Eh... Hehe... ¿Qué tal?
Si pudiera poner imágenes, pondría el meme de "usted no aprende, ¿verdad?" Y pues... sí...
Bien, ¿de qué va esta historia? ¿por qué de un crack shipp? No lo sé, estaba escuchando Romeo and Cinderella y ¡BAM! he aquí el fanfic.
Mi idea era hacer un songfic en one shot, pero cuando miré qué tan largo iba a quedar, fue como: Joder, ¡Wattpad se me va a romper!
Y la verdad sí me dio algo de flojera pensar en dos formatos de publicación para fanfiction y wattpad ; - ;
Así que se me ocurrió algo... Cada capítulo va a tener al final una estrofa o quizá dos de la canción "Romeo and Cinderella" de Doriko con Hatsune Miku, va a ser un fic muy corto, casi tanto como "Tower of Ai (The blessed Messiah) " , pero me imagino que será más digerible en varios capítulos que en uno solo.
Y bueno... ¡Aquí el primer capítulo! No sé quién vaya a leer un MaruChika xD, pero bueno, a quien lo lea, muchas gracias : 3
Y ya, los dejo, ¡que tengan una excelente semana!
Pd. No, no voy a abandonar ningún fic en emisión.
Romeo and Cinderella
Capítulo 1:
"¿Eres feliz?"
— No pasará nada si por esta vez regreso caminando a casa zura— susurró Hanamaru mientras comenzaba a caminar por un lado de la avenida. Vivía en un condado residencial, así que sus padres no tendrían de qué preocuparse, aunque conociendo el humor histérico de su padre y el cómo su madre siempre se ponía de su lado, seguro tendría una reprimenda al llegar.
Eso no le importaba.
Quería tomar sus propias decisiones, salir de su zona de confort… Ser ella misma… lo que sea que eso significara.
Esos pensamientos se habían apoderado de ella desde hacía unos meses, pero se intensificaron cuando su mejor amiga, Ayaka, había comenzado a salir con un chico un grado mayor que ellas. Hanamaru Kunikida no era alguien que tuviera contemplado el amor en su vida preparatoriana; no era que despreciara el sentimiento, al contrario, admiraba profundamente a los grandes escritores de novelas románticas, porque seguramente eran almas enamoradas las que habían escrito todos aquellos romances que ella leía con emoción en libros llenos de deseo, anhelo, pasión y adoración, pero de alguna manera, se había creado la regla silenciosa de dejar el romance en los libros, y para sustituir esa curiosidad, antepuso los deseos sus padres, o mejor dicho, de su padre, para mantenerse ocupada. Aunque era posible que tuviera algo parecido a un amor platónico. Todos los días desde la ventana de su salón de clases veía pasar a una chica de cabello color mandarina, cargando lo que parecían ser pesados costales de alguna cosa; admiraba cómo, a pesar de que raramente se veía a alguien hacer trabajo físico en ese sitio, ella se fajaba el pantalón y aun ante la mirada curiosa e incluso burlona de algunas personas, ella seguía cargando por su propia cuenta esos sacos de lo que fuera que transportara. No podía ver su cara del todo, pues siempre llevaba un cubreboca, pero esos intensos ojos rojizos, llenos de determinación, eran suficiente para hacerla preguntarse qué tipo de persona sería, y si transmitiría esa dulzura y amabilidad que le imaginaba en su mente. Había ocasiones en las que tomaba un descanso cerca de la fuente del instituto, y cuando miraba hacia arriba y la notaba observándola, la saludaba; Maru, torpemente, devolvía el gesto.
No estudiaba en su preparatoria, sin duda.
Estaba bien con esa pequeña ilusión, no era como si necesitara algo más, pues sus padres le daban todo lo que necesitaba y no tenía deseos de casarse, así que posiblemente una pareja no figuraría mucho en esa etapa de su vida.
Despertaba, iba a la preparatoria, regresaba a su casa, hacía tareas, "cenaba con sus padres", aunque era más un cuestionario de su padre y un recordatoria de que a pesar de que no le pusieran atención, él siempre estaba listo para reclamarle incluso por una décima que bajara en su promedio perfecto, estudiaba, salía a dar un paseo y finalmente, dormía. Había variaciones los sábados y domingos, pero nada que la sacara de ese interminable círculo.
— ¿No te sientes feliz? — le preguntó un día Ayaka mientras suspiraba.
¿Era feliz? No podía decir que no, pero tampoco que sí.
¿Qué era la felicidad? Estaba próxima a cumplir dieciocho años y no podía responder una sencilla pregunta como el significado de la felicidad. Parecía que conforme crecía, las respuestas a los sentimientos se hacían cada vez más difíciles.
Ese día decidió que era momento de arriesgarse a la vida, sin dejarse influenciar por lo que sus padres decían, pero, ¿por dónde comenzaba?
— Romper las reglas… ¿irse a casa sola? Brillante, Hanamaru, espero no me arresten o algo así zura— se dijo mientras miraba el cielo. Era el mismo cielo que había visto desde que tenía memoria, ella lo sabía, pero por una u otra razón, siempre era interesante mirarlo y descubrir formas en las nubes o apreciar los diferentes colores que lo llevaban al atardecer.
Pasó por una repostería, era raro ver una tienda independiente, nunca había reparado en ella durante su camino a casa, aunque no era como si prestara atención a su entorno, todo el condado y todas las casas eran iguales; de cualquier manera, los grandes supermercados eran cada vez más populares, así que casi nadie poseía negocios propios en el condado. El delicioso olor a pan llenó sus sentidos, cuando pudo pensar en lo que hacía, ya estaba dentro en el local.
Admiró el decorado de la tienda; las paredes estaban pintadas cuidadosamente de color amarillo mostaza, mientras que líneas color salmón enmarcaban las ventanas. El pan estaba acomodado en estantes de madera, y el precio de tales, se veía en un pequeño cuadro de plástico.
Al acercarse más al mostrador, pudo ver a través de una delgada cortina a alguien sacando una charola del horno, seguro era el pan que había olido.
Esperó a que esa persona saliera al mostrador, y cuando finalmente lo hizo, Hanamaru sintió como si algo atravesara su pecho. Era una chica de cabello color mandarina, estaba recogido en dos coletas bajas, pues no era muy largo, ojos rubíes que la miraban con sorpresa y un rostro tierno y amable… Era esa persona… Su amor platónico.
— ¡Ah! Lo siento— dejó la bandeja a un lago y se limpió las manos con un trapo, después sonrió y se paró a lado de la registradora —. Buenas tardes, bienvenida a… ¡Ah! ¡Eres esa chica! ¡La de la preparatoria de la vuelta!
— S-Sí… Buenas tardes zura— dijo por impulso, su vista aún seguía pegada en esa pelimandarina de radiante sonrisa.
— Es toda una sorpresa verte aquí, a veces te veo pasar en un automóvil negro — dijo mientras se rascaba la nuca con nerviosismo —, je, je, lo siento, hablo demasiado, ¿en qué puedo ayudarte?
— … Eh, ¿quiero comprar pan? — dijo casi en un susurro.
— ¿Pan? Bueno, tenemos mucho— sonrió con amabilidad —, ¿buscas algo en específico?
— Mandarina… — fue lo primero que se le ocurrió decir.
— ¡Ah! Justo acabo de sacar el pan noppo del horno, tiene jalea de mandarina— con emoción, tomó una bolsa de papel y sopló a uno de los panes que yacían en la bandeja. Lo extendió a Hanamaru con una sonrisa orgullosa.
— E-Eh— Maru cayó en un pequeño detalle —… Lo siento, no tengo dinero zura.
— ¿Venías a comprar pan sin dinero? — la pelimandarina parecía divertida — Tómalo, la casa invita.
— Gracias zura.
— No es nada— recargó sus manos en el mostrador mientras la miraba expectante.
Maru entendió que esperaba a que probara el pan, así que después de soplar un poco más, le dio la primera mordida. Sus ojos se iluminaron y se cubrió la boca para hablar.
— ¡Zura!
— ¿Qué tal?
La castaña esperó a terminar el bocado para hablar de nuevo.
— ¡Es delicioso! No había probado nada parecido zura.
— Mis padres han perfeccionado esta receta, pero yo la preparo— dijo con orgullo —, tienes suerte de no haber estado mientras experimentaban.
— ¿Tan mal estaba? — preguntó con curiosidad.
— No, papá siempre ha hecho unas jaleas deliciosas, pero el pan quedaba extraño, no era algo muy agradable de comer.
La conversación fluía con tanta naturalidad, que por un momento habían olvidado que eran casi desconocidas.
— ¿Cómo te llamas? — preguntó Hanamaru una vez terminó de comer. Ahora entendía qué era lo que transportaba la ojicarmín, seguro eran ingredientes para hacer pan.
— Chika, ¿y tú?
— Hanamaru, mucho gusto— extendió su mano para saludar a la pelimandarina.
— El gusto es mío— el tacto de la palma de Chika era áspero, se notaba el trabajo duro que realizaba, pero era un agarre fuerte, seguro, amable… la hacía sentir cómoda.
Un timbre peculiar alertó a las chicas, era el celular de Hanamaru, quien, al reconocer el número de su padre en la pantalla, decidió que era hora de regresar a casa.
— Muchas gracias por el pan, te pagaré otro día zura— dijo mientras se despedía.
— Te digo que era un regalo, no seas necia— le dio un pequeño golpe en la frente —. Ve con cuidado, te saludaré mañana— sonrió.
— Y yo a ti zura— antes de salir, Maru se volvió a la ojicarmín —. Gracias— repitió.
— No es nada— la despidió con la mano y ella salió del local mientras corría.
Algo inusual.
Encontrarte con una chica que regala pan de mandarina, que resulta ser la misma chica que has observado por tantas semanas; la vida era misteriosa. Quizá su misión del día estaba completa, y algo sabía muy bien: Regresaría.
Las visitas de Hanamaru a la repostería Takami eran frecuentes, casi todos los días después de la preparatoria pasaba a comprar pan de noppo con jalea de mandarina, e incluso, si se animaba, le llevaba un poco de pan a sus padres, aunque realmente eran contadas las ocasiones, pues se sentía mal de ver cómo las piezas de pan pasaban semanas en la tapa de cristal y sus padres no tomaban ni siquiera un trozo.
De igual manera, los encuentros en la lejanía de ambas chicas se repetían, a veces Maru buscaba alguna excusa para salir y platicar un poco con la ojicarmín; se había acostumbrado a llevar toallitas húmedas para limpiar la harina, azúcar, bicarbonato, o lo que fuera que Chika trajera en la cara cada que la visitaba, y sí, sabía que la visitaba, pues también se presentaban ocasiones en que no llevaba nada para la panadería, simplemente pasaba a estar con ella durante su descanso.
Chika Takami era un año mayor que ella, teniendo dieciocho desde agosto de ese mismo año, trabajaba y estudiaba en casa, sus padres se llamaban Amemiya y Jovanna Takami, aunque su padre no vivía con ellas por el momento, ya que estaba arreglando la apertura de una nueva repostería en Alemania, amaba las mandarinas, y recién había llegado en septiembre al condado junto a su madre y hermana. Tenía dos hermanas mayores, una estaba casada y vivía en Alemania.
Era una persona transparente, trabajadora, algo distraída, pero con mucha convicción y energía; alguien perfecto para presentarles a sus padres, pero Hanamaru no quería arruinar "eso" que tenía con la menor de los Takami, pues tenía miedo que, al notar lo estricto que era su padre con ella, Chika se alejara, como muchas de sus amistades antes de Ayaka. Incluso su padre era capaz de hallarle un defecto si es que no le caía bien, aunque fuera uno pequeño, y sólo por eso, podría prohibirle seguir visitándola, aunque realmente aun no le informaba que lo hacía.
— Tienes un muy buen humor últimamente Hanamaru— le dijo Ayaka mientras se sentaba a su lado.
— ¿En serio zura?
— Sí, parece que brillas más que antes.
— Je, je— sonrió.
— Será… ¿Qué te has conseguido pareja? — le preguntó mientras se acercaba a ella, ansiosa por una respuesta.
— ¿Qué? ¡No zura!
— Tranquila, sólo decía, aunque esa reacción es sospechosa, amiga— rio la joven.
Hanamaru tenía la cara completamente roja, pues sabía que si bien, ella no buscaba una relación, esa chica de ojos rojizos tenía algo que le atraía desde el primer momento en que la había visto… Pero… ¿Cómo debía lidiar con eso? No tenía experiencia en el amor, y ninguna de las novelas que había leído tenían respuestas a lo que sentía, tendría que hacer su propio libro de amor algún día.
— ¿Todo bien Maru? — le preguntó Chika, mientras buscaba su mirada. La castaña se crispó ligeramente, siempre había sido difícil tenerla cerca, pero con la idea que su amiga había dejado en su cabeza, era el doble de complicado, pues su corazón, consciente de lo que ocurría, comenzaba a bombear con fuerza, provocando un leve adormecimiento en la mente de Hanamaru. No sabía si estaba enamorada, pero Chika le gustaba, sí.
— S-Sí, lo siento, ¿qué me decías zura?
— Mi padre va a venir a visitarnos a mi madre y a mí dentro de dos días— sonrió.
— ¡Eso es realmente genial zura! — Maru tomó las manos de Chika en señal de emoción — ¡Te has esforzado mucho para tener este lugar listo para su llegada!
— Espero esté satisfecho con mi trabajo— la ilusión en los orbes rojizos de la mayor era visible, la chica de ojos color miel no pudo evitar enternecerse.
— Lo estará zura, estará muy orgulloso de ti, Chika.
— Gracias Hanamaru— la pelimandarina besó la frente de Maru, cosa que la tomó desprevenida, pero no pudo evitar sonreír. Ambas seguían tomadas de las manos, pero no se habían percatado hasta ese momento, y tal como si una corriente hubiera pasado por sus dedos, se soltaron rápidamente con un marcado sonrojo en sus mejillas… "Se ve tan linda así", pensó Maru.
Tomarse de las manos, besos en la frente o en las mejillas, caricias cariñosas en las manos, cabello o rostro, largos periodos de tiempo mirándose; cosas como esas no eran nada fuera de lo común para Hanamaru. Chika era una persona muy dulce, y aunque, viéndolo desde el lado menos optimista, esos gestos podrían ser lo que se esperaría de una persona que simplemente te aprecia mucho, para Maru eran un claro indicio de que la mayor podría tener interés por ella, así como ella lo tenía por la ojicarmín.
— El sol se está poniendo— dijo Chika con tristeza, pues eso significaba que la castaña tenía que irse.
— ¡Zura! ¿En qué momento pasó tanto tiempo?
— Lo mismo me pregunto— rio.
— B-Bueno, supongo que es hora de irme zura.
— Lo es— suspiró —, ten cuidado, por favor, te mando mensaje más tarde.
— Lo tendré zura…
— Te veo el lunes.
— Sí…
Se dieron un abrazo que les supo a nada una vez se separaron, Maru salió del local mientras se despedía. Cada vez le era más difícil tener que hacerse la idea de sólo poder verla por algunas horas, de lunes a viernes, quería salir en una cita, conocer a sus padres, quedarse a dormir en su casa, ir a verla cuando quisiera… Pero, ¿qué les diría a sus padres? ¿Qué iba a la biblioteca? Tenía los suficientes libros en casa como para estudiar, y si llegaba a hacerle falta uno, ellos se lo comprarían. No se sentía cómoda mintiendo, de cualquier manera.
¿Tendría que decirles que quería visitar a una amiga? Si hacía eso, tendría que pensar en algo para que su padre no comenzara a presionarla con que debía tener amigas de "su nivel".
Pensó en ello mientras caminaba a su hogar.
Para su sorpresa, la luz del estudio de su padre estaba prendida; eso significaba que había llegado temprano a casa.
Oh no…
Su padre había llegado temprano a casa.
Entró por el salón caminando lentamente, esperando no ser descubierta, pero un fuerte portazo, seguido de un gruñido de frustración la hicieron exaltar.
— ¿Hanamaru? — el hombre de cabello negro parecía sorprendido.
— Hola padre— quizá era un buen momento para decirle —. Padre… Hay algo que quiero pedirte…
— ¿Qué haces con el uniforme escolar aun zura? Se acerca la hora de cenar, ¡cámbiate ahora mismo!
— Pero…
— ¡No pierdas tiempo Hanamaru!
— Eh… Sí zura…— musitó antes de avanzar rápidamente hacia las escaleras. El señor Kunikida enredó sus dedos en su cabello y después suspiró con pesadez, sólo para volver a su estudio.
Algo había pasado, su padre jamás pasaría por alto el hecho de que aun traía la mochila al hombro.
— ¡Ha regresado a nuestras vidas! — le escuchó gritar mientras bajaba las escaleras.
— ¿Quién?
— Amemiya Takami, ¡vendrá a vivir aquí!
— ¿Cómo lo sabes? — preguntó la madre de Hanamaru, Nanami Kunikida.
— ¡Está en todos los medios! Ahora ese muerto de hambre tiene una creciente línea de panaderías y reposterías con el presuntuoso nombre de "Délice".
— ¿Y eso qué tiene que ver? Pensé que ya lo habías superado.
— ¡Lo he hecho! — parecía que, en cualquier momento, su padre vomitaría sus cuerdas vocales.
— Has seguido las apariciones en los medios de tu ex novio desde que dejaron de ser pareja, incluso quisiste averiguar quién era su esposa, ¿crees que eso es superar?
— Tú no lo entiendes, Nanami— la voz de su padre estaba completamente desesperada, nunca lo había escuchado así —, él arruinó mi vida.
— Lo sé, pero es hora de que lo dejes pasar, tampoco me agrada una persona que te haya hecho sufrir en el pasado, pero es mejor dejarlo ahí, en el pasado, y evitarlo lo mejor que puedas.
— Pero…
— Hanamaru debe estar por bajar, mejor toma asiento y toma tu té, te hará sentir mejor.
La menor Kunikida no tenía palabras para lo que acababa de escuchar, ¿qué era lo que había ocurrido? ¿Cómo reaccionarían ante el hecho de que su hija estuviera frecuentando a la hija del hombre que le había "arruinado la vida" a su padre?
¿Qué debería hacer?
¿Debería dejar a su persona especial?
Inhaló y exhaló, pensamientos de todo tipo bombardeaban su mente. Se unió a sus padres en la mesa en un silencio casi ceremonioso.
— Hanamaru— la saludó su madre sin despegar la vista de su agenda.
— Madre…
— No debes usar el uniforme escolar tan tarde Hanamaru, no es un buen hábito.
— Lo siento padre…
La cena transcurrió sin que nadie hablara, el ambiente sería normal, de no ser porque ahora en Maru pesaba esa decisión, Amemiya Takami era el padre de Chika, aquel que llegaría en esos días a vivir con su familia, sería demasiada coincidencia que resultara ser otra persona, no podía negar lo evidente.
— Por cierto, ¿qué era eso que querías pedirme? ¿Es de la escuela? ¿Te hace falta algo?
— Eh… — se maldijo internamente.
— ¿Un libro?
— Yo… — la decisión debía ser tomada ya.
— ¿Qué es Hanamaru? Habla ya zura— apuró su padre.
— Yo… quisiera— se mordió la lengua —… quisiera pedir permiso para que me dejaran salir a correr por las tardes… los fines de semana zura…
— ¿Correr? Podemos comprarte una elíptica zura— el pelinegro enarcó una ceja.
— Q-Quiero hacerlo yo zura…
La mujer de cabello castaño y el hombre de ojos color miel la miraron, extrañados, pero raramente la pequeña Hanamaru les pedía algo, así que quizá podría estar bien, al final, era beneficio para su cuerpo. Se miraron y asintieron al mismo tiempo.
— Está bien, puedes ir, pero no estés dando vueltas al condado todo el día, no es bueno que te exijas demasiado, además tienes tus clases extras y el estudio— recordó su madre.
— Lo prometo zura— dijo en voz baja.
— Entonces está decidido, tienes permiso.
El resto de la comida no se habló de algún otro tema, al final sus padres se levantaron de la mesa, le recordaron lo mucho que esperaban de ella, y finalmente, se quedó sola en el comedor.
— Nunca les había mentido…— susurró en voz baja, temerosa.
¿Valía la pena?
Una vez estuvo en su habitación, dejó que todos esos pensamientos que había tenido desde que había visto a su padre explotar en semejante rabieta, se escucharan fuerte y claro. Podría simplemente decirle que ya no podían ser amigas, pero no tendría el corazón para hacerlo, igual podría dejar de ver a Chika, ignorarla cuando pasara por el patio de la preparatoria, olvidarla y seguir con su vida… Pero cada vez que se imaginaba su cara de confusión y tristeza al ser ignorada por ella, su pecho dolía. Ella no quería ignorarla, pero por el simple hecho de llevar el apellido "Takami", ya la hacía una persona indeseable en su hogar. Parecía una historia como la de Romeo y Julieta, pero no quería que terminara en una tragedia.
Tocó su mejilla, Chika le había dado un tierno beso en la tarde, sólo unos milímetros más y... Una calidez que sólo la ojicarmín podía producir en su corazón comenzó a invadirla, el cosquilleo en sus mejillas volvió; esa sensación le hizo abrazar su almohada con fuerza, intentando reprimir ese extraño sentimiento que la hacía querer gritar.
Miró su celular, había un mensaje de Chika.
Chika Takami (última vez hoy 8:00 pm)
¡Hey Maru! Hoy tendré que dormir temprano porque mañana llega mi pedido de harina, pero pasaré a verte, ¿vale? Que tengas una linda noche. Te quiero.
Eran unas simples palabras, pero ese "te quiero" siempre hacía que sonriera como si hubiera recibido la mejor noticia del mundo.
¿Valía la pena?
Por Chika…
Luchar por ella… Mentirle a sus padres para hacer florecer un amor prohibido desde que nacieron.
¿Valía la pena?
Maru (en línea)
No te exijas demasiado, te veré mañana entonces… Yo también te quiero, mucho. Buenas noches Chika.
Apagó su celular y cerró los ojos, no pasaron ni cinco segundos cuando una respuesta fue recibida.
Chika Takami (en línea)
No lo haré, que tengas una noche genial Maru. Te quiero.
Sonrió. Chika nunca la dejaba responder de última.
*Maru (en línea)
Está bien. No se te olvide llevarte la faja. Te quiero
*Chika (en línea)
Ya deja de respondeeer, siento feo de dejarte en visto.
*Maru (en línea)
Jaja, ok, está bien. Hasta mañana Chika, buenas noches.
*Chika (en línea)
Buenas noches Maru, te quiero.
*Maru (en línea)
Te quiero : 3
*Chika (en línea)
HANAMARU!
*Maru (en línea)
Jajaja, ya, ya, buenas noches.
*Chika (en línea)
Buenas noches, ya no contestes.
— Ay Chika— susurró mientras sonreía, dejó el móvil a un lado y miró el techo de su habitación.
¿Valía la pena?
… Sí. Lo valía.
Lucharía por poder decirle sus sentimientos, lucharía por ser correspondida, lucharía porque sus padres lo tomaran lo mejor que pudieran, lucharía por ser feliz… al menos por primera vez en su vida y por su propio deseo. Esa era su respuesta.
"No dejes que nuestro romance se transforme en la tragedia de Julieta,
Llévame lejos de aquí…
Eso es lo que siento"
