que había en Alchemist Hall, aquella alfombra persa era de una suntuosidad que rozaba el mal gusto, con un espectacular diseño de flores surrealistas que desbordaban un florero chino. La gastada punta de un zapato negro emergió por debajo del vestido de luto de Winry cuando, distraída, siguió el borde de una flor escarlata con el pie. Parecía perdida en sus recuerdos y no advirtió que Young se acercaba hasta quedar junto a ella. Se enderezó bruscamente, como una escolar sorprendida en una situación reprobable, y alzó la mirada hasta ver la cara de Young.
Incluso vestida con su traje de bombasí oscuro, cerrado y modesto como el de una monja, Winry Elric exhibía una suave y elegante belleza. De espesa melena rubia, siempre como a punto deresultaba una mujer original y llamativa. No obstante, su apariencia despertaba escasa pasión. Era admirada a menudo, pero nunca perseguida... Nunca cortejada ni deseada. Eso se debia a su carácter, taciturno y reservado, que mantenía a todo el mundo a distancia.
Para muchos de los que vivían en el pueblo de Risembool , Winry era una figura casi sagrada. Una mujer con su aspecto y posición podía habérselas arreglado para conseguir un segundo esposo, pero ella había preferido dedicarse a tareas benéficas. Se mostraba indefectiblemente amable y compasiva, y volcaba su generosidad tanto sobre el noble como sobre el mendigo. Young nunca había oído a lady Alchemist pronunciar ni una sola palabra desagradable sobre nadie; ni sobre su esposo, que prácticamente la había abandonado, ni sobre sus parientes, que la trataban con humillante tacañería.
Pero a pesar de su aparente serenidad, había algo perturbador en sus translúcidos ojos azules. Cierta inquietud callada, que sugería emociones e ideas que jamás se había atrevido a manifestar. Hasta donde Young sabía, Winry se había dado por satisfecha con vivir a través de las vidas de las personas que tenía a su alrededor. La gente solía decir que lo que necesitaba era un hombre, pero nadie parecía capaz de pensar en el caballero adecuado. Lo cual, indudablemente, había sido una suerte, si al fin resultaba ser verdad que el difunto conde estaba vivo.
-Milady -murmuró Young con tono de disculpa-, no quise perturbarla. Pero pensé que querría conocer de inmediato cualquier asunto relacionado con el difunto conde.
-¿Existe alguna posibilidad de que sea cierto? -susurró Winry, con el rostro ensombrecido por una mueca de preocupación.
-No lo sé -fue la cuidadosa respuesta de Young-. Como nunca se encontró su cuerpo, supongo que existe la posibilidad de que él...
-¡Desde luego que no es verdad! -exclamó Greed-. ¿Es que habéis perdido los dos el juicio? -Pasó como un torbellino frente a Young y, adoptando una expresión protectora, apoyó la mano sobre el delgado hombro de Winry-. ¿Cómo osa ese canalla hacer pasar a lady Winry por semejante tormento? -protestó con toda la falsa piedad que pudo.
-Estoy bien -lo interrumpió Winry, que se puso rígida en cuanto él la tocó.
Una arruga frunció su tersa frente. Se liberó de su mano y fue hacia la ventana, ansiando escapar de aquel recargado salón. Las paredes estaban tapizadas con una brillante seda rosada y mostraban adornos de pesadas volutas de color dorado. En todos los rincones podían verse jarrones con exóticas palmeras. Daba la impresión de que cada centímetro disponible estaba ocupado por una colección de lo que Lust llamaba «chucherías»; armatostes con pájaros de cristal y plantas cubiertas por cúpulas transparentes.
-¡Cuidado! -exclamó Lust con voz aguda, cuando las pesadas faldas de Winry rozaron una pecera colocada sobre un trípode de caoba y lo hicieron bambolearse.
Winry contempló la aburrida pareja de pececillos de colores que nadaban en el cuenco de cristal y luego observó el rostro estrecho y enjuto de Lust.
-No deberías ponerlos en la ventana -murmuró Winry-. No les gusta mucho la luz. Lust soltó una carcajada despectiva.
-Tú debes de saberlo muy bien, estoy segura -dijo ácidamente, y Winry supo que mantendría los peces exactamente donde estaban.
Tras un suspiro, Winry desvió la mirada hacia los prados que rodeaban Alchemist Hall. La tierra que se extendía alrededor de la antigua fortaleza normanda estaba salpicada por bosquecillos de castaños y robles y surcada por un río ancho y torrentoso. El mismo río proporcionaba a un tiempo la corriente para el molino y un canal de navegación para el cercano pueblo de Resembool , un puerto próspero y bullicioso.
Una bandada de patos silvestres se posó sobre el lago artificial situado frente a la mansión, obstaculizando el majestuoso avance de una pareja de cisnes. Más allá había un camino que llevaba hasta el pueblo, y un antiguo puente conocido por los lugareños como «el puente de los condenados». La leyenda decía que el mismo diablo lo había puesto allí, con la expresa intención de quedarse con el alma del primer hombre que lo cruzara. Según esa leyenda, el único que se había atrevido a poner el pie sobre el puente era un antepasado de los Rockwell, que tras desafiar al diablo se había negado a entregar su alma. El diablo echó entonces una maldición sobre sus descendientes: todos tendrían dificultades para engendrar hijos varones que prolongaran el linaje.
Winry casi creía en la historia. Cada generación posterior de Rockbell había tenido muy pocos hijos y la mayoría de los varones habían muerto a una edad relativamente temprana. Como Edward.
Con una triste sonrisa en el rostro, Winry se obligó a retornar al presente y se volvió hacia el señor Young. Era un hombrecillo bajo y menudo, de modo que sus rostros quedaban prácticamente al mismo nivel.
-Si ese desconocido es en verdad mi esposo -dijo con serenidad-, ¿por qué no ha regresado antes?
-Según cuenta -respondió Young-, estuvo flotando en alta mar durante dos días, siguiendo las huellas del naufragio, hasta que fue recogido por un barco de pesca que se dirigía a Ciudad del Cabo. Resultó herido en el siniestro y no recordaba quién era, ni siquiera sabía su nombre. Pocos meses después recuperó la memoria y se embarcó rumbo a Inglaterra.
Greed volvió a resoplar con desprecio.
-¿No recordaba su propia identidad? Nunca oí nada semejante.
-Aparentemente, es posible -respondió el administrador-. He hablado del asunto con el doctor Marco, el médico de la familia, y me ha confirmado que, si bien son escasos, se conocen más casos como ese.
-Qué interesante -dijo Grees, con tono sarcástico-. No me diga que da usted crédito a toda esta farsa, Young.
-Ninguno de nosotros puede determinar cuál es la verdad hasta que el desconocido sea entrevistado por quienes conocieron bien a lord Alchemist.
-Señor Young -intervino Winry, disimulando la inquietud que la turbaba-, usted trató con mi esposo durante muchos años. Le agradecería mucho que fuera a Londres y conociera a ese hombre. Aunque no se trate del difunto conde, debe de tener problemas y quizás necesite ayuda. Algo hay que hacer por él.
-Cuan propio de usted, lady Winry -señaló Young-. Me atrevería a decir que la mayoría de la gente ni pensaría siquiera en ayudar a un desconocido que trata de embaucarlos. Es usted una mujer realmente bondadosa.
-Sí -afirmó con ironía Greed-. La viuda de mi sobrino es santa patrona de mendigos, huérfanos y perros vagabundos. No puede resistirse a dar a los demás todo lo que tiene.
Tras el comentario sarcástico de Greed, Winry sintió que le ardía el rostro.
-Los huérfanos necesitan el dinero mucho más que yo -replicó-. Precisan muchas cosas que otra gente puede suministrarles con toda facilidad.
-He asumido la tarea de preservar la fortuna de la familia para las futuras generaciones -murmuró Grees-. No para derrocharla en niños sin padres.
-De acuerdo -intervino de pronto Young, interrumpiendo la tensa discusión-. Si a todos les parece bien, partiré hacia Londres con el doctor Marco, quien conocía al difunto conde desde su nacimiento. Veremos si hay algo de cierto en lo que dice ese hombre. -Dirigió a Winry una sonrisa tranquilizadora y añadió-: No se preocupe, milady. Estoy seguro de que todo saldrá bien.
Aliviada tras escapar de la presencia de los Alchemist, Winry se encaminó hacia la vieja casita del guardabosque, que se encontraba a cierta distancia del castillo según se seguía la orilla del río, bordeada de sauces. La casita distaba mucho de ser la construcción isabelina original, recubierta de madera, que alguna vez había sido utilizada como alojamiento para huéspedes y parientes de visita. Por desgracia, el interior fue destruido por el fuego el año anterior, cuando un visitante descuidado volcó la lámpara de aceite e incendió todo el lugar.
Ni Greed ni Lust vieron motivo alguno para reparar la casita y decidieron que tal como estaba era suficiente para Winry. Ella se podría haber puesto a merced de la generosidad de otros familiares, o incluso podría haber aceptado el ofrecimiento de su suegra para acompañarla en su viaje, pero Winry valoraba mucho su intimidad. Era mejor quedarse cerca de los ambientes conocidos y de los amigos, a pesar de las incomodidades de la casita.
Aquella vivienda de piedra era húmeda y oscura y estaba impregnada de un olor a moho que ni limpiando a fondo podía eliminar.
Los rayos de sol raramente entraban por la única ventana batiente. Winry se había esforzado por hacer el lugar más habitable: había cubierto una de las paredes con una colcha hecha con retazos y había colocado muebles que ya no querían en Alchemst Hall. El sillón que había junto a la chimenea estaba adornado con una manta azul y roja, tejida por una de las niñas mayores del orfanato. Cerca del hogar colgó una salamandra tallada en madera, regalo de un anciano del pueblo que aseguraba que protegería la casita de cualquier daño.
A gusto con su soledad, Winry encendió una vela de sebo y se quedó allí de pie, junto a la chisporroteante y humeante luz. De repente, sintió un violento escalofrío en todo el cuerpo.
Edward... Vivo. No podía ser verdad, desde luego, pero la sola idea la llenaba de desasosiego. Fue hasta su angosto lecho, se arrodilló en el suelo y buscó bajo los flejes chirriantes que sostenían el colchón. De allí sacó un paquete cubierto con una tela, lo desató y desenvolvió un retrato enmarcado de su difunto esposo.
Greed y Lust le habían ofrecido el cuadro como una muestra de generosidad, pero Winry sabía que estaban ansiosos por librarse de todo lo que les recordara al hombre que había ostentado el título de conde antes que ellos. Ella tampoco deseaba tener aquel retrato pero lo había aceptado, pues interiormente asumía que Edward era parte de su pasado. Había cambiado el rumbo de su vida. Quizás algún día, cuando el tiempo suavizara sus recuerdos, colgaría el retrato a la vista de todos.
Hacía tres años que Edward se había embarcado hacia la India, en una misión semidiplomática. Como accionista menor de la Compañía de las Indias Orientales y poseedor de ciertas influencias políticas, lo habían designado asesor de los administradores de la empresa en Asia.
En realidad, Edward fue uno de tantos oportunistas ansiosos por sumarse a la multitud de ociosos y libertinos que pululaba por Calcuta. Allí vivían como reyes, disfrutando de orgías y fiestas interminables. Se decía que cada casa contaba, como mínimo, con cien sirvientes, que cuidaban de la comodidad de sus amos. Además, la India era el paraíso para un jugador y allí abundaban los juegos exóticos... Algo irresistible para un hombre como Edward.
Al recordar el entusiasmo de su esposo ante la partida, Winry sonrió con tristeza. Edward se había mostrado más que ansioso por alejarse de ella. Había empezado a cansarse de Inglaterra, así como de su matrimonio. No cabía duda de que Winry y él no formaban una buena pareja. Una esposa, le dijo Edward una vez, era una molestia necesaria, útil tan solo para tener hijos. Al ver que Winry no lograba concebir, se sintió profundamente ofendido. Para un hombre que se jactaba de su fuerza y su virilidad, la ausencia de hijos era algo difícil de tolerar.
La mirada de Winry se posó sobre el lecho y se le formó un nudo en el estómago al recordar las visitas nocturnas de Edward, su cuerpo pesado aplastando el de ella, la dolorosa invasión que parecía no terminar nunca. Fue casi un acto de misericordia que él comenzara a alejarse de su cama y a visitar a otras mujeres para satisfacer sus necesidades. Winry no había conocido nunca a nadie con tanta fuerza física y tanta vitalidad. Casi parecía creíble que hubiera sobrevivido a aquel violento naufragio del cual nadie había logrado escapar.
Dominaba tanto a todos los que le rodeaban que, a lo largo de los dos años que habían compartido, Winry fue sintiendo cómo su espíritu se marchitaba a la sombra de Edward. Cuando él se marchó a la India se sintió agradecida. Abandonada a su propia suerte, Winry pronto se comprometió con el orfanato local y dedicó su tiempo y su atención a mejorar las vidas de los niños que vivían allí. La sensación de ser útil era tan gratificante que enseguida encontró otros proyectos en los que involucrarse: visitar a los enfermos y a los ancianos, organizar fiestas de caridad e incluso actuar de mediadora en muchas disputas. Cuando recibió la noticia de la muerte de Edward sintió tristeza, pero nunca lo echó de menos.
No, pensó con cierta culpabilidad, no quería que regresara.
Durante los tres días siguientes no supo nada del señor Young ni de los Alchemist. Winry se esforzaba en seguir con sus actividades como de costumbre, pero las noticias se habían esparcido por todo Resembool , propagadas por los sirvientes de Alchemist Hall.
Su hermana Clara, lady Homunculus, fue la primera que acudió a visitarla. La brillante calesa negra se detuvo en la mitad del sendero que conducía a la entrada y de ella emergió la delgada figura de Clara, que avanzó sola hacia la casita. Clara era la hermana menor de Winry, pero daba la impresión de ser la mayor, a causa de su gran estatura y una dulce serenidad que le infundía cierto aire de madurez.
Winry salió a la puerta a recibir a su hermana y la hizo pasar con gesto ansioso. Clara iba lujosamente ataviada y llevaba el cabello castaño peinado hacia atrás, lo que dejaba al descubierto su delicado pico de viuda en la frente. Una dulce fragancia de violetas rodeaba su piel y su cabello.
-Querida Winry -dijo Clara mientras recorría la estancia con la mirada-, por milésima vez, ¿por qué no vienes a vivir con Envy y conmigo? Hay una docena de habitaciones vacías y estarías mucho más cómoda.
-Gracias, Clara. –Winry abrazó a su hermana-. Pero no podría vivir bajo el mismo techo que tu esposo. No puedo fingir que tolero a un hombre que no te trata como es debido. Y estoy segura de que lord Homunculus siente por mí el mismo desagrado.
-No es tan malo...
-Es un marido abominable, por más que trates de mostrarlo de otra manera. A lord Homunculus nadie le importa ni le importará nunca un comino, excepto él mismo.
Clara frunció el entrecejo y se sentó junto a la chimenea.
-A veces pienso que la única persona, hombre o mujer, que realmente le gustó la compañía de Envy fue lord Alchemist.
-Estaban cortados con el mismo patrón -coincidió Winry-, salvo que a mí, al menos, Edward nunca me levantó la mano.
-Fue solo una vez -protestó Clara-. No debería habértelo dicho.
-No fue necesario que me lo dijeras. El cardenal que tenías en la cara era prueba suficiente.
Ambas quedaron en silencio, recordando el episodio sucedido dos meses atrás, cuando lord Homunculus pegó a Clara durante una discusión. La marca sobre la mejilla y el ojo de Clara tardó varias semanas en desaparecer y la obligó a ocultarse en su casa hasta que pudo salir sin despertar sospechas. Clara sostenía que lord Homunculus lamentaba profundamente haber perdido el control. Ella lo había perdonado y deseaba que Winry hiciera lo mismo.
Pero Winry no podía perdonar a nadie que hiciera daño a su hermana y sospechaba que el desdichado episodio volvería a ocurrir. Aquello casi la hizo desear que Edward estuviera de veras vivo. A pesar de sus defectos, él jamás habría aprobado que se golpeara a una mujer. Edward le habría dejado claro a lord Homunculus que dicho comportamiento era inaceptable. Y Envy le habría hecho caso, ya que Edward era una de las pocas personas a las que realmente respetaba.
-No he venido a hablar de eso, Winry. -Clara contempló a su hermana con cariño y preocupación, mientras esta se sentaba sobre un taburete tapizado-. Me enteré de las noticias sobre lord Alchemist. Dime... ¿Es cierto que va a volver contigo?
Winry negó con la cabeza.
-No, desde luego que no. Se trata de algún chiflado de Londres que afirma ser mi marido. El señor Young y el doctor Marco han ido a verlo y estoy segura de que pronto lo tendrán confinado en el manicomio de Central o en la prisión de Newgate, según se trate de un loco o de un criminal.
-¿Entonces no hay ninguna posibilidad de que lord Edward esté vivo? -Al ver la respuesta en el rostro de Winry, Clara soltó un suspiro-. Lamento decirlo, pero me siento aliviada. Sé que tu matrimonio no fue bueno. Todo lo que quiero es que seas feliz.
-Y yo te deseo lo mismo -dijo Winry con seriedad-. Pero te encuentras en circunstancias mucho peores que las que yo soporté jamás, Clara. Edward distaba mucho de ser el esposo ideal, pero nos llevábamos bastante bien, salvo en... -se interrumpió, súbitamente ruborizada.
No le resultaba fácil hablar de temas íntimos. Clara y ella habían recibido una educación puritana de unos padres afectuosos pero distantes. A ambas les correspondió la tarea de aprender acerca del acto físico en sus respectivas noches de boda. Para Winry, el descubrimiento había sido desagradable.
Clara pareció leer su pensamiento, como de costumbre.
-Oh, Winry -murmuró, mientras los colores subían a su rostro-. Me parece que lord Edward no fue tan considerado contigo como debía. -Bajó la voz y añadió-: Realmente, hacer el amor no es algo tan terrible. Hubo ocasiones, con Envy, en los primeros tiempos de nuestro matrimonio, en las que incluso me pareció más bien agradable. Después, por supuesto, no ha sido lo mismo. Pero todavía recuerdo cómo era al principio.
-¿«Agradable»? -Winry la contempló estupefacta-. Por una vez has conseguido impresionarme. No comprendo cómo te las arreglaste para que te gustara algo tan humillante y doloroso... a menos que intentes gastarme una broma de mal gusto.
-¿No hubo momentos en los que lord Edward te besó, te abrazó con fuerza y te sentiste cobijada y..., bueno, femenina?
Winry, perpleja, permaneció en silencio. No acertaba a comprender cómo hacer el amor -un término que le parecía irónico para un acto tan repulsivo podía no ser doloroso.
-No -respondió, pensativa-. No recuerdo haberme sentido así. Edward no era muy dado a los besos y los abrazos. Y cuando todo terminó, yo me alegré.
El rostro de Clara se ensombreció por la compasión.
-¿Alguna vez te dijo que te amaba?
Winry no pudo evitar soltar una áspera carcajada ante la idea.
-¡Por Dios, no! Edward nunca habría reconocido algo semejante. -Una triste sonrisa se asomó a sus labios-. Él no me amaba. Debía haberse casado con otra mujer, en lugar de hacerlo conmigo. Creo que lamentaba a menudo su error.
-Jamás me lo contaste -exclamó Clara-. ¿Quién es?
-Lady Rose -musitó Clara, vagamente sorprendida al comprobar que, después de tanto tiempo, ese nombre le seguía dejando un amargo sabor en la boca.
-¿Y cómo es? ¿La conociste?
-Sí, la vi algunas veces. Edward y ella eran discretos, pero era obvio que ambos encontraban un gran placer en su mutua compañía. Les gustaban las mismas cosas: cabalgar, cazar... No me cabe duda de que solía visitarla en privado, incluso después de nuestra boda.
-¿Por qué no se casó lord Edward con ella? Clara se abrazó las rodillas y bajó el mentón, adoptando la forma de un ovillo.
-Yo era mucho más joven, mientras que ella ya era mayor para tener hijos. Edward quería un heredero... y supongo que creyó que podría moldearme a su gusto. Traté de complacerlo. Desgraciadamente, no fui capaz de darle lo único que, al parecer, quería de mí.
-Un hijo -murmuró Clara. Winry supo que Clara pensaba en su propio aborto, ocurrido hacía pocos meses-. Ninguna de las dos ha tenido mucho éxito en eso, ¿verdad?
-Tú, al menos, has demostrado que eres capaz de concebir -replicó Winry, con el rostro encendido-. Con la ayuda de Dios, algún día tendrás un hijo. Yo, por el contrario, lo intenté todo: bebí tónicos, consulté cartas astrales y me sometí a varios esfuerzos ridículos y humillantes. Nada dio resultado. Cuando finalmente Edward partió hacia la India, me alegré de que se fuera. Era una bendición dormir sola y no tener que preguntarme, cada noche, si oiría el ruido de sus pasos acercándose a mi puerta. -Winry se estremeció ante los recuerdos que asaltaron su mente-. No me gusta dormir con un hombre. No quiero volver a hacerlo nunca más.
-Pobre Winry -murmuró Clara-. Deberías habérmelo contado antes. ¡Siempre te muestras tan ansiosa por resolver los problemas de los demás, pero tan reacia a hablar de los tuyos!
-Si te lo hubiera contado, no habría cambiado nada -dijo Winry, haciendo un esfuerzo por sonreír.
-Si de mí dependiera, habría elegido a alguien más adecuado para ti que lord Edward. Creo que papá y mamá quedaron tan deslumbrados por su posición social y su fortuna que pasaron por alto el hecho de que no congeniabais.
-No fue culpa de ellos -dijo Winry-. La culpa fue mía... No estoy hecha para ser esposa de nadie. No debería haberme casado. Soy mucho más feliz viviendo sola.
-Ninguna de las dos logró formar la clase de pareja que esperaba, ¿no es así? -dijo Clara con triste ironía-. Envy y su mal carácter, y el necio de tu mando... No son precisamente príncipes azules.
-Por lo menos, vivimos muy cerca una de la otra -comentó Winry, tratando de disipar el nubarrón de pesadumbre que parecía cernirse sobre ambas-. Eso hace que todo sea más fácil de soportar, al menos para mí.
-Y para mí también -Clara dejó su asiento y la abrazó con fuerza-. Ruego que, de ahora en adelante, solo te ocurran cosas buenas, querida. Ojalá lord Edward descanse en paz... y puedas encontrar pronto un hombre que te ame como mereces.
-No reces por eso -suplicó Winry, con alarma a medias fingida y a medias real-. No quiero ningún hombre. Reza por los niños del orfanato y por la pobre señora Lumbley, que se está quedando ciega, y por el reumatismo del señor Peachman y...
-¡Tú y tu lista interminable de desventurados! -exclamó Clara, sonriendo con afecto-. Muy bien, también rezaré por ellos.
En cuanto Winry llegó al pueblo se encontró acosada por preguntas, ya que todo el mundo quería conocer detalles del regreso de su esposo. No importaba la insistencia con la que afirmara que la aparición de lord Edward en Londres era, seguramente, un embuste; los habitantes de Alchemist Hill querían creer otra cosa.
-Vaya, mira a quién tenemos por aquí. ¡La mujer más afortunada de Alchemist Hill! -exclamó el quesero apenas Winry entró en su tienda, una de las tantas que se alineaban a lo largo de la calle principal.
Dentro, el aire estaba impregnado de un fuerte pero agradable olor a leche, procedente de las piezas y hormas de queso almacenadas en los estantes de madera.
Winry sonrió sin entusiasmo, apoyó su cesto de mimbre sobre una larga mesa y aguardó a que le entregara la horma de queso que llevaba cada semana al orfanato.
-Soy afortunada por muchas razones, señor Wilkins -respondió-, pero si se refiere al rumor acerca mi difunto esposo...
-Qué maravilla, volver a recuperar su lugar -la interrumpió entusiasmado el quesero, con su rostro jovial de larga nariz, rebosante de buen humor-. Otra vez la señora del castillo.
Introdujo un queso enorme dentro de su cesto. Lo había salado, prensado, envuelto en muselina y sumergido en cera para darle un sabor suave y fresco.
-Gracias -respondió Winry con un tono de voz neutro-, pero, señor Wilkins, debo decirle que estoy segura de que la historia es falsa. Edward no va a regresar.
Las señoritas Wither, una pareja de hermanas solteronas, entraron en la tienda y soltaron algunas risillas al ver a Winry. Sendos sombreros idénticos, adornados con flores, cubrían sus pequeñas cabezas canosas, que se movían al unísono en un veloz intercambio de murmullos. Una de ellas se acercó a Winry y apoyó una mano frágil y surcada de venas azules sobre su brazo.
-Querida, la noticia nos llegó esta misma mañana. Nos alegramos tanto por usted, no sabe cuánto...
-Gracias, pero no es cierta -respondió Winry-. El hombre que dice ser mi esposo es, indudablemente, un impostor. Sería un verdadero milagro que el conde hubiera logrado sobrevivir.
-Creo que no debe usted perder las esperanzas, al menos hasta que le digan lo contrario -dijo el señor Wilkins, justo cuando desde la trastienda aparecía su robusta esposa, Glenda, quien corrió presurosa a colocar un ramo de margaritas en el cesto de Winry.
-Si hay alguien que merece un milagro, milady -dijo alegremente Glenda-, esa es usted.
Todos daban por sentado que estaba esperanzada con las noticias, que deseaba el regreso de Edward. Sonrojada e incómoda, Winry aceptó sus buenos deseos, sintiéndose culpable, y salió enseguida de la tienda.
Emprendió una rápida caminata a lo largo de la sinuosa orilla del río, pasando frente al pequeño y ordenado cementerio y toda una sucesión de casitas de paredes blancas. Su destino era el orfanato, una finca desvencijada situada al este de la aldea, detrás de una empalizada de pino y roble. El orfanato era un llamativo edificio de piedra arenisca y ladrillos azules, con techo de tejas esmaltadas. El método utilizado para fabricar aquellas tejas especiales, resistentes a la escarcha, solo era conocido por el alfarero de la aldea, que un día se topó con la fórmula por casualidad y juró que se la llevaría consigo a la tumba.
Jadeando de cansancio, tras el esfuerzo que suponía caminar tanta distancia con un pesado cesto en el brazo, Winry entró en el edificio. Antaño había sido una lujosa mansión, pero tras la muerte de su último ocupante el lugar quedó abandonado hasta arruinarse casi por completo. Con varías donaciones privadas, procedentes de la gente del pueblo, se reparó la estructura hasta hacerla habitable para poder albergar a dos docenas de niños. Donativos posteriores proporcionaron los salarios anuales de unos cuantos maestros.
Winry sufría al recordar la fortuna que una vez tuvo a su disposición. ¡Cuánto podría hacer ahora con aquel dinero! Pensaba en la cantidad de mejoras que ansiaba hacer en el orfanato. Había llegado incluso a tragarse su orgullo y se había dirigido a Greed y a Lust para preguntarles si estaban dispuestos a hacer una donación para los niños, petición que había sido fríamente rechazada. Los nuevos condes de Alchemist sostenían la firme convicción de que los huérfanos debían aprender que el mundo era un lugar duro, en el cual debían abrirse camino por sus propios medios.
Tras un suspiro, Winry entró en el edificio y dejó el cesto junto a la puerta de entrada. Le temblaba el brazo por el esfuerzo de cargar tanto peso. Por el rabillo del ojo alcanzó a ver los rizos castaños de alguien que se escondía detrás de una cortina. Tenía que ser Charles, un rebelde muchachito de once años que constantemente buscaba la forma de causar problemas.
-Me gustaría que alguien me ayudara a llevar este cesto a la cocina -dijo Winry en voz alta, y de inmediato apareció Charles.
-¿Lo trajo usted sola todo el camino? -preguntó con tono malhumorado.
Winry miró sonriendo aquel pequeño rostro pecoso, en el que brillaban unos enormes ojos azules.
-No seas huraño, Charles. Ayúdame con el cesto y, mientras vamos a la cocina, me explicarás por qué no estás en clase esta mañana.
-La señorita Thornton me echó del aula -respondió él, mientras levantaba un extremo del cesto y miraba fijamente el queso que había dentro-. Estaba haciendo mucho ruido y no prestaba atención a la maestra.
-¿Y eso por qué, Charles?
-Aprendí la lección de matemáticas antes que nadie. ¿Por qué tenía que quedarme quieto, sin hacer nada, solo por ser más listo que los demás?
-Entiendo -respondió Winry, pensando con pesar que tal vez tuviera razón. Charles era un niño inteligente, que necesitaba más atención de la que podía ofrecerle la escuela-. Hablaré con la señorita Thornton. Mientras tanto, debes portarte bien.
Llegaron a la cocina, donde la cocinera, la señora Davies, los saludó con una sonrisa. Su cara redonda estaba colorada a causa del calor que hacía en la habitación, donde hervía una olla llena de sopa. Sus ojillos castaños brillaron con interés.
-Lady Winry, nos ha llegado de la aldea el más sorprendente de los rumores...
-No es verdad -la interrumpió Winry, con expresión sombría-. No se trata más que de un desgraciado desconocido que está convencido, o que trata de convencernos, de que es el difunto conde. Si mi esposo hubiera sobrevivido, habría vuelto a casa mucho antes.
-Supongo que sí -reconoció la señora Davies, aparentemente decepcionada-. Sin embargo, sería una historia muy romántica. Si no le molesta que se lo diga, milady, es usted demasiado joven y bonita para ser viuda.
Winry sacudió la cabeza y le sonrió.
-Estoy más que satisfecha con mi actual situación, señora Davies.
-Yo quiero que siga muerto -dijo Charles, provocando que la señora Davies se sofocara, espantada.
-¡Vaya pequeño diablillo que eres! -exclamó la cocinera. Winry se acuclilló hasta que el niño y ella estuvieron a la misma altura, y le acarició el alborotado cabello.
-¿Por qué dices eso, Charles?
-Si es el conde, usted no va a venir más. La obligará a quedarse en casa para hacer lo que él le ordene.
-Charles, eso no es verdad -dijo Winry con seriedad-. Pero no hay motivo para hablar de este tema. El conde está muerto... Y las personas no regresan de la muerte.
El polvo del camino cubrió las faldas de Winry cuando esta emprendió el regreso hacia la mansión Alchemist, pasando a través de vanas granjas de arrendatarios rodeadas por empalizadas de esteras entretejidas con barro. El sol brillaba en el agua que corría, caudalosa, bajo el puente de los condenados. Cuando ya estaba cerca de la casita de piedra, oyó que la llamaban. Al ver a su antigua doncella, Naomi, que venía corriendo desde el castillo recogiéndose las faldas para no tropezar, se detuvo sorprendida.
-Naomi, no debes correr así -la regañó Winry-. Te vas a caer y podrías lastimarte.
La rolliza criada jadeaba debido al esfuerzo y a la febril excitación que la dominaba.
-Lady Winry -exclamó, tratando de recobrar el aliento-. Oh, milady... El señor Young me envió a decirle... Él está aquí..., en el castillo... Todos están aquí... Debe venir de inmediato.
Winry parpadeó, confundida.
-¿Quién está aquí? ¿El señor Young me ha mandado llamar?
—Sí, lo han traído a él de Londres.
—¿Él? -preguntó Winry, con voz alterada.
—Sí, milady. El conde ha llegado a casa.
CONTINUARA…
ACLARACIONES
Greed es el primer codicia no el codicia/Ling
En la nobleza solían heredarse los títulos de padres a hijos en este caso, como Winry y Edward no tiene hijos, el titulo pasaba al siguiente pariente varón cercano: Greed.
