I. Falacias
Kisame e Itachi iban caminando.
Era un brillante y seco día en el cálido desierto que servía de antesala para Sunagakure.
Oh, sí. Los extenuantes días malgastados en misiones estúpidas, las cuales Itachi adoraba. No es que fuera aficionado en desperdiciar el tiempo que jamás volvía. Al contrario. Viajes así revitalizaban su pobre alama. Porque Akatsuki era una cueva húmeda, de dimensiones limitadas, donde todos gozaban de nula intimidad [Pein no creía en la paredes… sólo para su habitación]
Sobre todo estaba cansado de los artísticos experimentos de Deidarita que, con puntualidad inglesa, comenzaban a las cuatro y cinco de la mañana y culminaban cuando al piromaniaco se le daba en gana. Pero aun así lo apreciaba. Le consideraba un igual; por lo tanto merecía el privilegio de vivir. Y como le quería tanto, una noche pasaría la línea de gis que dividía sus recámaras e intentaría estrangularlo con su propia almohada, sólo hasta el límite de la agonía. Matarlo sería malo e inhumano e Itachi no quería parecerlo. Y eso quedaba claro, puesto que no había asesinado a su hermanito. No señor, eso habría sido malo y cruel. Algo imperdonable. Sasuke se merecía una existencia llena de odio y amargura, algo que sólo un ser amado merecía.
—…Como el abuelo del pelado del kiosco, ¿Supiste? ¡Pobre! Claro que ya tenía noventa y tres cumplidos y no le hacía caso al médico. Parece que se bajaba sus buenos tintos. Además en agosto del año pasado...—Itachi tenía la educación suficiente como para fingir escuchar. Kisame siempre decía lo que pensaba, pero rara vez pensaba lo que decía. Como Sasuke.
Para simplificar sus relaciones: Itachi dejaba de prestar atención desde el ´ ¡Hola, Itachi-san! ¿Nos vamos?´
Vagar por el desierto por un encargo ya olvidado era trabajo sencillo. Se necesitaban dos piernas, dinero, y un título acreditado en ninjutsu [nivel gennin aceptado] para defenderse de bandidos a pie que generalmente entorpecen las misiones en los juegos de PS2.
Estaba en esas Itachi cuando pasó eso.
Sin intermitentes, el acalorado Uchiha se detuvo. Kisame no se dio cuenta hasta medio metro más, cuando sintió su atmosfera ligera. Y esa sensación se creaba cuando Itachi no estaba. Así que era la primera vez que la experimentaba.
— ¿Itachi-san? Aún nos falta medio camino. Me gustaría llegar para la cena—intervino su compañero.
Itachi no hizo caso. Respiró profundamente. Abrió y cerró la nariz dos veces, para luego voltear con todo su cuerpo a la derecha.
— ¿Qué pasa? ¿Algo malo?
—Sssssh… —sentenció el Uchiha mientras inclinaba su cabeza un poco, en un afán de escuchar mejor.
—Claro. Si quieres silencio no hay problema. Yo no soy de esas personas a las que se les pide cerrar la boca y simplemente siguen hablando y hablando. Esas personas son irritantes. Como Deidara, el habla hasta por las manos. Me cae mal. ¿Te conté? Estábamos guardando los adornos navideños en el ático cuando me dijo… —Itachi le puso la mano en la boca. Agachó a Kisame para que quedaran en la misma estatura y con cara de esquizofrénico, balanceando sus pupilas de lado a lado, pronunció:
—Calla. Está cerca.
Acto seguido Itachi echó a correr; aún y cuando ya estaba cansado alcanzó su objetivo en menos de un minuto.
Y ahí estaba.
En una caja.
El solito.
Declamando lo único que sabía:
´Miaw´ Según traducciones occidentales.
´Nya´ Según los japoneses.
Itachi pensó sin pensar, como un reflejo: Gatito.
Se agachó y lo miró.
El gatito lo observaba con sus ojitos maquiavélicamente tiernos; mostrando su carita peluda, rasgando la caja para salir y saciar su curiosidad. Maullaba con ese tonito desesperado que los gatos suelen usar para chantajear humanos.
— ¿Tienes hambre, bonito? ¿eh?
¿Se les antojaría Kisame?
Sería una solución rápida y eficaz.
Comprobando que no lo atacaría, Itachi acercó la mano y lo acarició en la cabecita. El animalito cerró los ojitos y ronroneó de complacencia. Itachi sonrió.
—Te gusta, ¿verdad, desgraciadito? Eres un facilote.
Kisame solo veía una figura negra con nubecitas rojas agachada diciendo cosas bonitas.
— ¿Y eso? ¿Son gatos?
No, son palomas con mucho pelo.
—Afirmativo, mi querido colega.
— ¿Estás seguro?—Kisame titubeó y no se acercó.
Tan seguro como que Sasuke ya debería casarse con Naruto o morir de una buena vez.
—Animalia, chordata, vertebrata, mammalia, theria, placentalia, carnívora, feliforma, felidae, felinae, felis silvestris domesticus, cola, bigotes, adorable, tiene ronrón y alguien lo despreció puesto que está abandonado en el desierto. Sí, reúne todas las características como para ser clasificado como gato.
—Entonces no me lo acerques: soy alérgico.
Ups. Qué pena. Y eso que Itachi tenía pensado compartir el milagro gatuno con Kisame llevándoselo. Lo tomaría de los bracitos, dejándole las patitas traseras al aire. Ni hablar. Ya sería en otra vida.
Itachi volteó y lo miró con odio.
—No es mi culpa. —se defendió su compañero, encogiéndose de hombros.
—Sólo un ser monstruoso lo dejaría ahí. —continuó Itachi decidido a ignorar a Kisame. Continuó presentando su mano al gatito.
Y mientras Itachi estaba feliz con su gato, Kisame retrocedió y para distraerse contempló su medio ambiente.
El desierto tenía una belleza muy singular, algo pesada de sobrellevar, pero valía la pena soportar sus inclemencias para apreciar los quilates en polvo que formaban espejismos al horizonte. El desierto era un cadáver floreciente de vida.
Kisame suspiró. Le habría gustado tener autoridad para arriesgarse al perímetro gatuno, jalar a su compañerito de la playera y arrastrarlo mientras gritara '¡No! Yo pertenezco a los gatitos…!' y arañaba la arena en un patético intento de resistencia.
Pero había un respeto entre esos dos: Itachi se limitaba a verle feo, a contestar cuando lo consideraba prudente; Kisame obedecía a Itachi. Así funcionaba el mundo.
Todos estaban satisfechos y felices por ello.
Kisame se sentó en la arena a lo escriba. Se dedicó a hacer circulitos con su dedo índice. Cuando terminaba de perfeccionar una espiral digna del Premio Nobel, su extremidad chocó contra algo mal oculto: un lazo. Aunque estaba tensado, Kisame logró jalarlo encontrando la dirección. Divisó a Itachi, que estaba más abajo de lo acostumbrado, no tenía que ver con que Itachi estuviese en cuclillas o con su estatura media. Era distinto.
Despabilado, Kisame se levantó; se acercó un poco y gritó.
—¡Itachi-san!
—No sé cómo hay gente…—El Uchiha continuaba echando pestes a los abandona-gatos.
—¡Itachi!
—…tan baja como para dejar un gatito a merced de la naturaleza.
—Oi. Itachi-san…
—O tan estúpida como para ser alérgica…
—Te estás hundiendo.
Itachi se dignó a verlo.
—¿Metafóricamente?
—Literalmente.
Itachi ya no podía ver sus pies y la cajita se empezaba a llenar de arena. Siguiendo una extraña ley, justo al darse cuenta se empezó a hundir más rápido. En cuestión de segundos la bestiecita peluda desapareció, dejando un triste y doloroso miaw tras de sí. Quedaba de Itachi su brazo derecho y un poco más de la mitad del cuello.
—¡No te quedes ahí! Ayúdame. Así no puedo rescatar al gatito.
—Es que... verás...
—¿Qué?
—Es que… quedó pelo del animal.
Kisame tomó una ramita de diez centímetros de largo y, aunque Itachi estaba a tres metros de distancia, aún sentado se la estiró.
—¡Vamos, Itachi-san, pon de tu parte! Estírate.
Itachi se estiró, asomando su lengüita, denotando su esfuerzo. Luego se dio cuenta de que era algo sin sentido. El mundo puso pausa para que el Uchiha pudiese dedicarle una mirada fea a Kisame. Más o menos así [¬¬] para luego desaparecer en un agujero oscuro. Al final sólo se escuchó con eco largo que disminuía a la distancia: ¡Teee Odiooo…!"
Seguro de que la arena erradicaría la última pelusa gatuna, Kisame se aceró al hoyo.
—¡Descuida, yo te salvaré. Iré por ayuda!
En su caída a lo Alicia, Itachi logró escuchar a Kisame. Quería decir, ¿él lo iba a salvar al ir por ayuda? Sí, claro. Tenía sentido.
Cayó de sentón. Se permitió decir 'auch'
—… ¿Gatito?
No había otra luz más que la que se filtraba del suelo, ahora su techo. Había caído en una jaula parecida a las que se suele usar para transportar fieras de considerable tamaño en el circo.
El techo se cerró. Estaba solo en la oscuridad. No veía ni escuchaba nada. Hacía tanto frío que sintió escalofríos. De pronto hubo un sonido y reconoció esa horrible voz.
—Hola, Itachi.
Oh, dios. Así que él era la mente criminal detrás de todo esto.
—Tú…
Si Itachi pudiese ver, habría visto curvas verdes en el aire. Escuchó una fuga antes de caer inconsciente.
._._._.
Las ideas expresadas por Itachi son ajenas al autor.
