EDICIÓN FINAL.
(Leer primero En pie de guerra)
EN PIE DE GUERRA II
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Capítulo 1: Pesadilla nocturna
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Eran las cuatro de la tarde de un día martes, y ahí estaba ella con una sonrisa de oreja a oreja, en el lugar menos esperado con la persona menos esperada. Sí, ella era Merlina Morgan, una joven a no mucho tiempo de cumplir los veintisiete años. Hacía sólo tres días había terminado su trabajo en Hogwarts para salir de vacaciones: era conserje del castillo. Algunos la calificaban de inepta, especialmente los Slytherin ―ella se consideraba sólo algo torpe― y una mujer de lo más simpática para otros. A veces la tenían a juzgar como una persona descuidada y cansada por su palidez y sus ojeras, producto del inestable horario de trabajo. Sin embargo, a ella ya no le importaba lo que pensara la gente, mientras siguiera viviendo como vivía y estando donde se hallaba. Por supuesto, no estaba en ni un lugar plenamente agradable que se pudiera considerar un ideal de las vacaciones, ni tampoco estaba en el hotel que arrendó una vez. Aún así, se encontraba feliz. O así se sintió, hasta que se dio cuenta cuál iba a ser la respuesta que iba a recibir a la pregunta que había formulado. Yacía recostada boca abajo en un sillón, con la cara entre las manos, moviendo las piernas frenéticamente de un lado a otro. La gran sonrisa que tuvo se derritió como chocolate al sol.
― No ―contestó él con rotundidad.
Su voz sonó a esa típica exasperación que a Merlina no le gustaba. Detestaba tener que rogarle. Pero, hacer un intento más no debía interpretarlo como una bajeza. No iba a perder su dignidad.
Como si pudiera tomar fuerzas con aquello, miró fugazmente su anillo con la piedra púrpura en su índice derecho.
― ¿Por favor? ―se intentó levantar. La brusquedad de su movimiento hizo que se golpeara en el codo y decidió aguantarse el dolor. Severus no la vio o eso fingió. Merlina repitió el "por favor" y se aproximó temerosa mientras él giraba la página de El Profeta en el sillón de su casa. La calle la Hilandera, donde estaba su hogar, era un lugar tétrico, sucio y antiguo.
Negó secamente con la cabeza, sin despegar los ojos de la página.
― Indirectamente me estás diciendo que no saldremos a pasear a ningún lado. ¿Acaso pretendes que me quede encerrada todo el verano acá?
― Sabes que no es seguro que viajemos, pero es lo más probable que suceda si las cosas siguen bien hasta hoy… ―susurró Severus mientras leía. O intentaba leer.
― Bueno, aún así, necesito ropa nueva ―Merlina se señaló. Sus pantalones negros estaban gastados (casi grises) y la remera estaba rosada y se suponía que era púrpura.
― Te queda bien ― comentó sin siquiera mirarla.
― ¿No me acompañarás a comprar ropa? ¿Tienes miedo a los muggles Severus Snape?
― No. Ni lo uno ni lo otro. Tampoco iría si me ofrecieras ir al callejón Diagon.
Y ella, claro, no se atrevería a cruzarse ni por asomo. No le gustaba el callejón. Si podía evitarlo, lo hacía. Desde lo ocurrido con Craig el callejón Diagon, se había vuelto como el infierno.
― Entonces, iré yo ―replicó encogiéndose de hombro con desinterés.
Severus no le prestó atención. Merlina ya estaba acostumbrada a eso. Los tres días que llevaba con él, en su casa y durmiendo en su cama, había comprendido que gustaba de fingir sordera. Pero, la verdad era que escuchaba cada palabra que ella decía, simplemente contestaba lo que le convenía. Además, siempre era cariñoso y comunicativo por las noches. Ya sabía que él era así: multipolar, pero, en el fondo, era una persona muy buena. Demasiado buena, en realidad. No había nadie más con el que pudiera soñar. Él era perfecto a su modo. Perfecto dentro de toda su imperfección.
Fue hacia el cuarto que compartían ―el cuarto de Severus había sido mejorado con una cama de dos plazas ― y de un mueble sacó un fajo de billetes que había cambiado hacía un tiempo en Gringotts vía lechuza. Lo guardó en un bolso, se lo colgó al hombro y fue nuevamente hasta la sala.
― Vuelvo en… ―miró el reloj de pared ―, me imagino que en unas tres o cuatro horas más. Necesito varias cosas ―sinceró―. Tú me abres, a menos que quieras dejarme afuera ―eso último lo dijo en tono de gracia. Pero, Severus no rió. Merlina rodó los ojos. Jamás reía sus chistes, sólo cuando a ella le pasaba algo gracioso. Eso era algo exasperante, pero no debía sorprenderse por ello.
Se giró para caminar hacia la puerta. Severus dejó el periódico a un lado, dio cinco zancadas hasta Merlina y la tomó del brazo.
― ¿Dónde crees que vas?
Merlina arqueó las cejas, bufando.
― ¿Cómo que para…? ― se sintió contrariada ― ¿Me pusiste atención o no?
― Por supuesto, pero no pensé que fuera en serio.
― ¿Desde cuándo no te hablo en serio? ¡Es cierto que necesito ropa! ―gruñó Merlina.
― Sí sé, pero… ― se escabulló de la calculadora mirada de su "prometida".
Entonces, Merlina comprendió. O creyó comprender.
― No me digas que… ―balbuceó ―. ¿No me digas que es porque tienes que ponerte ropa muggle?
Severus no dijo nada. Merlina comenzó a reír.
― Por favor… ¡si te pusieras una camisa negra y tus pantalones normales, pasarías desapercibido! Además, te ves muy bien… ―puso las manos en sus hombros y lo miró a los ojos con expresión lisonjera.
Tampoco contestó nada. Parecía estar pensando la situación.
―Ya, no importa, Severus ―dijo Merlina aún con la risa en la garganta ―. De verdad puedo arreglármelas sola, no soy una mocosa.
― No ―el hombre reaccionó como si le hubiesen pinchado el trasero con un alfiler ―. No, voy contigo.
Merlina sonrió de oreja a oreja frunciendo el ceño. No entendía mucho por qué diablos se preocupaba tanto, pero eso le fascinaba. Todo de Snape le fascinaba, aunque a veces la sacara de sus casillas. Con "a veces", era el noventa por ciento del tiempo.
― Entonces, ve a cambiarte.
Severus asintió a regañadientes y se escabulló hacia su cuarto. A los veinte minutos apareció otra vez, nada convencido de la camisa y los pantalones. La camisa era gris, manga larga, por supuesto. Todo lo posible para tapar la horrible Marca Tenebrosa, de lo que Merlina estaba de acuerdo. No era algo que se pudiera estar mostrando, ni siquiera en el mundo muggle. Y los pantalones eran delgados, de tela y negros. Se veía bastante singular sin su toga grande y negra, que le daban la particularidad de parecer un gran murciélago. Los ojos de Merlina brillaron cuando lo vio. Se aproximó y lo abrazó por la cintura, colocando la cabeza en su hombro.
― Te ves tan… ―dejó la palabra en un suspiro. Severus acarició su espalda unos segundos.
― Bueno, ¿vamos, o no? ―dijo con aspereza.
― Sí, sí ―dijo Merlina desprendiéndose de él.
Salieron de la casa hacia el potente sol de las once de la mañana. Severus tomó firmemente de la mano a Merlina y comenzó a caminar hacia el lado opuesto al que creía Merlina que tomarían.
― ¿Dónde vamos?
― Al final del callejón, para aparecernos.
Merlina puso los ojos como platos.
― ¿Acaso no vamos a viajar en el Autobús…?
― Te acompañaré, pero tienes que aceptar esa regla, Merlina. No pienso ir en un bus donde, lo más probable, es que vomite.
― No tengo idea cómo aparecerme… Además, la que vomita en los viajes soy yo―dudó ― Bueno, el año pasado cuando volví a Hogwarts, lo de aparecer lo hice por desesperación… ―agregó ―. Pero, la verdad, es que no tengo idea cómo lo hice. Lo más probable es que no pueda, ya que hablamos de probabilidades…
Severus arqueó las cejas y súbitamente la arrinconó hacia la pared, quedando ocultos por una torre de cajas de cartón vacías. El final del callejón estaba lleno de basura y cosas inservibles que tiraba la gente. El olor que expelía el lugar no acompañaba el romanticismo de la escena.
― ¿Podríamos agregar, entonces, un poco desesperación a esto? ―susurró en su oído. Merlina perdías las fuerzas cuando hacía eso. Sobre todo cuando le tocaba la cintura directamente.
― Estamos en público… ―jadeó Merlina luchando en vano por zafarse de su abrazo.
― No hay nadie más en esta calle aparte de nosotros dos…
Buscó sus labios y la besó. La joven se comenzó a poner nerviosa.
―Está bien… está bien ―farfulló entre besos ―. Me apareceré…
Severus dejó de besarla y deshizo su abrazo, pero le tomó la mano otra vez.
―Yo te ayudaré. Vamos… Creo que te tendré que sumar el "Señorita Cobarde".
― ¿Cuántos apodos me llevas? ¿Cinco? ¿Diez? ―soltó con sarcasmo Merlina algo iracunda.
Severus sólo se limitó a dedicarle una mueca irónica y le apretó la mano por si ella se intentaba soltar. Luego, agregó mientras retomaban el camino:
―No te habrás enojado por eso, Cerdita Furiosa, ¿no?
Respira, Merlina… ya lo has aguantado dos años. Lo puedes soportar una vida entera así, tenlo por seguro.
―Severus… ―farfulló con algo de dificultad sin dirigirle la mirada ― por casualidad no te gustaría ganarte una bofetada, ¿no?
―Eso pondría las cosas mucho más interesantes ― contestó con tono que sugería pensamientos indecentes.
Merlina se puso colorada.
―No discutiré contigo, Severus Snape.
Severus se aproximó a su oído nuevamente.
― ¿Segura que no quieres "discutir", Morgan?
Un escalofrío recorrió la espalda de la joven, pero prefirió no darle más leña al fuego, que ya estaba demasiado encendido.
―Necesito mi ropa nueva, ¿sí?
Severus suspiró y paró en seco, y sin siquiera preparar a Merlina psicológicamente, hizo un medio giro majestuoso sobre sus talones y desapareció, llevándosela a ella también. Merlina automáticamente cerró los ojos y dejó de respirar. Sintió como si la pasaran por un tubo de goma muy apretado, haciéndole presión en los oídos y todos sus órganos. Cuando dejó de sentir eso, aspiró aire como si jamás lo hubiera hecho. Se afirmó del hombro de Severus recuperando el aliento.
―Esto… es… ah, horrible. ¡Horrible!
―No seas exagerada. Y ya. Estamos aquí, a una cuadra del centro comercial. Estás apurada, eso me dijiste.
― ¡Siempre tergiversas mis palabras! Sólo dije que necesito ropa rápido y… ―Severus arqueó las cejas. Merlina se dio cuenta que estaba haciendo un berrinche. Por suerte estaban en otro callejón solitario ― Vamos.
―Así me gusta.
Merlina le dio un pellizco en el brazo del que Severus no soltó quejido alguno.
Del callejón salieron a un sorprendente sol veraniego Londinense. Severus miró el cielo, circunspecto. Merlina no pasó por alto su fruncimiento de cejas.
― ¿Qué es lo que pasa?
Severus dejó de mirar el cielo y la vio directo a los ojos.
― ¿Te sientes segura conmigo? ―preguntó.
Merlina abrió la boca. ¿Qué si se sentía…? ¡Qué demonios estaba preguntando!
A veces no sé quién es más idiota, pensó.
― Por supuesto… es obvio que… ―caviló Merlina algo nerviosa ― ¿Cómo diablos no me voy a sentir segura contigo? ¿Por qué la pregunta? ¿A qué te refieres?
Por unos segundos, Merlina temió algo. No supo qué, pero, de un momento a otro, Severus cambió su seriedad por aspecto burlesco.
― Me encanta hacerte bromas.
― ¿Broma? ¿Me querías preocupar a propósito? ―saltó Merlina soltándole la mano a media cuadra del centro comercial. Había tanta bulla, tantos muggles cotorros y tantos autos, que nadie más oyó su chillido, salvo Severus, quien le volvió a tomar la mano con brusquedad. A pesar de ello, su mirada reflejaba deleite.
―A lo que volvamos a la casa, si quieres, puedes maltratarme ―dijo sin ocultar la picardía de su voz―, ahora, vamos a comprar tu ropa.
No. No había manera en que Merlina pudiera realmente negarle algo a Severus. Sus palabras, su manera de hablarle, fuera de las bromas, Severus era demasiado convincente. Pero, esa pregunta… ¿A qué se refería? ¿A lo que ella pensaba? ¿Acaso era porque… tendría alguna aventura o algo así?
Lo miró de reojo. No. Severus no tendría jamás una aventura. Tal vez tenía la capacidad de ocultar cosas, sentimientos, por ejemplo. Pero un hecho como ese… demostrar amor a una persona que no quisiera, no era parte de algo que él hiciera.
Entraron al centro comercial que estaba completamente abarrotado de gente muggle. De tanto en tanto distinguió a algún mago: solían vestirse de maneras extrañas. Pero, Merlina jamás había sido de usar ropa de bruja, a excepción de la túnica. Su madre jamás le compró ropa que no fuera de tiendas muggles y, cuando vivió con sus tíos, todas sus costumbres eran muggles también. Se había acostumbrado, pero también amaba la ropa muggle.
La primera hora se la pasó mirando remeras. De cinco que se compró, dos eran púrpuras, una negra, otra roja, y una multicolor. Le dio el "no" rotundo a Severus cuando le aconsejó que se comprara una verde.
―El verde no es mi color. Es un color Slytherin. Y yo detesto a los de esa casa.
La siguiente hora se la pasó viendo camisas con botones, de las que adquirió un par. Y, durante la tercera hora, se compró pantalones: dos largos y otros dos hasta la mitad del muslo, que fue lo que le alcanzó con el dinero que había llevado.
Por último, ya no había nada más que hacer. Severus ya estaba de mal humor.
― ¿Qué tal si nos vamos a tomar un helado? ―ofreció Merlina sonriendo llena de ilusión.
―No.
Ése no fue tan concluyente que prefirió no seguir insistiendo. No obstante, no pudo evitar el distraerse cuando vio el puesto de revistas muggles: eran tan coloridas, tan estáticas, tan llamativas… Revisó su dinero: le alcanzaba para una de esas.
―Espérame solo un momento, por favor ― suplicó a Severus ―, quiero comprarme una revista…
― ¿Para qué quieres una revista de cotilleos de muggles famosos y sin cerebro?
Merlina no contestó. Ya había partido hasta el puesto. Él la siguió.
El hombre que atendía estaba buscando la revista que había pedido Merlina: la más chismosa y colorida. Ella, mientras tanto, fijó la vista en uno de los periódicos que estaban expuestos. Tomó uno y lo extendió sobre el mesón. La portada mostraba la imagen de una casa incendiándose, sin ningún movimiento. Pero para los ojos de ella fue como si lo tuviera. Severus se aproximó hasta su espalda y observó lo que tenía frente a ella.
―Merlina, no veas eso… ―susurró y extendió una mano por su costado para quitarle el periódico, pero ésta le dio un manotazo y leyó:
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INCENDIO MASIVO EN UNA VILLA DE BRISTOL
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Alfred Hill, un pequeño sector de la ciudad de Bristol, sufrió la noche más aterradora en diez años, cuando se formó un incendio que abarcó una manzana de diez casas, producto de una explosión de las tuberías del gas. Por suerte, dos de las viviendas estaban deshabitadas porque las familias habían partido a vacaciones. Sin embargo, de las ocho restantes, veinte resultaron muertas, y se teme que, bajo los escombros, se encuentren más cuerpos.
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―Señorita, su revista.
―Merlina, hazme caso, no es buena idea, te hará mal… ―reiteró Severus.
Ella los ignoró a ambos, y continuó con la lectura.
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Tres personas resultaron gravemente heridas con quemaduras de primer grado en el cuerpo. Los médicos no aseguran una sobrevivencia. Cinco personas alcanzaron a escapar del incendio, ilesos, pero han quedado con un fuerte shock emocional que los ha derivado al Departamento de Psiquiatría directamente.
Las casas han quedado inhabitables y los expertos dicen que no se pueden reconstruir sin antes de hacer una limpieza.
Sin duda, el 27 de junio ya no será una fecha que se recuerde con alegría.
Entrevistas de los familiares sobrevivientes, en las páginas…
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―Señorita, aquí tiene su revista ―repitió por tercera vez el vendedor.
Merlina no escuchó.
Severus con brusquedad le quitó la revista y le entregó al hombre algunos billetes que tuvo que sacar del bolsillo de la joven. Luego, tomó a Merlina del brazo obligándola a retroceder.
―Merlina, vamos, no sigas viendo eso… ―susurró con suavidad y le pasó un brazo por los hombros, como si deseara protegerla del horror leído.
Merlina estaba intentando respirar acompasadamente. No quería perder el control. Aún tenía consciencia de estar en un lugar público. Sabía que Severus la rodeaba con su brazo fuerte, tibio y varonil, y no quería preocuparlo por una simple noticia… Una noticia de un incendio. Los incendios ocurrían cada día, sobre todo con los calores de esos días. No tenía que sentirse mal…
Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero los cerró con fuerza. Tropezó con la alfombra de la salida. Severus la afirmó y la condujo por la calle hasta el callejón. Allí recién abrió los ojos, que ya los tenía secos.
El profesor mantuvo sus ojos conectados con los de ella y le acarició suavemente una mejilla, preocupado. Merlina sonrió a medias.
―Me siento bien ―mintió con descaro. Severus, por supuesto, estaba utilizando Legeremancia contra ella, así que no se iba a tragar la mentira. Sin embargo, se limitó a asentir a regañadientes y, tomándola del brazo, desaparecieron otra vez. Merlina casi no sintió la incomodidad de la aparición: seguía pensando en el artículo.
Cuando llegaron a la casa pasada las siete de la tarde, Merlina se fue directo hacia el cuarto y se lanzó en la cama.
El fuego… el fuego era el culpable de aquella catástrofe, de la muerte de su familia y, precisamente, su odiosa aversión hacia él mismo… Pobre gente. Pobre de sus padres. Si tan sólo hubiera podido hacer algo, ella haber controlado el fuego…
La cama se hundió: Severus se había sentado a la altura de sus piernas. Le puso una mano en el muslo.
― ¿Así que quieres que vayamos de vacaciones? ―dijo con voz de ultratumba.
Merlina hizo un gesto con la cara que indicaba que le daba exactamente lo mismo.
― ¿Quieres comer tallarines con salsa?
Negó con la cabeza.
Severus cerró los ojos con exasperación. Era a él a quien le tocaba hacer el papel más humano. Corrió su mano hasta la rodilla y movió los dedos.
― ¡Nooo! ―gritó Merlina entre una desgarradora risa que le hizo daño en la garganta. Intentó sacar la mano de Severus, pero luego él hizo lo mismo con su otra mano en la otra rodilla, así que no se pudo defender bien: la risa y las cosquillas le quitaron todas sus fuerzas. Severus no rió ninguna vez. Mantuvo su aspecto de persona con ánimo inalterable y continuó con la tortura hasta que Merlina rodó por la cama y se lanzó al suelo.
¡Pum!
Mala idea. Se le había olvidado que estaba el velador y se dio con en la cabeza con él.
― ¡Eres un abusador, Severus! ―gritó levantándose con la mano en la frente, donde le estaba creciendo un huevo rojo.
Severus rodeó la cama, hasta quedar frente a ella. Se puso tan encima que Merlina tuvo que sentarse. Severus se agachó, puso una mano a cada lado de sus caderas y tocó la nariz con la suya.
― Vas a cenar ―susurró.
Merlina cerró los ojos. Siempre hace esto porque sabe que me derrite. Maldito seas. Pero te amo. Y también amo comer. Su estómago rugió del hambre.
―Está bien ―contestó al final abriendo los ojos otra vez.
―No era una pregunta ―le espetó Severus alejándose de ella, tomando rumbo hacia la cocina.
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Merlina apenas disfrutó la cena: Severus no le quitaba la vista de encima como si estuviera esperando alguna reacción desesperada de su parte, o un llanto o lo que fuera. Pero Merlina sólo estaba pensativa, no triste. No podía apenarle algo que había pasado hacía tantos años ya. Además, cuando recuperó todos sus recuerdos se hundió en aguas negras y estuvo a punto de acabar con su felicidad y la de Severus. No quería experimentar eso otra vez.
A las diez, cuando ya habían acabado de ordenar la cocina con magia, una lechuza entró por una ventana abierta y soltó una carta sobre la cabeza de Severus, quien la cogió de inmediato.
― ¿De quién es? ―preguntó Merlina guardando su varita en el bolsillo.
Severus miró el remitente.
―De Dumbledore.
― ¿Qué dice?
―Luego la leo. Ve a dormir, estás cansada ―le dijo Severus guardando la carta en el bolsillo del pantalón y empujándola por la espalda.
― ¿Y tú, qué vas a hacer?
― Sólo voy en unos minutos. Voy en seguida.
Merlina dio un gruñido y fue hasta el baño a lavarse los dientes y a darse una ducha. Se había bañado en la mañana, pero necesitaba relajarse. El agua le dio sueño.
Cuando fue hasta el cuarto, vestida con su camisa de dormir veraniega, todavía Severus no había aparecido.
Quizá, si voy a la cocina, se va a enojar. De seguro le estará contestando la carta a Dumbledore.
No se equivocó. Severus contestaba la carta de Dumbledore, pero de una manera muy apresurada y nerviosa.
Merlina se acostó en el lado izquierdo de la cama, que era donde siempre dormía. Cerró los ojos y, por minutos que le parecieron segundos, se quedó dormida; había despertado con el llegar de Severus a la cama. Sintió sus brazos que la rodeaban por la cintura y su boca que pasaba desde su pelo hasta su mejilla. Merlina supo que quería besarla, así que se giró encontrándose con sus finos labios. Estaba urgido como si no la hubiese besado hacía tiempo. Las manos de Severus comenzaron a subirle el pijama rozando su piel con suavidad. Merlina, al sentirse incómoda, cayó en la cuenta de que no tenía ganas de nada esa noche. Lo abrazó, abandonó su boca y apoyó la cabeza en su pecho. Severus dejó lo que estaba haciendo y suspiró encima de su cabeza, rendido. Merlina se alegró de que no insistiera. Pronto se quedaron dormidos.
Cerca de las siete de la mañana Merlina despertó sobresaltada de la nada. El corazón le latía con fuerza. Viendo que Severus respiraba plácidamente y profundamente dormido, decidió vestirse y tomar un paseo. La mañana estaba nublada. Se sentía inquieta. Pasó cerca de media hora caminando por los oscuros callejones, hasta que decidió volver. Se inquietó cuando, a medida que avanzaba, fue sintiendo calor. Mucho calor tal vez… Miró hacia arriba. Vio humo negro ascender en espiral hacia el cielo, y no se parecían en nada a las nubes grises que encapotaban la ciudad. Comenzó a correr con el corazón latiendo a mil por hora. Imposible… imposible. Hacía media hora que había salido de la casa y no había visto nada…
Llegó hasta el callejón y dio pasos lentos.
Entonces, lentamente sus ojos, a medida que se aproximaban al macabro paisaje, reflejaron el rojo infierno que se propagaba en el lugar, mezclado con ese manto espeso de humo infernal que se expandía de manera tóxica y le nublaba la vista. Era ahogante. Era horrible. Le abrasaba la piel. Apretó los puños. A pesar del calor irradiado, la sangre se le había congelado. Era una pesadilla.
Tenía que ser una pesadilla: ¿cómo no iba a haber nadie caminando por la calle? No se divisaba ni un alma. Había salido hacía una maldita media hora, ¡y en media hora no podía ocurrir algo así! Tenía que ser una pesadilla. A menos que hubiese sucedido algún accidente mágico…
Cerró los ojos cuando sintió las cenizas ardientes que volaban directo a su cara. Sí, tenía que ser una pesadilla. Sólo oía el fuego crepitar de manera soberbia.
Quizá, si abría los ojos, se iba a hallar en su habitación, tranquila. Y abrió los ojos, de lo que se arrepintió. Quizá sí era real, su imaginación no podría haber formado esa imagen tan cruelmente vívida: él, asomándose por la puerta envuelto por las llamas y chillando "¡Vete, Merlina! ¡Sálvate!". ¿Que ella se salvara? Ella no quería salvarse si no era con él. No perdería a nadie otra vez.
Los ojos se le anegaron de lágrimas. Claro que era una pesadilla, porque él era un mago. Él hubiera impedido aquello. Pero, de sólo pensarlo, se le partió el alma. Sólo atinó a susurrar un débil Severus…
Con un grito ahogado, se despertó sentándose en la cama con el corazón latiendo de una manera violenta y dolorosa. Tenía la cara surcada de lágrimas y estaba sudorosa. Aún así, tenía el cuerpo helado. Se mareó un poco e intentó enfocarse. Su acompañante se había sentado prácticamente al mismo tiempo que ella. Habían estado durmiendo abrazados y de la nada sintió su brusca liberación. Con la varita encendió la vela del velador. La miró con ojos pequeños.
― ¿Qué pasa? ―inquirió Severus con voz soñolienta.
Merlina, logrando recuperar el sentido de orientación, lo miró súbitamente sorprendida. Severus abrió más los ojos al notar que le resbalaban las lágrimas. Iba a hacer el ademán de tomarle la cara, cuando ella ya se había colgado a su cuello. Enterró la cabeza en su hombro.
― ¿Qué? ―insistió el profesor algo exasperado poniéndole una mano en la espalda.
Merlina suspiró, relajándose ante la caricia de Severus.
― Acertaste ―balbuceó Merlina casi en un idioma alienígena.
Severus se tardó unos segundos en comprender. Luego contestó.
― Por supuesto. Si te lo…
― ¿Me lo vas a sacar en cara? ―preguntó atragantada en sus propias palabras, sin despegarse de su hombro.
― Sí, porque te dije que no leyeras el periódico muggle. Te lo dije. Te dije que no iba a ser bueno y… ―calló.
Merlina se había desasido de él y, hasta ese momento, Snape no se había percatado de la pena que reflejaba su cara.
― Es que ni siquiera soñé con un simple incendio… ―se excusó Merlina ya calmada, pero aún con la cara mojada ― Tú estabas acá… era esta casa, tú casa era la que se estaba incendiando… y contigo adentro…
― Sabes que es imposible que eso suceda…
―Ya, lo sé, lo sé ―se envaró Merlina ―. No volveré a leer periódicos muggles.
―Pero tienes una revista muggle.
―Las revistas no tienen malas noticias…
Severus negó con la cabeza y la hizo tenderse en la cama otra vez.
―Son las cuatro de la mañana. ¿No crees que sea mejor volver a dormir? ―susurró Severus, más tranquilo al ver la propia tranquilidad de Merlina. Últimamente, para él, estaba demasiado sensible desde que había recuperado sus lágrimas. Y no era que le molestara, pero le dolía verla así, aunque intentara no demostrarlo. La única manera de animarla era poniéndose él firme e inamovible.
― Supongo… ―bostezó ― creo que sí.
Se echaron hacia atrás. Severus apagó la llama de la vela y se puso en la misma posición en la que estaba para rodear a Merlina con sus brazos desnudos.
―No me gusta tu pijama ―susurró ―. Es demasiado helado.
Merlina suspiró, cerrando los ojos y juntando su cabeza a la de él.
― Lo siento mucho, pero es lo que tengo. Y no me lo voy a sacar, porque tengo frío.
― ¿Frío? ¿Quieres abrigarte?
― No, ya se me va a pasar…
Severus la estrechó más contra sí.
― En realidad eres tú la helada, no el pijama ―con una mano le tocó la cara ―. No deberías haberte bañado tan tarde, te debes haber enfriado.
Merlina prefirió no contestar. No tenía ganas de pelear con él, luego de la pesadilla. Además, estaba demasiado bien en sus brazos como para que él fuera a buscar otra manta o le preparaba una infusión para entrar en calor. Prefería estar así.
