Capítulo 1.
El calor asfixiante que entraba por mi ventana hacía que la ropa se me pegase al cuerpo, a pesar del pequeño ventilador de aspas que giraba sobre mi cabeza. Mis padres solían decirme que, cuando era pequeño, el verano era mi estación del año favorita del año. Quizás fuera porque era cuando mi don se hacía más fuerte y me sentía prácticamente invencible pero, al menos desde que tengo memoria, siempre he encontrado el verano molesto e irritante.
Me levanté dispuesto a cerrar la ventana cuando escuché unos golpes en la puerta de mi habitación. No pude evitar que una pequeña sonrisa atravesase mi rostro al escuchar el ritmo de la canción que, a principios de curso, Kirishima decidió que se convertiría en nuestro "llamada secreta".
«Así siempre sabrás que soy yo quien llama». El tono, a medio camino entre la inocencia y la emoción, con la que me soltaba cada una de sus ideas resonó con fuerza en mi cabeza. «Y cuando tu vengas a llamarme, puedes usar la misma contraseña».
Pero yo nunca había tenido la necesidad de ir a buscar a Kirishima. Él siempre se me adelantaba.
Abrí la puerta y, como imaginaba, me encontré a Kirishima. Una cinta amarilla le sujetaba aquel cabello rojizo que tanto resaltaba sobre su pálido rostro. Su sonrisa, al igual que la bolsa de viaje que llevaba cargada al hombro, entraron en mi habitación sin ni siquiera pedir permiso.
—Oye tú —dije cerrando la puerta con un sonoro golpe—, al menos pregunta antes de entrar.
Kirishima simplemente se limitó a hacer un gesto con la mano, como queriendo quitarle importancia al asunto, y dejó su equipaje sobre mi cama. Observé aquel bulto, consciente de lo que significaba.
—No dejes tus porquerías sobre mi cama.
—Vienen a buscarme en menos de media hora —dijo Kirishima, ignorando mis palabras. Su sonrisa pareció ensombrecerse levemente mientras decía—: veo llegar mejor el taxi desde tu ventana.
El verano pasado, Kirishima llamó a mi habitación a las siete de la mañana con esa misma excusa y, aún no sé ni como, no acabé matándole en el acto. En su lugar, mientras le veía atravesar el pasillo que conducía hacia las escaleras, sentí una especie de pinchazo en mi interior, y ya no fui capaz de volver a pegar ojo.
—Cada verano montas la misma escenita —respondí finalmente—. Solo son unas vacaciones de verano… No es como si ya no fueras a volver jamás.
Una pequeña carcajada, casi avergonzada, brotó del interior de Kirishima. Aquel pinchazo volvió a atenazarme el pecho.
—Sí, supongo que tienes razón.
Kirishima se dejó caer sobre mi cama, al lado de su equipaje, mientras yo tomaba asiento en la silla de mi escritorio. No sé porque, una parte de mí se resistía a mantener esa distancia y me instaba a sentarme a su lado, sobre la cama. Ignoré esa sensación y me concentré en la bolsa de viaje.
—¿Tú también te irás pronto no?
—Pensaba irme esta tarde… no es como si tuviera que coger un tren hasta el fin del mundo para volver a mi casa.
Kirishima volvió a reír. De nuevo aquella risa falsa, hueca, que tanto odiaba. Yo sabía lo que aquella risa ocultaba, pero una parte de mi decidió que lo mejor sería dejar que Kirishima hablase cuando fuera el momento adecuado. Otra parte de mí, sin embargo, me urgía a preguntarle, a sonsacarle aquello que le angustiaba o preocupaba. La primera parte de mi se impuso y decidió esquivar el asunto. Aquel pinchazo continuaba extendiéndose por todo mi pecho.
—Bakugou, ¿te he dicho alguna vez que me pareces increíble?
Mis ojos se movieron con brusquedad hasta toparse con los suyos. Intenté decir algo pero, por primera vez en mi vida, las palabras se me quedaron atravesadas en la garganta. Un leve carraspeo, casi imperceptible, me ayudó a recomponerme de mi sorpresa.
—¿Se puede saber a qué cojones viene eso ahora?
—Bueno… es la verdad.
Kirishima dirigió su mirada hacia sus pies, incapaz de aguantarme la mirada. Había cierto nerviosismo, o quizás cierta impaciencia, en su forma de actuar. Casi como si estuviese improvisando un dialogo estudiado durante mucho tiempo.
—Tu siempre… sabes que hacer. —Kirishima manejaba las palabras con una torpeza inusual. Parecía como si le estuviese costando lo indecible poder expresarse, y yo no podía más que sentir como la expectación crecía descontrolada en mi interior—. Quiero decir… por ejemplo, cuando te atraparon los villanos… mantuviste la calma, no te rendiste a pesar de sus amenazas, a pesar de todo…
Si las palabras de Kirishima parecían salir en tropel de sus labios, las mías se resistían a imitarlas. En su lugar, dejé que la súbita verborrea de mi amigo se despachase a gusto hasta que, finalmente, sentí que me había recompuesto lo suficiente como para responder.
—Ya bueno, ¿y qué querías que hiciera? Vosotros y los otros héroes tardasteis demasiado en actuar así que, no me quedó otro remedio.
Una risa ahogada, pero sincera, brotó de su interior. Casi sentí ganas de corresponder a aquel gesto tan espontáneo con otra risotada mía, pero volví a resistirme. La palma de mi mano derecha reposaba sobre el cabecero de la cama.
—Supongo que algo de razón tienes. —La risa de Kirishima se apagó y, en su lugar, aquel brillo sombrío volvió a cubrir sus ojos—. No sé si yo hubiera podido… si yo hubiera podido… ya sabes… hacer lo mismo.
—¿A qué te refieres?
—Mi don no es tan increíble como el tuyo, y no sé si hubiera sido capaz de plantarles cara a esos villanos de la misma forma que tú lo hiciste. Supongo que eso me convierte en un héroe un poco patético, ¿no?
La mano que reposaba sobre el cabecero de mi cama se movió sin que apenas me percatara hasta la boca de Kirishima, cubriéndola por completo. Mi gesto o quizás mi expresión debieron asustarle, ya que sus ojos se abrieron de tal forma que casi creí que iban a salírsele de las órbitas.
—Está bien, cállate un momento, ¿vale? —dije, apartando mi mano de su boca mientras me levantaba de la silla, hasta ponerme a su altura—. Mira, no sé a qué has venido aquí, si es que te estás muriendo y quieres despedirte de mí, o simplemente el calor te afecta demasiado, no lo sé; pero te voy a pedir… No… Te voy a exigir que utilices la última neurona que te queda para escucharme con atención, porque solo voy a decir esto una vez y te juro que como algún día se lo cuentes a alguien no solo lo negaré todo, sino que después acabaré contigo, ¿me has entendido?
Inspiré profundamente, llenando mis pulmones con el aire caliente de inundaba la habitación. Por un instante, el zumbido del ventilador aplacó nuestro silencio.
—Mira… tu eres… el tipo de tío que se lleva bien con todo el mundo, ¿vale? —¿Por qué estaba costándome tanto mantener la mirada de Kirishima? Quizás tendría algo que ver con aquel estúpido gesto que ponía al mirarme a los ojos. Inspiré de nuevo e intenté concentrarme—. A todo el mundo le caes bien, incluso cuando te acaban de conocer… y si no es así pues les das la lata hasta que pueden soportar tenerte cerca como has hecho conmigo estos años.
—Bakugou, ¿estás intentando decirme que te caigo bien?
—HE DICHO QUE A TODO EL MUNDO LE CAES BIEN, ¿NO?
Kirishima asintió, ocultando una sonrisa. Me calmé e intenté continuar.
—Bien, como estaba intentando decir antes de que me interrumpieras, eres un cabezota que se empeña en ver todo lo bueno que tienen los demás… incluso cuando ni siquiera ellos mismos lo ven. —Carraspeé ligeramente, intentando no mirar directamente a Kirishima a los ojos, y seguí—. Es decir, que ves más cosas buenas en personas que no valen la pena que en ti mismo y tu… tu eres… realmente amable.
Sin haberme dado cuenta me había sentado a su lado. Estaba sentado a su lado en la cama y Kirishima estaba mirándome, con aquellos ojos suyos de idiota, abiertos como platos. Incluso me pareció ver como si un leve sonrojo cubriese sus mejillas, pero era solo mi imaginación. Solo mi imaginación.
—Quiero decir que tanta amabilidad al final va a acabar dándote mucho por saco, ¿me entiendes? Pero, en fin, supongo que eso es también lo que te hace fuerte, ¿no? El hecho de ser tan amable, incluso con personas que no merecen tu tiempo, ni siquiera un segundo…—El pinchazo que atenazaba mi pecho se había convertido ahora en una llama que me abrasaba por dentro. Intenté dejar de hablar, pero las palabras salían de mis labios sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo—. Así que deja de decir que eres débil y que tu don no vale nada porque no es…
Un calor diferente al que inundaba la habitación me hizo detenerme. El calor de los labios de Kirishima apretando los míos, concediéndome lo que segundos antes tanto habría deseado: quedarme sin habla.
Sus manos reposaban en mi nuca, atrayéndome hacia él mientras mis manos, abiertas de par en par, descansaban inmóviles sobre la cama. El anhelo de su boca al separarse brevemente de la mía para dejarme respirar, sus manos aferrándose con fuerza a mi espalda, como si pretendieran retenerme en ese estado eternamente. Mi cuerpo temblaba, todavía incrédulo ante aquella escena pero, poco a poco, sentí como me relajaba, como me dejaba guiar por Kirishima, como mis labios correspondían a sus deseos más profundos… y a los míos.
Durante unos minutos, me dejé llevar, rindiéndome por completo a él, sin vergüenza ni temor. En aquel momento, solo existíamos nosotros, solo existía aquel beso que, sin darme cuenta, había estado esperando toda mi vida. Cuando por fin nuestros labios se separaron por completo, intenté volver a buscarlos pero en su lugar, me encontré con la mirada aterrada de Kirishima, que me observaba con una mezcla de miedo y vergüenza.
—Lo siento —musitó, apartándose repentinamente de mí—. Lo siento mucho, Bakugou, yo solo…
Nunca llegué a escuchar el final de esa frase. Cuando quise darme cuenta, Kirishima estaba ya corriendo escaleras abajo. El ruido del motor de un coche se filtró a través de mi ventana abierta y solo el sonido del ventilador que crujía por encima de mi cabeza consiguió devolverme a la realidad.
