Capítulo 1.

Cuando la vida te da sorpresas.

Sonreía débilmente con tristeza, sentado desde su recientemente recuperada posición en la mesa de profesores de Howgarts observaba a los ruidosos adolescente del colegio. Sabía que Dumbledore le había vuelto a proporcionar el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras tanto por su propio bien, para que tuviera la mente ocupada y no se sumiera en la profunda depresión que amenazaba con apoderarse de él tras lo sucedido en el Ministerio de Magia el curso pasado, como para que Harry tuviera esta vez la seguridad de que alguien que le quería, un adulto iba a vigilarlo y a cuidar de él. Un murmullo se dejó oír por el comedor cuando entraron los alumnos de primer año. Como siempre se les veía asustados y nerviosos, pequeños en sus escasos once años. La profesora MacGonagall depositó el taburete y sobre este, el viejo sombrero seleccionador entre la mesa de profesores y las de los chicos, Hagrid dio una suave palmada en el hombro del último de los niños de la fila que se tambaleó ligeramente, cualquier golpecito por parte del profesor de Cuidado de las Criaturas Mágicas, por suave que fuera, podía hacer acabar a cualquiera en el suelo, pero el pequeño aguantó y le dedicó una sonrisa al semigigante. De nuevo sus ojos se centraron en la alta mujer que elevó un pergamino y empezó a leer los nombres que allí había: Aamon, Brian, y el sombrero gritó un alto y claro: ¡¡Ravenclaw!, Amer, Tyrone, ¡¡Gryffindor!, Remus Lupin miró al niño que seguía a este, estaba distraído mirando hacia atrás a una niña que era sin lugar a dudas la atracción de aquel año, con sus largos cabellos blancos y lo que parecían unos ojos rojos con un círculo gris rodeándolos, era una niña albina y en realidad ese niño no era el único fascinado con la pequeña, no pudo evitar soltar una ligera risa cuando MacGonagall le llamó y él ni se enteró, la profesora tuvo que gritar el nombre tres veces: ¡¡Arad, Giles!, entonces si que reaccionó dando un pequeño bote cuando el compañero que iba detrás le empujó, vio como se sonrojaba violentamente y avanzaba rápidamente hacia el sombrero, cuando estuvo sobre su cabeza este no tardó ni dos segundos en gritar la casa a la que pertenecía el muchacho: ¡¡Hufflepuff!, Remus oyó un bufido a su lado y se giró para mirar a su compañero de mesa, el profesor de pociones, Severus Snape, este le devolvió la mirada y murmuró tres palabras: Era de suponer... De nuevo una sonrisa afloró al rostro de Lupin, nunca había entendido muy bien porque esa indiferencia y frialdad para con la casa Hufflepuff, a él siempre le habían parecido los mejores del colegio, exceptuando a sus propios compañeros de Gryffindor, claro está. Las risas volvieron a inundar el salón cuando habían llegado a la letra K, y la profesora llamó a Koonts, Job, el niño de intensos y rizados cabellos rojos se había salido de la fila e intentaba entablar, infructuosamente al parecer, conversación con la chiquilla albina que lo miraba con las cejas levantadas sin saber si salir corriendo porque el crío hacia que ella tuviera más atención si cabe o darle un puñetazo para hacer que se callara, finalmente se la oyó decir entre dientes: ¡Imbécil, te acaban de llamar!, esta vez si se sorprendió cuando de nuevo el sombrero declaró que el muchachito pertenecía a Hufflepuff, aquel descaro era más una característica de Gryffindor que de Hufflepuff, pero ya no había marcha atrás... quizá es que ya había demasiados pelirrojos en la casa de los leones. Prestó atención cuando finalmente fue la pequeña de cabellos blancos la que se sentó en el taburete para ser asignada. No pudo evitar pensar que el sombrero no había sido justo con ella porque de nuevo Lake, Muriel quedó ingresada en la casa de los leales y perseverantes y el pequeño pelirrojo la cogió del brazo y la hizo sentarse a su lado. La cara de resignación de la niña fue cómica.

La profesora Sprout parecía radiante, este año había bastantes alumnos asignados a su casa, se inclinó hacia él y le habló:

- Esa niña tiene el mismo color de cabellos que usted, profesor Lupin... - Remus fijó la vista en la siguiente muchachita y de repente un escalofrío le recorrió la espina dorsal cuando oyó el nombre: Portia L. Paris, sus manos empezaron a sudar y sus ojos no pudieron apartarse de ella mientras que su mente viajaba hacia el pasado, hace un periodo de hacia once años durante el cual trató de negar lo que era y quién era... No podía ser. - ¿Le sucede algo, profesor Lupin? - Inquirió Pomona Sprout sonriendo ampliamente porque de nuevo esa pequeña había quedado en la casa de la que era jefa.

- No, estoy bien... - Murmuró Remus Lupin sin mirar a la mujer y siguiendo con la vista a la niña que se sentó junto al pequeño pelirrojo y la niña albina y frente a Giles Arad y otra pequeña de cabellos cortos y negros que creía recordar se llamaba Leah Donner. La selección continuó hasta acabar con el último niño, Zent, Ariel que quedó en Slytherin. Poco después los platos se llenaron de comida y todos se zambulleron en la cena, de la cual el profesor Remus Lupin apenas probó bocado porque no podía apartar los ojos de la pequeña Portia L. Paris.

Antes de que Dumbledore saliera del gran salón se acercó a él con rapidez, este que estaba hablando con MacGonagall y la profesora Sinistra le miró de reojo y le sonrió suavemente.

- ¿Quería algo, profesor Lupin? - Carraspeó y asintió en silencio. - Bien, entonces, vamos... gracias, Minerva, Adell... nos veremos mañana. - Luego se volvió hacia la puerta y con un gesto indicó a Remus que le siguiera, lo cual el licántropo hizo. Pronto llegaron frente a la gárgola que custodiaba la entrada al despacho del director. - Plumas de azúcar - La contraseña hizo que la estatua se girara y permitiera el acceso a la escalera de caracol que custodiaba. Una vez llegaron al último de los escalones y entraron en el estudio, el venerable, inteligente y poderoso director de la escuela se sentó tras su escritorio y miró a su profesor con una sonrisa en los labios y brillando en los ojos. - Tú dirás, Remus... - Por un momento el hombre no supo por donde empezar, finalmente supuso que lo más fácil era hacerlo por el principio.

- Supongo que sabes que la época tras la muerte de James y Lily y el encarcelamiento de... de... Sirius, e incluso con la aparente muerte de Peter fue bastante dura para mi... - Dumbledore asintió. - No sé si sabrás lo que sucedió entonces...

- Sé que intentaste alejarte de todo lo que sonara a magia... negando lo que eres realmente... - Lupin movió la cabeza confirmándolo.

- Viajé a lo largo del Reino Unido intentando alejarme de todo lo que me fuera conocido, renegando de mi condición de mago e intentando ignorar mi maldición... - El noble anciano le escuchaba en silencio. - ..., el caso es que tras una de mis transformaciones, cuando desperté me encontré en un lugar que no conocía... alguien me había recogido, me había curado las heridas y había cuidado de mi... un desconocido se había preocupado por alguien a quien jamás había visto...

- En el mundo hay buenas y caritativas almas, Remus... es por ellas que luchamos...

- Lo sé... Era una mujer, se llamaba Samantha, muggle... estuve con ella una semana y media y bueno, hubo... no solo intenté olvidar que era mago, mi condición de hombre-lobo sino también, bueno, que soy...

- ¿Homosexual? - Remus le miró enarcando las cejas. - Vamos, creo que no hay nadie de la Orden que no supiera que tú y Sirius erais pareja desde vuestro séptimo año y que volvisteis a serlo cuando os reunisteis... Pero, Remus... no hace falta que sigas hablando del pasado, ¿a dónde quieres ir a parar?

- Dumbledore... esa niña, Portia L. Paris... ¿es... es... mi... hija?

- Sí... - Remus se dejó caer en una de las butacas frente a la mesa del director y ocultó el rostro entre sus manos, un ligero temblor sacudió sus hombros. Dumbledore se levantó y se acercó a su profesor. - Es hora de levantar cabeza, Remus... tú eres lo único que ella tiene, te necesita...

- Tiene a su madre...

- No, murió de una grave enfermedad muggle poco después de recibir la carta que le comunicaba el ingreso en Howgarts...

- ¡Sam está muerta! - Exclamó en un murmullo Lupin. - ¿Sólo me tiene a mi?

- Sólo a ti... eres su padre. Pasé por lo mismo que tú hace muchísimos años, sé lo que estás sintiendo, sé también que no es justo que os hayan arrebatado la oportunidad de volver a amaros tras haber estado separados tantos años, sé lo que te dolió la muerte de James y Lily, sé lo que te dolió la muerte de Peter y, después saber que no murió sino que os traicionó pero Remus, ahora tienes una niña de once años que no tiene a nadie más en el mundo salvo a ti... ella es tu familia, tu hija... Y sé, porque cuando un niño tiene dotes mágicas suele ser seguido, que es una niñita extraordinaria.

- No sé ni como podré decírselo a ella... - Remus se quedó un momento en silencio. - ¿sabe que yo...?

- No, pero te adorará...

- ¿Por qué?

- Porque Samantha Paris te amó hasta el último día de su vida y, porque siempre me dijo que no podías haberla dado un mejor regalo que a vuestra hija...

- ¡¡La conociste!

- Sí, un encuentro fortuito, causó en mi una maravillosa impresión. Lamenté mucho su fallecimiento. Ella solo le habló de lo "mágico" que era su padre. Portia ha crecido adorando a un padre que no conoce, y anhelando el día en que pueda estar frente a él... Está deseando conocerte. - Dumbledore le miró en silencio un momento. - Tómate tu tiempo, hazte a la idea de que ella es tu hija, ve conociéndola... enamórate de tu hija, sin duda lo harás...