Hola a todos, me llamo Ray y soy nuevo en esta sección. Hace tiempo que soy fan de esta serie, pero gracias a una amiga me vi la serie y e manga completos, así que salió esta idea.

Sin más que decir, ¿Disfruten?


1.- El niño de pelo flameante

El sol ya pegaba como para ser de tarde, el cielo ya no se veía muy celeste. Se estaba volviendo tarde, pero aun así se seguía escuchando el sonido el viento cortado rápidamente y luego un choque en el blanco, un sonido muy constante. Se volvió a lanzar la flecha, dando como siempre en el centro, pero siendo esta la última que le quedaba.

Gruñó y sin ánimos fue a por la flechas que había usado. Después de clases se ha dedicado a usar el campo de arquería por ya más de un año, sin falta alguna. Acostumbra a quedarse hasta tarde, pero al parecer por hoy no quería irse.

Volvió a cargar la flecha pero antes de dispararla tomó dos más y las encajó las tres entre sus cuatro dedos, se alejó unos pasos y soltó las flechas, dando en el banco monótono. Suspiró con pesadez, ya se le hacía aburrido tener lo mismo o suspirar a lo mismo todo el tiempo.

Se fue a recoger todo, cada flecha en particular. "Sí lo usaba, lo limpiaba", eso decía es su instituto, y tenía que seguir esa regla.

Dejó el arco y las flechas en la galería del gimnasio y se dirigió a sacar las cosas de su casillero, de lo cual sólo era su mochila y la sudadera, no permitían usar ropa "indecente" pero ya eran horas fuera de clases, no le podían decir nada.

Se encaminaba hacia la salida principal, la cual era de grandes puertas traducidas por la estructura principal, y más lejos aún un gran portón de hierro. Entre las puertas se podían ver tres siluetas de unos chicos de su misma edad más o menos. Pero, esa forma desaliñada de llevar la ropa, la postura, él la reconocía muy a esos tipos, por lo cual prefirió dar media vuelta, lo cual no sirvió mucho.

- ¡Hey, ¿ése no es ese genio de la clase?! - Dijo uno de ellos, el más fornido, quien parecía su lider, volteó.

- Oh, claro que sí... - Gruñó entre dientes el tipo antes de ir hacia él.

El chico al escuchar las fuertes y rápidas pisadas salió corriendo directo al baño, donde al entrar segundo después entraron los otros sín encontrarlo.

- No creas que puedes esconderte, fosforito. - Comentó para intimidar, cosa que no sirvió para nada en él.

Uno fue pateando los cubículos uno en uno desde el principio al final, donde se encontraba una gran ventana abierta de par en par. Uno de ellos se asomó por la ventana, viendo la chaqueta y mochila del chico tirada en el suelo.

- ¡El maldito escapó! - Informó molesto.

- ¡No puede ser! - Exclamó el más fornido.

- Claro que no puede ser... - Murmuró entre dientes el chico.

Con la mano en un brazo, empujó la puerta del último cubículo, golpeando al primer chico que se asomó, contra el muro. Rápidamente, al otro que se aproximó, ya que se supone que patear ya no servía, lo jaloneó dentro, haciendo una finta, saliendo él y el otro chocando con el inodoro que por su suerte estaba cerrado. Cerró la puerta, tomó al chico semi-noqueado para ahora noquearlo con la puerta.

- ¡Eres un maldito cabrón, Bancolo! - Exclamó el único que quedaba.

- ¡Ja! Y lo dice el cobarde que se esconde tras un séquito inservible. - Respondió el chico con soberbia.

El otro chico más alto apretó los puños de la rabia que se le formó. Con la mente totalmente bloqueada por el enojo, se fue sin pensar con el puño en alto hacia el chico que de rascaba su roja cabellera. Como no se movía ni para defenderse, el más alto creyó que le daría de lleno, pero de un momento a otro se sintió en el aire y como lentamente estaba de cabeza en el otro lado, viendo sólo el pelo del chico frente suyo, haciendo una rápida y perfecta llave de judo.

Cuando el mayor tocó tierra, Bancolo con el pulgar se corrió el pelo de la frente que quedó alborotando mientras se enderezaba. Una sonrisa arrogante se formó en su rostro y era lo único que se veía por la luz de la tarde desde atrás suyo y con el pelo tapándole los ojos.

- Podría decir que me da gusto ver a alguien como tú humillado por tu simple debilidad, pero... - La sonrisa se le borró y elevó la Mista mostrando una mirada sería pero asesina. - ya simplemente detesto tener que ver la basura de ti. Eres patético. -

El otro, aunque fuera su último intento, trató de levantarse pero inmediatamente fue detenido por el pie del pelirrojo sobre su cabeza.

- No intentes otra estupidez, pues ya sabes el resultado de todo esto. - Comentó antes de sacarle la zapatilla de la cabeza y caminar hacia la ventana con las manos en la espalda. - Tú puedes hacer todo el ejercicio, o cualquier cosa para volverte fuerte, pero ni aún con todo lo del mundo lograrían vencer a mi fuerza... - Se puso a mirar los árboles que estaban fuera de la ventana. - Ya que a diferencia de ti, yo si tengo un verdadero propósito por el cual levantar mis puños, además de unos poderosos sentimientos tras estos que nunca alguien como tú entendería. - Se paró en la ventana sin voltear a verlo, aunque se imaginaba que estaría aún más enojado, sabía bien que los idiotas como él no entendían lo que era el verdadero sufrimiento.

La puerta del baño se abrió, mostrando al conserje que quedó sorprendido por ésto. El chico sonrió por esto y salto desde el segundo piso. No le importaba tratar de no ser descubierto, sí no importaba en lo absoluto, era el único pelirrojo en la escuela, ya que importaba hablar con el director nuevamente. Se afirmó de una rama de un árbol y luego otra hasta tocar tierra, tomando sus cosas para volver a colocar una mano en el tronco, dándole unas palmadas.

- Gracias por aguantar mis idioteces, pequeño. - Dijo como si el arbol realmente lo escuchara.
Sin más se fue caminando hacia el gran portón para al fin tomar su largo recorrido hasta su casa.


- Eeehh, disculpe. - Decía un pequeño de unos ochos años, jalando de la manga de un adulto mayor que estaba fumando en una banca. El señor lo miró con una ceja arqueada, pero no de mala gana, aún el niño se hizo más para adentro. - ¿Po-podría tra-tratar de leer e-este libro? - Tartamudeó con los ojos bien apretados extendiéndole el susodicho libro.

El adulto lo toma entre sus manos, le miró la tapa un momento antes de abrirlo y echarle una ojeada.

- ¿Qué clase de idioma es este, niño? - Preguntó curioso, a lo que el niño apretó más los ojos y escondió su rostro dentro su playera blanca. - Ya deja de ser tímido. - Le regañó, tirándole de la ropa hacia abajo para destaparlo.

- ¡Es que no puedo evitarlo! - Exclamó avergonzado, pero todo se le fue para ponerse triste al ver como aquel hombre le ponía el libro frente suyo, devolviéndoselo. – No entendió nada, ¿cierto? - Bajó la mirada.

- En lo absoluto. - Se retiró el cigarro un momento para golpearlo un momento y hacer caer la parte ya quemada, volviendo a ponerlo ente sus dientes. - Pero creo que Zeth podría leerlo, siempre veo a ese chico muy hábil con enigmas y cosas por el estilo. O al menos eso he oído por un eximente que hizo su escuela, a la cual sacó cien por ciento. - Dijo divagando un poco con la mirada al cielo, hasta que vio que el chico se le había iluminado el rostro. - ¿Al menos lo has visto? -

- Para nada. - Respondió sin sacar esa sonrisa del rostro.

- Bueno, imagina a un chico de diecisiete, como de uno ochenta y tanto, pelirrojo y con ojos verdes, ¡Oh, claro! Sin olvidar su frío carácter. -

- ¡¿Qué?! - Exclamó blanco el chico, como si casi se desmayara, no quería un guardián aterrador o malo en lo absoluto, aunque sabía bien que si él fuese así, no tenía más remedio que aceptarlo si es que no quería que su libro sea quemado, aunque eso implique que casi muera de un paro cardíaco.

Como si fuera que sí fuera magia, hablar del chico hizo que casi lo invocaran, ya que estaba que llega a la esquina para doblar al parque por el cual se obligaba a pasar para llegar a su casa. No iban tan deprisa, si igual no le hacían problema por llegar tarde, pues hoy no había quien lo castigase, y aunque estuviera, igual no lo haría, o al menos para Zeth le daba igual.

- Sí, lo siento. - Se disculpaba Zeth mirando al cielo anaranjado para distraerse un poco. - Me volví a pelear, sé que desde hace diez años te prometí no pelearme porque a ti no te gusta, pero sabes muy bien porqué es que levanto los puños, mamá. - Guardó silencio un momento cuando doblaba para adentrarse por el parque.

Algo alejado pudo ver al viejo, según él, que siempre se ponía las tardes a fumar allí, era como un hábito, tal cual como el de él mismo de pasar las tarde por aquí para ir a su casa. Notó que el señor hablaba con un niño y cuando lo notó le apuntó, haciendo que el pequeño volteara aunque aún él estaba nervioso y sus ojos parecían los de susto, algo que cuando Zeth le vio el rostro lo dejó de piedra un segundo, ya que al siguiente notó algo en los ojos del niño que lo sacaron de sus pensamientos, las pupilas negras que tenía el pequeño estaban celestes, que combinaban justo con sus azules ojos. Su cara de sorpresa duro apenas fracción de segundo para volver a caminar imponente como siempre, aunque ahora se sentía una pesada aura cerca de él.

El niño se acercó a Zeth dudoso, pero al estar lo suficientemente cerca de él se congeló, podía sentir toda esa aura como si lo aplastara, así pasando de largo el pelirrojo, ignorándolo completamente.

El pequeño y el hombre se le quedaron un rato mirando extrañados, sólo hasta se eataba perdiendo de la vista del por unos árboles. Bajó la cabeza aún más triste, ya llevaba mucho tiempo buscando al su guardián y quien le traje más esperanzas lo ignorara completamente le dolía, aunque ya había sentido ese tipo de dolor antes por lo cual tuvo el valor de volver a levantar el rostro. La vista se le fue de un sacudón que sintió, notando que alguien lo había levantado bruscamente de su camisa.

- ¡Rayos, eras parecido, cabeza de tomate! – Exclamó el gran chico musculoso que lo levantó. El pequeño notó que eran unos siete tipos de esa misma característica aterradora, grande como edificio. Se veían jadeando, de seguro que llevaban su tiempo corriendo, pero notó al menos con las narices con sangre reseca. - ¿Sabes, mocoso? Tienes un aire a él que creo que saciaré mi furia contigo. - Comentó mostrando una cínica sonrisa en el rostro.

- ¿Eh? - Expresó asustado, abrazando aún más su libro.

- Quítale esa cosa. - Dijo el brabucón a otro.

El niño se revolvió como cucaracha en el aire para que ni se le acerquen, pero cuando lograron quitárselo, se alteró tanto como para gritar que se lo volvieran. Eran seis contra uno, ya que uno de ellos se acercó temporáneamente al adulto, mostrando que hasta algunos traían armas de fuego.


A unos tanto metros de allí el chico se había quedado de pie sin mover nada del cuerpo y con la mirada baja. Lo aceptaba, le dolió pasar de largo al pequeño que se le acercó como sí fuera algo importante, pero él no se acercaba a los niños, ya no estaba acostumbrado a siquiera verlos, no sabía qué hacer con él, y esa mirada azulada tan familiar, le dolía recordarla.

Sus pensamientos vagantes fueron interrumpidos cuando escuchó a un niño gritar que le devolvieran su libro, lo cual le hizo recordar que el pequeño traía una cuando se le acercó. Soltando un fuerte suspiro se volteó caminando con las pisadas fuertes, como sí de la nada ya pensarán una tonelada cada una.

- Lo que tengo que hacer por cumplir tu promesa, mamá. - Bufó con una vena de enojo.

Al llegan a una distancia prudente entre ver y no ser visto, presenciaba como torturaban al pequeño con quemar su libro cuando el trataba en lo posible de salir de los brazos de uno. Notó que el viejo ya no estaba, al pobre ya lo estaban amenazando mucho para que se vaya, no tuvo más elección que hacer caso, sintiendo un dolor al dejar al pequeño así.

Zeth suspiró con fastidio al ver al idiota del chico de su clase haciendo tal cosa al niño.

- ¡Parece que las cosas te entran por un oído y te salen por atrás! - Habló fuerte, acercándose con las manos en los bolsillos, cuando ya había dejado su mochila en otra banca.

- ¡Con que al fin aparecer, Bancolo! - Dijo sonriente el chico, entregándole al niño a otro, el cual intentó escapar, pero aun así no pudo, pero se le notaba menos asustado al ver al pelirrojo allí parado con tranquilidad.

Zeth miró a los cuatros chicos que se sumaron, ya que dos ya los había golpeado, y se encontraban atrás del tipo que se le acercaba arrogante a él. Sí antes le dio asco, ahora no sabía qué era peor que eso. Ya hasta le hirvió la sangre lo suficiente para que apretada fuertemente los puños aún en sus bolsillos.

- Al parecer nunca dejarás de ser un cobarde que se esconde tras un grupo de personas para volverte fuerte. - Comentó aún ahí de pie sin moverse.

Aunque haya sido casi en susurro, llegó a los oídos del otro, provocándole de nuevo que le marcara. Al ver la mirada que cambió de él Zeth ni se inmutó, en cierto modo le agradaba ver la rabia que causa a su contrincante, pero eso no significaba que perdía su concentración. Se agachó levemente, separando sus piernas. Cuando el otro estuvo lo suficientemente cerca reaccionó, apoyo todo su peso en su pie derecho y, sin necesidad de ayudarse con las manos también, lo derribó con el pie dando una vuelta trescientos sesenta grados como sí nada.

- ¿Ahora quien sigue? - Preguntó sin cambiar mucho la postura, sólo se puso más encorvado. En cambio en su rostro se podía presenciar una sonrisa mostrando sus colmillos, extrañamente le encantaba ver la impresión de su poder en el rostro de los demás.

Dos cobraron compostura y fueron a puños levantados hacia él. Aunque no terminará exactamente de la misma forma, fue parecidos, ya que el pelirrojo se acercó agachado de un impulso golpeando en los estómagos hasta el puntos de levantarlos por la fuerza.

Sólo quedaron dos, ya que a los que ya había golpeado en el baño se alejaron y temblaban sin control. Uno de mayores de edad que quedaba mantenía sostenido al niño, en cambio el otro sacó una pistola de la parte trasera de su pantalón. Quien llevaba el libro del niño era uno de los lastimados que temblaba, aunque lo dejó caer cerca suyo.

El del arma se acercó sin dejar de apuntarle.

- Ya ríndete o disparo. - Advirtió tragando fuerte.

- ¡Tch, vaya que risa! Esa no te la crees ni tú. - Respondió con prepotencia Zeth.

El mayor, en su intento de superar las palabras del chico, apuntó a su frente con poca firmeza, nadie quien nunca ha disparado siquiera se atrevería a asesinar a alguien a sangre fría, por ende su mano temblaba notoriamente. El disparo se soltó y lo único que hizo el pelirrojo fue inclinar la cabeza, haciendo que se quemara las puntas de su cabello rojizo. Todos los que vieron, hasta el mismísimo niño, quedaron con la boca abierta.

- Te lo dije. - Dijo fríamente mirándolo con los párpados caídos. Se acercó al muchacho tranquilo, que no podía moverse, sólo atinó en soltar otro disparo del susto, pero cuando se dio cuenta, el cañón apuntaba al cielo, Zeth la había desviado comando el arma y corriendo de su camino sin dudar. Con la otra mano le tomó del cabello y tiró hacia abajo, golpeándole el rostro con su rodilla.

- ¡E-eres un demonio! - Exclamó el otro, soltando al pequeño, quien cayó a lo bruto de cara contra el suelo, soltando un pequeño quejido.

- Te equivocas... - Miró al pequeño que trataba de levantarse torpemente, cerró los ojos y los volvió abrir ahora con los ojos con las pupilas dilatadas. - ¡Yo soy el mismísimo Shinigami! - Exclamó pisando fuertemente, esos tres salieron corriendo realmente asustados. - Tsk - Soltó sonriendo para luego soltar una carcajada. - No puedo creer que sea hasta uno mayor que yo y se la creyó. -

Cuando volvió su vista para ver al chico, lo vio, pero con un pie enterrando su cuerpo en la arena. Levantó la vista al imbécil de siempre que ahora llevaba los ojos torcidos y una sonrisa de loco, sólo que notó que llevaba el libro del niño entre sus garras.
Zeth suspiró y lo tomó del antebrazo con fuerza.

- Te voy a dar una oportunidad para no salir herido sí sueltas el libro y dejas al niño. - Advirtió fríamente.

- Ni lo sueñes, no voy a... - No alcanzó a terminar cuando rápidamente Zeth le rompió el antebrazo, pero por suerte, sólo internamente.

- Te lo dije. - Soltó ya empujándolo. - Espero que seas ambidiestro para llamar a una ambulancia. - Se agachó al lado del pequeño. - ¿Estás bien, niño? -

- T-tú... - Decía tratando de levantarse con los pinos llenos de la arena que apretaba. - ¿Por qué...? - Elevó la mirada mostrando sus ojos llenos de lágrimas que corrían por sus mejillas, algo que al ver hizo que sintiera como sí mil camiones le cayeran encima. - ¡¿Por qué diablos has hecho eso?! - Gritó enojado y con esa voz chillona de niño. - ¡Yo no quería que tú fueras un matón como ellos! ¡Odio a las personas que abusan del poder que tienen para lastimar a los demás sin pensar! -

Zeth volvió a tener su mirada de antes, sólo que la bajo un poco, haciendo que ya con la poca luz que emitía un farol casi no se le viera su verde mirada. Miraba al niño sereno hasta que le dio un combo en la cabeza, dejando su puño encima.

- Eres un idiota, enano. - Dijo tranquilamente, mirando al frente sin ningún punto en específico. - Hay una razón por la cual todos levantamos los puños, tanto estúpido como importante puede ser, pero aun así sabemos por qué peleamos. - Aunque le dolió realmente, el pequeño lo miro con unas lágrimas por el golpe. - A pesar de que te defendí para cumplir una promesa que hice hace mucho, gracias a ella recordé que tengo viejos amigos a los cuales puedo defender y no lo hice, pero con verte algo me hizo recordarles y por eso casi no pude contenerme lo suficiente contra ese idiota que le rompí el brazo, desde pequeño ha ido en los mismos salones que yo y mis amigos y siempre era lo mismo con él. Al igual que a ti, yo también odio a los matones. - Le regaló una sonrisa aunque aún no lo miraba nuevamente.

El niño ya no lloraba, pero eso no hizo que una enorme sonrisa no se le dibujara en el rostro.

- Pero, ¿Por qué con verme a mí recordaste eso? - Preguntó curioso, ya sin esa enorme sonrisa, sólo con una ladeada.

Él lo miró, ya bajando su brazo y dejándolo sobre su pierna doblada. Una sonrisa triste se presentó en su rostro.

- Eso es porque tu mirada me recuerda a dos importantes personas que tuve en mi vida, y una de ella ya no la volví a ver desde hace diez años. - Dijo tratando de poner una sonrisa más alegre para no entristecer al pequeño. Colocó su mano sobre su extraño pelo y lo revolvió.

El pequeño ya no pudo contenerse más, sin importarle qué, se tiró a su pecho y lo abrazó con fuerza, aparentando bien su chaqueta negra. Zeth quedó de piedra aún con la mano elevada donde antes estaba la cabeza del pequeño.

- Eres como un hermano mayor al decir eso, Zeth. - Soltó con la voz quebrada y por primera vez llamándolo por su nombre. Ahora el mayor queda peor, como sí se congelara lentamente.

- ¿Un... hermano? - Repitió extrañado.

- ¡Sip! - Se separó mostrando una sonrisa. - Eres como un feo y fuerte hermano mayor. - Rió un momento al ver el rostro del mayor como sí no se lo creyera. Mientras él aún se encontraba mirando perdidamente al frente, el pequeño se agarró de su ropa y, como si fuese ardilla, se escaló de su ropa hasta quedar con los brazos alrededor de su cuello. - Apuesto a todo que tú eres mi guardián del mi libro de conjuros, eres una gran persona. - Confesó con alegría.

- ¿Libro de... conjuros? - Volvió a repetir cua do de repente le cayó la teja y una vena en su frente se hizo presente. - ¡Hey, enano! ¡¿Qué diablos haces en mi espalda?! ¡Bájate! - Gritó enojado.

- ¡Claro que no, me gusta mucho estar aquí! - Gritó feliz.

- ¡Oh, ¿Entonces tendré que sacarte de allí a la fuerza, cierto?! - Exclamó siguiendo el juego, corrió a loa árboles, adentrándose más donde se encontraba unos cerezos y comenzó a girar, afirmando los bracitos del niño, mientras pateaba los cerezos, provocando que los pétalos cayeran mucho más rápido y, gracias al viento, girara en torno a ellos.

El niño no paraba de reír y eso se le guardaba muy en el fondo de su corazón, aunque apenas lo conocía y ni sabía su nombre. Observó el lago que había más adentro, de por sí era enorme el parque realmente. El pequeño no notó cuando a donde él se dirigía, sólo reaccionó de sus risas cuando Zeth se estaba lanzando de espaldas, sin pensar que el chico, como el escurridizo que es, se moviera a su pecho tal cual araña y saltara para no mojarse, provocando que al impulsarse de él, cayera más rápido y fuerte dentro, pegando casi al fondo. Rápidamente se sentó, saliendo al menos de arriba del estómago hacia lo demás, por su suerte había caído en una parte para nada profunda. De inmediato, como pudo, recuperó el aire que perdió cuando respiró mal y trago agua.

- ¡Tú, bastar...! - El enojo y todo se le fue cuando vio como el retrocedía arrastrándose sin quitarle esa mirada de espanto al agua. - ¿Qué diablos te pasa? -

- Na-nada, sólo que... - Se detuvo cuando sintió una gota caer en la pinta de su nariz. Llevó la vista al cielo, cayéndose otra gota en la frente. Se sus ojos mostraron un miedo único, rápidamente se fue corriendo de allí.

- ¡Eh, oye enano, espera! - Salió cuando pudo del lago y lo siguió pero de inmediato lo perdió de vista. - ¡¿Dónde fuiste?! - Gritó a todo pulmón. Todo lo que recibió un sollozo de muy cerca, volteó a los pies de un tronco, el cual estaba hueco y justamente el niño cabía allí dentro. Se agachó al frente suyo, apenas lográndole ver el rostro. - ¿Qué te sucede? ¿Le tienes miedo al agua? -
Él levantó la vista a punto de llorar. Zeth suspiró pesadamente.

- Ya no llores, que no me gustan recordar lágrimas después de grandes sonrisas como las que diste. - Dijo al levantarse, volteó comenzando a trotar. - ¡En seguida vuelvo! -

El pequeño le miró la espalda mojada al alejarse. Enterró la cabeza entre sus piernas, abrazándolas con fuerza.

- ¿Cómo puedes ser tan tonto y cobarde? - Se decía a sí mismo. - Por eso es que para él no existo, por eso es que me abandonan... - Sus mismas palabras le dolían, pero eran la cruel verdad. Deslizó su mano por el suelo, notando recién que notaría su libro consigo. Despertó de inmediato y se dispuso a salir, pero antes de ser tocado por la lluvia se detuvo. - ¿Por qué... por qué le temo tanto a la lluvia...? - Susurró incrédulo. Sabía que el libro estaba bien aún, ya que seguía el aquí, pero por alguna razón no se atrevía a salir. - Ni aunque debemos tratar de llegar lo más lejos posible, habré deshonrado todo por simple miedo... No creo que el vuelva, a este paso, ni siquiera podría encontrarme. - Apretó los ojos para detener las lágrimas, aunque le era imposible. Hasta que sintió algo duro y húmedo empujando su mejilla.

- Te dije que no me gustan ver lágrimas, enano. - Escuchó la voz de Zeth. Abrió los ojos sorprendido, viendo que se encontraba agradado frente suyo y con una mano con su libro. Estaba jadeando y con el pecho levantándose y bajando rápidamente, había corrido lo más rápido y, como vio, fue por su mochila y traía consigo un paraguas. - ¿Vas a salir o no? -

Una gran sonrisa se le formó en su rostro y los ojos le brillaron.

- ... Ze..eth... - Expresó tomando su libro.

- Ya me sé mi nombre, no tienes que repetírmelo. - Se burló. - No me has dicho tu nombre. -

- Uhm... lo siento. Me llamo Enzo, Enzo Ritter. -

- Mmm... caballero, en Alemán. - Dijo pensando el significado. - Bien, caballero enano, ¿vienes o no? -

Enzo le miró el brazo extendido para molestarlo y se agarró, para ir como ardilla nuevamente a abrazarlo del cuello cuando comenzó a pararse. Había dejado el libro en una mochilita que tenía.

- Me pareces un koala así de apegado, enano. - Comentó Zeth ya caminando en dirección a su casa.

- Es que me trae buenos recuerdos estar aquí. - Confesó con una sonrisa aunque quedó todo mojado al abrazarlo.

Zeth no dijo más, pero el camino a su casa, de aburrido bajaba el paraguas, golpeando la cabeza del niño con la tela suave, a lo que él sólo decía "meh" solamente cuando se movía su cabeza.


Ya en el gran portón de su casa, traía al niño, tomándole las manos para que no se le cayera, ya que estaba que se dormía.

Llegando a la puerta está se abrió por una joven vestida de sirvienta.

- Señor Zeth, que bueno que ya llegó. Su padre llamó hace una hora informando que llegaría mañana temprano, pero quedó preocupado al saber que aún no llegaba. - Le informó de inmediato la sirvienta.

- Claro, como digas. - Contestó sin importarle mucho, ya entrando, aunque andaba todo mojado aún. La joven quedó blanca al ver al niño colgando del cuello chico. - Antes que digas cualquier cosa, mejor no preguntes y no le digas nada a mi padre, ¿entiendes?, de esto le hablo yo mañana. -

- Sí, señor. - Dijo firme, pero nerviosa.

- Bien. - Dejó el paraguas mojado en un tubo que hay para ello antes de la puerta y se fue escaleras arriba a su cuarto. Dejó al pequeño que dormía ya en el sofá y fue por dos toallas y fue a un cuarto cerca del suyo. Volvió con las toallas y ropa de niño, para el pequeño. Lo desvistió, al menos dejándolo con ropa interior. Comenzó a secarlo, aunque no está tan mojado, pero igual no quería que se resfríe. Notó que traía un cortar con unas espadas cruzadas y con un escudo, parecido al que tiene a la espalda de su chaqueta. Le dio vuelta y notó que tenía unas figuras ilegibles, así que de inmediato la dejó, aunque no significaba que la sacaba de su mente. Terminó y con pesadez le colocó esa camisa y shorts de pijama. Lo dejó dentro de su cama y dejó la ropa de el en un canasto. Hizo lo mismo con él, sólo que se dejó en sólo un pantalón. Dejó las ropa en la canasta fuera de su cuarto, ya que las recogerían después.

Miró un momento al niño dormido tranquilamente entre las sábanas. Una sonrisa se le escapó al verlo así. La vista se le fue a su mochilita, donde se podía ver parte de ese libro rojo profundo.

- ¿Guardián del su libro de conjuros? ¿Qué disparate es ése? - Dijo antes de acostarse en su sillón con sábanas y un cojín que colocó recién. Ya mañana hablaría bien de esta niño y todo lo demás.


Bien, hasta aquí por ahora, prometo subir el siguiente capítulo en dos semanas más, ya que me voy de viaje mañana (para mi ya es ocho ahora), y como es un campamento, escribir en mi celular no podría porque no hay luz D: Pero me daré una idea más concreta, ya que ya llevo un tanto.

Sin más que decir (mi excusa de que me duelen los ojos ya), no vemos en un tiempo.

Ray Out