Sexo

C.C disfrutaba de un descanso en el séptimo paraíso del sueño cuando la puerta de la habitación se cerró con fuerza y logró arrancarla de los brazos de Morfeo. Desde luego que estaba furiosa y no hubiera dudado en arrojar un par de palabras altisonantes al causante de no haber sido por la segunda voz que acompañaba a la perteneciente a la de su aliado. Tal vez sería interesante escuchar un poco.

—¿Entonces me dejarás hacerlo o no?

—Siéntete privilegiado, no dejo que cualquiera me toque, Suzaku.

—Sí, sí. Apúrate que lo que tengo en mis pantalones está comenzando a lastimar.

La peli verde pasó saliva con dificultad. En ocasiones sentía que el paso de los siglos hacía estragos en su mente. Limpio sus oídos con el dedo meñique para quitar la cerilla que posiblemente modificaba el sonido que entraba por ellos, pero nunca estuvo lista para lo que se avecinaba.

—Ni tú ni los estilistas entienden ¡solo la puntita, imbécil! —Gritó indignado Lelouch.

La joven se sintió a desfallecer. El sonrojo que hasta poco se limitaba a un tenue rosado se tornó carmesí con toda la intensidad de la sangre que se acumuló en su rostro, casi dejando el resto de su cuerpo seco y paralizado.

—Solo corté un poco de cabello y ya estás de llorón.

—Es MI cabello del que estamos hablando.

—¿¡UN ESTÚPIDO CORTE DE CABELLO!?

El castaño y el peli azabache guiaron su mirada perpleja al humilde armario en el rincón más profundo de la habitación. Una agitada bruja de cabello poco común sostenía una expresión furiosa que coloraba su rostro de un tono más intenso que el del afrodisiaco jitomate con el que se hacían las pizzas.

Ambos amigos intercambiaron miradas cuestionándose el uno al otro qué era lo que debían hacer. El mejor estratega y el mejor soldado del mundo entero estaban congelados y sin idea alguna de lo que estaba sucediendo. Es por eso que cuando un par de botas de tacón de aguja se dirigían hacia ellos, lo único que entendieron con certeza es que debían correr tan rápido como pudieran.