N/A. Cuando llueve me gusta sentarme junto a la ventana y escribir, y este es el resultado. Nada impresionante, solo una serie de escenas muy cortitas (si es que escribo más de una, aunque esa es la intención)

En éste primero quizás hay un ligero KandaxRabi, todo depende de con qué ojo se mire xD

Se agradecerían muchísimo los reviews, thanks.


De los días de lluvia

Andaban con paso vivo ahora que la lluvia sucia caía sobre el callejón, la noche caería pronto, y con semejante aguacero deseaban llegar cuanto antes a su destino.

Rabi apartó el mechón húmedo de su rostro para observar más claramente la espalda de Kanda Yuu, que marchaba a unos pasos de distancia. Aquel clima húmedo no estaba ayudando a mejorar el habitual humor irritado del exorcista japonés, pero por alguna razón, aquellas reacciones crispadas de su compañero hacían sonreír al aprendiz de bookman.

Y así marchaba, con una leve sonrisa pegada en la cara, calado hasta los huesos, con su ojo pendiente de cada movimiento del uniforme oscuro que se encontraba ante él.

Pero de pronto, se detuvo.

Al notar que Rabi no le seguía los pasos, Kanda dudó un instante pero acabó por imitarle, deteniendo sus pasos, y se volviéndose a mirarle, con su habitual gesto de disgusto.

El aprendiz de bookman se encontraba en pie a pocos metros, con la cabeza baja, observando una caja de cartón abandonada y de aspecto mugriento.

Kanda, se acercó hasta él, katana en mano, preparado para cortarle alguna parte del cuerpo por hacerle perder el tiempo. Pero cuando escuchó aquel sonido suave, lastimero, que se abría paso entre el rumor de la lluvia, bajó su espada.

Rabi se había agachado, y no dejaba de mirar aquella pequeña criatura peluda y temblorosa que intentaba en vano guarecerse del chaparrón dentro de la caja de cartón.

- Vámonos. – el tono de voz de Kanda indicaba que no era una petición, y Rabi lo sabía – No puedes hacer nada por él.

Eso también lo sabía, al fin y al cabo, su existencia debía limitarse a observar. Era un bookman después de todo.

Se incorporó y echó a andar una vez más, siguiendo los renovados pasos de Kanda. Un trueno resonó en la lejanía, y su ojo verde escudriñó el cielo.

Rabi se detuvo de nuevo.

- ¿Y ahora qué? – gruñó Kanda, observando como su compañero volvía sobre sus pasos, hasta alcanzar la caja de cartón.

El joven pelirrojo echó mano de un trozo de tela que había atado en una oxidada tubería cercana, probablemente para remendar alguna fuga.

- Con esto tendrá que bastarte.- musitó, colocando la tela extendida sobre la caja a modo de techo. – Ten, está un poco húmedo, pero aún es comestible.

Sacó de un bolsillo un trozo de lo que parecía un panecillo a medio comer y lo depositó en la caja. El pequeño animal agitó su pelaje pardo y se abalanzó sobre la comida.

Rabi sonrió.

- Tsk, eres un estúpido.- oyó comentar a Kanda.

El pelirrojo se encogió de hombros.

- No todos somos un corazón de hielo como el tuyo.- replicó con un gesto burlón.

Kanda tomó la espada que pendía de su cinto, y aun enfundada, la acercó al borde de la caja. Rabi le observó sorprendido, sin saber si debía impedir lo que quiera que tuviera en mente.

Pero el joven japonés no le dio demasiado tiempo para pensárselo, pues, con un ágil movimiento de su espada, le dio un golpe a la caja que salió disparada varios metros, para aterrizar, intacta, en la esquina que unía el callejón con la calle principal.

Los fuertes maullidos le indicaron que el pequeño habitante de la casa de cartón seguía de una pieza. Algunos transeúntes se detuvieron ante la repentina aparición de la caja.

- Ahora algún alma estúpida y caritativa lo encontrará, así que larguémonos.

El aprendiz de bookman parpadeó, demasiado sorprendido por lo que acababa de suceder, aunque su gesto de sorpresa solo duró hasta el samurai volvió a gruñir con irritación y se vio obligado a correr tras él para no perderlo de vista.

Cuando alcanzaron finalmente refugio tras las puertas de la Orden, Kanda se deshizo de su pesada capa ahora empapada y apretó los dientes, dispuesto a soltar unas cuantas maldiciones acerca del clima.

Pero se detuvo.

Y se volvió para encarar a Rabi, el cual había empezado a sacudir sus brazos en un vano intento de deshacerse de las gotas acumuladas sobre la tela oscura.

- Tú – Kanda le lanzó una de sus muchas miradas afiladas. – ¿Tu uniforme acaba de maullar?

Y el pelirrojo, encogiéndose de hombros, solo sonrió.