Cuando te conocí.
Draco Lucius Malfoy era un niño bien educado, sus padres se habían encargado de instruirlo en muchas áreas que le serían necesarias como futuro monarca del reino de la luna. Draco sabía tocar el piano, podía pintar con gran realismo todo lo que le rodeaba, hablaba al menos cinco idiomas diferentes y sus conocimientos en matemáticas, astronomía, literatura y geografía eran tan amplios como los del hombre más sabio de su reino, sus modales eran impecables; nunca se le veía hacer berrinche o correr por la tierra como al resto de los niños, Draco no trepaba a los árboles, él los usaba para descansar a su sombra mientras leía alguno de los libros de la enorme biblioteca del castillo, Draco no reía a carcajadas, él sonreía discretamente, Draco no gritaba de emoción cuando recibía algún regalo, él agradecía y hacia una pequeña inclinación, Draco no era como el resto de los niños, él era único, él era especial, él era diferente, él era el heredero al trono.
Draco comprendía todas estas cosas, no había conocido nada diferente desde su nacimiento aquella noche estrellada de luna llena, y sin embargo a veces, solo a veces se preguntaba por qué no podía salir a jugar como el resto. Se preguntaba por qué no podía salir a pintar al jardín fuera de los horarios que sus profesores particulares habían establecido, se preguntaba por qué recibía un castigo si manchaba su camiseta, se preguntaba por qué no podía salir a correr a primera hora de la mañana y perseguir mariposas como lo hacían los hijos de las sirvientas del castillo. Y a veces, les envidiaba. Sabía que no debía, que no tenía por qué, él tenía cosas que otros niños no, como un enorme castillo lleno de historia, tenía oro y su familia tenía poder y renombre, tenía tres comidas al día, todas ellas con postre incluido, tenía las mejores ropas y la cama más cómoda de todo el reino, y sabía que muchas personas no contaban con los mismos beneficios y aun así, a veces pensaba que cambiaría su juguete favorito por una tarde en la plaza, comiendo un poco de pan con canela y mirando las aves pasar por el cielo.
No que su padre Lucius, el rey, fuese un tirano con él, pero si era bastante estricto, Draco pensaba que solo era que le preocupaba dejar el reino en buenas manos. Pese a todo era feliz, cuando no estaba estudiando y ampliando sus conocimientos a veces tenía tiempo de sentarse en el balcón de su habitación a dibujar el paisaje en un cuaderno que Severus le regalaba cada que era su cumpleaños, podía dibujar plantas, podía dibujar aves o bichos y la verdad era que era bastante bueno. Aquel era su pasatiempo favorito, aunque su padre no había estado muy de acuerdo al principio en dejarlo perder el tiempo de aquella manera, su madre había tenido que intervenir y al final su padrino y consejero, Severus, había conseguido para él un montón de material que se agotaba tan rápido como llegaba.
Si, Draco Malfoy no era un niño normal, era especial, más especial que cualquiera dentro de aquellas murallas que protegían su cuidad, pero fue cuando cumplió ocho años cuando pasó de ser especial a ser extraordinario, porque Draco no era un príncipe cualquiera, él había nacido con la bendición de la luna y ella le había otorgado poderes que nadie había poseído en siglos; los poderes del viento y el agua. Sus padres habían estado fascinados cuando la primera demostración de poder tuvo lugar, su pequeño y único hijo había estado realmente enojado cuando el hijo de la duquesa Zabini había herido accidentalmente a Pansy, su mejor amiga; los cristales de las ventanas se habían roto por la enorme ventisca y, aunque el rostro del pequeño Draco había mantenido la neutralidad, el torbellino que se había formado alrededor de él demostraba todo lo contrario.
Al principio había sido divertido para el pequeño heredero al trono, Severus era su mentor y le instruía en las artes de la magia elemental, pero con el tiempo sus poderes crecían y cada vez era necesario invertir más tiempo, tiempo que por supuesto tomaba de sus horas libres para pintar o dibujar y entonces tener poderes ancestrales había pasado de ser algo sensacional a ser una responsabilidad más. Severus siempre intentaba animarlo diciéndole que tenía suerte de haber sido heredado por la Luna, el sol solía otorgar poderes mucho más caóticos y difíciles de controlar como el fuego y la tierra, solía decirle que el viento y el gua eran igual de poderosos pero no causaban tantos problemas y Draco de verdad intentaba consolarse con ello.
Sus horarios habían quedado establecidos y tomaban lugar desde el amanecer; se levantaba con el sol y tomaba el desayuno junto a sus padres en el salón principal, después se marchaba a sus clases particulares en el ala este, cuando daba el medio día tomaba el té y de inmediato comenzaba con sus clases de baile, impartidas por Narcissa, su madre, después de aquello llegaba la hora de la comida y después de ella tenía que volver al ala éste para seguir con sus clases particulares de música e historia para finalmente pasar desde el atardecer hasta el anochecer en el ala oeste, donde tenía sus lecciones junto a Severus. Al anochecer volvía a su habitación, después de la cena, demasiado cansado para pensar en nada más, así que simplemente tomaba un baño, se colocaba el pijama y caía rendido en su cama.
Así trascurrieron cada uno de sus días hasta que la rutina se rompió de manera casi imperceptible, pero con un hecho que le marcaría para siempre. Draco se levantó con el sol, como cada mañana, dispuesto a tomar su desayuno y a comenzar con sus lecciones del día, tenía ya once años y se encontraban en verano, por lo que el sol brillaba con intensidad desde las primeras horas. El verano era la épica del año en que peor lo pasaba, el calor sofocante solía enfermarlo con facilidad, consecuencia de su herencia mágica, pero intentaba sobrellevarlo lo mejor que podía, refrescándose a sí mismo con su magia de viento y refrescándose el rostro con su magia de agua, anhelando que el otoño y el invierno llegaran lo antes posible.
Se colocó su fino traje de seda azul marino y arregló su lacio cabello cuando una de las sirvientas entró y continuó con la tarea de dejarlo presentable para el desayuno, mientras el joven amo intentaba recordar las lecciones del día anterior y sobre las cuales seguramente le preguntarían aquella mañana. La mujer le sonrió cuando todo quedó listo y el joven Malfoy le agradeció con una pequeña sonrisa para inmediatamente bajar al salón principal, con la espalda recta y el rostro en alto, saludando a los sirvientes que se cruzaban en su camino, tal cual las cortesías indicaban. Al llegar la mesa ya estaba completamente lista para tomar lugar, su padre se encontraba a la cabeza, vistiendo un finísimo traje de seda y oro color gris, mientras su madre se encontraba a la izquierda, con su hermoso cabello rubio peinado con una guirnalda de perlas y un vestido de lino fino completamente blanco, dándole la apariencia de un ángel.
Las cortesías de la realeza indicaban que Draco debía sentarse al otro extremo de la mesa, pero la verdad es que esa regla había quedado olvidada cuando solo se encontraban ellos, así que el joven heredero tomó lugar junto a su padre, a su derecha.
—Buenos días padre, madre —le dedicó a su padre una inclinación de cabeza y a Narcissa un beso delicado en la mano.
—Dragón, buenos días ¿has dormido bien? A noche te veías cansado —comenzó a decir su madre mientras uno de los mayordomos se encargaba de servir el desayuno en los platos.
—Las lecciones con Severus me han costado un poco más de energía de lo normal, pero pronto me acostumbraré —respondió tranquilamente.
—Es grato ver que te esfuerzas al máximo, Draco, la perseverancia es una cualidad importante para un rey —le felicitó su padre— y creo que por ello mereces un descanso, solo el día de hoy —el pequeño rubio dejó su taza con café sobre la mesa y miró a su padre, sorprendido, jamás le habían dado un día de descanso.
—¿En serio? —preguntó, mostrando por primera vez la expresión de un niño y no la de un adulto en miniatura.
—Por supuesto —su padre le sonrió— ya hemos arreglado todo con tus profesores, pero al atardecer quiero verte en mi despacho, puedes aprovechar el día como gustes.
—¡Gracias! —exclamó al tiempo que su taza de café se congelaba entre sus manos.
—Draco, los modales —le regañó su madre.
—Y tus poderes, hijo —agregó su padre.
—Lo lamento —se disculpó descongelando el líquido de la taza, aun sonriendo.
—Eso es nuevo —agregó su madre después de haber terminado su tostada.
—Lo es —respondió su hijo— es la segunda vez que pasa, no sabía que podía congelar cosas.
—Será mejor que comiences a trabajar con Severus sobre eso —recomendó Lucius— ahora debo retirarme, tengo asuntos que atender, que tengan un excelente día —le dio a su esposa un corto beso en los labios, un apretón en el hombro a su hijo y se marchó.
—¿Y bien? —preguntó su madre— ¿En qué ocuparás tu día libre?
—Quisiera salir al jardín y pintar las flores que has plantado hace poco, también hay un libro que quisiera leer y... —su madre soltó una delicada carcajada.
—Será mejor que te vayas ya si quieres que el día te rinda lo suficiente ¿Por qué no comienzas con tu lectura en el jardín y esperas a que la mañana avance mucho más para dibujar? La luz de medio día podría darle un efecto interesante a tu trabajo.
—Eso haré, gracias mamá —la besó en la frente y caminó lentamente hasta la salida.
Cuando se aseguró de que nadie más le vería echó a correr hasta su habitación, eufórico de felicidad, había pasado mucho tiempo desde que había tenido tiempo para sí mismo e iba a provecharlo al máximo, quería hacer tantas cosas, quería disfrutar de cada minuto, pues sabía que al día siguiente tendría que volver a la rutina y tal vez volverían a pasar años hasta que tuviera una oportunidad como aquella. Tomó de su estantería un par de libros que metió dentro de una caja, dentro colocó su cuaderno de dibujo, algunas pinturas, algunos carboncillos y sus pinceles, alguno de los sirvientes se ofreció a llevarlos pero él se negó, iba a esconderse en el jardín de su madre y no quería que nadie lo encontrara hasta que fuese el momento de volver a la realidad.
Corrió nuevamente por los pasillos, derrapando en las finas alfombras y a punto de tirar algunos jarrones que descansaban cerca de las ventanas. Cuando llegó a las escaleras principales se detuvo y comenzó a bajarlas de manera lenta, como todo un caballero bien educado, disimulando bastante bien el hecho de que había estado corriendo. Vio a su padre en una de las salas a la derecha, acompañado de un hombre que le pareció conocido, de piel morena y gafas redondas, bien vestido y acompañado de una mujer de cabellos rojos. Decidió que el asunto no le incumbía, que estaba de descanso, así que, sin hacer más ruido del necesario salió del castillo por la puerta principal y lo rodeo para adentrarse en los jardines de la parte trasera.
Se aseguró de que nadie lo estuviera observando antes de escoger un enorme roble sobre el cual relajarse y comenzar a leer, el sol no sobrecalentaba el ambiente, por lo que le fue fácil concentrarse en la lectura; un libro que había dejado de lado un año atrás y que contaba la historia de amor entre un joven príncipe y una princesa cautiva por sus propios padres, el libro contaba con algunas ilustraciones que admiró, la maestría del artesano era sublime y él apreciaba cada pequeño detalle. Cuando la historia terminó con un felices para siempre, Draco decidió que debía comenzar a pintar algo, por lo que miró a su alrededor; habían muchas cosas que plasmar en aquel enorme jardín que estaba indeciso, pero finalmente decidió retratar el capullo de una mariposa colgado de una flor de un rojo intenso.
Pero grande fue su frustración cuando descubrió que había perdido práctica, plasmar lo que deseaba jamás le había costado tanto trabajo, por lo que cuando terminó su ilustración simplemente se recargó en el árbol a admirarla, satisfecho después de horas de trabajo, necesitaría más papel, pero se lo encargaría a Severus después. Debía practicar, debía encontrar tiempo para seguir haciendo aquello que le gustaba o cuando menos se diera cuenta habría olvidado como sujetar el grafito.
Con el sol sobre su pálido rostro y su retrato del capullo y la flor sobre sus piernas se quedó dormido sobre el tronco del árbol, sabía que no debía hacerlo, que de encontrarlo su madre le reprendería, un príncipe no debía dormir a la intemperie y mucho menos usando un traje tan fino como el que portaba, pero estaba demasiado cansado y de todas formas se había encargado de que nadie le encontrara. Estaba soñando que comía un trozo de aquel delicioso pastel de manzana que preparaban los cocineros del palacio cuando un ruidito lo despertó. Apretó los párpados con fuerza, consciente del sol por primera vez desde que había caído rendido, pero la molestia duró solo un momento, una nueva sombra le había cubierto el rostro y él solo pudo sonreír satisfecho, aún adormilado.
Una risita lo trajo de vuelta a la realidad, abrió los ojos de par en par, presa del pánico, si alguien lo había encontrado en tal situación ya podía olvidarse de más días libres, su padre seguramente le castigaría y le quitaría sus libros de fantasía, le quitaría sus materiales de arte y le haría pararse a la mitad del salón de baile con tres libros sobre la cabeza por horas mientras recitaba el tratado de paz con el reino del sol, agregando un libro cada que se equivocara.
—Hey, tranquilo —le dijo aquella voz— no voy a acusarte si es lo que te preocupa.
El sol a las espaldas de aquella persona le impedía verlo con claridad, tuvo que parpadear un poco y enfocar lo mejor que pudo para que la sombra se fuera aclarando y el contraste no fuera molesto. Frente a él había un niño, uno que parecía de su edad; piel morena, unas horribles gafas redondas y ojos imposiblemente verdes, como una esmeralda y Draco se quedó sin aliento, pensando en que debía dibujarlo, debía plasmarlos en alguna parte, inmortalizar tal belleza, porque en sus cortos once años, pocas cosas más hermosas que esos ojos había visto. El chico sonrió al ver que se pasmaba, pero Draco no podía dejar de ver esos verdes ojos que le examinaban con diversión ¿quién era? No importaba, solo necesitaba una cosa, que no dejara de mirarlo.
—¿Puedes hablar? —le preguntó entontes, Draco se sonrojó y se aclaró la garganta.
—Por supuesto que puedo —respondió de manera cortés, él chico se sentó a su lado, tomando su cuaderno con el dibujo de la flor.
—¿Lo has hecho tú?
—¿No te han dicho que es de mala educación husmear en las pertenencias de la gente?
—No estaba husmeando, lo tenías ahí sobre las piernas, a la vista de todos —respondió con sencillez— es realmente bonito.
Pero Draco no respondió, demasiado ocupado mirando a su acompañante, vestía con ropa fina pero bastante sencilla, por lo que estaba seguro no era hijo de algún sirviente que no conociera y definitivamente no era un niño cualquiera del pueblo que había logrado colarse al castillo. Pensó que podría ser hijo de algún duque o de algún empresario poderoso, pero por más que hizo memoria no creía recordar a alguien que en su reino tuviera un hijo con las cualidades del chico a su derecha; cabello sumamente rebelde y despeinado, ojos verdes, piel morena y claramente más bajito que él en estatura. No, definitivamente no recordaba haber visto en las fiestas del palacio a nadie como él.
—Puedes quedártelo —dijo finalmente, al ver que el joven miraba maravillado su dibujo.
—¿En serio? —Preguntó realmente contento.
—Ni si quiera es tan bueno —respondió simplemente, pero el moreno ignoró aquel comentario y guardo la pequeña hoja de papel dentro del bolcillo de su camisa.
El joven de ojos verdes se puso de pie y le extendió la mano, Draco lo miró con el ceño fruncido pero finalmente la tomó. Cuando lo hizo un escalofrío le recorrió el cuerpo entero, su mano se cubrió de hielo y la mano del desconocido de fuego, consumiéndose mutuamente hasta que se desvaneció. Se miraron por un instante, Draco no sabía exactamente que significaría aquello, pero la sensación había sido agradable, como si hubiera encontrado el equilibrio que no sabía que necesitaba, entonces el pelinegro exclamó:
—¡Eres como yo! —y soltó una carcajada, Draco, aún medio en shock frunció el ceño— ¡Vamos, muéstrame que más puedes hacer! —le pidió con una sonrisa resplandeciente que lo hizo ceder a su petición, no entendía que pasaba pero aquella sonrisa le hacía sentir completamente vivo.
El rubio colocó todas sus pertenencias de nuevo en la caja y miró a su extraño acompañante antes que algo de agua comenzara a brotar de sus manos, creando figuras abstractas por el aire. Manipuló el elemente con maestría y cuando se sintió preparado usó el elemento del viento para enfriar el agua hasta congelarla, dándole la forma de una media luna. Su acompañante aplaudió fascinando, soltando exclamaciones como "¡oh!" "¡wow! Y riendo a carcajadas cada que Draco hacia algo diferente. Su efusividad, su simpleza, su naturalidad eran contagiosas que hacían que el joven heredero de la luna se sintiera cálido por dentro, percatándose por primera vez de lo frio que se encontraba antes en él. Continuó con su demostración luciéndose, cada vez más ansioso por causar una risa más alta, una mirada más brillante en aquellos ojos que le habían robado el aliento, experimentando con cosas que ni frente a Severus se había atrevido a hacer.
El chico frente a él era inocente, podía leerlo en sus ojos y aquella expresión infantil le hacía sentir feliz, quería seguir escuchando su sonrisa, quería seguir escuchándolo exclamar asombrado por sus habilidades, quería que lo mirara de aquella manera para siempre, como si fuera el ser humano más increíble sobre la tierra. Aquel joven destellaba en luces doradas y brillantes ante sus ojos, irradiando genuina felicidad, parecía un niño sin problemas y con una vida tranquila, una como Draco jamás tendría, demasiado ocupado con sus deberes como heredero de un reino fuerte y poderoso. Y sin embargo aquel niño le inspiraba a no perderse en el camino, deseaba ser un poco como él.
—¡Eso ha sido genial! — le dijo aun sonriendo— ahora mira esto, no le lo pierdas, te va a gustar mucho.
Draco asintió con una pequeña sonrisa, expectante, el moreno extendió sus manos hacia él, giró la muñeca y una flor apareció ante sus manos, luego otra y otra más, hasta que creó una corona de pequeñas flores blancas que le colocó en la cabeza, inmediatamente después el elemento de la tierra comenzó a materializarse entre sus manos, formando figuras extraordinarias, leones, serpientes, águilas y tejones, castillos, pequeñas cabañas y finalmente un rostro, su rostro, uno que se quedó a medias por que el elemento fuego se hizo presente y lo carbonizó; la tierra incendiada calló al suelo, amenazando con quemar el pasto del jardín, el joven de ojos verdes miró la escena con pánico, todo rastro de felicidad se esfumó de su rostro, dejando solo terror, miedo y vergüenza.
Pero Draco no podía permitir que aquella sonrisa se perdiera, así que hábilmente y haciendo uso del elemento de agua apagó el fuego, haciendo que una mancha negra quedara plasmada entre la hierba.
—Lo siento tanto... —dijo el pelinegro hincándose frente al pasto quemado y extendiendo sus manos sobre él, haciéndolo crecer nuevamente. —Yo... no, no lo controlo, a veces llega y... —parecía a punto de llorar, realmente apenado. Draco se hincó frene a él y lo tomó por los hombros.
—Eso ha sido fantástico —declaró sonriendo ampliamente, como en años no lo había hecho. —Dominar la herencia del sol no debe ser fácil, solo debes trabajar en ello todos los días. Apuesto que lograrás cosas maravillosas, solo debes trabajar —Aquéllos ojos verdes que se habían enrojecido por las lágrimas recobraron su brillo.
—Gracias —respondió con voz ronca.
—De nada —le sonrió. Ambos se pusieron de pie.
Se miraron a los ojos durante un momento, encontrando alfo familiar en los iris ajenos, Draco decidió que guardaría aquella mirada en su memoria y la plasmaría en un lienzo más tarde. Aquel chico le trasmitía tranquilidad y calidez, le trasmitía paciencia y felicidad, y era tan extraño y no lo comprendía de nada, pero de repente ser el monarca perfecto había dejado de ser importante para él. Lo que su corazón sintió por aquel chico era inexplicable y solo podía describirse con una cosa que alguna vez había leído en uno de sus tantos libros de princesas y caballeros de brillantes armaduras; amor a primera vista. Comprendió entonces aquel sentimiento de los protagonistas de las novelas que solía leer, porque no sabía el nombre de aquel chico frente a él, pero sentía como si lo conociera de toda la vida y deseaba protegerlo de las malvadas brujas, de los peligrosos dragones y de las madrastas malévolas.
—¡Oh no! —Dijo entonces el ojiverde, alarmado— ¡Se suponía que debía encontrar a mi hermana, debo marcharme.
Aquello lo sacó de su ensoñación, había querido preguntarle su nombre, pero de la misma manera en que había llegado se había marchado y había desaparecido entre las flores de su madre. Un vacío en su corazón le hizo sentir realmente solitario, pero la sensación de haber encontrado a alguien le dio la ilusión y la fuerza suficiente para perseverar. Buscaría a aquel niño, lo encontraría y le preguntaría su nombre y entonces, cuando fuese lo suficientemente mayor lo desposaría, como en los cuentos y tendrían un final feliz.
