Hello! Después de tanto tiempo paseándose esta idea por mi cabeza, con LCDA mirándome de lejos para que lo termine, decidí ponerla a trabajar y simplemente sucedió.
Como estos chicos son personajes secundarios en LCDA, nació este two shot para que contaran su propia historia.
Esta es una versión que nadie más conoce.
Volumen Vibrante: Saeko Tanaka.
Eclipse Impuro: Akiteru Tsukishima.
La canción Homemade Dynamite es de Lorde y desde la primera vez que la oí fue mi inspiración para escribir de estos tres, pueden chequearla si quieren~
Capítulo 1. Homemade Dynamite
Existen personas que te impresionan desde la primera vez que los ves.
Todavía recuerdas la primera impresión que esas personas grabaron en ti.
La primera probablemente fue tu hermano, cuando nació ese bebé tan adorable sin un solo cabello sobre su cabeza, como lloraba haciendo una carita fea y babeaba sobre tus padres. Recuerdas como tu madre te dijo que ahora eras el hermano mayor y que toda tu vida tendrías que cuidar de tu hermanito menor, aun cuando éste creciera y formara su propia vida, tú nunca dejarías de ser su hermano, su fuerza aunque tus padres faltaran.
Y eso fue lo que pasó.
No tienes tantos recuerdos de tus padres falleciendo.
Recuerdas estar sólo con Kei unos días. Comerse todas las latas de la alacena de tu casa, recuerdas que repartías en partes iguales aunque fueras más grande y probablemente necesitaras más comida que él.
Recuerdas que Kei te preguntaba dónde estaban ellos y tú le repetías que pronto regresarían mientras tratabas de creértelo tú mismo.
Recuerdas unos hombres en uniforme verde llegar a tu hogar y tomarte a ti y a tu hermano. Recuerdas verlo llorar y agarrar tu mano y le dijiste que corriera contigo.
Tú eras su héroe así que él hacía todo lo que le dijeras.
Pero ambos eran niños así que no llegaron muy lejos.
Te llevaron a un lugar donde había otros niños, todos huérfanos de la guerra.
Hiciste algunos amigos, pero nunca te separabas de Kei.
Durante la noche tomabas su mano, y tratabas que él no te viera llorar.
Nunca lloraste enfrente de él.
Cuando cumpliste quince años te echaron del orfanato.
Ya eras muy grande y como "adulto responsable" te dijeron que ya tenías edad suficiente para buscar un trabajo y cuidarte solo.
Kei corrió hacia ti y te abrazó y te dijo que quería ir contigo, le prometiste que regresarías por él. Te llamó mentiroso, te insultó porque le habías prometido que siempre estarías a su lado, tal como tus padres te pidieron.
Los meses lejos de tu hermano se sintieron como años.
Ahí conociste a la segunda persona y tercera persona que más te han impresionado.
Un hombre llamado Keishin, trabajaste para él haciendo mandados para un canal de radio que tenía. Escuchabas sus transmisiones y te encantaba su gusto por la música. Él usaba una silla de ruedas, pero la movía con tanta destreza que te preguntabas cuanto tiempo tenía de no caminar.
Cuando le preguntaste cómo se había lastimado, te contó que fue con una herida de bala en su espalda.
No preguntaste más del tema.
Con Keishin trabajaba también una chica, pequeña y rubia que andaba con la cara sucia todo el tiempo. Ayudaba con la limpieza del lugar y cocinaba también.
Saeko Tanaka se llamaba y con ella había también un niño más pequeño llamado Ryuunosuke.
Ellos vivían con Keishin, pronto te diste cuenta que ninguno tenía donde vivir.
Tú tampoco así que pediste quedarte con ellos, y fácilmente te dieron la bienvenida a esa pequeña familia.
—¿Tu hermano no está en un orfanato? —preguntaste dando por sentado el hecho que sus padres estaban muertos.
Ella no era tímida contigo, fácilmente te respondía lo que pensaba. Sus manos lavaban platos y había espuma en su cara cuando te contestó.
—Sí, ambos estábamos juntos. Pero escapamos antes que me separaran de él al cumplir los quince. No iba a dejar a Ryuu ahí.
No sabías si esa era la mejor opción, o la más inteligente. Estar con tu familia era importante, y huir con Kei lo era pero también dejarlo en un lugar donde tuviera una cama, calor y comida los tres tiempos del día. Además tampoco sabías cuánto podías sobrevivir en el mundo exterior. Aún si Kei te odiaba, pensaste que lo mejor era anteponer su seguridad a sus deseos.
Era cuestión de perspectiva, le dijiste y ella aceptó tu opinión también.
Una pequeña parte de ti se sintió como un cobarde por dejarlo en aquel lugar, y no estás seguro que Kei haya visto las cosas de la misma manera que tú. Con lo pesimista que siempre fue tu hermano, probablemente pensó que no lo querías contigo porque era una carga.
Nunca has dejado de pensar en su bienestar, siempre antes que el tuyo; como un buen hermano mayor.
Al principio Keishin sólo transmitía música en el canal de radio. Pero al pasar los meses sus intermisiones donde hacía monólogos se hicieron cada vez más largas. Y poco a poco comenzó a dar su opinión.
Al principio eran opiniones triviales, donde hablaba del clima, de la potencia de los rayos solares y el calor del mediodía.
Otras veces mencionó que el noventa y nueve por ciento de los artistas musicales que se reproducían en su radio ya estaban muertos. Y que la nueva música que se hacía era un mero fantasma de la antigua.
Luego habló de la escasez de comida y mencionó que había gente muriendo de hambre.
Aún recuerdas claramente la imagen de la cara de Saeko y la mirada que compartiste con ella cuando escuchaste las siguientes palabras en la radio.
—Hoy no he comido y sé que muchos de ustedes tampoco. Algunos, incluso, sólo le agregan agua caliente a la sopa de verduras que ya lleva tres días en la olla para decir que tienen algo en el estómago que les ayude a moverse el resto del día para sobrevivir. Oye… ¿te importa eso, Oikawa? ¿Alguna vez has pensado en la gente de la que tu ciudad parásito se alimentó para erguirse en esa utopía perfecta de la que tan orgulloso te sientes?
Después de decir eso, guardó silencio y puso más música.
Entraste corriendo con Saeko al estudio de grabación.
Keishin fumaba y la mano que tenía el cigarro temblaba, pero en sus labios había una sonrisa.
—Eso se sintió bien —les dijo—. Mierda, decir eso se sintió tan bien.
Sonreíste porque también te gustó escuchar esa opinión y descubrir que pensabas lo mismo.
—Entonces sigue diciéndolo —dijo Saeko simplemente.
—Pueden matarte si lo sigues diciendo —les recordaste a ambos.
—No, si nunca nos encuentran —les contestó Keishin —. Niños, debo decirles algo.
Keishin comenzó a contarles sobre su abuelo, Ikkei Ukai, el hombre que lideró la última oposición de las guerras de Helio. Una batalla en la que se perdieron muchas vidas, en la que el mismo Hajime Iwaizumi le disparó a Keishin, cuando apenas era un adolescente. No lo mató, quizás para mandar un mensaje y dejarlo discapacitado de por vida como una burla para su abuelo, y como la pérdida de la esperanza de la resistencia para continuar su legado.
Después de lo que pasó Ikkei desapareció de la faz de la tierra. Huyó hacia un lugar que Keishin desconocía, con los últimos soldados que tenía. Para Oikawa el abuelo de Keishin estaba muerto junto a todo el pelotón que luchó con él.
—Espera, ¿no sabes dónde está tu abuelo? —le preguntaste sin un tono acusativo, más que todo verdadera curiosidad sobre la razón de eso.
Keishin dio una bocanada a su cigarro y exhaló el humo.
—Mi abuelo no quiere que sepa dónde está la base de sus camaradas y él, después que perdí el uso de mis piernas no quiere que tenga nada que ver con la resistencia —respondió apoyando su rostro en su mano libre—. Dice que mis padres no hubieran querido eso para mí.
—Entonces, ¿aún existe una resistencia? —preguntó Saeko.
—Sí, pero no es como antes. Todos son muy pocos o muy viejos para ofrecerle una verdadera pelea al dictador.
—Es una mierda… —comentaste, y la rubia asintió contigo.
—¿No podemos conocer a tu abuelo? —preguntó ella.
Keishin se rio, sin verdadero humor.
—Ustedes le agradarían, pero hace años que no lo veo —les dijo. Luego dio otra bocanada de aire a su cigarro y expulsó el humo nuevamente. Sus ojos mostraban determinación —¿Saben qué? El caballero blanco cometió un error al dejarme con vida. Aún tengo mis brazos, tengo mi corazón… demonios, tengo mi voz para atacar al poderoso Oikawa.
Al mismo tiempo te levantaste de tu asiento con Saeko, ambos emocionados ante el valor de ese hombre. Ambos con fuego en sus corazones, con cosquilleos en la punta de los dedos por imitarlo, por hacer una diferencia de esa realidad. Porque ustedes estaban ahí mientras unos pocos gozaban de comida, agua limpia y lujos en aquella ciudad donde no existía el hambre ni las enfermedades; y en un trono se sentaba un idiota con un buen peinado y un traje con zapatos caros mientras el mundo moría a su alrededor.
Tener ese pensamiento era muy peligroso.
Pero la muerte no te daba tanto miedo al estar con esas dos personas.
Eran sorprendentes, las personas más increíbles que conociste alguna vez.
Y a tus dieciséis conociste a la tercera persona más impresionante en tu vida.
En un día común y corriente, nada especial; donde fuiste a gastar un par de carbonos para conseguir un poco de pan para compartir entre todos, y un dulce para darle al pequeño Ryuu.
No tuviste tiempo para reparar en que sentiste que tiraron de tu brazo y en cuestión de dos segundos la canasta abandonó tu mano derecha y se alejaba de ti a gran velocidad en las manos de un chiquillo.
—¡Ey! —gritaste sabiendo que el ladrón no iba a detenerse.
Corriste tras él y te diste cuenta que no esperaba que lo siguieras cuando miró hacia atrás. Así que te concentraste en no perderlo de vista, el escurridizo ladrón se metió entre la gente pero te esforzaste por seguir su ritmo. Aún si empujabas a los demás transeúntes y te insultaban en el camino.
Lo acorralaste en un callejón. El chico tenía cabello negro y era muy delgado y pequeño; su ropa estaba sucia y con agujeros. Te diste cuenta que él también estaba luchando por sobrevivir.
—Oye, si tienes hambre podemos compartir —le dijiste en un tono amigable, mostrando las palmas de ambas manos en señal que no ibas a ser agresivo.
El chico no contestó. Pero te llamó la atención sus salvajes ojos grises, donde tú eras el doble de su tamaño pero él no mostraba el menor atisbo de miedo.
Estabas seguro que el chico se lanzaría sobre ti sin dudarlo un segundo para atacarte.
—Soy Akiteru… —le dijiste.
Pero el chico actuó como si no te escuchó, escaló el muro a su derecha, mordiendo la canasta para tener ambos brazos libres. Lo miraste boquiabierto mientras se alejaba de ti.
—¡OYE! —gritaste tras él, pero ni siquiera se volteó para mirarte.
Lo viste desaparecer frente a tus ojos y saltar hacia los otros techos lejos de cualquier grito que pudiera escuchar provenir de ti.
Sentiste mucha vergüenza al regresar a tu hogar con las manos vacías y sin un solo carbono.
Saeko se molestó mucho y tiró de tus mejillas, llamándote "bueno para nada", alegando que no eras confiable en cosas tan sencillas y que debió hacer ella los mandados mejor y que sólo te quedaras cuidando la casa. No le importó lo mucho que trataste de explicar sobre ese chico que parecía más un simio que una persona.
Keishin fumaba de nuevo y con la otra mano se rascaba la barbilla.
—Me pareció escuchar sobre ese niño, dicen los vecinos que es un pequeño ladrón que se ha mudado desde hace unas semanas. Toma comida de las ventas y de los compradores y luego desaparece con ellos. Han puesto quejas y hay tipos que están cobrando por darle su merecido.
—Ojalá se lo den —dijo Saeko cruzándose de brazos, molesta.
—Traté de hablarle pero me ignoró —les dijiste.
—¡Es maleducado también!
—¿Quieren matarlo? —le preguntaste a Keishin.
El hombre asintió, pensativo.
Siempre pensaste que todos ustedes estaban vivos por ese hombre, con un alma tan buena, una voluntad tan firme y una forma de hablar que llegaba hasta lo más profundo de tu ser, que te hacía sentir que él sabía exactamente cómo provocar las emociones más crudas y encender una llama que jamás una píldora de un laboratorio podría imitar.
—Creo que aquí hay espacio para alguien más.
—¡¿Qué?! —chilló Saeko, pero al momento lo pensó mejor. Ella tampoco era tan cruel para desearle la muerte a alguien—. Espero que sea menos inútil que Akiteru —te dijo sacándote la lengua.
Encontrarlo no fue fácil, nadie sabía dónde estaba.
Preguntar a la gente sobre "el pequeño ladrón" era inútil. Nadie sabía su paradero, pero tampoco nadie quería saberlo, el chiquillo era odiado en el pueblito que vivían.
Lo siguiente que hicieron fue comprar una nueva y enorme canasta de bollos con el dinero de una semana, que te encargaron a ti porque eras el que se miraba "más indefenso" (palabras de Saeko), para servir de carnada. Mientras los otros dos aguardaban a una cuadra a cada lado de ti.
Abriste la canasta y sacaste uno de los bollos, el olor caliente te hizo agua la boca y lo mordiste, disfrutando el sabor.
Como si fuera un déjà vu, fue casi cómico lo familiar que se sintió que tiraran de tu brazo por esa canasta. Esta vez lo estabas esperando así que la tomaste con ambas manos ofreciendo resistencia.
Para ser más bajo que tú, el pequeño ladrón tenía bastante fuerza.
—Soy, Akiteru —le dijiste nuevamente—. Puedes tomar uno si me dices tu nombre —forcejeaste contra él.
El otro te imitó usando ambas manos para tirar de la canasta.
Con todo el dolor del hambre que ibas a sufrir y de los regaños de Saeko viste como la mitad de los bollos cayeron al suelo, viste la cara de horror del chico frente a ti. El ladrón se agachó al suelo y tomó los bollos para ponerlos en su camisa doblada.
—Oye amigo, esas cosas son nuestras —dijo Saeko fuertemente detrás del chico, con ambas manos en su cintura.
Con las manos literalmente en la masa -masa horneada y caliente-, el pequeño ladrón se volteó para mirar a la chica. Luego buscó otro lado para huir, donde su camino fue bloqueado por Keishin.
—¿Así que tú eres del que todos hablan? —lo llamó el rubio—. Eres más pequeño de lo que creí. ¿Cómo has robado a todo este pueblo en tres semanas?
El chico tomó un bollo y descaradamente le dio una mordida, mostrando que de verdad no les temía, sin dejar de masticar les respondió.
—Todos son muy lentos aquí.
—¿Hablas? —dijiste sorprendido, el chico parecía más un animal que una verdadera persona.
—Apuesto que eso sabría mejor con un poco de mermelada, ¿no crees? —dijo Keishin sin mostrar ningún tipo de molestia.
—¡¿Vamos a darle más comida?! —cuestionó Saeko.
—Ven con nosotros y puedes tomar un vaso con leche —le dijiste también.
El chico se rio.
—No he llegado hasta aquí por creerme cosas como esas —respondió el ladrón.
—No vamos a hacerte daño —dijo Keishin.
—Sí, claro —dijo él y miró hacia una de las paredes cerca, buscando la ruta por la que escalaría.
—Nosotros también somos huérfanos… —dijo Saeko rápidamente y él se detuvo—. Este tipo no es nuestro padre ni nada similar —. Dijo señalando a Keishin.
—Ella tiene razón —dijiste tú también—. Nos conocimos aquí y trabajamos para él y a cambio nos deja vivir bajo su techo y comer de su comida. Somos algo así como una familia.
—Tú puedes ser parte de nosotros, ¿sabes? —agregó Keishin—. Si tampoco tienes un lugar al que regresar, o donde dormir. Te daré un trabajo y puedes quedarte, comer y dejar de robar y recibir amenazas de muerte todos los días.
—Soy Saeko —se presentó la rubia.
Tú le dijiste tu nombre nuevamente y escuchaste a Keishin presentarse también.
Le preguntaste el suyo, pero el chico miró hacia un lado, luego a la cesta que tenía en sus manos con un gesto nervioso, como si se avergonzara. Después de un minuto les contestó.
—No tengo uno.
En ese día te diste cuenta de la soledad que ese chico había cargado toda su vida.
No conoció a sus padres, los primeros recuerdos de su vida fueron de un hombre mayor. Un señor que estuvo con él, que le dio de comer y jamás le permitió que lo llamara "padre". Le dijo que no se encariñara de él y le hizo saber que moriría un día y que eso era lo primero que debía saber.
El hombre jamás le dijo su nombre y las personas que conoció tampoco lo sabían, le contó que perdió a toda su familia a manos de unos delincuentes y cuando lo conoció lo alimentó sólo por el hecho que como un ser humano no podía dejar de un niño de cuatro años muriera.
Lo llamó "enano" todo el tiempo que estuvo con él, se burló muchas veces que él no crecía a pesar que comiera como si fuera dos veces su tamaño, le enseñó a pelear y a cuidar de sí mismo. Y cuando estuvo seguro que el chico podía cuidarse sólo, una mañana desapareció. Nunca estuvo seguro si lo dejó abandonado o le pasó algo en su búsqueda por alimento.
Adultos que "desaparecían" era un tema recurrente en muchas historias.
Entonces frente a ti estaba un chico al que a nadie le importó lo suficiente para darle un nombre.
Pero él extendió la canasta y la tomaste con tus manos.
—¿Está bien si quiero probar la mermelada? —les dijo.
Pasaste unos meses con esa pequeña familia.
Keishin y tú le enseñaron a leer y a escribir al nuevo integrante, Saeko se unía a veces pero se aburría rápido.
Y las transmisiones de Keishin cada vez se hacían más atrevidas, cada vez criticaba un poco más al dueño de todo el mundo.
No debió sorprender a nadie que recibiera una pequeña visita.
Tuviste suerte que no fueran exterminadores o draculoides, o el mismo Oikawa. Supones que el programa de radio no era tan importante para llegar a los oídos del mismísimo dictador.
Pero conociste a un hombre llamado Nakashima, un amigo del mismísimo Ikkei Ukai, que golpeó la cabeza de Keishin, gritándole y regañándolo por las cosas tan incriminadoras que dijo del líder mundial. Después de poner sus manos en la cabeza y verificar que no había sangrado, Keishin explicó que no podía quedarse de brazos cruzados ante la injusticia del mundo.
—Eres justo como tu abuelo —dijo Nakashima negando con su cabeza—. No me sorprende que sean familia.
Después de eso agregó.
—Este lugar no es seguro para ti, vamos a movernos. Tenemos que buscarte un lugar aislado donde puedas decir tus opiniones sin el peligro de ser encontrado, especialmente si el número de oyentes aumenta.
—¿En serio? —dijo él.
Por la forma como brillaron sus ojos, estabas seguro que Keishin no dejaría esa oferta pasar.
Después les hizo saber esa decisión a ustedes.
Te encantaba la idea, te emocionaste al igual que los otros dos chicos de tu edad, pero había algo importante que no te permitía moverte de ahí.
—Pero Kei… —mencionaste el nombre de tu hermano, no podías dejarlo y aún no cumplía la edad para salir del orfanato.
—¿Por qué no lo llevamos con nosotros? —dijo el chico de ojos grises, lo hizo ver como si fuera la cosa más simple del mundo.
Tal vez para él lo era, Saeko accedió y Ryuu dijo, muy emocionado, que él también quería tener un amiguito de su edad que jugara con él.
Accediste porque querías ir con ellos y dejar ese pueblo para hacer cosas importantes y cambios en el mundo que vivías. Pero también querías estar con la nueva familia que habías encontrado y que tu hermanito fuera parte de ella.
Irrumpir en un orfanato de noche no fue difícil, las luces estaban apagadas y todos dormían. Buscaste cama por cama hasta en la número dieciséis viste una cabellera rubia así que quitaste la sábana, lo reconociste al instante y tomaste su mano. Le pediste que viniera contigo, que se mudaban y Kei te miró con desconfianza, pero tiraste más fuerte de él.
—Creí que me odiabas y por eso te fuiste —te dijo con un susurro.
Sentiste un nudo en tu garganta.
—Eres la persona más importante que existe para mí, te quiero como nada en el mundo —le dijiste y escuchaste otro de los niños despertarse.
Luego otro de los niños gritó de forma muy aguda al verte.
Y escuchaste pasos acercarse así que tiraste la mano de tu hermano, instruyéndole que te siguiera.
Cuando Kei se levantó tomó unos lentes de la mesa de noche y se los puso, también te diste cuenta de lo mucho que había crecido en dos años, pero no te detuviste para verlo sino que corriste y él corrió detrás de ti.
En pocos minutos estaban afuera, escuchaste que gritaban el nombre del rubio e iluminaban el camino con lámparas; pero no había mucho que pudieran hacer para seguirlos a ustedes corriendo con todas sus fuerzas.
—¡Has crecido tanto! —le dijiste una vez estuvieron afuera y lo abrazaste con fuerza—. ¿Desde cuanto usas lentes?
—Desde hace un año —te respondió con dificultad para respirar en tu abrazo sofocante—. Descubrí cómo se ven las hojas en los árboles de lejos.
Te reíste en tu felicidad por verlo de nuevo.
Le presentaste tu hermanito a tus amigos, a Keishin y a Ryuu.
—Tú y yo somos casi de la misma edad, ¡seamos amigos! —dijo el menor de todos agitando los brazos.
Kei levantó una ceja en respuesta.
—¿Tengo que ser tu amigo sólo porque casi tenemos la misma edad?
—Whoa, vamos Kei, eso no es muy amable —interveniste con vergüenza ante la mirada incrédula de Saeko.
Después que la familia estuviera completa partieron hacia el lugar que el abuelo de Keishin nombró el «Nido».
Nunca en tu vida has conocido a un hombre más intimidante que Ikkei Ukai.
Todo en él invitaba a temerle, su forma de hablar, su porte, su voz tan grave y la forma como gritaba cuando algo no se hacía como se debía. Tus rodillas temblaron la primera vez que lo viste, y estuviste seguro que todos se sintieron igual, incluyendo el mismísimo nieto Keishin.
Todos estaban parados en fila, frente a él, ordenados según su edad para que los conociera.
—¿Saben pelear? —preguntó incluso antes que el nombre de cada uno de ustedes.
—Yo sí.
Jefe Ukai levantó una ceja, no estabas seguro si fue en sorpresa o en incredulidad.
—¿Cómo te llamas?
—No me dieron un nombre, señor.
—¿Qué clase de ridiculez es esa?
El chico se encogió de hombros explicándole que la única forma que lo habían llamado fue "enano" durante sus primeros años de vida.
Ukai no pareció pensarlo mucho.
—Entonces te llamaré enano.
Pudiste ver como la expresión del chico cayó junto a su boca abierta, luego hizo un quejido muy audible.
—No debí contarle eso.
—Creo que no debiste —le dijiste riéndote.
—¡Silencio! —los cayó Ukai, por instinto agachaste la cabeza junto a todos los presentes.
El hombre dijo unas palabras que te emocionaron mucho.
—Les enseñaré a pelear, y tú, enano, enséñame lo que sabes.
Todos fueron casos perdidos, sin excepción, todos terminaron jadeando y en el suelo.
Así que fueron entrenados.
Con el paso de los meses, poco a poco tu cuerpo comenzó a cambiar, eras más alto y tu voz se hizo más grave y la de tu amigo también; siempre te reíste que él no creciera mucho más que antes. Saeko creció un poco también y su cuerpo se curvó en lugares que te hacían fijar tu mirada en ella. Recibiste regaños y golpes en la cabeza provenientes de Keishin que te decía que disimularas mejor.
Te enseñaron a pelear primero en combate cuerpo a cuerpo, competías con tus otros dos amigos. Dabas puñetazos, golpes y patadas y te esforzabas por levantar tus antebrazos para defenderte de los ataques de los demás.
Luego te enseñaron el manejo de armas y hubo dos katanas que te encantaron; no podías dejar de ver su filo. Realmente no pudiste elegir entre ambas así que le preguntaste a tus amigos que opinaban.
—No tienes que elegir, ¿sabes niño? —dijo Ikkei cuando te escuchó preguntarle a su nieto por su opinión.
Así que te enseñó a usar ambas manos.
Eras el más fuerte, pero Saeko era la más ágil, a veces tú le ganabas y otras veces ella te ganaba a ti. Era una competencia donde uno se burlaba del otro al final y viceversa, el perdedor siempre cedía su postre durante la cena.
Sin embargo nadie le ganaba al tercero de ustedes.
Llegó a pelear con Ikkei, y el anciano era el único que lo hacía morder el polvo.
Puede que haya sido porque Ikkei envejecía o simplemente porque ustedes mejoraban con los años, pero hubo un tiempo que dejaron de llamarlo enano. Y fue cuando dejó de perder, cuando todos los que lo enfrentaban terminaban en el suelo o se rendían poniendo sus manos al frente en sumisión.
El mismísimo líder de la resistencia cayó de espaldas en un encuentro y sonrió cuando el pie del chico estaba en su cuello, marcando el final de su pelea.
Comenzaron a llamarlo «El Pequeño Gigante», su forma de moverse era espectacular, era tan rápido que parecía predecir cada ataque que otros le propinaban y formulaba los suyos antes que su contrincante pudiera interpretarlos para esquivar.
Nunca pudiste ganarle, ni tu ni Saeko.
Era una verdadera delicia verlo pelear.
Al menos así opinó ella.
No te pareció que esa fuera la mejor manera de describirlo pero aun así entendiste su punto.
Cuando el Pequeño Gigante hizo a su contrincante dar una vuelta en el aire para caer de bruces sobre el piso, celebró con sus dos manos como puño en el aire.
—¡Woo! ¡Si! —gritó.
Saeko se levantó de su asiento tan rápido que hizo que sus pechos rebotaran, aplaudía con emoción y en sus ojos había un brillo de admiración.
—¡Bien hecho! —celebró aplaudiendo de forma muy audible.
Lo que hizo que el ganador de la pelea se rascara la nuca en un gesto nervioso.
Tú también aplaudiste y lo felicitaste, aunque la emoción que mostraba la chica te tomó desprevenido.
Ese chico llegó a este mundo para hacer leyenda; en la historia y con cada una de las personas que hablara.
Keishin Ukai también necesitaba sentir que hacía una diferencia, como ya no podía pelear necesitaba dar el mensaje de revolución y llegar a diferentes personas.
El problema era que el Nido estaba bajo tierra, así que la transmisión era realmente pobre. Después de muchas discusiones con su abuelo, decidió que marcharse era lo mejor para él.
Cuando estuvieron listos ustedes tres fueron su escolta, lo llevaron a un lugar que era un punto sobre la nada en el mapa, donde Oikawa no podría llegar a él y podría transmitir libremente tocando todos los corazones inconformes con la realidad en la que vivían.
Keishin no iba solo, un hombre llamado Takeda que se hizo íntimo amigo suyo, en el Nido, lo acompañó. El joven de lentes afirmó que ayudaría en lo que pudiera y cuidaría de él, que podía hacer quehaceres y se encargaría de asegurarse que Keishin comiera todos los días y durmiera bien.
En el camino enfrentaron draculoides y los derrotaron a todos, te sorprendiste de tu capacidad para pelear. Era risible lo malos que eran ellos en combate y manejo de armas.
Manejaron cientos de millas en el desierto sobre ninguna calle con nombre, a un lugar que tuvieron que dibujar en un mapa para volverlo a encontrar en el futuro.
Los tres lo abrazaron fuertemente, si dijeras que nadie lloró al despedirse estarías mintiendo.
Este hombre fue como un padre para ti, y para tus otros amigos.
Pero los cuervos habían crecido y ya podían volar del nido, aunque siempre regresaran a este.
Prometieron que se volverían a ver.
Después de eso comenzaron a salir más seguido del Nido. Hacían misiones de reconocimiento, de ayuda a viajeros en problemas, de limpieza de lugares donde había un exceso de draculoides.
Algo así como reclamar poco a poco la tierra que les pertenecía.
El Pequeño Gigante hizo su fama porque la gente común reconocía su máscara de cuervo negro y les regalaban comida y vestiduras. Los niños hacían dibujos de él e inventaron algunas canciones en homenaje. Los adultos les donaban carbonos y les deseaban buena suerte.
Tenía admiradores que le decían que era valiente y que su causa era noble. Algunas chicas le preguntaban si era soltero, y cómo se veía debajo de su máscara, tú girabas los ojos cubiertos por tu propia máscara.
Cuando tuvo la atención de todo un pueblo, el Pequeño Gigante se paró sobre el techo de una casa y habló de una revolución.
—¡Este mundo está podrido y todo es culpa de Oikawa! Nosotros sólo estamos haciendo algo pequeño, pero piensen en todo lo que podemos lograr. Si nos unimos somos más fuertes, sólo necesitamos más personas que luchen contra este sistema roto. Por más grande que él sea, no puede contra toda la humanidad.
La gente gritaba y aplaudía.
Luego comenzaron a llamarlos Killjoys.
Porque ellos eran los aguafiestas en el gran festejo de Oikawa, eran aquellos que arruinaban la música, las decoraciones y ponían las suyas propias.
Peleaban contra el maldito sistema.
Elegiste el nombre «Eclipse Impuro» como un recordatorio de cuando estabas pequeño y mirabas la luna esperando a que tus padres regresaran cada noche, tu hermano se llamó «Ácido Lunar» porque él compartía ese recuerdo. Los dos años que pasaste lejos de él, esa era la única imagen que ambos miraban cada noche esperando que el otro estuviera bien. La luna era un fuerte recuerdo para ambos, los mantuvo con esperanza todo el tiempo hasta que encontraron un nuevo hogar.
Siempre te costaba despedirte de él cuando salías del Nido, aunque él actuara como si no le importaba mucho sabías que en el fondo también te extrañaba. Pero tu hermanito siempre quería verse "genial" y mostrar su tristeza lo hacía sentirse vulnerable.
—Me harás mucha falta, Kei —le dijiste mientras lo abrazabas.
—Ya, me asfixias —te interrumpió él—. El tiempo pasa rápido y ya estarás de regreso.
—Pórtate bien, ¿sí? Sé un buen chico y no des problemas.
Kei se encogió de hombros.
—De todas formas prefiero las computadoras que la gente.
Ya te habían dicho que tu hermano era un prodigio con las máquinas, cada día aprendía de la tecnología con una facilidad envidiable, sus dedos largos bailaban sobre el teclado rítmicamente y entendía los códigos de programación mejor que la mayoría de los adultos, como si fueran su lengua natal. Le veían un gran futuro en el área de Inteligencia en el Nido.
—Todos necesitamos de otras personas, y necesitas tener más amigos que tu hermano, ¿no crees?
Kei bufó.
—Tengo más amigos, aunque no lo creas —te dijo cruzándose de brazos de forma defensiva.
—¿Ah, sí? ¿Cómo se llama? —preguntaste sorprendido.
—Tadashi —te respondió elevando una ceja—. Y no estoy inventando ese nombre.
—¿Lo conozco?
—Es de Ciudad Batería, de una metrópolis de la Zona 50; y nos escribimos. Es de mi edad, tiene cabello negro y pecas —te lo describió como asegurándote que su amigo era real.
—Te creo, Kei. Me alegra mucho.
Alguien se acercó de forma muy ruidosa.
—¡Nos vamos! —cantaba—. ¡Saeko! ¡Akiteru! —. Mientras golpeaba un sartén con una cuchara de madera de forma muy infantil.
Contrario a lo que se esperaría de Kei, quien, a sus diez años siempre se mostraba irritado con las personas escandalosas; se acercó inmediatamente a la figura del Pequeño Gigante.
—Mucha suerte en su viaje —le dijo con una sonrisa tímida, desviando la mirada.
—¿Huh? —respondió el pelinegro—. ¡Pequeño Kei! ¡Deja de crecer que me vas a pasar! —dijo con enfado fingido—. ¿Quieres que te traigamos otra figura de dinosaurios? Entonces la próxima vez que te vea debes mantenerte de la misma estatura.
—Trataré —dijo Kei.
Ni siquiera utilizó sarcasmo, era difícil de creer que realmente fueran los ojos de tu hermano los que se iluminaban cuando hablaba con el Pequeño Gigante. La admiración de todos en el Nido era palpable, en este caso te daba un poco de celos.
—Tu hermanito es adorable —te dijo cuando estuvieron solos.
Te reíste porque probablemente la única otra persona que opinaba eso en el mundo entero eras tú.
—Lo es.
Así que los dos llegaron donde Saeko golpeando sartenes y ensordeciendo a todos ahí.
—¡Nos vamos! —gritaron al unísono.
—¡Pequeño Gigante! —gritó Ryuu y corrió hacia ustedes—. ¿Puedes jugar voleibol conmigo otra vez? Noya quiere jugar también, es muy bueno recibiendo.
—¡Aww me encanta el voleibol! —le respondió el pelinegro—. Pero será la próxima vez, venimos a traer a tu hermana. ¿Ya está lista?
—¿Y si me llevas a mí y la dejamos a ella?
—¡Ryuu qué cruel! —Gritó ella apareciendo por la puerta, cargando sus maletas y enfadándose con su hermano—. ¡Yo sé que me extrañarás! —le dijo sacándole la lengua.
—¡Yo quiero ir también! —chilló Ryuunosuke—. ¿Puedo ir?
El Pequeño Gigante te miró expectante para que le rompieras el corazón al pequeño Tanaka, ya que él no podía hacerlo.
Giraste los ojos. ¡Qué cobarde!
—Cuando seas más grande podrás acompañarnos, ¿te parece? —le dijiste con voz amigable.
—¡No! ¡Eres igual de malo que tu hermano! ¡Odio a todos los rubios! —gritó y salió corriendo mientras prometía—. ¡Me teñiré el pelo o me lo raparé!
—Vaya que es dramático —opinó su hermana—. ¡Te quiero Ryuu, nos vemos!
—¡Te odio!
Esta vez Saeko giró los ojos y miró al pelinegro.
—Mi hermano te quiere más que a mí.
—Oh, vamos. Esa es una exageración —contradijo el pelinegro.
—Mi hermano sólo quiere hablar de ti y los dinosaurios que le llevas —agregaste.
—¡Son niños! Están en esa edad… ¡ellos los adoran a ustedes dos!
Sin quererlo, tú y Saeko hablaron al unísono.
«—Sí, claro.»
Salir del nido era increíble, sentir la brisa sobre tu rostro y aspirar la libertad de ser tú mismo. No había químicos en tu cuerpo ni drogas en tu sistema que te hicieran obedecer a un tipo estirado que no era más que una figura sin importancia que jamás considerarías como tu dios.
Pelear al lado de tus amigos y escuchar juntos las transmisiones de tu mayor figura paterna, y mover la cabeza al ritmo de la música; levantarse y bailar con los ritmos que sonaban en sus intermisiones. Pasar días enteros y noches con estas personas era tu felicidad.
Tu juventud era la fuente de tu fuerza, te sentías indestructible, como si no hubiera nada que no pudieras hacer.
Se turnaban para todo, para conducir, para cocinar, para lavar los platos y la ropa de los tres. Evitaban discusiones dividiendo todo en partes iguales, a pesar que tus compañeros eran una chica y un tipo de baja estatura, ambos devoraban la comida casi incluso más que tú mismo.
Pero no podías enfadarte con ellos.
Una vez engulleron en una noche una botella entera de whisky que un fan de la estrella del Nido les regaló, estuvieron juntos cantando y contando historias de terror. Sus risas eran los únicos sonidos que acompañaban las cigarras y las brasas de leña que crujían al ser consumidas por el fuego.
En medio del alcohol y el calor del fuego se olvidaron completamente del frío de la noche sin los rayos solares mortales del día.
Pero una vez estuviste dormido ese mismo frío se caló entre tus huesos hasta la médula. La fogata llevaba horas apagada y tu cuerpo reaccionó despertándote para hacer algo al respecto.
Tus ojos vislumbraron que no había nadie más en esa tienda de campaña que tú, faltaban las siluetas de tus amigos a la par tuya.
Tu primer instinto fue miedo, el sueño te abandonó por completo.
Luego te repetiste a ti mismo que debías calmarte, que todo estaba bien, probablemente tus amigos también sintieron lo mismo y sólo fueron a buscar más leña juntos.
Si te miraban te regañarían por no haber conseguido suficiente leña para que durara toda la noche, porque tú habías estado a cargo de buscar la leña para quemar en primer lugar.
Pero te estabas congelando así que saliste.
La oscuridad hacía difícil ver, pero la luna apenas brillaba detrás de las nubes de metano que se aglomeraban en el cielo; e iluminaban pobremente las dunas de arena, sabías que detrás estaban unos pocos árboles de donde habías sacado la leña. Seguiste las huellas de las botas de tus amigos que te guiaron a ese lugar.
Y ahí los encontraste.
Era como si estuvieran bailando.
En un vaivén, sin nada de música, el sonido rítmico era solamente de sus jadeos y respiraciones.
La ropa de ambos tirada a un lado sin cuidado.
El sonido de la boca de él besando sus pechos, la voz de ella gimiendo suavemente.
El sonido del cuerpo de ambos chocando entre sí una y otra vez. Con el brillo sobre sus hombros del sudor iluminado por la luz de la luna.
Inconscientemente te llevaste tu mano a tu boca, evitando hacer un sólo sonido.
Y él abrió sus irises grises y su miraba se fijó en ti.
Te diste la vuelta y saliste corriendo de ahí esperando no haber hecho ningún sonido.
¡Mierda!
¡Te vio!
Maldita sea, te vio.
Te quedaste mirando un rato la apagada fogata, esperando que ellos regresaran y te gritaran por haberlos espiado.
Pero pasado el tiempo ellos no volvieron.
Te fuiste a tu campamento y te acostaste.
Deseaste que el día siguiente todo fuera como siempre había sido.
Nos leemos luego~
