Bienvenidos a esta segunda serie de Juegos del Hambre de vencedores basada en el Alphaverse. Espero que disfrutases con los juegos de Wiress y también lo hagas de esta nueva historia que comienza. Si eres un lector nuevo y te gustaría leer los juegos de Wiress, los encontrarás en mi historia "El fósil de un recuerdo", si quieres saber más sobre los vencedores del Alphaverse puedes leer "Reto de los 75 oneshots" y pasarte por el blog.
Los Juegos del Hambre y sus personajes pertenecen a Suzanne Collins.
Tesela pedida por Paulys en el reto "Pidiendo teselas" del foro "El diente de león".
PRÓLOGO
-I-
Los Latier estaban siempre ocupados. No por capricho sino porque las exigencias de su trabajo así lo dictaban.
Myria Latier trabajaba en una cadena de montaje en una fábrica de armamento y munición. Era un trabajo monótono y tedioso sin mencionar que también era peligroso, pero ella ya estaba acostumbrada y resignada a ello. Su tarea consistía en testeo de calidad de las vainas de protección que acababan en las fronteras más vigiladas, el Capitolio y a veces, también en los Juegos del hambre.
Watt Latier por su parte era subordinado directo de ella. Solían estar en el mismo equipo, hasta que el jefe del mismo murió al cometer un error programando una vaina que contenía gas tóxico.
Myria obtuvo la promoción al ser según el CEO de la empresa una de las personas más inteligentes y preparadas de la plantilla, eso significaba un aumento de sueldo pero también de riesgos laborales y horas en su contrato.
Por el lado bueno, ella y Watt pudieron por fin permitirse una boda sencilla y conseguir una vivienda estatal para ambos. Por el malo, no iban a tener tiempo para el bebé que ni un mes después de la boda ya estaba en camino.
La baja por maternidad en el distrito era corta y Myria lo sabía. A penas le iban a dar tiempo para el parto y unos días más para recuperación, por supuesto esos dos no cobraría. Las empresas grandes tenían un servicio de guardería donde todos los niños de los empleados por debajo de edad escolar eran alimentados y cambiados, pero en cuanto a las necesidades de compañía y seguridad nadie se preocupaba demasiado. Los niños se quedaban por horas en sus cunas llorando, intentando llamar la atención de sus padres en vano. Al final, no les quedaba más remedio que resignarse. Nadie iba a atender su llanto, eran muchos niños y muy pocos cuidadores.
Myria estaba terriblemente preocupada en caso de que algún vapor tóxico escapase de alguna vaina y terminara dañando a su bebé y sus noches de insomnio las pasaba caminando de un lado a otro del pequeño apartamento, hablando con el bebé aunque sabía que no podía entenderla. Le podía perdón por no poder protegerlo de los males del mundo, ni siquiera cuando aún no había nacido, le contaba lo que había hecho ese día e incluso las últimas novedades. Pero tanto el embarazo como el parto fueron bien. Sin novedad.
Beetee acabó en la guardería de la empresa de sus padres. Eso fue lo primero que aprendió del mundo, igual que el resto de los bebés que pasaban por ahí. Que no importaba cuanto llorase por la sensación de desamparo de no tener a un adulto al lado que lo hiciera sentir seguro, nadie iba a ir a consolarlo.
Muchos años después en terapia con su mentor, él le explicó que esas vivencias siguen grabadas en las mentes de los que las sufren y afectan a nuestra forma de ser subconscientemente. Los humanos habían experimentado una evolución sin igual, lo habían hecho más rápido de lo que tardaban los instintos adaptarse a los nuevos tiempos. Era por eso que los bebés nacían con el instinto de llorar al sentirse solos, porque esos bebés eran los descendientes de los que sobrevivieron allá por los tiempos de las tribus nómadas, mientras que los que no lloraron no lo hicieron. Acabaron siendo la merienda de un depredador. Pero aunque el peligro ya no estaba, el instinto prevaleció y no atenderlo aumentó el nivel de estrés en los niños, lo que los convertiría en adultos inseguros, propensos a la ansiedad y la desconfianza.
Beetee en particular no sufrió esto en la medida de los demás niños. Sin que él mismo se diera cuenta de ello, había memorizado el patrón de rutina diaria de los días en que sus padres lo dejaban allí. Sabía que a determinadas horas alguien iba a ir a ocuparse de él y que al final sus padres siempre volvían a por él. Cuando fue cobrando más consciencia del mundo que lo rodeaba, comenzó a asociar más conceptos y su ansiedad se transformó en resignación. Aprendió que desde el momento en que la alarma de las seis sonaba, sus padres no tardarían demasiado en llegar. Y cuando por fin pudo erguirse y asomar la cabeza por encima de las paredes de la cuna donde estaba, comenzó a fijarse en detalles que le permitieron medir mejor el tiempo. La alarma de las dos y las tres que marcaban el inicio del fin de la comida de los empleados, la hora en la que venían a atenderlo a él o los demás niños, que solía ser siempre la misma. Le tranquilizaba intuir que los días eran guiados por una especie de ritmo casi idéntico. Era uno de los favoritos de los cuidadores porque los demás niños seguían llorando, él ya casi no lo hacía. Sólo cuando algo no iba como debía ir, como cuando sus padres se retrasaban porque habían tenido que hacer horas extra o cuando alguno de los cuidadores faltaba y los suplentes hacían las cosas en un orden que no era el habitual.
No pasó demasiado tiempo hasta que los pequeños detalles que lo diferenciaban del resto de niños se hicieron más evidentes, aunque nadie, ni siquiera él mismo se había dado cuenta de eso aún.
Sus primeros logros pasaron desapercibidos. Beetee comprendía la mayoría de cosas que los demás le decían e incluso aprendió a hablar más rápido de lo que lo hacían los demás niños y no sólo eso, ver las coincidencias entre los sonidos de una palabra y los símbolos asociados a la misma no le resultaba nada complicado.
Había un cartel con su nombre en su cuna, por lo que tenía esa información como referencia. En la cuna de la chica de enfrente había un cartel que decía "ALIA" y en el de la chica de al lado "ABIGAIL", el niño de su lado era "BERT". Esas eran las cosas en las que se fijaba cuando se aburría.
Pero pronto la magia de aquel nuevo enigma le supo a poco y el niño favorito de los cuidadores por ser el más bueno y tranquilo pronto comenzó a cambiar. A querer salir de su cuna y explorar el mundo ni bien comenzó a caminar. Memorizó la forma de bajar los barrotes y escapó unas cuantas veces. Sus aventuras duraban poco pues no pasaba mucho tiempo hasta que lo encontraban y lo devolvían a su sitio, llegando a castigarlo sin comer en ocasiones.
Y así Beetee se convirtió en el niño más problemático y ruidoso de la guardería.
-II-
—Señor Latier, la situación tiene que cambiar. Ya hemos probado todo para que su hijo se comporte como es debido y deje de poner nerviosos a los demás niños con su llanto. Si sigue así dejaremos de aceptarlo.
Los cuidadores habían enviado un mensaje quejándose de la situación, Watt sabía que ese tipo de quejas siempre acababan en la basura sin ser escuchadas, eso no era lo que le preocupaba sino que los cuidadores se tomasen la justicia por su mano y lo dejaran hambriento o sin cambiar por horas... O algo peor.
—Lo hablaremos esta noche en casa, le aseguro que arreglaremos este problema.
A Watt y Myria les costaba imaginar a Beetee portándose mal pues en casa su comportamiento era ejemplar, siendo su único motivo de queja (en ocasiones) la gran cantidad de preguntas que Beetee les hacía. A ellos cada vez les sorprendía más la forma en que se interesaba por el funcionamiento del mundo, había incluso aprendido a descifrar algunas letras de forma autodidacta. Para un niño de casi dos años eso era un logro impresionante.
—Beetee... Parece que ya no te gusta la guardería —le preguntó Myria en cuanto llegaron a casa.
Las preguntas no funcionaban demasiado bien con él, se mostraba más colaborativo si veía que los adultos lo comprendían de antemano en lugar de intentar sacarle información.
Beetee negó con la cabeza mirando al suelo.
—Me aburre mucho, mamá.
—¿Es eso todo? ¿Son los cuidadores malos contigo?
—Sí. No quiero ir más. Quiero estar con mamá.
—No puedo llevarte a trabajar conmigo cielo —respondió ella.
—¿Por qué?
Ya empezaban las preguntas.
—Es un lugar peligroso para niños pequeños.
—¿Por que?
Myria intuyó que Beetee estaba comenzando a frustrarse y lo tomó en brazos.
—Porque ya lo es para mí que soy grande y ya conozco como funciona, imagina como lo sería para ti que eres chiquito.
—Pero no me gusta estar solo.
—Lo sé, pero en la vida hay veces que uno tiene que hacer cosas que no quiere.
Ninguno de los dos sabía si Beetee comprendía del todo lo que le estaban diciendo, él se echó a llorar y Myria lo abrazó con fuerza. Tal vez fuera mejor así, nadie se salvaba en el Distrito 3 de la decepción de la vida que le esperaba. Mejor que no tuviera expectativas altas.
Watt y Myria intercambiaron miradas en cuyo trasfondo había tristeza y de repente, él tuvo una idea. Podría darle algo para que pasara el tiempo. No un juguete porque siempre los perdía, los padres de los otros niños creían que los cuidadores los robaban para revenderlos pero tal vez podría escribirle en una hoja algunos ejercicios para que progresase más rápido en su aprendizaje. Ya había pensado en enseñarle él mismo. Eso es lo que haría, y por la mañana Beetee se llevaría ejercicios para resolver mientras esperaba.
El plan funcionó. Los ejercicios fueron aumentando en complejidad conforme él aprendía cosas nuevas y los cuidadores no volvieron a quejarse.
-III-
A los cuatro años cuando llegó el momento de entrar a la escuela, ya sabía leer y escribir con fluidez, a parte de aritmética básica y un poco de álgebra. Beetee comenzó esa nueva etapa con curiosidad y ganas de aprender, sus padres le habían comprado un set de material escolar nuevo y tenía muchas ganas de estrenarlo. Pero no todo fue tan bien como él imaginó...
—Primero aprenderemos las vocales —dijo el maestro después de presentarse.
Escribió las cinco vocales en una pizarra digital y las pronunció señalándolas una por una. Cinco minutos después Beetee ya estaba mortalmente aburrido. Terminó de hacer los ejercicios el primero y como debía esperar a que los demás niños terminasen comenzó a garabatear en la última página de su libreta. Aguantó como pudo las tres horas hasta el recreo. Toda la clase fue conducida al patio, a la zona de los niños más pequeños donde había unos columpios y un tobogán. Todo era una decepción tras otra los niños de su clase ya habían comenzado a formar grupos pero él no tenía ninguna gana de ir con ellos. Después de darse una vuelta por el patio abrió la puerta en la vaya que los separaba del resto de los niños y se fue a explorar. Los chicos mayores se portaban diferente, no corrían ni gritaban, se sentaban en pequeños grupos y conversaban en calma. Aquel ambiente le gustaba mucho más. Dio la vuelta al edificio y llegó a una esquina apartada sin salida con dos fuentes donde los niños iban a beber y rodeada de una tapia junto a la cual crecía una hilera de eucaliptos que la semi ocultaba.
Ahí encontró a su nuevo amigo. Estaba sentado en el pequeño escalón de la tapia sucio de hojas de eucalipto y frutos caídos que desprendían un olor mentolado. El chico escribía frenéticamente en una libreta, estaba tan concentrado en su labor que no vio al niño pequeño que se ponía a su lado a mirar lo que hacía hasta que hubo pasado un buen rato.
Beetee observó todos y cada uno de los problemas matemáticos sin comprender nada de nada.
—¿Qué haces? —preguntó con curiosidad al chico.
—¿Qué haces tú? —respondió él—. Un alumno de educación infantil ni siquiera debería estar aquí. Vuelve a tu área antes de que te metas en problemas.
—No me gusta estar allí —respondió con calma—. ¿Qué es eso?
Señaló uno de los problemas que el chico ya había resuelto.
—Ecuaciones diferenciales —dijo cada vez más sorprendido—. Eran la tarea del descanso estival pero la olvidé en mi taquilla y debo entregarla a última hora o estaré en problemas. Ahora déjame terminarla.
Pero Beetee sentía tanta curiosidad por lo que hacía que se sentó a su lado, mirando hacia la libreta. El chico se encogió de hombros y siguió haciendo los deberes. No se movió de su lado hasta que terminó el descanso y tuvieron que volver.
-IV-
—¿Cómo fue tu primer día? —le preguntó Watt a su hijo cuando el autobús lo dejó en la parada de la calle donde vivían.
Beetee se había pasado el día escribiendo las vocales en una hoja una y otra vez. No había sido nada productivo.
—Aburrido —contestó—. Papá, ¿Me enseñas a hacer ecuaciones diferenciales?
Watt frunció el ceño pero luego no pudo evitar echarse a reír.
—¿De donde has sacado eso?
—Ritchie me las mostró.
Sin duda esperaba que a Beetee le costara más socializar, era una buena noticia.
—¿Ya has hecho algún amigo de tu clase? ¡Me alegro!
—Ritchie no va a mi clase, tiene 12 años y está preparándose para entrar a ingeniería electrónica.
Esta vez, Watt se quedó sin palabras.
—Hijo... —murmuró cuando recuperó él habla—. ¿Qué es exactamente lo que has hecho en clase?
—Escribir las vocales una y otra vez. Y mañana vamos a hacer lo mismo... Papá creo que no me gusta la escuela.
—Pues es una pena, porque vas a tener que ir todos los días por algunos años.
No pretendía desanimarlo, sólo mostrarle cómo iba a ser la realidad. Incluso cuando terminara los estudios y le asignaran un trabajo, las posibilidades de que fuera monótono, peligroso o nocivo para la salud eran altas.
Pero no era ese el único pensamiento que rondaba su mente ni el más preocupante. ¿Era normal que su hijo se estuviera sintiendo así a esa edad? Sabía que no, y que su elevado nivel de inteligencia, su don, era lo que lo iba a hacer más infeliz en la vida en un distrito que trata a todos sus habitantes por igual, como si fueran copias de una misma unidad de mano de obra fabricadas en serie. Beetee estaba comenzando a darse cuenta de lo injusto que era el mundo. No podía protegerlo de eso.
Sintió la mano de su hijo aflojar el agarre de la suya a la vez que bajaba la vista al suelo.
—A papá tampoco le gusta ir a trabajar todos los días y tampoco a mamá. Pero tenemos que hacerlo. Así es como funcionan las cosas... Pero puedo seguir escribiendo ejercicios para ti, puede que las ecuaciones diferenciales estén en un nivel demasiado avanzado, pero algún día llegaremos ahí.
Y Beetee olvidó por un momento la escuela y decidió que eso le valía igual.
-V-
—¿Sabes dónde puedo encontrar a Ritchie?
Las gafas de la chica se resbalaron a la punta de su nariz, parpadeó un par de veces antes de responder al niño que a penas le llegaba a la cintura.
—Ritchie debe estar en el sitio de siempre. ¿Quién eres y por qué lo buscas?
En medio del vestíbulo del edificio donde estudiaban los chicos mayores, Beetee llamaba la atención. Varios de los estudiantes que iban y venían se le quedaban mirando, a él y a la chica.
—Soy un amigo suyo.
La chica frunció el ceño.
—¿Un amigo? ¿En serio? Pues me parece difícil de creer.
Beetee no supo qué contestar a eso. Se quedó ahí parado, superado por la situación. La chica suavizó su tono de voz.
—Esto es muy raro, pero te llevaré hasta él. ¿Qué podría pasar?
Resultó que Ritchie estaba en el balcón de la biblioteca, usado por los estudiantes que no alcanzaban a encontrar sitio adentro. Cuando Beetee pasó lo miró como si no pudiera creerlo.
—¡Tú! ¡¿Qué...?! ¡¿Cómo has llegado aquí?!
—He preguntado por ti —respondió—. Mi papá me puso unos ejercicios, igual que tú. ¿Puedo hacerlos aquí contigo?
Ritchie no supo como ni por qué negarse.
—Haz lo que quieras... ¿Pero por qué no te vas con los niños de tu clase?
—Me gusta más estar aquí —respondió dejando sus cosas sobre la mesa.
Como notó que no llegaba a la misma, Beetee volvió adentro, se llevó dos pesados tomos de enciclopedia uno tras otro y los puso en el asiento antes de trepar a la silla y sentarse. Ritchie observó todo el proceso casi sin parpadear, permaneciendo así mientras Beetee sacaba un bolígrafo del estuche y abría la libreta.
—¿Qué pasa? —dijo Beetee levantando la vista.
—Nada, nada.
Y no pudo evitar sonreír. El niño había decidido quedarse allí con él por alguna razón que no comprendía. Se preguntó qué habría sido de él si no lo hubiera encontrado ayer bajo los eucaliptos. Él estaba ahí por casualidad ese día, sólo porque su sitio habitual había sido ocupado por un grupo de chicos de primer curso de estudios de segunda fase. De no haber ocurrido eso jamás se hubieran encontrado. Ritchie echó un vistazo a los ejercicios de Beetee. Estaba haciendo raíces cuadradas, cada vez estaba más claro que se trataba de alguien altamente inteligente. Podría llegar muy lejos, ser una de las personas que más cobran en un distrito que está en la cola de los más pobres, justo por delante de los distritos periféricos, el 9, 10, 11 y 12. Podría ser el privilegiado que él se esforzaba en ser y con una fracción del esfuerzo que él le estaba dedicando.
Su compañía no le molestaba, no era un chico entrometido, y a pesar de su propósito de aislarse de todos y no formar amistades con nadie, Ritchie decidió aceptar a Beetee. No sería elegible hasta dentro de ocho años. Estaba seguro.
—Si necesitas ayuda, tan sólo dímelo —dijo antes de reanudar la atención a su temario de fundamentos de la mecánica.
—Gracias —contestó Beetee.
Y por los siguientes años, todo fue bien para ellos. Se reunían a la hora del recreo y estudiaban juntos.
Para Beetee ese era en realidad su verdadero aprendizaje.
-VI-
La primera vez que sus padres le hablaron abiertamente sobre los Juegos del Hambre, él tenía cinco años. Él sabía de su existencia y constantemente hacía preguntas que sus padres esquivaban. El hecho de que parecía ser un tema tabú, sólo alimentaba su curiosidad.
—¡Ahí está Ritchie! —exclamó señalando al sector de los chicos de trece cuando fue captado por las cámaras.
En el escenario, la alcaldesa leía el Tratado de Traición junto a la extraña mujer de rastas naranjas y piercings por todas partes llamada Gem.
—¿Por que visten tan raros en el Capitolio, papá? —preguntó Beetee.
—Porque Panem está muy mal repartido. Así que ellos tienen mucho tiempo libre y mucho dinero y nosotros muy poco.
—¿Por qué?
—Porque perdimos la guerra, hijo mío. Perdimos... Muchas cosas. Y es por eso que se celebran los Juegos del hambre, como castigo por comenzarla.
Watt tenía la edad de su hijo durante los días oscuros. Por aquel entonces tampoco comprendía lo que estaba pasando, el terror de la primera generación de chicos y chicas cosechables era mayor entonces. Beetee había nacido en una realidad donde los Juegos eran ya un evento anual. Le parecía triste que se hubiera normalizado, que los ciudadanos que vivirán la cosecha pero no los días oscuros recibieran esa posible condena a muerte con resignación. Un castigo que en realidad no era para ellos sino para sus padres.
Ellos sólo eran un simple medio. Era tan retorcido que daba náuseas.
—¿Yo podría acabar ahí? —dijo Beetee—. ¿Ritchie va a acabar ahí? ¿Se va a morir?
—Beetee... —comenzó a decir Watt, pero Myria lo cortó.
—Podrías acabar ahí hijo, la posibilidad es muy pequeña pero existe. Aunque ahora no eres elegible, un día lo serás así como yo y tu papá también lo fuimos. Ritchie, él también podría ir a los Juegos, si su nombre no sale este año tal vez lo haga el siguiente o el siguiente. Si saliera su nombre... Sí, muy posiblemente moriría. En unos años puede que no, pero a esta edad... Nadie ha ganado.
Gem sacó un papel de la urna de las chicas, la elegida salió del sector de los diecisiete, se demoró un poco cuando sus amigas la abrazaron rompiendo a llorar pero subió cuando Gem comenzó a aclararse la garganta frente al micrófono.
—Que seas cosechado no significa que vayas a morir —dijo Watt—. El año que tú naciste el Distrito 3 ganó los Juegos.
—Pero aunque ganes no significa que seas el de antes, mira Doka. Perdió su pierna y ver morir a los chicos que cuida la está matando poco a poco. Ojalá pronto salve a alguien, al menos para que no esté sola...
Gem se movió hacia la urna de los chicos y los Latier guardaron silencio, conteniendo la respiración, pensando en Ritchie...
El nombre de la tarjeta pertenecía a un chico de dieciocho años de ropas humildes y demasiado delgado para su edad como venía siendo lo habitual. Familias pobres con muchas teselas eran las que acababan en los Juegos por norma general.
—¿Ves? Ritchie se salvó —dijo Watt—. Las posibilidades de salir cosechado son muy pequeñas en realidad. Según las encuestas es más probable morir en un accidente laboral que morir en la Arena. Además, vamos a hacer lo necesario para que nunca tengas que pedir teselas por lo que tus posibilidades serán siempre las mínimas.
—Gracias, papá —dijo Beetee ya no tan nervioso mientras miraba a los tributos de la vigésimo séptima edición ser conducidos por su escolta y un grupo de agentes de la paz al edificio de justicia, deseando que uno de los dos volviera con vida.
Pero no lo hicieron.
-VII-
El día que conoció a Ritchie, a Beetee le pareció casi un adulto, pero conforme se acercaba a esa edad se le hizo evidente que era una percepción exagerada. A punto de cumplir los once, su último año de seguridad, Beetee seguía viéndose como un niño, y estaba seguro que en un año no iba a cambiar.
Ritchie estaba a punto de graduarse y comenzar a trabajar. Su última cosecha acababa de pasar. Ya podía respirar tranquilo porque no iría a morir a los Juegos. La fiesta post cosecha de los chicos de dieciocho era esa noche, pero Ritchie no iba a asistir. El examen final era la semana que viene. Las clases terminaban a la espera de los resultados y los chicos eran asignados en empresas según su formación y nota. Ritchie se había colocado entre los primeros de la promoción a base de esfuerzo y dedicación, en el fondo sentía algo de envidia por Beetee, a quien no le costaba a penas aprender y memorizar cualquier cosa y que ya sabía más sobre su propio temario que él mismo. Lejos estaban los días en que Ritchie lo ayudaba a él, ahora era al revés.
—Podrías haber escogido la misma rama de especialización que yo —le dijo Ritchie tras la sesión de estudio, cuando se pusieron hablar sobre los planes futuros de cada uno—. Con todo lo que sabes ya sobre ingeniería electrónica serías el primero de la promoción hasta la graduación. Es más seguro que si te presentases ahora al examen sacarías mejor nota que muchos.
—Precisamente por eso no la escogí. Quiero probar algo nuevo. Mis padres querían que escogiera ingeniería armamentística. Dijeron que me podrían ayudar con el refuerzo que necesito, pero investigar y contribuir al avance tecnológico me atrae más que caminar por una ruta que ya otros crearon.
En esos años de amistad habían cambiado muchas cosas, la miopía de Beetee empeoró y comenzó a usar gafas, nació su hermanita y una chica pidió salir a Ritchie aunque él la rechazó diciéndole que se prometió a sí mismo no salir con nadie hasta que pasase su última cosecha, sin importar cuanto le gustase la chica. Quizá tras la publicación de los resultados podría buscarla si es que ella seguía interesada. Ya era hora de retomar la vida social.
Sin embargo, Beetee sería elegible el año siguiente. La realidad se hizo evidente para Ritchie en ese instante. Lo iba a extrañar, había sido su amigo durante gran parte de la secundaria y estudios superiores. Pero bien pensado... Quizá el estar alejados era algo bueno. No quería perder a nadie más en los Juegos.
Ese mismo año había tenido lugar la victoria de Coriolanus Snow el hijo del difunto presidente en las elecciones. De los cuatro candidatos él fue el único que sobrevivió, dos de ellos murieron envenenados y una tercera ejecutada por intentar matar a los otros tres.
La gente de los distritos tenía la esperanza de ver los Juegos abolidos por un cambio de gobierno, uno de los candidatos incluso lo tenía en su programa, pues en los últimos años habían comenzado a surgir grupos de capitolinos en contra de ellos. Desgraciadamente para ellos, ese candidato no era Coriolanus y los Juegos del Hambre iban a continuar.
—Ingeniería armamentística —murmuró Ritchie—... Es la rama que menos me gusta. Básicamente creamos objetos para que ellos usen contra nosotros.
—Lo sé. Esa era otra de las razones, pero es la que mejor paga y de la que menos plazas hay, por eso mis padres la eligieron.
Se quedaron en la biblioteca hasta la hora de cerrar, sabiendo que podría pasar mucho tiempo hasta que volvieran a verse otra vez.
La despedida frente a la parada del autobús fue más difícil de lo que ambos pensaron que sería.
—Buena suerte Ritchie, que puedas alcanzar tus metas.
—Gracias, Beetee... No salgas cosechado.
—Eso no creo poder controlarlo.
—No pidas teselas.
—No pensaba hacerlo.
—Bien.
Cada uno entró a su correspondiente autobús que los llevaría de vuelta a casa. Una vez sentado en una de las últimas filas, Beetee se quedó mirando el otro autobús mientras el suyo se alejaba del edificio dando paso a las dos semanas de descanso antes del nuevo curso. No volvería a verlo hasta varios años después, supo que aprobó porque la lista de resultados aún estaba ahí cuando regresó, pero por lo demás era como si se lo hubiera tragado la tierra.
-VIII-
Las posibilidades de salir cosechado son muy pequeñas en realidad. Según las encuestas es más probable morir en un accidente laboral que morir en la Arena. Además, vamos a hacer lo necesario para que nunca tengas que pedir teselas por lo que tus posibilidades serán siempre las mínimas.
Mientras recogía sus cuatro primeras teselas, Beetee no se pudo sacar aquellas palabras de la cabeza. El plan de sus padres era bueno, lo que no habían tenido en cuenta eran los imprevistos de la vida.
A nadie le gustó cuando por culpa de un intento de revuelta originado en el Distrito 8 y que amenazaba con expandirse al 7 eligieron al equipo de Myria Latier entre otros para viajar a la frontera y modificarla, dejando un espacio de tres kilómetros de tierra de nadie entre ambos distritos el cual estaría sembrado de vainas.
Iba a ser medio año de trabajo durante el cual, Beetee y Gina irían a vivir a la casa de la hermana de Watt, que trabajaba en un laboratorio de investigación de implantes robóticos corporales, pero al final, Myria solicitó no formar parte del proyecto, ya que su hija era aún muy pequeña. No pensó que la escucharían, porque por norma general suelen ignorar ese tipo de peticiones, pero sorprendentemente le permitieron quedarse solo a ella. No habría necesidad de mudarse, entre ella y Beetee cuidarían de Gina.
Pensando en que ese viaje lo cambió todo, Beetee se dirigió a casa con la mochila llena de las raciones del mes, cuatro kilos de arroz, seis de harina de pan y un litro de aceite. Ahora era su madre la que debía mantener a los cuatro, desde que el fulgor de la vaina cegadora le quemó las retinas al equipo entero al activarse por error.
Esa era la única forma que tenía Beetee de contribuir en casa, apostando con las posibilidades de salir cosechado. Pero era un distrito pobre, la mayoría de los chicos pedía teselas. El no pedir te libraba prácticamente de morir en la Arena, después de hacer unos cálculos aproximados Beetee llegó a la conclusión de que sus posibilidades seguían siendo ínfimas. En los primeros años al menos. Comenzaría su primera cosecha con cinco, las mismas que tendría a los diecisiete de no haber solicitado teselas. A los trece años, esas cuatro papeletas de más se doblarían, sumando ocho mas las dos que le correspondían por año haciendo diez, las ocho serían dieciséis a los catorce años, ese año tendría diecinueve en total. Y eso teniendo en cuenta que no fuera a pedir más. Lo cual muy posiblemente acabaría pasando. Cuanto más iba subiendo, menos quería pensar en eso, por el lado bueno, ese año no iban a morirse de hambre. Porque de eso es de lo que iba todo al parecer, de ser creativo para subsistir.
Nunca dejaría de hacerlo mientras viviera.
Las clases iban tan lentas que Beetee podría saltarse una semana entera y aún así comprender todo. Eso le permitía manejar ese tiempo extra en cosas más productivas como vagar de fábrica en fábrica buscando chatarra para una anciana que la reparaba y la revendía. Circe vivía con sus dos rottweilers en una chabola creada por ella misma con material desechado, tenía a varios chicos a su servicio pero Beetee era el que más tiempo le dedicaba al empleo por lo que era el que más cobraba. No tardó mucho en aprender el oficio aunque se guardaba de que Circe lo supiera pues era muy celosa con su área de clientes y no quería competidores.
Por supuesto, sus padres no sabían nada. Ellos pensaban que su hijo asistía todos los días a clase, resignado al hecho de que Watt no podría escribirle ejercicios avanzados y Myria estaba demasiado ocupada para hacerlo.
Pronto se asentó tanto en esa rutina que comenzó a odiar la escuela e ir cada vez menos. Al final, lo que lo iba a mantener vivo era ganar dinero ya para no tener que pedir más teselas. Quizá podría haber hecho un esfuerzo, intentar conseguir algo de ambición, una meta que lo motivase a pasar las partes tediosas. Pero lo que le esperaba tras su graduación no lo motivaba. Tal vez Ritchie podría haber encontrado alguna razón por él, pero decidió alejarse. Tal vez sus padres como siempre hubieran podido ser unos buenos consejeros como siempre, pero Beetee quería por una vez ser autosuficiente, no depender siempre de ellos ni cargarlos con más preocupaciones.
Y por eso no dijo nada.
En casa, Watt y Myria solían comentar que su hijo era cada vez más callado, sospechaban que pasaba algo con él, pero por mucho que intentasen hacer que se abriese a ellos, sus intentos padecían surtir el efecto contrario.
Se estaban acercando esos años difíciles de la adolescencia, pensaron que podría ser posible que Beetee pasara por ellos prematuramente, igual que todo lo demás.
Y por eso no le dieron más importancia de la que deberían haberle dado.
No se darían cuenta de su error hasta que no fue demasiado tarde.
-IX-
—¡Un historial criminal! —gritó Myria una vez llegaron a casa—. ¡Me hacen salir del trabajo para ir a buscarte al calabozo del Edificio de Justicia! ¿¡Quién sabe lo que se me pasó por la mente cuando recibí la llamada!?
—¡Está bien! ¡Yo me lo busqué! —contestó Beetee aún angustiado y furioso por la forma en que lo habían descubierto y por la vergüenza que hizo pasar a su familia.
—¿¡Que está bien!? ¿¡Sabes que esto afectará a tu vida laboral futura!? ¿¡Comprendes que tus calificaciones no han sido las mejores últimamente y que tu futuro pende de un hilo!?
—¡Tal vez ni siquiera tenga un futuro, porque si sigo pidiendo teselas no llegaré a los diecinueve!
—Beetee, no hables así a tu madre —intervino Watt con firmeza.
Él raramente levantaba la voz, pero la situación se estaba yendo de las manos, su rebeldía se estaba volviendo incontrolable. Su hijo no contestó, lo oyó alejarse con pasos enérgicos y dar un portazo al pasar a su habitación.
—¿Está Bit en problemas? —preguntó Gina, su cara perdió color tras presenciar la discusión.
—Lo estará si sigue así —contestó Myria yéndose tras él.
Desde el otro lado de la habitación, la silla que Beetee había colocado tras el picaporte, impidió que la puerta se abriera.
—¡No sabes lo afortunado que eres porque sólo te hayan pillado intentando entrar en propiedad privada y no sustrayendo nada! ¿¡Sabes que muchas de esas zonas son área restringida!? ¿¡Sabes que podrían acabar encarcelándote o ejecutándote!? ¿¡Pensar que eres un espía!?
El comentario le molestó y sintió ganas de replicar pero se contuvo. Tras un silencio, Myria habló de nuevo.
—Te has hecho otro tatuaje, ¿verdad? No te molestes en mentir, lo he visto antes. ¿Por qué? Todos van a creer que eres un delincuente.
Ahí se volvió a morder la lengua. Arreglar aquella aguja tatuadora hiperprecisa fue uno de sus grandes logros. Lo hizo para una de sus compañeras en la búsqueda de chatarra, una mujer que había sido expulsada del plan laboral estatal por su bajo rendimiento y que sobrevivía con lo que le daba Circe de la chatarra y pintando cuadros con pigmentos caseros que trataba de vender en el centro comercial de la parte acomodada del distrito. Beetee sintió ganas de decirle a su madre que no hablase de lo que no sabía. Fue él quien tras conseguir hacer funcionar la aguja, se prestó voluntario para probarla. El castillo en lo alto de una montaña delante de una luna creciente fue su primer tatuaje. Leyre no le cobró como agradecimiento por haberle proporcionado una nueva forma de ganarse la vida. Beetee sintió que hizo algo bueno pero sus padres no se lo tomaron tan bien.
Varios días atrás, Leyre le informó que su negocio iba bien gracias a él y que había decidido dejar la chatarra, esto entristeció a Beetee y ella decidió hacerle otro tatuaje como símbolo de su amistad.
Tres triángulos superpuestos en el antebrazo, el primero negro intenso y los dos siguientes progresivamente más claros. Le quedaban tres cosechas por pasar y la vida que le esperaba después lo agobiaba. Pero atesoraba esos momentos con sus compañeros de la chatarra. Sólo eran gente que buscaban subsistir a su manera, fuera del plan estatal por un motivo u otro. Los admiraba incluso.
—Déjame en paz —dijo Beetee, poniéndose los auriculares y enchufándolos a la obsoleta computadora que encontró tiempo atrás y la cual decidió conservar en lugar de entregar a Circe. Tenía la habitación llena de cachivaches variados que le gustaban y cuyo origen Watt y Myria preferían no saber.
Ella se quedó un rato más en la puerta, intentando hacer que su hijo entrase en razón. Pero no podía alcanzarlo. Ya no. A su mente vino una de aquellas noches de insomnio en las que le hablaba a su bebé, prometiendo que lo protegería de los males del mundo.
Claramente había fracasado. Dichos males ya le habían afectado sin que ella pudiera detectarlo a tiempo.
Y así el año pasó, con Beetee distanciándose cada vez más de su familia, que por momentos desistía de seguir llegando a él.
Hasta que en su penúltima cosecha, teniendo Beetee diecisiete años, todo cambió.
Bueno, hasta aquí el prólogo. Dije que sería diferente porque así es como me vino la idea. Este Beetee es algo más inusual, pero creo que le queda muy bien al personaje. Por supuesto esa es mi opinión. Dicen que muchos chicos superdotados fracasan en los estudios.
El resto del fic será en primera persona desde el POV de Beetee principalmente.
Espero que les guste :)
