Fanfic sin ánimo de lucro, inspirado en la saga del Elfo Oscuro de Reinos Olvidados.
Todos los personajes salvo seis (Bruenor Battlehammer, Drizzt, Catti-brie, Wulfgar, Alustriel y Fret, propiedad de R.A. Salvatore) son de mi invención.
Dedicado a Kognar, Beidomon, Tigana, Darklilium y a mis demás amigos de FFE.
REINOS OLVIDADOS - LA DAMA DEL UNICORNIO
CAPITULO 1- REVELACIONES
1
La luz cegó sus ojos al acercarse a la salida de la cueva, instintivamente los cubrió con un brazo y esperó. No cedió al pánico que crecía en su interior instándole a volverse por donde había venido. Poco a poco empezó a distinguir los contornos iluminados de la roca y siguió caminando con decisión; luego se agazapó para comprobar que ninguna amenaza le aguardaba en el exterior. Antes de salir cubrió su cabeza con la capucha de su capa para preservar tanto sus delicados ojos como su identidad en caso de ser avistado: los drow no eran bienvenidos en ningún lugar.
Sin dejar de vigilar receloso a cuanto le rodeaba, caminó en línea recta sin el menor ruido y con la agilidad que caracteriza a todos los elfos en general.
Sentía la excitación del peligro y a la vez esa sensación de libertad que sólo había experimentado la única vez que visitó la superficie como miembro de una patrulla. No se encontraron con nadie entonces y esperaba no hacerlo tampoco ahora, sólo deseaba observarlo todo porque todo lo de aquí arriba le fascinaba: el roce de la brisa, los colores vivos de cuanto le rodeaba, la majestuosidad de los árboles…
Se detuvo en seco, sus manos volaron hacia las empuñaduras de las katanas enfundadas en sus flancos y aguzó su finísimo oído, inquieto. Había oído algo, una voz… lamentos, sollozos… una voz de mujer. Por segunda vez pensó en darse la vuelta y regresar, pero la curiosidad se impuso en su mente y continuó caminando agazapado hacia el desconcertante sonido. Despacio y con el sigilo de una pantera llegó a la linde del bosque, donde unos prados verdes se extendían hasta una colina cercana, en cuya falda se distinguía una granja. Unas ovejas pastaban frente a la roca donde se sentaba su dueña, que lloraba desconsolada. Era la primera vez que el elfo oscuro avistaba a un habitante de la superficie, pero dedujo correctamente que debía ser una mujer humana muy joven. La observó tumbado boca abajo a buen resguardo de un posible escrutinio, curioso y sorprendido por la insólita apariencia de la extraña, de piel blanca, constitución delicada y con una larga cabellera de rizos negros como la noche. Era más menuda que las mujeres drow y además justo al revés, como un negativo: las drow eran de piel negra y liso cabello blanco y la diferencia le fascinaba. A pesar de lo chocante que le resultaba, su fisonomía le agradó.
¿Por qué lloraría? Nunca había visto a una de sus congéneres perder así el control…. La chica dejó de llorar y se secó los ojos con un pañuelo. La expresión desolada de la muchacha se clavó en su corazón, el drow sintió compasión y ternura al descubrir el hermoso rostro de expresión torturada y no supo qué era aquello. La curiosidad le devoró y por un momento tuvo la tentación de salir y averiguar qué le pasaba, pero el sentido común lo clavó en el sitio. Desechó la idea y se limitó a seguir espiándola. Una muchacha… e indefensa. No vio espada, puñal o garrote cerca de la humana. Era lo más extraño que había visto en su vida. Las mujeres de su estirpe eran temibles, nunca vulnerables. No, no era como las mujeres drow, la única raza que conociera hasta ahora; no había en ella el orgullo y superioridad que emanaba de aquéllas, la muchacha transmitía humildad y sencillez, algo que sólo había visto en los esclavos de su noble casa. ¿Sería una esclava?
Estuvo observándola toda la tarde, hasta que ella se puso en pie y silbó a las ovejas. Tardó poco en reunirlas y después, bajo la luz mortecina del anochecer, se dirigió hacia el norte, hacia la granja al pie de la colina. Su figura se diluyó en la lejanía de la noche incluso para la aguda mirada de un drow y sólo entonces se movió el elfo oscuro, de vuelta hacia la cueva, convencido de que tan pronto pudiera desafiaría de nuevo en secreto las severas normas de su pueblo volviendo a aquel lugar por la corta ruta que había descubierto.
Al menos dos veces en semana durante los siguientes tres meses acudió el drow al borde del prado a espiar a la muchacha humana, cada vez más anhelante pero sin atreverse a mostrarse, no sabía cómo hacerlo para establecer contacto y no asustar a la chica. Le atraía cada vez más, le conmovía la fragilidad y el halo de tristeza que la envolvía, siempre sola con sus animales. Deseaba enjugar sus lágrimas y hacerla sonreír, ver esa sonrisa dirigida a él.
Cada vez que volvía a la cueva que conducía a su mundo se sentía más frustrado. Ya empezaba a desesperar cuando una tarde que amenazaba tormenta, cuando ella reunía el rebaño precipitadamente luchando contra el fuerte viento que hacía crujir los árboles, una manada de lobos hambrientos la rodeó y comenzó a cargar contra las ovejas. La muchacha gritó e intentó asustar a los depredadores, para impedir que lograran arrebatarle ninguno de sus animales. Pero no fue una buena idea, de pronto se vio amenazada por un par de bestias que la miraban enseñándole los dientes con fiereza. Se asustó, se dio cuenta lo irreflexivo de su acto al estar indefensa, y reculó despacio a la par que los lobos se agazapaban como preparándose para saltarle encima. Sin duda la hubieran atacado de no ser por una figura encapuchada que, saliendo de la nada, cargó contra los lobos y los mató con dos certeros movimientos de sus katanas; luego corrió hacia otros tres que estaban abatiendo a una oveja e hirió a uno. No hizo falta más, lo que quedaba de la manada huyó hacia el bosque a toda prisa.
La chica lo miraba temblorosa mientras él enfundaba las armas y se agachaba junto a la oveja malherida. No creía que sobreviviera, pero una sola baja era un precio pequeño para lo que podía haber sido. Por fin ella se acercó a él.
- Gracias- dijo en lenguaje común.
Él se puso en pie y la miró de frente. Así, de tan cerca, la serena belleza de la chica le impactó. Se sumergió en sus imponentes ojos almendrados de mirada verde, luego deslizó la mirada por su proporcionada nariz hasta los carnosos labios rojos, sensuales… ¡Qué bella era! La miró pasmado durante unos segundos, hasta que la muchacha se estremeció visiblemente y dio un paso atrás al percatarse de que su salvador era un drow, cosa que no pasó desapercibida a éste. El elfo oscuro se sintió dolido por esa reacción, así que no contestó y le dio la espalda, enfadado y resuelto a volverse por donde había venido. No bien había alcanzado los primeros árboles del bosque, la voz de la chica llegó hasta él con claridad.
- ¡Me llamo Ashari, elfo oscuro, y te debo la vida!
El drow se detuvo un momento, apoyó una mano en un árbol y bajó la cabeza. Pareció dudar, pero luego se internó en el bosque sin haber mirado ni una vez atrás.
Ketta, matriarca de las dríadas del bosque de Gollema, se quedó mirando a su guardiana asimilando la información que acababa de darle. No le gustaba que nadie se pasease por su bosque, y mucho menos un drow; pero era algo inusual que un drow saliera a la superficie solo y de día, y más inusual aún que ayudara a alguien. Desde las primeras apariciones del misterioso encapuchado y dado el interés que demostraba por la pastora, habían dado por sentado que era un muchacho humano enamorado con poca determinación y las dríadas se limitaban a vigilarle durante sus guardias sin considerarlo una amenaza, pero tras las palabras de la chica el asunto tomaba otro cariz. No obstante, la matrona sintió curiosidad.
- Qué extraño comportamiento para un drow… Si vuelve, que volverá, quiero saber hasta el detalle más insignificante. No le disparéis, si no es necesario. Vigiladle y aseguraos siempre de que va solo- ordenó Ketta-. Quiero saber qué se trae entre manos.
Ashari se puso en pie cuando vio la negra figura encapuchada y se lo quedó mirando. Sentía un cierto temor pero procuró no demostrarlo para no disuadir al drow, aunque no estaba segura de si él tenía intención de acercarse. El elfo se detuvo un momento y la contempló, dudando durante un segundo, y después avanzó a campo abierto directo hacia ella.
- Hola, elfo oscuro- le saludó ella en común con una sonrisa discreta.
- Hola, dama Ashari. Mi nombre es Kedair- respondió él en un común de extraño acento, mientras cruzaba sus manos sobre el pecho y se inclinaba ligeramente hacia delante, el saludo de paz de los drow; a fin de cuentas era una hembra lo que tenía delante y no podía olvidar su severa educación en una sociedad de matriarcado.
-Quiero darte las gracias por tu ayuda el otro día- dijo ella ruborizada con el erróneo tratamiento de "dama"-. Te fuiste tan rápido…
- Me pareció que te asusté tanto o más que los lobos, a pesar de haberte salvado la vida.
Ashari se ruborizó más todavía, y evitó el contacto visual con el elfo durante un momento.
- Lo siento… es que no esperaba… todo el mundo cuenta historias…- apurada, dejó escapar el aire por la boca como si se desinflara- Si te he ofendido, te pido disculpas.
Aunque a él le complacía el desarrollo de la conversación, no dejaba de asombrarse; ¡qué poco acostumbrado estaba a tratar a una mujer como una igual! En Dematerra, su ciudad, hubiera recibido cuanto menos una bofetada por su insolencia, en cambio Ashari se sentía avergonzada por una reacción, en honor a la verdad, completamente justificada; los drow se habían ganado a pulso la reputación de asesinos despiadados que se deleitaban matando, y encontrarse con uno era tan extraño como letal.
- No te disculpes… en realidad fuiste muy valiente al no echar a correr al verme- dijo él con una tímida sonrisa, arrepentido de su pulla. Ella sonrió también ante el cumplido con evidente alivio.- Por cierto, ¿cómo está tu animal?
- Ah, la oveja herida- "oveja" apuntó el drow, que desconocía el nombre de casi todas las cosas de la superficie.- Hubo que sacrificarla.
- Deberías ir armada. Es imprudente ir sola y sin defensa.
- Verás, Kedair, es que la única espada que hay en mi casa la lleva mi padre y… no tenemos dinero para más. De todos modos, tampoco sé manejarla.
- Yo podría enseñarte- se ofreció él encantado-. También podría proporcionarte una…
- ¡Mi padre me mataría! ¡No puedo aparecer por casa con un espetón sin que me pida explicaciones!- le interrumpió Ashari aterrorizada.- ¿Qué crees que haría mi padre si le cuento que un elfo oscuro me enseña el arte de la espada?
- No quería ponerte en un aprieto, sólo me preocupaba por tu seguridad- se justificó Kedair, turbado.
Ella se calmó ante sus palabras.
- No me pareces mala persona, elfo oscuro, pero no todo el mundo es tolerante, al menos mi padre no lo es. Tomaré esas lecciones que me ofreces, pero será un secreto que compartiremos sólo tú y yo.
- Podemos esconder la espada que traeré en el bosque. No tiene por qué enterarse nadie.
A Ashari le gustó la idea, y sonrió de nuevo al drow.
- De acuerdo.
A los pocos días Kedair, fiel a su promesa, puso en manos de Ashari una sencilla espada drow.
- Busquemos un lugar a la sombra para las lecciones - dijo el elfo oscuro-. El reflejo del sol en las armas podría delatarnos.
- Bien pensado- lo aprobó ella.
Se adentraron un poco en el bosque, hasta un lugar sombreado desde el que Ashari podía también vigilar a sus ovejas.
- Coge la espada. Ten cuidado, está afilada. Empezaremos por lo más básico, la colocación de los pies y el equilibrio.
- Pesa mucho- se quejó la chica, que blandía el acero como si fuera un palo.
- Ya te acostumbrarás. No es una espada pesada, sólo que tus músculos no están trabajados. Pon tus pies así y sujétala más alta. No, así no… espera… así- dijo mientras corregía su postura con las manos-. Esta falda larga no es la ropa más adecuada para practicar, mejor serían unas calzas o unas polainas…
- Tendrá que ser con falda- respondió tajante la chica.
- Pues que así sea. ¡En guardia! Vamos, intenta atacarme.
- ¿Y si te hago daño?- preguntó la muchacha con genuina preocupación.
El drow reprimió una risotada ante lo ridículo de la pregunta, para no parecer pagado de sí mismo o desanimar a la chica.
- No te preocupes, tengo mucha experiencia en combate- respondió él.
Ella lanzó una torpe estocada, que fue desviada con suma facilidad por el elfo oscuro. La espada cayó de la mano de Ashari.
Las dos dríadas que vigilaban al drow por orden expresa de su matrona, escondidas en los árboles, se miraron con incredulidad la una a la otra. Habían tensado sus arcos al ver aparecer las hojas de acero, alarmadas, y ahora los destensaron poco a poco. Que el drow enseñara el manejo de la espada a una pueblerina era algo que iba más allá de su imaginación, pero que encima tuviera la paciencia que tenía éste ante la torpeza de la moza era ya el colmo…
Ketta abrió mucho los ojos y luego sonrió al saberlo, al parecer aquello le divertía mucho.
- Ah, qué mundo loco éste…El drow está enamorado… no me lo puedo creer. Tan simple como eso. No dejéis de vigilarle, pues no es una conducta nada normal y no me fío. No quisiera que por cualquier circunstancia le cortara el cuello a esa palurda. Al fin y al cabo, es también una mujer.
- ¿Vas a permitir a un drow pasearse por nuestro bosque?- preguntó desconcertada una de las guardianas.
- No exageres, Dreire, no "se pasea"por nuestro bosque. Va directo de la cueva hasta los prados. Dejemos que la muchacha se divierta un poco. Al menos él ha conseguido mudar lágrimas por sonrisas, que no es poca cosa. No habrá de ser tan malvado.
A medida que sus encuentros se sucedían, la muchacha iba aprendiendo lo más básico, sobre todo a parar golpes sin perder el equilibrio y tímidos contraataques aprovechando los huecos dejados por el atacante. No era mala discípula, era muy ágil y le ponía mucho empeño, pero harían falta muchas más horas de práctica para ponerla a un nivel aceptable. Después de practicar con las espadas, se sentaban a charlar. Kedair aprendía en esas conversaciones cosas de la vida en la superficie, cosas de la vida de Ashari. A él, sin embargo, no le gustaba hablar de su mundo. No quería introducirla en ese cubil de vileza, profanar de algún modo su candor. El drow se daba perfecta cuenta de la ingenuidad de la muchacha, de su falta de experiencia en la vida. No quería que supiera nada más de la maldad de su raza que lo poco que sabía, pues temía su rechazo.
Ella por su parte esperaba cada día la llegada de su maestro con afán, y muchas veces veía ponerse el sol sin que éste hubiera aparecido con la decepción pintada en la mirada; pero cuando distinguía la figura encapuchada avanzando entre los árboles sentía una emoción extraña, desconocida hasta entonces para ella, y casi vivía para esos encuentros que eran lo único emocionante de su monótona vida. Se sentía tan fascinada por el apuesto drow como él por ella. Solo que no era sólo fascinación lo que sentían.
- Hoy no estás muy acertada, ¿qué te ocurre en el brazo?-le preguntó una tarde Kedair, extrañado.
- Nada- respondió ella demasiado rápido.
El elfo oscuro, suspicaz, hizo un giro con su katana sobre la espada que blandía la chica que la obligó a rotar el brazo derecho; en aquel momento ella gimió de dolor y soltó el hierro para sujetarse la extremidad dolorida. Kedair enfundó su hoja y caminó a grandes zancadas hasta llegar a su lado, alarmado. Sin pedir permiso, le subió la manga mientras ella trataba de resistirse, y descubrió un gran hematoma que ocupaba desde mitad del antebrazo hasta más arriba del codo. El la miró con el ceño fruncido, angustiado, y ella dejó de forcejear.
-¿Quién te ha hecho esto?-dijo mientras retenía el miembro lastimado.
-¿Por qué crees que me lo ha hecho alguien? Ayer me caí en la granja…
- Eso no es cierto, no hubieras intentado ocultármelo si hubiera sido una caída. Insisto, ¿quién te ha hecho esto?
La inexorable mirada del drow la asustó muchísimo, pues nunca le había visto enfadado y no le gustó el fuego que vio en sus ojos, ni la máscara de facciones crueles en la que su rostro se transformó. Temiendo lo que pudiera hacer si le daba esa información, se negó en redondo a responderle.
El la soltó y le dio la espalda, avanzando unos pasos con los brazos en jarras, echando chispas por los ojos. Que alguien hubiera golpeado así a Ashari, su Ashari, abusando de su indefensión, le sacaba de sus casillas. Ahora entendía el porqué había días en que ella se movía como agarrotada, era el dolor lo que no la dejaba moverse con normalidad. Ahora se explicaba la enigmática tristeza de la chica. De repente, lo veía todo claro.
Ashari se acercó a él por detrás y le acarició el brazo, insegura. El no se movió, la mirada fija en un punto del bosque y el cuerpo tenso como la cuerda de un arco.
- Fue tu padre. Vivís los dos solos, así que tuvo que ser él- afirmó algo más calmado. De pronto se volvió hacia ella y se enfrentó a sus ojos-. Y no ha sido la primera vez…creo que te golpea a menudo. Creía que algo así era exclusivo de mi sociedad.
- La crueldad no es exclusiva de los drow- dijo ella agachando la cabeza para ocultar las lágrimas que crecían imparables- Pero es mi padre.
- Pero, ¿por qué?- preguntó Kedair sobrecogido.
- No lo sé. Mi padre fue un noble venido a menos, un aventurero… Sé que no soporta la vida que lleva, que echa de menos a mi madre…Supongo que la frustración lo lleva a esos arrebatos de violencia…no lo sé.
- Si no tiene ninguna razón para hacerlo, ¿es que acaso tu padre no te quiere?
Ella no pudo responderle, pues se había hecho muchas veces la misma pregunta. La sospecha de la verdadera respuesta, tantas veces rechazada por la muchacha por demasiado cruel, hizo que sus ojos se anegaran de lágrimas que resbalaron gruesas y rápidas desde sus pestañas.
El elfo la atrajo hacia sí y la abrazó con ternura. Ashari sollozó contra su pecho y se lo explicó todo, él fue el único receptor que nunca hubo de las miserias que había soportado en sus diecinueve años de vida, de su silencio resignado en todos estos años de indefensión y del miedo que aún tenía. Kedair la dejó desahogarse mientras acariciaba delicadamente su cabeza. La muchacha se fue serenando poco a poco y alzó hacia él la mirada llena aún de lágrimas.
- Alguien debería darle una lección- dijo el elfo oscuro, insinuando su candidatura para tal evento.
- Dime que no levantarás tu brazo contra él.
El la miró de hito en hito.
- Si tú me lo pides, no moveré un dedo… Pero ¿por qué proteges a ese desalmado?-replicó él con indignación.
- ¡No le protejo a él, sino a mí! – exclamó ella suplicante y desesperada- ¿qué crees que ocurriría si te enfrentas a mi padre? Gane quien gane, perderé yo… No quiero dejar de verte, Kedair. No quiero poner en peligro lo único bueno que tengo en la vida…
El elfo oscuro la miró conmovido por sus palabras, por sus hermosos ojos anegados de nuevo, por la fragilidad que transmitía, y la sintió más cerca que nunca, sus rostros apenas a unos centímetros. Casi no fue consciente, guiado por sus sentimientos, de lo que hacía. Por toda respuesta, el drow bajó la cabeza y la besó en los labios con suavidad. No estaba preparado para el alud de emociones que le invadió al hacerlo, no había sentido algo así en toda su vida, y se quedó pasmado por la fuerza de sus sentimientos hacia ella. No sabía que eso era amor, porque los drow ni siquiera conocían esa palabra, tan lejos de su naturaleza estaba ese sentimiento. Pero él era distinto a los de su raza y lo sabía, aunque nunca permitió que los otros lo notaran, porque en Dematerra, la gran urbe drow, esa diferencia era la muerte.
- Te quiero, Kedair…
- Yo también te quiero.
Volvió a besarla, no pudo ni quiso evitar hacerlo, y a medida que el beso se hizo más exigente, ambos se dejaron caer gradualmente hasta suelo, abrazados, dejándose llevar por aquel dique roto que arrasaba cualquier duda. Cuando las caricias por parte de ambos empezaron a obedecer a un deseo desenfrenado, la chica se separó, jadeante.
- Aquí no.
El elfo la miró frustrado, pero no dijo nada; se dejó caer de espaldas en la hierba y cerró los ojos.
Las dríadas los miraban sonrientes desde sus escondites.
- Quiero un drow en mi vida- le dijo una a la otra en el lenguaje de los signos.
-Yo también- respondió la otra.
Ambas sofocaron una risita.
Yacieron largo rato juntos, ya recuperado el control, hablando. El elfo, apoyado en su antebrazo, hundía sus dedos en la negra cabellera de Ashari, que descansaba boca abajo con la cabeza de lado sobre los brazos cruzados. Se sentía en paz, ahora que se habían revelado sus sentimientos, mientras la escuchaba y acariciaba su espalda. Sus dedos descubrieron antes que la vista unas cicatrices antiguas que asomaban del escote trasero del vestido y se perdían en su interior, seguramente hechas con una fusta o tal vez una correa y sintió crecer la cólera de nuevo en su interior. Trató de sofocar la emoción con gran esfuerzo.
- Ashari, no quiero que nadie te haga daño nunca más.
- Entonces, llévame contigo- le soltó ella tras un silencio prolongado.
El elfo detuvo sus caricias y se la quedó mirando.
- ¿Te fugarías conmigo?- preguntó entre incrédulo y sorprendido.
- Si- respondió ella tajante-. ¿Y tú, lo harías?
Kedair se dejó caer hacia atrás y miró el cielo, pensativo. Quizá fuera precipitado, pero deseaba hacerlo. Era lo que venía anhelando desde hacía tiempo, pero ¿era ella consciente de lo que les aguardaba? No conocía nada de la superficie y empezar una nueva vida sería difícil para los dos. Y ella nunca podría ingresar en una sociedad drow, ni podría vivir en la perpetua oscuridad.
- En mi ambiente no podrías sobrevivir, tendríamos que quedarnos en la superficie, que yo desconozco por completo; además aquí no seríamos bien recibidos por nadie, incluso puede que fuésemos perseguidos…
- No pretendas desanimarme. ¿Crees que no lo sé? No me importa, si estoy contigo. Saldríamos adelante.
- No sería una vida fácil, Ashari. Quiero que decidas con pleno conocimiento.
- Dime, después de lo que has visto, después de todo lo que te he contado, ¿qué es lo que tengo aquí? ¿Qué me puede esperar que sea peor? ¿Acaso no ves que tú me has dado en pocos meses más que nadie en toda mi vida?
De repente, el elfo decidió.
- Dentro de dos días. Espérame al atardecer, como siempre. Coge sólo lo imprescindible.
Ashari se incorporó, radiante, los rizos negros flotando alrededor de su adorable rostro.
- ¿Estás seguro de que eso es lo que quieres? ¿No te arrepentirás de dejar atrás a los tuyos? No quisiera que fueras infeliz por mi culpa…porque estoy siendo egoísta.
- Me arrepentiría de dejarte a ti- le declaró él con un beso- así que soy tan egoísta como tú.
Kedair se sintió feliz ahora. La luz del amor de Ashari desplazaba la oscuridad en que siempre había vivido, y él quería purificarse en ese sol. Desde que la conociera, supo que la oscuridad de su mundo no sólo se refería a la ausencia de luz, sino también a la ausencia de sentimientos nobles. Sonrió mientras pensaba en lo pronto que su vida cambiaría como anhelaba; irreversiblemente, si quería tenerla a ella a su lado, tenía que renunciar a su mundo. Las cosas no podían pintar mejor.
2
La madre matrona de la casa U´Shea, undécima casa de la ciudad drow de Dematerra, mandó llamar a su primogénito. Pocos minutos después, apareció ante su madre y se postró ante ella, mientras ésta hacía una señal para que les dejaran solos.
- Levántate. Tengo una misión para ti, Demanel. Cogerás a tres de nuestros soldados y seguirás a tu hermano sin que éste se dé cuenta.
- ¿A Kedair?
- ¿Acaso no has reparado en sus ausencias?-se enfadó la matrona- ¿Sabes a dónde va?
- No, matrona Aalegan - admitió el hijo primero.
- Yo sí. Va a la superficie, de eso no me cabe duda, pero no sé porqué.
- ¿A la superficie?- preguntó el maestro de armas, asombrado.
- Vas a seguirle discretamente, porque quiero saber la razón. Una vez allí y según lo que veas, actúa de acuerdo con los intereses de tu familia.
El hijo se levantó y se dirigió a la puerta cuando la voz de su madre le detuvo.
- Demanel…Si está conspirando contra nosotros, puedes matarlo; pero antes averigua a quién ayuda.
Kedair se reunió con Ashari al atardecer del segundo día en el bosque, en el lugar donde solían practicar con las espadas. La chica llevaba una capa de viaje y a su lado descansaba un fardo.
- ¿No te has arrepentido, elfo oscuro?- le preguntó ella con una sonrisa.
- Nunca me arrepentiré de esta decisión. ¿Y tú?
- Te seguiré al fin del mundo…
El la besó y luego cargó con el fardo de la chica además del morral con sus cosas.
- ¿Por dónde vamos?- le preguntó él.
- Hacia el norte, a Luna Plateada. Se dice que es una ciudad sin prejuicios, donde todo el mundo es bien recibido sea de la raza que sea. Podríamos intentar establecernos allí, si te parece bien… Pero mejor que bordeemos el bosque, no vaya a ser que nos topemos con las dríadas que lo pueblan, no les haría mucha gracia y tienen malas pulgas.
-¿Dríadas?
- Guerreras temibles, muy diestras tanto con el arco como con la espada.
- Sea como tú dices, entonces- aceptó el elfo.
De repente, se vieron rodeados por cuatro drows. Kedair sacó sus katanas cuando uno de ellos agarró a Ashari y la amenazó en el costado con una daga, la chica no fue capaz ni de desenvainar la espada que le diera Kedair. El elfo oscuro clavó la mirada en su hermano, que parecía divertido.
- Así que sólo era eso… y la matrona temiendo que estuvieras implicado en una conspiración contra ella…- dijo Demanel en idioma drow, sus espadas también desenfundadas.
- Déjala ir- le espetó Kedair con fuego en la mirada.
- Siempre has sido un tanto extraño, hermano, pero ¿una humana? ¿No te repele su contacto?-preguntó con una expresión de desprecio en la cara, pues los drow eran racistas y no concebían atracción alguna por una mujer que no fuera de su misma raza- ¿Tanto te divierte esta humana? Quizá debería probarla yo también…
- ¡Antes acabaré contigo!- le gritó levantando las katanas.
- Voy a llevarte de vuelta a casa, hermanito, y una vez allí la matrona decidirá tu castigo.
El drow miró al compañero que sujetaba a Ashari y pronunció una sola palabra.
- Mátala.
Kedair gritó y se lanzó a la carrera, aunque sabía que no llegaría a tiempo. La hoja penetró unos centímetros en el costado de la chica cuando una flecha se clavó en el cuello del soldado, que cayó muerto al suelo. Otro fue alcanzado en el pecho y cayó detrás de Kedair, el cual en ese momento desviaba un ataque del tercero, y colocando las formidables hojas en forma de zeta, giró el cuerpo parando una embestida alta y rajando a la vez el vientre del soldado. Demanel le cortó el camino y atacó con ambas espadas, buscando un hueco en las defensas de su hermano, que de momento se limitaba a parar todos sus golpes sin errores.
Los movimientos eran vertiginosos, ambos manejaban los aceros con soltura y maestría. Dominaban las espadas a tal velocidad, que era imposible verlas; el sonido que producían las cuatro armas impactando en continuas paradas era la única evidencia de que estaban ahí. Una flecha impactó en el hombro de Demanel, lanzándole hacia atrás, y dos dríadas aparecieron, los arcos tensos, amenazadores. Una de ellas miró a Kedair y le hizo un gesto con la cabeza en dirección a Ashari, dándole permiso para que la atendiera; la muchacha estaba encorvada y muy pálida, y se sujetaba el costado ensangrentado. El drow corrió a su lado, las katanas aún en sus manos y se colocó delante de la chica, escudándola de esta nueva amenaza.
- Baja tus armas, si quisieran matarnos ya lo habrían hecho. Son dríadas del bosque, y por lo rápido que han aparecido…seguro que nos vigilaban de cerca- le dijo Ashari.
Kedair enfundó las magníficas katanas y sujetándola con cuidado, la depositó en el suelo; luego rompió su vestido para examinarle la herida. No era profunda, pero sangraba mucho.
-Suelta tus armas, drow- le exigió una de las dríadas a Demanel.
El drow les lanzó un globo de oscuridad y salió corriendo como alma que lleva el diablo. Para cuando éstas salieron a la luz, el elfo oscuro había desaparecido en dirección a la cueva. No le persiguieron. Miraron indiferentes en la dirección que presumiblemente había tomado el fugitivo: si se quedaba en el bosque, otras dríadas darían cuenta de él. Una de ellas comprobó que los drow abatidos estuvieran muertos y los saqueó sin miramientos, la otra se agachó junto a Kedair y examinó la herida de Ashari. Rebuscó en el atillo que yacía tirado a unos metros y volvió con un paño limpio; lo apretó contra la herida y luego puso la propia mano de la chica encima del lienzo. Después llamó a su compañera y ambas hablaron en su idioma, tras lo cual levantaron a la muchacha y empezaron a caminar, una sirviéndole de apoyo, la otra vigilando con el arco preparado. El elfo oscuro recogió el escaso equipaje de ambos y se aprestó a seguirlas, sin embargo la dríada se giró hacia él y le empujó hacia atrás con mirada hostil. Reanudaron la marcha, pero el drow no se dio por vencido; se repitió el empujón, y esta vez la dríada amenazó al perplejo Kedair tensando el arco cuya flecha le apuntaba al pecho. El drow imaginó que la llevaban a sus dominios para curarla, pero no quería separarse de ella. Lo que quería en realidad era que se marcharan y les dejaran solos, pues él podía sanarla completamente, y con ellas delante no debía sacar el objeto. No sabía qué hacer para desembarazarse de las guerreras sin levantar hostilidades. Ashari reaccionó al comprender que pretendían dejar allí al drow, se desprendió de la dríada en la que se apoyaba y se abrazó a Kedair mirando desafiante a las dos guerreras.
- No pienso separarme de él.
Las dríadas le devolvieron la mirada, midiéndola. Intercambiaron unas frases en su idioma y una de ellas se marchó rápida como el viento.
- Mi hermana pedirá permiso para que el drow pueda entrar en el pueblo- les explicó la arquera-. La matriarca decidirá lo que conviene, sin importar las simpatías que pueda tener hacia vosotros.
El elfo oscuro miró a Ashari con una expresión de sorpresa y duda en la cara. Ella había comprendido y le susurró una explicación.
- Seguro que nos han estado vigilando desde hace tiempo. Saben lo que eres y, si no te han matado, es porque no te consideran una amenaza, los dioses sabrán por qué.
El la miró y asimiló la explicación de la chica.
- ¿Cómo sabes todo eso?
- No lo sé, lo intuyo; es un bosque de dríadas, y las dríadas son extremadamente territoriales. Sé que vigilan el perímetro constantemente, y eso me hacía sentirme relativamente segura cuando pastoreaba a mis ovejas, de ahí que siempre estuviera muy cerca del bosque. Nunca me he encontrado con ninguna, pero seguro que ellas me conocen muy bien. Y también a ti, Kedair.
El elfo se quedó un momento pensativo. Ahora se sentía abochornado al recordar los besos de la otra tarde… con público. Ashari adivinó sus pensamientos por el visible rubor que cubría el rostro del drow, a pesar de su piel oscura, y no pudo evitar una burbujeante carcajada.
- No te dije el motivo de mi negativa- le explicó ella- porque no quería que te sintieras intimidado por unas presencias que seguro buscarías constantemente. En nuestros encuentros te quise siempre sólo para mí, sin interferencias de ningún tipo.
La dríada regresó con otra que montaba a caballo. La mujer, más mayor que las guerreras que la flanqueaban, portaba una cesta de mimbre y bajó al suelo.
- Túmbate aquí, voy a curarte esa puñalada.
Ashari obedeció, ayudada por un solícito Kedair. La dríada observó la herida.
- No es grave, pero tendré que coserte. Voy a quitarte el vestido, me molesta para trabajar- dijo, mirando intencionadamente al drow, que se retiró unos metros y se sentó en el suelo de espaldas a las mujeres.
La curandera lavó previamente el corte con un líquido ambarino y luego lo cosió con verdadera profesionalidad, indiferente a los jadeos de la chica. Cuando terminó, le puso un empaste de una sustancia verdosa y la vendó. Luego le dio permiso para que se vistiera.
- Tienes que descansar. En un par de días deberás estar quieta o se soltarán los puntos.
-Gracias por tu ayuda, pero no podemos permanecer aquí- dijo Ashari.
- ¿Es que no vuelves a la granja?- preguntó la dríada.
-Sabes mucho de mí.
- Sabemos mucho de ti, somos vecinas.
- No. No vuelvo a la granja.
La curandera la miró y luego observó al apuesto drow, aún sentado de espaldas a unos metros.
- Sorprendentemente, hacéis buena pareja. Sois realmente valientes, teniendo en cuenta todo lo que os espera.
- Y, según tú, ¿qué nos espera?
La dríada se sonrió, mientras recogía el material.
- No pienso estropearos la sorpresa.
Ashari hizo un gesto contrariado, pero no insistió.
- No podemos quedarnos aquí. Pueden venir más drow a por Kedair y seguro que mi padre me buscará.
- La matriarca ha previsto eso, por eso no ha accedido a acogeros en nuestro poblado. No quiere problemas con enemigos tan poderosos. Tampoco debéis atravesar el bosque, pues los drows podrían seguir vuestro rastro, pero podéis bordearlo. Toma este frasco, si el dolor se hace insoportable toma un trago- dijo, tendiéndole una botellita- Llevaros también el caballo, os ayudará a llevar ventaja.
- Gracias.
Demanel se presentó ante la matrona después de haber atendido su herida. Era evidente que ésta estaba de muy mal humor. El drow le explicó lo ocurrido en la superficie temeroso de la reacción de su madre.
- No te culpes por la deserción de tu hermano. Es seguro que, al margen de la gravedad de los últimos hechos, Kedair no pensaba volver. Se ha llevado a Das´Ashea y varios objetos mágicos de la familia, objetos que exijo sean devueltos. No toleraré tener que prescindir de ellos, no podemos permitirnos ser más débiles, pues ya sabes lo que significa eso en Dematerra. Encuentra a ese traidor y recupera nuestro patrimonio. Si puedes, tráelo vivo: lo ofreceré en sacrificio.
Das´Ashea, el bien más preciado de la casa U´Shea, lo más parecido a la piedra filosofal con poderes de curación y regeneración, había sido robada… Qué estúpido, pensó Demanel mientras salía de la sala. Si no se la hubiera llevado, probablemente le hubieran dejado a su suerte, pero al llevarse la piedra siempre le perseguirían.
- Lo más irónico del caso-dijo la matrona Aalegan a su hija mayor, que permanecía de pie junto al trono de la madre- es que, como varón ignorante que es, no tiene ni idea del potencial del artefacto que se ha llevado. Ha dejado el cofre, así que será fácil para una sacerdotisa seguir el rastro mágico. Ve con Demanel y guíalo.
Tan pronto perdieron de vista a las dríadas, Kedair sacó de su bolsa una piedra negra.
- ¿Qué es esto?- preguntó Ashari.
- Esto te curará. No podía dejar que nadie lo viera.
El elfo oscuro desmontó y ayudó a la muchacha a bajar al suelo. Luego quitó el vendaje y el ungüento de la herida de la chica a través de la rotura del vestido, y pasó la piedra sobre ésta. Al momento, ella sintió un ligero cosquilleo y vio atónita cómo se cerraba y sanaba ante sus ojos.
- Vaya… es un objeto muy poderoso.
El elfo guardó la piedra y miró en derredor.
-Sigamos cabalgando. No tardarán en reorganizarse y estamos demasiado cerca.
La noche se les echaba encima a pasos agigantados, y puesto que llevaban bastante distancia recorrida gracias al caballo, el drow pensó en acampar.
- Deberíamos dormir- sugirió él.
-El caballo tendría que descansar, pero, ¿crees que es seguro?-dijo ella, temerosa.
- La noche puede encerrar también otros peligros y hemos de ser prudentes, a pesar de que el que dejamos atrás es sin duda más letal, pero no creo que nos den alcance tan pronto. Los rastros son del caballo, y ellos ignoran lo que es y para lo que sirve tanto como lo ignoraba yo. Tendríamos que dormir unas pocas horas y luego continuar, antes de que acabe la noche. Yo veo perfectamente en la oscuridad, pero el sol me molesta mucho y a ellos les pasará lo mismo. Con ayuda del caballo y de la luz del sol, les dejaremos definitivamente atrás.
Ella aceptó y buscaron un lugar entre los árboles. Kedair sacó entonces un objeto metálico con forma de concha y lo depositó en el suelo. Luego pronunció unas complicadas palabras en su idioma.
- ¿Y eso?- preguntó la chica.
- Es un uwen. Esto impedirá que nadie nos vea. Cualquiera que mirara en muestra dirección, sólo vería bosque. Es un pequeño espacio de otro plano, que se superpone al nuestro.
- De todos modos, mejor que no encendamos fuego hoy. Cenaremos queso y pan… Espero que te guste- añadió Ashari divertida.
Cenaron en silencio y guardaron el alimento sobrante, luego extendieron unas mantas y se deslizaron entre ellas, vestidos pero sin las capas ni las armas aunque estas últimas descansaban al alcance de la mano. Ashari apoyó su cabeza en el hombro de Kedair, y éste pasó el brazo en torno a ella.
- Crees que vendrán a buscarte, ¿no?- le preguntó la chica.
- Si, estoy seguro.
- ¿Tienes miedo?
- No. Sólo lo tendría si nos capturaran. No sabes hasta qué extremos son capaces de llegar cuando se trata de vengarse. Pero yo soy también drow, con sus mismas capacidades. No dejaré que nos cojan.
Ashari se incorporó un poco y enterró sus dedos en la espesa cabellera blanca del drow.
- Si tú no tienes miedo, yo tampoco- le dijo, y después depositó un suave beso en sus labios-.Me enorgullezco de que hayas tenido el coraje de dejar atrás una vida que no te gustaba.
- Por ti- añadió él.- Por muchos siglos que pasen, jamás olvidaré que gracias a ti encontré el coraje de abandonar mi casa.
Ella lo miró sonriendo, pero la sonrisa se evaporó de sus labios poco a poco.
-¿Siglos?
- Si, los siglos que tenemos por delante- le dijo él besándole la mano.
A Ashari se le congeló algo en su interior y lo miró preocupada. Ni se le había ocurrido… No había pensado que, como los elfos, su vida era muy larga.
- Estás hablando en serio, no metafóricamente…
- Ahá – afirmó él.
-¿Cuántos años tienes?- quiso saber ella.
- Cincuenta. ¿Y tú?
- Diecinueve. Y tú aparentas pocos más años que yo… ¿Cuál es tu expectativa de vida?
- Seis, siete siglos…
Ella se frotó la cara con ambas manos y luego le miró a los ojos, muy triste.
- No sabía que los drow teníais una vida tan larga…Kedair, mi expectativa es de unos setenta años, como mucho…Envejeceré mientras tú seguirás siendo joven…
El ya lo sabía, y se le escapó una media sonrisa de triunfo. Ella frunció el ceño al observar su semblante.
- Por eso he traído la piedra negra Das´Ashea. Yo sabía lo corta que es la vida de los humanos, así que la robé a mi familia. Para ti, para que tu vida se alargue tanto como la mía, si tú así lo quieres… pero el precio que pagaremos será el ser perseguidos por mi gente, probablemente siempre.
- Kedair… si la piedra es el motivo de que te persigan, ¿por qué no la devuelves?- le preguntó en un susurro, asustada por la revelación de que nunca dejaría de cernirse sobre ellos esa amenaza.
Durante un momento, no pudo evitar imaginar la vida sin ella, después de que hubiera dejado de existir, y ese pensamiento fue como un golpe físico para él. Sintió desesperación y un enorme vacío. No lo permitiría. La abrazó fuerte para ahuyentar esas sensaciones.
- Porque eso sería renunciar a ti.
- Te amo, Kedair- le dijo ella conmovida, enredando sus dedos de nuevo en la espesa melena blanca del drow.
- Te amo, Ashari.
Se besaron de nuevo, cada vez con más urgencia; Kedair se dominó con esfuerzo, se obligó a ralentizar su fervor para no asustar a la chica, se asombró por sentir ese frenesí tan impropio de un amante experimentado como era él. En Dematerra no sabían lo que era el amor, pero sí la lujuria; las mujeres drow enseñaban a los jóvenes varones a ser habilidosos en proporcionarles placer, para después usarlos cuando les venía en gana.¡Qué diferente era esto! Con Ashari era algo nuevo, hermoso, profundo. Temblaba, ambos temblaban, de impaciencia, de agitación, de amor, de placer. Y por fin se entregaron mirándose a los ojos, entre jadeos y besos, con un suave balanceo, y después, cuando todo terminó, se sintieron completos y durmieron abrazados. No se dieron cuenta que a su alrededor todas las flores se habían abierto, a pesar de ser noche cerrada.
Cinco elfos oscuros, guerreros de élite, un maestro de armas y una sacerdotisa drow salieron de la cueva con sigilo. La noche era su aliada, pues a diferencia de las dríadas, ellos veían perfectamente en la oscuridad. Gracias a su visión infrarroja, descubrieron a las cuatro vigías apostadas en los árboles antes de que ellas los detectaran. El calor de sus cuerpos las delató, pues eran como faros rojos en medio de la oscuridad.
Mataron a todas menos a una con intención de interrogarla; la desdichada dríada les reveló todo cuanto sabía atormentada por el dolor que la sacerdotisa, experta en torturas, le infringió antes de acabar con ella.
- Deberíamos conseguir monturas- dijo Demanel-. Nos sacarán mucha ventaja si nosotros les seguimos a pie.
- Conseguidlas- ordenó la sacerdotisa-. Las dríadas deben tener: introduciros en su campamento y robadlas. Yo os diré dónde está.
La sacerdotisa puso su mano sobre la frente de la mujer moribunda y empezó a pronunciar unas palabras mágicas, a su término sabía dónde estaba exactamente el poblado de las dríadas.
El bosque se extendía por encima de unas montañas. Si las bordeaban, retrasarían su marcha demasiado, pues éstas les cerraban el paso obligándoles a virar hacia el oeste. Decidieron buscar un camino que las atravesara. Hacia el mediodía, Kedair detuvo el caballo y ambos desmontaron; Ashari señaló un conejo que corrió al verles y mientras él sacaba la pequeña ballesta y corría en pos del animalillo, ella se afanó en recoger algo de leña y encender un pequeño fuego. Al poco el elfo oscuro volvió con dos conejos, que ella preparó y aderezó para asarlos: era la primera vez que Kedair probaba esa carne, y le gustó el nuevo sabor.
Apagaron la fogata no bien hubieron terminado de guisar, y después de comer el drow colocó de nuevo el uwen en el suelo para poder dormir relativamente tranquilos las horas de más luz, pues ésta provocaba incluso dolor a sus sensibles ojos poco acostumbrados al sol de mediodía. Ahora, además, estaban en un camino, y preferían viajar de noche para evitar encontrarse con nadie. Por si acaso.
El bosque era muy frondoso y húmedo, casi parecía de noche aunque quedaba al menos una hora de luz. Los cascos del caballo apenas se oían en el camino, casi borrado por el musgo. Ashari descansaba la cabeza contra la espalda del drow y rodeaba su cintura con ambos brazos. Dormitaba en tanto que el elfo, capucha calada por si acaso, vigilaba el camino mientras guiaba el caballo.
- ¿Tienes idea de dónde estamos?- le preguntó Kedair.
- No- dijo ella con voz somnolienta susurrándole en la oreja a través de la tela, pues en caso de que hubiera oculto algún centinela de oído fino, quería evitar que entendiera una palabra -. Nunca he salido de viaje, lo poco que sé es de historias que se cuentan en las ferias. Pero probablemente este bosque tenga habitantes, como la mayoría. El peligro es qué lo habita, si son elfos u orcos, enanos, gigantes… Aunque en nuestro caso todo es una amenaza. La única esperanza es que, si no hay criaturas malignas, nos tomen por dos viajeros humanos. Voy a descubrirme, así al verme darán por sentado que eres un hombre.
- Buena idea- aprobó él sonriendo bajo la capucha ante la lógica de Ashari. Un drow y una humana, se dijo, era algo tan descabellado que sin duda sí le tomarían por humano. Descabellado…Qué sabía el mundo. Al infierno el mundo.
Ashari así lo hizo, y luego se volvió a acurrucar contra el elfo oscuro. A Kedair le confortaba sentir los brazos de la chica rodear su talle, así como su peso en la espalda. Dejándose arrastrar por una oleada de ternura se sacó el guante izquierdo, después acarició el antebrazo de la muchacha y tomó su mano.
Cayó la noche, y Kedair cambió su visión al espectro infrarrojo. Desmontó a pesar de las protestas de ella y comenzó a guiar al caballo a pie, lanzando miradas de soslayo a su alrededor con todo el disimulo que fue capaz. Entonces los vio: elfos del bosque, en los árboles y en el suelo, escondidos y observándoles. Sin duda los habían engañado de momento, pero probablemente si no acampaban levantarían sospechas, pues los humanos no ven en la oscuridad y ese bosque, aunque hubiera luna, era muy oscuro. Si acampaban no podría quitarse la capucha ni para dormir, si no quería delatar su condición, y eso les inquietaría y probablemente irrumpieran para investigar, dada la naturaleza prudente y desconfiada de los elfos. Tampoco podía usar el uwen sin alertarlos, pues eran buenos conocedores de las artes mágicas y manufacturas drow. Todo apuntaba a que tarde o temprano serían interceptados. Su mayor preocupación era que Ashari corriera peligro, por eso decidió seguir, pues tampoco podía ignorar que era probablemente perseguido por una patrulla drow con los mejores guerreros de la casa U´Shea, y hasta quizá les acompañara una o dos sacerdotisas. Temía más a los de su propia sangre que a cualquier otro peligro. Si tenían suerte, nadie les molestaría.
Supo que iban a ser detenidos cuando distinguió varias sombras colocándose estratégicamente en ambos flancos. No se sorprendió cuando dos elfos se plantaron a tres metros de ellos en medio del camino, cortándoles el paso, cada uno espada en mano. Vio también por el rabillo del ojo que por lo menos cuatro más les apuntaban con flechas.
Kedair buscó infructuosamente una solución que no pasara por un enfrentamiento armado, pues con los arqueros apuntándoles no había posibilidad alguna. No tenían escapatoria.
Se detuvo, y al hacerlo también el caballo, el drow escuchó un leve jadeo de Ashari, que aunque no era capaz de ver nada sí intuyó el peligro. Esperó que los elfos hablaran.
- Este es el bosque de Tael Hassa, viajero, que guarda la ciudad élfica del mismo nombre. El camino que lo atraviesa tanto como sus usuarios son escrupulosamente vigilados por mutua seguridad, pues aquí no has de hallar ni orcos ni ninguna criatura de naturaleza maligna- dijo con arrogancia uno de los elfos, un guerrero de porte distinguido. El segundo, a su lado, encendió una antorcha- . A nosotros corresponde decidir quién pasa y quién no. Si eres amigo de la nación, nada has de temer. Dinos tu nombre, descubre tu rostro, y podrás continuar.
- Soy Kedair U´Shea, y a pesar de lo que puedas pensar, no represento una amenaza para los tuyos.
- …U´Shea… Eso parece… ¡Descubre tu rostro, extranjero!- gritó el elfo levantando la espada en un ademán amenazador, de repente muy nervioso al atisbar dos puntos rojizos en la oscuridad de la capucha.
La capucha se deslizó flácida hacia su espalda, obediente, revelando los rasgos raciales de Kedair, esto es, sus cabellos blancos y su piel de ébano.
- ¡Un drow!- exclamaron varias voces incrédulas a la vez. Los arcos se tensaron y las espadas se levantaron peligrosamente.
Sirviéndose de la parálisis que la sorpresa había causado en la compañía de elfos, Ashari desmontó rápida como el viento y se colocó ante Kedair, escudándolo.
- ¡Dejadle en paz!- gritó como una fiera- ¡No os ha hecho nada!
Los elfos miraron a la muchacha con incredulidad. Nunca hubieran esperado que lo defendiera, habían asumido subconscientemente que se trataba de una captura del drow. Kedair intentó sacarla de delante, pero ella se pegó a su cuerpo, se agarró a sus ropas como una lapa y no se lo permitió.
-¿Viajas con él?- le preguntó el elfo alzando las cejas, suspicaz- y ¿cuál es el nombre de tan arrojada, o quizá debería decir temeraria joven?
- No veo en qué puede incumbiros cómo me llamo- espetó con desagrado ante las pullas del petulante elfo- Es seguro que no me conocéis.
- Tu nombre, mujer- le exigió el segundo, con cara de pocos amigos.
- Soy Ashari Nalpahal, del pueblo de Rinnia, amiga de las dríadas de Gollema y compañera de Kedair U´Shea, elfo- respondió ella con altivez.
- Nalpahal… Una vez conocí a un tal Néstor Nalpahal, ¿es familia tuya, quizá?- preguntó perplejo.
- Es mi padre, en efecto- afirmó la joven, turbada. Conocían a su padre, pero ¿eso era bueno o malo?
El elfo de porte elegante la miró de un modo muy extraño durante mucho tiempo, mientras que los arqueros bajaron los arcos y ya no les amenazaron; el segundo elfo también la miraba, estupefacto. Por fin, el primer elfo consiguió despegar los labios.
- Frecuentas malas compañías, sobrina.
- Qué sabrás tú, elfo pomposo y presuntuoso- estalló Ashari, furiosa. Luego reparó en el tratamiento que le había dado-. Y ¿qué es eso de "sobrina"? ¿Me has llamado sobrina a mí?
- Ashari Nalpahal, hija de Shirael Nazza´a, soy Zuol Nazza´a, tu tío y hermano de tu madre.
Ashari y Kedair se miraron el uno al otro con ojos como platos, perplejos. La chica miró de nuevo al elfo, que acababa de enfundar la espada.
- ¿Mi madre era elfa?
- Si.
- Pero no puede ser… Entonces yo sería medio elfa, y mírame, no tengo ningún rasgo… Además, mi padre nunca me dijo…
- Si, ya supongo que tu padre no te lo dijo- la interrumpió Zuol-. Y por lo que veo ha tenido la suerte de que son pocos los rasgos élficos en tu persona, pero créeme, están ahí.
- ¿Dónde?-insistió Ashari, todavía incrédula.
Zuol la miró un instante y luego soltó una carcajada.
- Eres tan obstinada como tu madre… Tus ojos. Tus ojos tienen más de elfo que de humano- Zuol tendió una mano a Ashari- Ven con nosotros, ven a conocer a la familia que te ha sido negada. Creo que tenemos mucho de qué hablar.
- Sólo si él viene conmigo- advirtió ella.
Estaba claro que esa condición no agradaba en absoluto a su tío.
- Espero que no hayas heredado el mal ojo de tu madre a la hora de elegir a quién entregar tu corazón- dijo mirando con hostilidad al drow.- Está bien, puede venir. Pero hasta que lleguemos a la ciudad, irá con los ojos vendados.
Ashari iba a protestar, pero Kedair le hizo un gesto y la detuvo. No le importaba la medida, si así podía ir con ella. Cuando le hubieron cubierto los ojos, partieron hacia Tael Hassa.
3
Nunca había estado en una habitación así. No era la enorme cama con dosel en la que había dormido como una reina, ni el rico mobiliario que la complementaba, ni las cortinas de telas estampadas; ni siquiera la bañera de agua caliente de la que acababa de salir lo que más había impresionado a Ashari. Eran los afeites, perfumes, cepillos y peines de plata, o sea, todo lo que descansaba sobre el elegante tocador frente al que estaba sentada. El espejo le devolvía el reflejo de una jovencita adorable envuelta en una toalla con el pelo goteando sobre sus hombros, ella, mientras curioseaba los llamativos frascos de cremas y esencias que poblaban la superficie de alabastro. Tan concentrada estaba en sus pesquisas que se sobresaltó cuando percibió un movimiento por el rabillo del ojo. Su tía Witael traía en su brazo una sencilla túnica limpia de color blanco para ella. Como una niña pillada en una travesura, se apresuró a colocar el tapón en el frasco de perfume y casi lo derramó. La elfa reprimió una sonrisa mientras dejaba la ropa sobre la cama y luego se acercó a ella.
- Esencia del Paraíso. Demasiado fuerte para alguien tan joven. Yo te recomiendo la Esencia Verde: unas gotas bastarán- dijo destapando una botellita y ofreciéndosela.
Ashari olió el frasco y sonrió aprobadora. Luego Witael le aplicó unos toques en el cuello, bajo las orejas, valiéndose del tapón de cristal.
- ¿Dónde está Kedair?- preguntó la joven, ansiosa.
- Aseándose, como tú. Te reunirás con él en el desayuno. Ashari… ¿por qué un drow, querida? Estamos un poco preocupados por ti.- le dijo Witael con voz cariñosa, pero directa al grano.
Ashari pasó a la defensiva automáticamente. Soltó un bufido y frunció el ceño.
- ¿Es que sólo veis eso, un drow? ¿No vais a darnos ni siquiera una oportunidad ni a él ni a mí?- preguntó a su vez Ashari con amargura.
Witael sacó de un cajón ropa interior y la dejó sobre el tocador, mientras miraba de reojo las visibles cicatrices que la toalla no escondía del todo, entonces se agachó hasta quedar a la altura del rostro de su sobrina. La comprendía, entendía por lo que seguramente había pasado, pero no dejó que su expresión delatara la compasión que sintió hacia ella, su rostro irradiaba serenidad.
- Puede que tengas razón. Puede que sea diferente. O puede que no, sólo te pido que tengas cuidado. Realmente, cuando te miro no veo a una muchacha tonta, así que tendremos que confiar en tu buen criterio. De hecho, rompiendo una lanza en su favor, no sería el único en el que impera su herencia élfica suprimiendo su condición drow. A fin de cuentas, los drow y los elfos somos primos.
- ¿Hay más, tía Witael? ¿Hay más que como él hayan dejado su mundo?- dijo Ashari con avidez.
- Sólo sé de uno. Se ha ganado una gran reputación por sus acciones a lo largo de los años, pero no le ha resultado nada fácil. Y ahora vístete, querida, nos esperan para desayunar.
Nunca había tenido un vestido como ése. Nunca sus pies calzaron nada tan cómodo, ni tan bello en su sencillez. Su cabello brillaba y olía a flores del bosque. Flotaba, más que caminar, hacia el salón de la casa de sus tíos, donde estaba servido el desayuno. Allí la esperaban todos, su corta familia al completo y Kedair, junto a quien deseaba estar. A los cuatro que vivían en la casa los conoció la noche anterior, sus tíos y dos elfos jóvenes, Semurel y Thair, los hijos de ambos. Hoy conocería a sus abuelos, Inmanir y Adenaer. Se sentía como una princesa…o sea, fuera de lugar. Agradecía el trato cariñoso que le dispensaban sus familiares, pues ella era una extraña para ellos tanto como ellos para Ashari, pero sentía desconfianza. Todos se reunieron aquella mañana en casa de Zuol para celebrar haberla recuperado.
Al entrar al salón, no le pasaron desapercibidas las expresiones de admiración que translucían los rostros de todos, en especial de Kedair, que le sonrió con complicidad. La belleza de la muchacha se veía realzada por la sencillez de sus ropas, una belleza que sin duda procedía de su herencia élfica. Un rubor cubrió sus mejillas mientras paseaba su mirada por los rostros de los presentes, hasta que llegó a la mujer de pelo negro. El corazón le dio un vuelco al reparar en las familiares líneas de su rostro. La elfa se puso en pie despacio y avanzó hacia ella, sosteniendo su mirada, con una mezcla de emoción y orgullo en el rostro. Sonreía mientras sus ojos se nublaban de lágrimas, cuando la abrazó sin pedir permiso. Era su abuela. Su madre debió parecerse mucho a ella, y Ashari a su vez a su madre, pues la muchacha era una réplica joven de la mujer, a pesar de las diferencias raciales. Su abuelo la besó en la frente y acarició con ternura su rostro, y luego la ayudó a sentarse. Ninguno de los tres pudo decir una palabra, tan conmovidos estaban.
Casi no probó bocado. Sentía emociones encontradas, muy fuertes. Por un lado le reconfortaba saber que no estaba sola, pero por otro le disgustaba que no se hubieran preocupado de ella todos esos años de dolor y pobreza. Pero no dijo nada.
Kedair apretaba la mano de Ashari por debajo de la mesa mientras su tío Zuol y sus abuelos explicaban la historia de su madre, esa desconocida a la que veneró desde que le faltara, ya que aunque no la recordaba, cuando evocaba los tiempos tempranos de su niñez en que aún vivía, las fugaces sensaciones que despertaba en ella su tenue recuerdo eran de seguridad y un amor que nunca conoció con su padre. Escuchó la historia de lo acaecido antes y después de la muerte de Shirael, escuchó que la advirtieron del alma negra del hombre, de cómo la relación acabó haciendo infeliz a su madre, de cómo él decidió que su familia élfica desapareciera al morir ella. Le explicaron que montó en cólera cuando ellos le propusieron quedarse a Ashari y educarla, que les echó de malas maneras y les prohibió siquiera visitarla. Néstor Nalpahal no fue aceptado cuando desposó a Shirael, y ahora que ya no estaba, Néstor se vengaba de su familia política utilizando a su hija, a la que también odiaba por su herencia élfica. Ahora Ashari sabía la razón de su comportamiento, aunque no lo entendiera. No era un consuelo el saberlo, al contrario, ponía de manifiesto la clase de persona que era aquél a quien llamaba padre: la infelicidad que había soportado había tenido alternativa. Ahora que sabía esto, nunca le perdonaría.
Se sintió mal pero aguantó el tipo. Sin soltar la mano de Kedair, blanca como el papel, agradeció a su familia tanto el haberla puesto al corriente como su hospitalidad para con ellos. Ashari no les contó nada de su pasado ni bueno porque no lo había, ni malo. No quería echar más leña al fuego, ni quería su compasión. Después, sus abuelos le pidieron que se quedaran en Tael Hassa.
- No podemos quedarnos, abuelo Inmanir. Hemos de irnos esta misma noche, a más tardar.
-¿A dónde tenéis pensado ir?- preguntó su tío.
- A Luna Plateada.
- Por supuesto. Es una elección acertada, puesto que hasta aquí llegan las noticias del buen gobierno de la Dama Alustriel, elfa de noble cuna- asintió, como si hubiera sabido de antemano la respuesta.- Es un largo camino el que os espera. ¿Tenéis planeada una ruta? No son pocos los peligros de la senda, y a menudo tendréis que desviaros para evitar lugares poco aconsejables a los guerreros, cuanto más a una pareja. Pantanos de trolls, colinas de orcos… Voy a por un mapa.
Los cuatro varones de la familia, además de Ashari y Kedair, rodearon el mapa que descansaba en la gran mesa, y contribuyeron a trazar una ruta óptima que minimizara los peligros. Les explicaron los caminos y las direcciones, les advirtieron de las zonas a evitar y el porqué, y les regalaron el plano.
- No veo a qué tanta prisa por marcharos- le dijo Zuol a su sobrina.- Acabas de llegar.
Kedair y Ashari se miraron a los ojos, y sin necesidad de palabras decidieron contarlo casi todo.
- Creemos que nos persigue un comando drow- dijo ella.
- Son muy peligrosos, habréis de advertir a vuestros vigías. No creo que tarden en aparecer siguiendo nuestra pista- añadió él.
Los elfos guardaron silencio unos momentos, asimilando la información.
- Thair, corre al Consejo y avísales, que tomen medidas. Ashari, aquí estaríais a salvo, ¿porqué ese afán por huir?- preguntó Inmanir.
- Kedair es, a efectos prácticos, mi esposo- afirmó, mirando al drow con cariño- Nunca renunciaré a él, eso es incuestionable. Me preocupa su bienestar. Los dos somos diferentes a vosotros, en esta ciudad hay demasiada homogeneidad, aquí seríamos el drow y la medioelfa, creo que no acabaríamos de ser aceptados, y me temo que sobretodo él.
- No veo por qué no- se mostró en desacuerdo Zuol.
-¿No? Pues yo lo que veo es, sin ánimo de ofender, que procuráis dirigios a él lo mínimo indispensable. No os interesa conocerle. Dais por sentado que me equivoco, como se equivocó mi madre.
- Pues hacednos cambiar de opinión. Quédate y demuestra nuestro error.
Ella miró a Kedair y el drow evitó su mirada. Estaba muy incómodo.
- Ya sé que en todas partes tendremos problemas al principio, pero ¿qué mejor que una sociedad multirracial para ser aceptados? Quiero intentarlo. Si no funciona, puede que tomemos tu palabra y volvamos, si la oferta sigue en pie.
- Bueno, si no hay forma de disuadiros…Dejad por lo menos que os escolten un par de los nuestros. Es una ruta muy peligrosa. Semurel y Antharid son extraordinarios guerreros, y ambos desean aventuras, se aburren en tiempos de paz- propuso Zuol.- Prepararemos víveres y equipo, y caballos para todos.
- Nos quedaríamos un poco más tranquilos si aceptáis…-añadió Inmanir, mirando con ojos suplicantes a Kedair.
- Es muy generoso. Gracias, aceptamos, sería una insensatez no hacerlo- accedió el drow.
El elfo oscuro salió de la habitación, preparado para la partida. Saludó inclinando la cabeza a la tía de Ashari, con la que se cruzó.
-Kedair…
-¿Si, dama Witael?
- Ven, acércate, quiero tener unas palabras contigo. Kedair, ¿has visto las cicatrices que surcan la espalda de mi sobrina?
- Las he visto.
- ¿Te das cuenta de la carencia de afecto que arrastra? ¿Te das cuenta de que no ha tenido nadie más donde escoger?
Kedair endureció el rostro y frunció el ceño, disgustado.
- Si, soy consciente, pero eso no cambia nada.
- Lleva nuestra sangre… Es nuestro deber protegerla de todo mal, aunque sea a partir de ahora.
- Ése deber es lo único que tenemos en común, mi señora. Ah, Dama Witael…
-¿Si?
- Consentí la escolta preocupado por la seguridad de Ashari, pasando por alto el verdadero motivo de vuestro interés. Pero ella no es ninguna ilusa. Que no se dé cuenta de que en realidad me vigiláis a mí.
Witael no contestó. Se dio la vuelta y se alejó, dejando una estela de perfume.
Los cuatro caballos y un quinto que cargaba con los víveres y diverso equipo esperaban a sus jinetes, que se despedían de sus familiares. Ashari, ahora vestida con unas cómodas polainas, levita, botas altas y una acogedora capa élfica para el viaje, besó a su nueva familia y prometió noticias. Kedair agradeció la hospitalidad y se despidió con la media reverencia a la manera de los drow. Semurel abrazó a sus padres y abuelos, y agarró el antebrazo de su hermano Thair, que hizo lo propio, en un gesto de camaradería. Antharid, la elfa guerrera amiga de la familia, subió la primera al caballo sin decir nada a nadie. Cuando todos hubieron montado, hizo un gesto con la cabeza como despedida. Era de pocas palabras.
La sacerdotisa drow lo vio todo. Despertó del trance tan bruscamente como si nunca se hubiera sumido en él. Los seis guerreros, sentados a su alrededor, la miraron con ansiedad.
- No entraremos en el bosque de los elfos de la superficie, sería un suicidio- decidió-. Rodearemos su territorio y seguiremos hacia el norte. Nuestro hermano ha vuelto al camino, no permanecerá en la ciudad como temíamos, pero dos guerreros le acompañan ahora además de la humana…
- Nosotros somos seis, mas tu magia, Bethkalú. No tenemos nada que temer- sentenció Demanel.
- Si- reconoció ella- pero no hemos de subestimarles. Esperabais dos donde ahora hay cuatro, un error así podría costarnos la misión.
- Nos sacarán una gran ventaja… ¿Qué ordenas al respecto?- preguntó el maestro de armas.
- Es hora de recurrir a antiguas alianzas… Deja eso de mi cuenta.
- Gracias, hermana. En marcha, rodearemos el perímetro hacia el oeste.
CAPITULO 2 - SABER QUIÉN ERES
1
Kedair cabalgaba junto a Ashari tras los elfos. Echaba de menos el peso del cuerpo de la muchacha en su espalda. Echaba de menos la intimidad de la que tan poco tiempo habían disfrutado, pero anteponía la seguridad de su amada. Semurel y Antharid conversaban en élfico, idioma que ellos no entendían, y de vez en cuando se levantaban sobre los estribos atisbando en todas direcciones, asegurándose de que estaban solos. Habían dejado ya atrás los territorios guardados por sus congéneres. Antharid se giró en la silla hacia ellos y dijo algo en élfico, que Semurel se afanó en traducirles.
- Vamos a buscar un lugar para pasar la noche, no muy cerca del camino. Esperadnos aquí.
Ambos desmontaron y le entregaron las riendas a Kedair, y luego se internaron en la espesura.
- No me gusta esa elfa- le comentó Ashari no bien desaparecieron.- Estoy segura de que entiende a la perfección el común, pero es tan orgullosa que se niega a hablarlo.
- Démosle tiempo.
- No estoy segura de que hayamos hecho bien en aceptar su compañía. Hay una especie de barrera entre ellos y nosotros, lo noto… y no me gusta.
- Si, yo también lo he notado. Pero no te preocupes, sospecho que el tiempo y el camino llegarán a hacernos camaradas. En realidad somos desconocidos.
- Más nos vale, pues si algo nos sobra es tiempo y camino.
Cinco minutos después, los dos elfos aparecieron y tomaron las riendas de sus caballos.
- Hay un pequeño claro detrás de esos árboles. Es un buen lugar para acampar- dijo Semurel.
Bajaron de sus monturas y siguieron a los guerreros a través del espeso follaje, hasta llegar al lugar. Inmediatamente Antharid tomó su arco y su carcaj y desapareció de nuevo, mientras Kedair ataba a los corceles y les ofrecía grano. Ashari fue a buscar leña y Semurel salió en busca de agua. Antes de cenar, la pareja practicó un rato con las espadas.
Cenaron en silencio. La fogata crepitaba y alejaba la noche del pequeño campamento, proyectaba sombras siniestras a su alrededor. Había tensión en el ambiente. Los dos elfos mascullaron un "buenas noches" y se metieron entre las mantas, al otro lado del fuego.
- Saca el uwen, Kedair, te lo ruego- le pidió Ashari.
- ¿Crees que sería correcto?
- No me importa si está bien o no, necesitamos un mínimo de intimidad, más aún tal como están las cosas.
Kedair sacó pues el uwen y ambos se instalaron en el espacio que éste creaba. El humor de la muchacha mejoró al sentir el abrazo del drow entre las mantas.
Cuando despertó, ya amanecía. Miró el perfil del elfo oscuro, aún dormido, y agradeció a los dioses su suerte por haberlos reunido. Tocó con suavidad el cabello blanco como la nieve. Le encantaba enredar sus dedos en él, pero ahora no lo hizo, no quería despertarle. Se vistió en silencio y salió al exterior, los otros dos también dormían, y cogió un lienzo. Se encaminó al arroyuelo a lavarse un poco.
El agua estaba muy fría, pero le dio igual. Lavó su cuerpo y sus cabellos, se secó con el paño y se vistió de nuevo. Luego se quedó un rato allí, de rodillas, viendo despertar el bosque a través de la bruma. Cerró los ojos, relajada, y una gran paz se adueñó de ella. Cedió a esa paz y sintió volar libre su espíritu; nunca había experimentado nada parecido pero le gustó y se dejó llevar. Al poco advirtió una entidad que contactaba con ella. Sintió curiosidad y permitió el contacto. Al momento percibió malignidad, una maldad dirigida hacia ella que la asustó, y entonces la vio con claridad. Era una mujer de aspecto parecido a Kedair, una mujer drow.
Estaba arrodillada, como ella, y murmuraba unas palabras incomprensibles. Seis varones drow la rodeaban, y Ashari reconoció a Demanel entre ellos. La mujer abrió los ojos y los fijó en los suyos, clavándole la mirada. Ashari sintió un miedo intenso ante el odio que irradiaban esos ojos, odio y una promesa de muerte. Quería romper el contacto, pero no podía, por más que se esforzara. Estaba atrapada. Oyó en su cabeza la voz de la drow.
"A cual de los dos mataremos antes… Creo que será gratificante ver la expresión de Kedair cuando te torturemos hasta la muerte, antes de sacrificarle a él"
Ashari se reveló, luchó por escapar, aterrorizada. Percibió otra presencia. Alguien tiraba de ella y la calmaba. Alguien la arrancó del poder de la drow, y con un sobresalto abrió los ojos, estaba de nuevo en el bosque. Tardó unos segundos en identificar la figura blanca que tenía delante, y asustada gritó y se lanzó hacia atrás. Entonces se dio cuenta: era un unicornio. Imposible, se dijo, estoy sin duda soñando. Estiró el brazo hacia el animal, y éste, lejos de asustarse, avanzó y olisqueó su mano, después se dejó acariciar. Ashari estaba tan fascinada que se olvidó del terror que acababa de experimentar.
- ¿Has sido tú quien me ha ayudado?- le preguntó, sin esperar respuesta alguna.
El unicornio la miró con sus profundos ojos negros, inteligentes.
"Guárdate de la maldad, aental´ne"
Ashari retiró su mano apresuradamente, sorprendida no sólo de que un animal le hubiera hablado, sino de que lo hubiera hecho directamente dentro de su cabeza.
El unicornio sacudió la testa, se volvió con una cabriola y galopó hacia la espesura del bosque. Mientras admiraba boquiabierta la gracia y belleza del animal, Semurel apareció y se agachó a su lado, maravillado.
-¡Un unicornio!
El animal se detuvo un instante y miró a Ashari.
"Aún no estás preparada, aental´ne. Volveré cuando lo estés", le oyó ella en su mente.
Una palabra escapó de sus labios, sin saber de dónde la había sacado.
-Vernelot…
"Me recuerdas…Mi aental´ne… Guárdate, guárdate del mal, pues aún no estás preparada. Pero no te olvido, volveré"
Luego desapareció en el bosque.
-¿Te ha hablado?- le preguntó Semurel más sorprendido aún.
- Ayúdame a levantarme- le pidió ella- Tengo que contaros algo.
Cuando terminó el relato, Kedair quebró el palito con el que jugueteaba. Estaba muy serio, preocupado.
- Es una de mis hermanas, seguramente Bethkalú. Es la mano derecha de mi madre, además de la más capacitada de sus sacerdotisas. Cinco guerreros de élite y Demanel, maestro de armas de mi casa. No está mal.
- ¿Cómo estableciste contacto?- preguntó Semurel.
- No lo sé. Sólo me dejé llevar.
Semurel y Antharid se miraron. Ashari no supo interpretar esa mirada.
- ¿Y dices que el unicornio acudió en tu ayuda?- preguntó de nuevo.
- Sí. ¿Qué quiere decir aental´ne?
- ¿El unicornio te llamó aental´ne?- saltó Antharid, sorprendiéndoles a todos.
- Así que por fin has decidido hablar común… ¿Ahora sí somos dignos siquiera de esa pequeña atención? Pues mira, Majestad Antharid, sepas que como vuelvas a hablar en élfico para dirigirte a nosotros, te vuelves por donde has venido- afirmó ella muy enfadada. Kedair reprimió una sonrisa.
- Entonces habló contigo. Te dijo su nombre. Te llamó aental´ne- resumió Semurel intentando distraer a ambas contendientes, que se miraban la una a la otra con antipatía.
- No me dijo su nombre… de algún modo yo lo sabía. Y sí, me llamó aental´ne por tres veces.
Los dos elfos volvieron a mirarse.
- ¿Qué es un unicornio?- preguntó Kedair.
- Es un animal mágico, extraordinario, y muy raro de ver. Sus poderes son enormes. Y pueden cambiar de plano cuando quieren. Mira, no sabemos mucho de unicornios, pero hay alguien que podría ayudarte a despejar cuanto menos, parte de tus dudas.
- ¿Quién, Semurel?- preguntó Ashari.
- Un mago erudito, un elfo que vive en el bosque a pocas millas de aquí.
-Propongo que vayamos a verle- opinó Kedair- . Hay demasiadas incógnitas como para ignorarlas.
-Guíanos hasta el mago, Semurel- le pidió la muchacha.
2
El mago vivía en una cueva. Ni Kedair ni los elfos tenían problema en adentrarse en la oscuridad, pues sus ojos estaban preparados para ver en las tinieblas, pero Ashari tropezaba a cada momento y hubiera caído más de una vez si el drow no la hubiera llevado cogida de la cintura. En un momento dado, se detuvieron.
- ¡Galai, aen´das qalared ear, nie Antharid!
Sólo el silencio respondió a Antharid.
- ¡ Aen´das, aen´das, nalared, Galaiiiiiiiiiiiiiiiii!-gritó Antharid con malas pulgas.
- Enseal aen etten´so?- preguntó una voz.
- Antharid, Semurel elead scori´nel, elead drow.
- Drow?
- Ain.
- Drow enatil aael ian´se- dijo el mago con voz gélida.
Silencio. Ashari no pudo evitar mascullar una maldición terrible, una de las peores que le había oído a su padre y que nunca hasta ahora había osado repetir, pues sólo había entendido de toda la conversación la palabra drow, y ya estaba harta. Sintió el sabor de la bilis en su boca, y su cuerpo empezó a temblar de rabia. El mago no les recibiría, no a un drow. Otro elfo pomposo y lleno de prejuicios. Advirtió que Kedair se tambaleaba. Oyó gritos.
- Attalea ash´el, attalea ash´el!!- gritó el mago desde la oscuridad.
- Enatil esheale aasifel!- gimió Semurel.- ¡No habla élfico!
- ¡Basta, hechicera, basta!- dijo el mago dirigiéndose a Ashari en perfecto común.
Entonces cayó en la cuenta de que no sólo ella temblaba, sino que toda la cueva lo hacía. El mismo estupor la calmó de golpe, y la cueva dejó de sacudirse. El mago conjuró una luz, que a pesar de ser tenue, hirió sus ojos después de la más absoluta oscuridad.
- Galai, necesitamos consultarte. Tú mismo acabas de ver- le rogó Semurel, asustado.
El mago se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el interior de la cueva.
- Seguidme- dijo al cabo.
Mientras Ashari le explicaba, el mago llenó su pipa de tabaco en un ritual repetido a lo largo de los años y la encendió. El humo olía bien, las densas volutas ascendían hacia el techo de la cueva despacio, cambiando de forma constantemente.
El mago era viejo hasta para los elfos. No tenía aspecto de mago, sino más bien de druida. Vestía una sencilla túnica de arpillera y unas sandalias. Su cabello canoso caía descuidadamente sobre unos hombros huesudos, sus ojos de color miel escrutaban con intensidad sobre una faz lampiña, surcada de profundas arrugas. No la interrumpió ni una sola vez. Después, tras un momento de silencio, cambió de posición el cuerpo.
- Aental´ne… Hacía siglos que no se oía esa palabra. Me alegro de que vuelva a haber alguno, pues hace largo ya que los unicornios se desvincularon de nosotros.
- ¿Qué significa?-preguntó Ashari, impaciente.
- Su traducción sería Jinete, pero no es sólo eso. Es un tratamiento que únicamente unos pocos desde que el mundo es mundo han ostentado. Significa que los unicornios te aceptan como una igual, que reconocen un vínculo de ellos hacia ti y de ti hacia ellos. Protección mutua. Destinos comunes, pues ellos son viajeros del tiempo y del espacio, ellos son Los Que Saben, los hijos de la diosa Mielikki. Aquel a quien conoces por su nombre verdadero es tu nexo, tu montura, tu protector. Tu destino.
Semurel y Antharid exclamaron extasiados, mirándola con admiración, pues los elfos desde siempre habían venerado a los unicornios.
-Puedes estar orgullosa, pues hace mucho que los unicornios rompieron su vínculo con los hechiceros elfos. Mucho, mucho tiempo…- añadió el mago.
- Yo no soy hechicera, Por los dioses, ni siquiera soy elfa…
-Que nadie te haya instruido no quiere decir que no seas una hechicera. Y corre sangre élfica por tus venas.
- Sí, eso me han dicho…Qué extraño… desde que salí de la granja me pasan cosas muy raras, pero antes yo jamás…
- La magia no suele ser espontánea. Para serlo, hacen falta dos cosas: debes tener magia cerca. Algo que facilite esas manifestaciones como la que hemos visto hace un momento. En esta cueva, la magia es muy fuerte; de ahí que, sin saber lo que hacías, casi la echaras abajo con tu rabieta.
- Has dicho dos cosas, ¿y la segunda?
- Dejar de ser virgen- respondió Galai en tono casual.
Tanto ella como Kedair enrojecieron hasta la raíz del cabello.
- Debes aprender los caminos para dominar ese don. Sin la disciplina, serás un peligro para los que te rodean y hasta para ti misma.
Ashari se levantó y comenzó a pasearse arriba y abajo, nerviosa.
- Sólo me has explicado la parte positiva. Cuéntame ahora lo malo. No se da nada por nada, no en este mundo… Y un don, cuanto más alto honor alcance, mayor es el sacrificio que se espera a cambio.
- No sabría decirte con certeza, pero tienes razón. Sospecho que no acabarás de ser del todo dueña de tu vida.
- Esto se está complicando por momentos. ¡Yo no quiero esto! Quiero empezar una nueva vida con Kedair en Luna Plateada, lo que ya de por sí será difícil, ¡Y no dejan de surgir problemas, al margen del maldito racismo!-gritó exasperada-. Aental´ne… No quiero ser Jinete, ni hechicera… No quiero compromisos, porque seguro que se espera algo de mí, ¡algo que no estoy dispuesta a dar!
- Pero Ashari, es un honor…-empezó a argumentar Semurel, sin entender el rechazo de su prima.
- ¡No he pedido tal honor!-estalló la muchacha.
Los dos elfos jóvenes la miraban escandalizados, en tanto que Kedair parecía preocupado y el mago, que no dejaba de fumar, la miraba divertido.
- Toda mi vida he estado metida en esa maldita granja, temblando de miedo o pasando todas las aburridas tardes con las aburridas ovejas, y justo ahora, y no entonces, ahora que por fin soy feliz...
-Cálmate, o terminarás el trabajo que empezaste hace un rato- la cortó el mago.- Sé lo que te pasa. Sé que tienes miedo, que no entiendes todo esto, pero es lo que hay. Afróntalo, eres ya adulta. No sabes lo que te depara el destino, y debes prepararte, pues sea lo que sea lo que esté por devenir, acontecerá de igual modo. La diferencia radica en que estés preparada o que no lo estés, lo que te conducirá al desastre. Yo te ayudaré en lo que a formación se refiere.
Kedair se acercó a ella y acarició su rostro. Vio, efectivamente, la rebeldía y el miedo reflejado en sus ojos cuando le miró buscando en él su consejo.
- El mago tiene razón, Ashari. No debes ignorar tu destino, son demasiadas las señales. Pero no estarás sola en tu cometido, sea cual sea éste. Lo sabes, ¿verdad?
- Yo sólo quería una vida tranquila, contigo…-dijo abrumada.
Kedair tomó las manos de la muchacha entre las suyas. Estaban heladas.
- Y tendrás una vida conmigo a pesar de todo.
- Tengo miedo…Parece que a cada paso vamos sumando peligros, y el peligro es riesgo... ¿Y si te pierdo?¿Y si el destino que me aguarda arrastra a quien me rodee a la muerte?
El no supo qué contestarle. Ashari se giró súbitamente hacia el mago, soltó las manos de Kedair y se colocó frente al anciano.
- Si hablas de este modo, ¡es porque has visto algo! Dime, pues, ¿qué has visto de mi futuro?
-¡Condenada scori´nel!-gritó el anciano enfadado-¡No soy un oráculo! Yo no vaticino, sólo interpreto según tus explicaciones. Soy un mago.
- Pero no podemos quedarnos a que me instruyas. Los drow no están demasiado lejos- rebatió ella.
-¿Qué drows?- preguntó perplejo el mago.
- Los que nos persiguen... es una larga historia que no pienso contar ahora.
-¿Y tú te quejabas hace un momento de una vida aburrida? Vaya vaya, veo que tendré que emplearme a fondo contigo, si quiero que sobrevivas... Os acompañaré. Te instruiré durante el viaje. Luego, una vez llegados a Luna Plateada, te dejaré bajo la tutela de la Dama Alustriel. Si llegamos, claro…
- ¿Por qué dices eso?-preguntó Kedair.
- Me temo que no serán sólo elfos oscuros quienes vayan a acecharnos. La ruta a Luna Plateada pasa muy cerca de ciertos lugares habitados por criaturas tenebrosas, lugares en los que habita el mal. Temo que seremos como un faro, como un imán que habrá de atraerlas. Sé que portáis un elemento cuya magia es muy poderosa, lo percibí aún antes de que llegarais. Ellos también lo percibirán.
Ninguno de los dos dijo nada, pero sabían que el mago se refería a Das´Ashea.
- Dadme diez minutos. Recogeré algunas cosas y nos pondremos en camino.
El mago no callaba. Habló sin parar desde que montara el caballo que le cedió Ashari, mientras la chica le escuchaba agarrada a la cintura de Kedair. Teórica, fórmulas, hechizos sencillos, todo se sucedía una y otra vez, bebía un trago de agua y lo repetía todo desde el principio, hasta que los cuatro se lo aprendieron de memoria. No le dio tregua en el rato que se detuvieron para comer, ni en toda la tarde, ni siquiera cuando pararon para acampar. Los elfos se escabulleron nada más atar los caballos, argumentando ir a por leña y agua, deseosos de darles paz a sus oídos, y Kedair se alejó para practicar con sus katanas, según él. Cuando los dos elfos regresaron, bastante más tarde, Antharid, extrañamente, llevaba la capucha puesta. Se afanaron en colocar las piedras que trajeron en un círculo, y dispusieron la leña en el centro.
- No encendáis el fuego, Ashari lo hará... con magia, claro. ¿Recuerdas la fórmula?- dijo el mago.
- Como para no recordarla- murmuró Semurel entre dientes- Cualquiera de nosotros encendería el maldito fuego.
Ashari reprimió una sonrisa y se concentró. Antharid, de espaldas al mago, se agachó, colocó la yesca sin hacer caso y se afanó con el pedernal y el eslabón. Galai frunció el ceño y se acercó a ella con una cara que daba miedo. El anciano tiró de la capucha, con lo que quedó patente el motivo de la repentina sordera de la joven elfa: dos trozos de tela sobresalían de sus puntiagudas orejas. El hechicero tiró de los trapillos, destaponando los conductos auditivos.
- ¡Idiota!- la insultó echando suficientes chispas por los ojos como para incendiar el bosque entero.- ¡Si te molesta tanto mi verborrea, ya puedes volverte a Tael Hassa, pues todos los días han de ser así!
Luego se dio la vuelta y volvió junto a Ashari, dejando a la orgullosa guerrera avergonzada y turbada. Kedair sintió lástima y se acercó a ella para ayudarla a preparar la cena. Semurel lanzó una mirada de reproche al anciano.
- Venga, muchacha, apréstate a encenderlo- le dijo Galai a Ashari.
Ella respiró hondo y empezó a recitar el hechizo en voz alta, tal como quería el mago para supervisar su aprendizaje. Cuando pronunciaba la última palabra, el mago gritó.
- ¡Así nooooo, maldita sea!
Pero ya era demasiado tarde, ella terminó la palabra. El hechizo salió mal. Lo que había de ser una pequeña bola de fuego que debía proyectarse hasta a leña del suelo, fue en cambio un gran círculo de fuego que se expandió quemándole las manos. Todos corrieron hacia ella y apagaron las llamas de la ropa como pudieron.
- Traed mis ungüentos, rápido- ordenó el mago sujetando las manos de la chica, cuya piel llena de ampollas y en carne viva la hacían gritar de dolor.
- No- dijo el drow apartando al anciano- Ashari, ven conmigo.
Ella le obedeció, y juntos se alejaron del campamento en dirección al bosque. Nadie se opuso, ni siquiera el mago, que miraba al elfo oscuro con suspicacia.
Cuando regresaron, la chica tenía las manos sanas, como si nada le hubiera pasado.
- Bueno- murmuró el anciano- por lo menos ahora sé que el peligro que corremos merece la pena...
- Basta de lecciones por hoy- resolvió el drow.
- De eso nada- replicó el mago- Va a encender ese fuego, y lo hará bien. Ven, pequeña, te diré en qué has fallado. Pronuncia bien y dosificarás esa increíble potencia.
Ashari se colocó de nuevo frente a la leña. La miró. Pensó en las palabras del conjuro, y cuando estuvo segura, lo pronunció impecablemente. De sus manos extendidas salió disparada una bolita de fuego que prendió al instante en el centro del círculo de piedras. Todos exhalaron un suspiro de alivio y la felicitaron, alegrándose de su éxito.
La cena de esa noche fue distendida, muy diferente de la noche anterior. Charlaron y bromearon, incluso el mago se mostró de buen humor, y para cuando se acostaron ya no existía barrera alguna entre ellos.
Al amanecer, después de asearse y tomar un frugal desayuno, el mago habló con todos.
- Durante el día de hoy dejaremos atrás el terreno seguro. Estad atentos y procurad pasar desapercibidos. No rodearemos el bosque maldito, pues eso alargaría el riesgo varios días.
- Atravesar Los Pozos de Elkitania...- apuntó Semurel.- Pero te llevamos a ti, Galai. Eso nos da ventaja.
- ¡Y una mierda, nos da ventaja!- se le encaró el mago con su habitual mal humor- Pocas lides has librado por estos parajes, si ésa es tu opinión. Ni siquiera nos detendremos, mientras no pongamos tierra de por medio con Los Pozos, atiende a lo que digo. Si queréis comer, lo haréis sobre los caballos, si queréis beber, lo mismo, ¡hasta mearéis desde los caballos! ¿Queda suficientemente claro?
- ¿Por qué, Galai? ¿Qué es lo que habita en ese lugar?- preguntó Kedair.
El anciano le miró a los ojos, y el drow creyó ver un ligero estremecimiento en el mago.
- El Mal.
3
La diferencia entre el ambiente del bosque que dejaron atrás y el de Los Pozos de Elkitania era palpable, apreciable por todos los sentidos. Lo primero en percibirse era el hedor, luego el oído echaba de menos los alegres sonidos de un auténtico bosque, pues allí reinaba un silencio opresivo. Incluso los caballos relinchaban bajito, como si intuyeran la necesidad de no quebrantar la ausencia de ruidos. La vista de ese simulacro anémico de bosque era deplorable para los ojos del observador, y todas esas sensaciones juntas les ponían la carne de gallina.
Una senda atravesaba el bosque cenagoso, y obedeciendo al mago, la tomaron.
Kedair, como los demás, se sentía intranquilo y vigilaba los alrededores como si de un momento a otro les fuera a saltar encima algo espantoso. Después de rebuscar en su bolsillo, deslizó un bulto hasta la mano de Ashari, que descansaba en su cintura.
- Toma la Piedra. Es mejor que la lleves tú, pues en caso de desencadenarse una lucha serás la única que la podrá usar si alguno de nosotros resulta herido.
- Yo también puedo luchar- repuso ella.
- Y tendrás que luchar, si llega el caso; pero si necesitamos el poder de Das´Ashea mejor será que te cubramos a ti y no al revés.
La muchacha guardó la Piedra y no dijo nada, pues el nudo que se le formó en la garganta después de las palabras del drow se lo impidió.
Cabalgaron al paso durante varias horas, en tensión y alerta. El paisaje se repetía a lo largo de la senda, pero los ojos seguían sin acostumbrarse a algo tan desagradable. Cuando pasaban junto a un torturado y retorcido árbol, vieron a una mujer. La vieron de repente, como si acabara de materializarse; desnuda y de belleza perversa; la mujer, que parecía estar envuelta por jirones de bruma, les sonreía descarada. Más adelante distinguieron más, junto al camino, a intervalos irregulares.
- Maldita sea... hemos sido descubiertos. No las miréis o caeréis bajo su influjo- les avisó el mago.- Son plañideras. Si nos interceptan, usad la espada sin dudar.
Pero las plañideras se limitaron a observarles, provocativas, y de vez en cuando gritaban de un modo tan enervante que hacían estremecer. La compañía de elfos tenía que realizar verdaderos esfuerzos por evitar mirar a las hipnóticas e impúdicas diablesas.
"Mal asunto", pensó el hechicero. "¿A qué esperan esas condenadas para atacar?"
Poco más adelante el camino se estrechaba y giraba, quedando oculto a la vista, y el anciano les ordenó detenerse.
- Ashari, monta en el caballo del equipamiento, Semurel, ayúdala a repartir la carga entre los demás animales, rápido. Temo una emboscada, y Kedair necesitará libertad de movimiento.
En un momento lo que ordenara Galai estuvo cumplido.
- ¡Tened prestos los aceros, pero cabalgad como si os fuera en ello la vida!- les dijo, al tiempo que espoleaba su montura, que salió disparada en un galope frenético.
Los caballos cortaban el aire veloces, el sonido de los cascos golpeando la tierra se multiplicaron en el compacto silencio, roto esporádicamente por los gritos desgarrados de las plañideras, que ahora les seguían deslizándose como espectros. Se precipitaron por el trecho angosto hacia la curva, y al girar el camino estaba bloqueado por decenas de enemigos.
- ¡Trolls de los pantanos!- gritó Semurel frenando a su montura.
- ¡Ocupaos de los trolls! ¡Yo haré frente a las plañideras!- ordenó el mago.
Las espadas salieron de las vainas y silbaron hendiendo el aire y la carne de los enemigos; Kedair saltó del caballo con sus katanas prestas, y comenzó a bailar su macabra danza de muerte, manejando las hojas con letal precisión, rápidas, gráciles, armónicas en su sincronización, complementándose para parar, para hendir, para impedir que el enemigo se acercara, atravesando cuerpos, cortando miembros con la fría determinación de un asesino.
El drow había sido instruido toda su vida para eso, y toda la férrea disciplina con que le prepararon hacía de él un prelado de la muerte, si no la muerte misma.
Del cenagoso lodazal que franqueaba el camino por ambos lados, empezaron a salir cuerpos, atraídos quizá por el olor de la sangre, quizá enviados como refuerzo. Ashari se percató con horror de que eran cuerpos muertos en diferentes estados de putrefacción. Se lanzó sin pensarlo contra ellos. Estaban rodeados.
El mago conjuraba en silencio tremendos hechizos contra las plañideras, pero éstas eran poderosas enemigas, nada fáciles de abatir. El intercambio continuo de conjuros dejaba patente la maestría de Galai, pues tampoco era presa fácil a pesar de que eran cinco las diablesas a las que hacía frente. El hechicero lanzaba fuego, rayos, hielo, y desviaba los conjuros que lanzaban contra él. Abatió a una, dos, tres plañideras. Uno de los hechizos de fuego de las diablesas impactó contra el flanco del caballo del mago, el animal, asustado y dolorido, se levantó a dos patas y tiró a su jinete. Galai cayó pesadamente al suelo y no se levantó.
Los elfos desmontaron también, y mano a mano pasaban a espada a todo aquél que osaba acercarse. Los trolls no eran diestros con los estoques, así que portaban martillos de guerra, clavas y mazas, terribles armas capaces de destrozar con la fuerza de sus portadores al más fornido de los enemigos. Pero los elfos eran ágiles, mucho más que los torpes trolls, y las largas espadas les conferían la ventaja de acabar con éstos antes de que se acercaran demasiado.
Ashari lanzó el caballo contra los muertos vivientes. Utilizaba la espada que le diera Kedair con relativa facilidad, dado que los zombis eran lentos y no portaban arma alguna. La muchacha, venciendo su aprensión por el miedo y la necesidad, procuraba seccionar las cabezas para acabar definitivamente con los monstruos, pues no servía de nada atravesarles con el acero. A pesar de la relativa facilidad con que acababa con ellos, cada vez había más. Pronto el cansancio hizo mella en su brazo, y vio con desesperación que no era capaz de contener la horda de cadáveres que se le venía encima. Dio media vuelta al caballo y vio cómo las plañideras comenzaban a cargar contra los elfos y el drow. Semurel fue alcanzado por una pequeña ramificación de un potente rayo que se perdió entre las ya escasas filas de trolls, y saltó de dolor. Buscó desesperada al mago, sin entender cómo aquéllas habían superado su posición. Cuando lo vio tendido en el suelo, cabalgó hacia él y bajó del caballo de un salto, al tiempo que se llevaba la mano al bolsillo. Sacó a Das´Ashea y frotó la piedra sobre la frente de Galai, rogando que no estuviera muerto, mientras veía los apuros de los tres elfos.
- ¡Levántate, Galai!- le gritó nada más abrir éste los ojos- ¡Están en grave peligro!
El mago, recuperado a todas luces y sin rastro de cansancio siquiera, miró sin disimulo la piedra negra mientras la muchacha la guardaba de nuevo en su bolsillo y luego se levantó, apuntó con sus brazos a las espaldas de las dos diablesas. Aspirando una profunda bocanada de aire, las miró con odio y descargó sobre ellas dos potentes rayos de luz blanca, que iluminaron la ciénaga y desintegraron en el acto a las plañideras. Los tres guerreros, al verse libres de esa amenaza, arreciaron en su ataque contra los pocos trolls y los muchos zombis que comenzaban a cercarlos.
- Vamos a ayudarles, si les rodean estarán perdidos- la instó el mago-. Nada mejor que el fuego contra los muertos vivientes. ¿Recuerdas el hechizo de ayer? Recítalo todo igual pero cambia la última palabra por Zaarsto. Pronúnciala bien, muchacha, o no habrá piedra en el mundo capaz de curarte. Y no se te ocurra apuntar a la zona donde se baten nuestros guerreros. A los flancos.
Los dos hechiceros, apuntando uno a la derecha y el otro a la izquierda, conjuraron el hechizo. Dos enormes chorros de fuego impactaron contra los cadáveres andantes, que se retorcieron ardiendo y cayeron por docenas. Pero seguía habiendo muchos.
- Es inútil. Voy a sacar de ahí a los muchachos, pues nuestra única posibilidad es despejar el camino y huir. No puedo abatir a los que lo bloquean con ellos en medio- dijo Galai-. Tú coge los caballos, saldremos a toda prisa.
El mago corrió junto a los guerreros y les instó a retroceder, para quedar él en primera fila con el hechizo dispuesto. Así que los elfos le superaron, el hechicero lanzó otra rociada de fuego que diezmó las primeras filas, dejándole más espacio para que la siguiente fuera más destructiva. Mientras Ashari luchaba por reunir a los aterrorizados caballos y los elfos daban cuenta de los zombis de los flancos, el mago consiguió despejar el camino lo suficiente como para poder pasar.
-¡A los caballos, rápido, antes de que vuelvan a ocuparlo!-gritó Galai mientras lanzaba una última andanada.
Los elfos y él mismo corrieron hacia Ashari, que se acercaba a su vez a ellos ya montada y con las riendas de los caballos en la mano. Todos, incluso el anciano mago, se encaramaron en los corceles de un ágil salto y les espolearon con frenesí. Porque aún seguían saliendo cuerpos del agua en una procesión que no parecía tener fin.
No disminuyeron la velocidad hasta unos veinte minutos más tarde. Los caballos sacaban espuma por la boca y sudaban, relinchando agotados pero sin reproche, pues ellos también habían sentido el peligro y la urgencia de huir. No parecía haber nadie por esos alrededores.
El mago maldecía sin dejar de mirar en torno a ellos.
- Es preciso que sigamos a pie. Los caballos no aguantarán si no les damos cuartel- dijo Semurel.
- Dejémosles descansar un rato- estuvo de acuerdo Ashari-, podríamos aprovechar para comer algo. ¿Tenéis hambre?
Nadie tenía hambre. Los estómagos estaban demasiado alterados como para contener nada.
- Debemos salir de la ciénaga antes de que caiga la noche- repuso Galai- ¡Dad de beber a los malditos pencos y luego a sus lomos de nuevo! Ya ni los caballos son lo que eran...
Mientras los dos elfos se aprestaban a obedecer al mago, el drow se acercó a él.
- ¿Tienes idea de cuánto falta para salir de aquí?
- No creo estar equivocado si afirmo que unas pocas horas. Tres, cuatro, depende de la marcha y de si alguna otra sorpresa nos pueda entretener.
- No quedan más que cuatro horas de luz. Si el camino es más largo de lo que piensas, nos sorprenderá la noche en Los Pozos. Dime, ¿qué más puede deparar la oscuridad en este infierno?
- Aquí no importa si es noche o día- repuso el mago.
- Entonces, hechicero, ¿por qué tus ojos hablan de horrores? No es a las plañideras ni a los muertos a quien temes.
- No preguntes, drow... Hablaré cuando tenga que hablar, y no antes- dijo el anciano, zanjando así la conversación.
Diez minutos más tarde continuaron la marcha. Cabalgaban al trote, los caballos parecían tan ansiosos como ellos por salir de la ciénaga.
Unos kilómetros más allá, vieron una alta construcción junto al camino. El mago se detuvo, blanco como el papel.
- ¿Qué es eso?- preguntó el drow, frenando su montura.
- La Torre de Krante´l- dijo Galai.- Nunca está en el mismo sitio. Cambia de ubicación a voluntad.
- ¿A voluntad de quién?- siguió interrogando Kedair.
- De aquél que la habita. Un liche muy poderoso, muy peligroso.
- ¿Qué es un liche?- intervino Ashari.
- Un archimago del mal, que ha conseguido prolongar su vida más allá de la muerte de su cuerpo gracias a sus extraordinarios conocimientos sobre nigromancia y a sus poderes mágicos.
Los cinco miraron la alta torre sintiendo la amenaza que ésta representaba.
- ¿Qué hemos de hacer, Galai?- dijo Semurel.
- Nos espera… No tenemos opciones, no podemos regresar, ni nos lo permitirá. Habremos de enfrentarnos- respondió el mago poniendo en marcha al caballo.
Los demás animales le siguieron, al paso, vigilando la oscura construcción. Poco antes de alcanzar la torre, la puerta se abrió. La visión del liche les repugnó y atemorizó a todos por igual. Jirones de carne muerta, unidos a huesos blancos asomaban allí donde las vestiduras terminaban. Su rostro, enmarcado por una capucha negra, era una calavera descarnada con dos puntos rojos en las cuencas oculares. Fijó esos puntos en la persona de Galai, y su voz de ultratumba hizo vibrar el interior de los cinco.
- Ah, mago, no creí volver a verte por aquí. No después de la última vez... que casi te cuesta la vida.
- No veo porqué no. Muchos años no me quedan ya, así que poco tengo que perder... en todo caso, a diferencia de ti, yo sigo vivo.
- Yo también, como pudiste comprobar.
- ¿Vas a dejarnos pasar o te aburres demasiado?
- Me aburro, me aburro, no voy a negarlo. Ya no hay lindas jóvenes que quieran yacer conmigo, ni siquiera por oro. Tampoco tengo con qué hacerles el amor, a decir verdad, así que ¿qué alternativa me queda sino mi magia?
- No has contestado a mi pregunta- dijo el mago.
- No le hago ascos a una buena lid, de hecho me divierte bastante; todos los muertos que has visto salir del agua son aquellos que se adentraron en mis dominios, a quienes derroté. Pero hoy tienes suerte, Galai, Mago de la Luz, sólo a uno de vosotros reclamo me sea entregado, y los demás podréis iros. Dadme al drow.
- ¡No!- gritó Ashari, soltando una mano de la rienda y posándola sobre el brazo del elfo oscuro.
El liche se rió de Ashari con una risa que ponía los pelos de punta, y no le volvió a prestar atención.
- Ven, drow, y salvarás la vida de tus cuatro compañeros.
El elfo oscuro miró a Ashari con resignación, ella se alteró mucho cuando leyó su mirada.
- No se te ocurra... no le escuches... ¡lucharemos!- dijo ella desencajada.
Semurel y Antharid desenvainaron las espadas, respaldando las palabras de la muchacha.
- ¡Krante´l!-gritó Galai- No hemos de entregarte a nadie. Y si quieres diversión, la tienes garantizada.
Antes de que pudieran hacer nada, el liche les lanzó un conjuro paralizante. Sin poder mover un músculo, vieron impotentes cómo el archimago se apoderaba de Kedair y lo introducía en el interior de la torre. Cuando la puerta se cerró, Ashari gritó agónicamente aunque ningún sonido saliera de su boca.
