Naruto y sus personajes son propiedad de Masashi Kishimoto.


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Debía admitir que estaba pasándolo de maravilla como espectadora de estos exámenes chunnin.

Ella y los demás ninja de su generación tenían una relación bastante estrecha con los de la generación del ahora Hokage, Naruto Uzumaki. Ver a los que alguna vez fueron mocosos aterrorizados por sus "peculiares" métodos cuando fue examinadora de los exámenes, convertidos en adultos experimentados y tomando su antiguo puesto le causaba bastante gracia. Y por qué no decirlo, un inexplicable orgullo.

Pero ver a los hijos de esos mocosos demostrando sus habilidades era una cosa totalmente distinta. Lo había estado esperando desde hacía tiempo, y francamente no se había decepcionado. Como una persona que disfrutaba de la letalidad con euforia, estaba entreteniéndose como nunca viendo esta ronda de la prueba.

Los jóvenes genin sí que estaban dando un buen espectáculo.

Disfrutaba en compañía de sus amados dangos, mientras analizaba a los mocosos y sus movimientos, y algunos la habían sorprendido bastante. Se sintió levemente enojada cuando vio la pelea de su pequeña favorita, Chōchō, pues el niño de la arena que parecía ir a una fiesta de disfraces con esa fea capa y su graciosa marioneta de huesos la había destrozado en cuestión de segundos. "Mocosa tonta" pensó, mientras masticaba su tercera ración de dangos, "No te doy consejos para que los dejes tirados". Sonrió con sorna, pensando en la buena reprimenda que le daría cuando terminaran los exámenes, y los dangos que le tendría que comprar en castigo por descuidada si no quería que ella le revelara a su padre lo "bello y misterioso" que encontraba a su excompañero de la academia, Mitsuki. Chōji no estaría muy feliz de escuchar esas noticias.

A decir verdad, ella tampoco lo estuvo cuando Chōchō se lo comentó una vez que estaban comiendo juntas en su puesto favorito. Aunque en un principio se burló de la Akimichi por sus comentarios de poeta fracasada, y sabía que no era más que un tonto amor platónico de niña, algo en ella se removió cuando pronunció con sobreactuada dulzura el nombre del susodicho. Mitsuki, a secas, el chico que venía de fuera de la aldea.

No era más que un niño, un chiquillo que no podría hacerle ningún daño ni aunque quisiera, pero involuntariamente surgía en ella un casi imperceptible estado de alerta cuando estaba cerca. Era como si hubiese una barrera que, inexplicablemente, le impedía al joven de cabellera azul ser de su confianza. No podía decir con certeza que era, pero algo en él le incomodaba. Terminó por convencerse de que eran sus ojos, muy parecidos al de cierta persona non grata para ella, y lo dejó pasar sin más, pues sería estúpido pensar demasiado en banalidades que involucrasen a pequeños genin.

Pero cuando Anko vio a ese shinobi de la nube siendo derrotado por unos brazos inhumanamente largos y pálidos, extendidos metros y metros como si fueran de goma, la pequeña molestia se volvió un enorme nudo en su estómago y en su garganta. Al mismo tiempo, su mano se posaba involuntariamente en su, ahora, níveo cuello. Era un reflejo, supuso, al que su cuerpo se había tristemente acostumbrado.

"No puede ser posible", fueron las palabras que sus labios murmuraron temblorosamente en una voz casi inaudible, pasando desapercibida entre tantos gritos de alegría y vítores del público presente. No podía ser realmente posible.

Sus ojos, su piel, esa inconfundible transformación de las extremidades de su cuerpo. Tenía, bizarramente, sentido.

Pero lo bizarro y lo impensado siempre habían sido parte de él. Anko lo sabía muy bien.

Parecía ser que, al final, nunca podría ser totalmente libre de su recuerdo.