Disclaimer: Ninguno de los personajes de Fullmetal Alchemits me pertenece.
1/36 (Número de capítulo en relación al total, epílogo incluído)
Hola a todos/as, ¿cómo están? Espero que bien. Y, primero que nada, quiero disculparme por el tiempo que me demoró subir esta nueva historia que había prometido. Dije que subiría una nueva de ésta pareja y (tarde pero seguro) aquí está, si todavía queda alguien con la paciencia para leerla... Aunque espero que sí =). De antemano, gracias, por tomarse el tiempo y la molestia de darle una oportunidad. Y, para aquellos que no saben, YO ACTUALIZO TODOS LOS DÍAS, un capítulo al día, y esa es una promesa que cumplo a rajatabla. Por lo demás, gracias por leer. Y, si no es mucha molestia, me encantaría saber qué les parece. Espero que es guste. ¡Nos vemos y besitos!
Crisis de la mediana edad
I
"Con sabor a alcohol, melaza y madera"
Espiró, observando con pesar el vaso en su mano y el líquido ambarino vibrando suavemente en el interior de las paredes de cristal, haciendo pequeñas ondas. Codo izquierdo sobre la barra y antebrazo derecho igualmente sobre la misma, dedos firmemente enroscados alrededor del Whisky que acababa de pedir. En el interior del mismo, dos cubos de hielo chocaban ocasionalmente con un pequeño tintineo. Espiró por segunda vez, alzando la mano y dando un sorbo a su bebida. El ardiente líquido descendiendo por su garganta, dejando su boca vaporosa al pasar.
Con un seco golpe, volvió a dejar el vaso sobre la superficie lisa de la barra, saboreando el Whisky. A su lado, oyó una despreocupada carcajada, seguida de una palmada fuerte en su espalda, en el momento en que iba a dar un segundo sorbo. Torciendo el gesto, vaso aún en la mano, observó molesto a la persona dueña del brazo que se encontraba a su lado, sentado, bebiéndose también un vaso de Whisky propio, sin hielo.
—No pensé ver el día en que Roy Mustang estuviera hecho un desastre por una mujer —dijo, al aire. Pero parecía complacido.
Roy tensó los labios en una línea, dedicando una mirada de fastidio a su amigo desde la academia —Hughes, no sé de qué demonios estás hablando. No hay ninguna mujer.
—¿No? —se encogió de hombros, dando un sorbo a su Whisky y acomodándose las gafas sobre el puente de la nariz—. Definitivamente eso parecía, amigo —se volvió al moreno y entrecerró los ojos—. ¿Ninguna? Ni siquiera...
—Hughes —lo cortó, tajante e irritado, puntuando su nombre con cierto énfasis—. Ya te lo dije, por enésima vez, no hay ninguna mujer.
El hombre a su lado asintió —Ese es el problema entonces. Necesitas una esposa, una mujer que te entienda y apoye, como mi maravillosa Gracia. ¿Cuánto tienes ya?
Un pequeño tic de irritación apareció en su ceja —Tu misma edad —no solo se estaba metiendo con su estilo de vida, algo que ya era habitual y se había hecho costumbre en su amigo, sino que ahora le estaba restregando en el rostro su edad. Seguro, ya no era tan joven como lo había sido antes. Y seguro, estaba en una edad en que muchos hombres decidían finalmente sentar cabeza. Pero eso no significaba que él debiera hacerlo o aspirar a ello siquiera. No, Roy Mustang estaba cómodo y satisfecho con su estilo de vida, con su sórdido y superficial estilo de vida. Si, lo estaba.
Maes dio un golpe a la barra, como súbitamente recordándolo —¡Cierto! —y luego negó la cabeza, como en señal de reprobación—. Necesitas apresurarte, o te quedarás soltero por el resto de tu vida.
La conversación estaba virando al sur, como siempre, y necesitaba desesperadamente un trago, así que lo bebió de una. Tras tragar y apoyar el vaso una vez más sobre la barra, replicó —Hughes, no me interesa casarme. No necesito una esposa.
—¡Claro que sí! —exclamó, animadamente, como si la sola idea le pareciera ridícula—. Todos necesitan una esposa. Y tú, amigo, necesitas alguien que te apoye. ¡Alguien como mi maravillosa Gracia! —añadió, a modo de pie de página—. Y así podrás tener una como nuestra hermosa Elicia. ¿Te conté que ahora sabe contar hasta el trece? ¿No es una genio? Seguramente crecerá para ser una mujer muy inteligente, como mi preciada Gracia.
No solo le estaba adosando una esposa ya, sino que también, aparentemente, ahora tendría hijos —Hughes, te repito, no me interesa tener una esposa. Menos aún hijos. Así que deja en paz el tema —replicó, tajante. Con un ligero tono amenazante de fondo. La conversación se estaba tornando ridícula ya. Y debió haber alzado más de lo usual la voz, porque el barman le estaba dedicando una mirada curiosa. Suspiró—. No necesito una esposa, así que haz el favor de cambiar de tema.
Su amigo dio un sorbo a su Whisky y asintió, voz ahora más seria —¿Cómo va el trabajo?
Roy se pasó una mano por el cabello azabache, frustrado, acomodándoselo hacia atrás —Ah... Ya sabes. Con todo lo sucedido últimamente, no nos ha dejado de llover papeleo. Es un tedio. Y el mayor Hawker sigue respirándome en la nuca.
Hughes asintió, sonriendo nostálgicamente —Los mayores generales nunca te tuvieron en muy alta estima, mira a Hakuro y a la mayor Armstrong. Aunque era esperable, ascendiendo tan rápido, que ganaras varios enemigos en los rangos superiores.
Él sonrió, confiado —Así es. Pero, como dije, estoy preparado para ello. Además, ¿cómo seré capaz de alcanzar la cima si no puedo superar estos pequeños inconvenientes?
El hombre de gafas sonrió y lo codeó amistosamente, tal y como había hecho aquella vez en Ishbal, cuando él había anunciado que pretendía alcanzar el puesto más alto en la milicia, pero que seguramente carecía de la fuerza para hacerlo —¿Por qué eres tan orgulloso? Ya te dije, suena interesante, así que cuenta conmigo. Como siempre.
Roy soltó un suspiro —Puede que no sea tan fácil...
Hughes se encogió de hombros —Quién dijo que lo sería —se acomodó las gafas, sorbiendo un trago de Whisky.
Mustang asintió —Aún así, aún falta demasiado por hacer. En el Este y luego está Ishbal...
Los ojos de ambos se oscurecieron, los negros de él y los verdes de Hughes. Por un instante, ambos observaron el espacio delante de ambos en silencio. Finalmente, fue Hughes quien decidió romperlo —Ah... Cierto. Nosotros mismos nos aseguramos de que no quedara nada allí, ¿no es así?
Roy asintió. Expresión amarga —Así es. Quemamos y destruimos todo hasta que no quedara nada. Ni siquiera un Ishbalita en pie —bebió un largo trago—. De hecho, yo mismo quemé al último con mis propias manos.
Hughes lo observó de reojo y dio un sorbo a su bebida —Muchos murieron en el campo. De ambos bandos. Ah... Cielos, Ishbal no fue de lo que hablamos en la academia... De ese hermoso futuro... Ishbal no fue eso...
Los dedos de él se cerraron más firmemente alrededor del vaso —No, no lo fue —recordando las palabras de Hughes -pero tus ojos han cambiado. Los tuyos también, son los ojos de un asesino... Si...- los ojos de su amigo, los suyos propios reflejados en el agua y los ojos de Hawkeye. Mirando nuevamente sus actuales ojos reflejados en el Whisky, se le formó un nudo en el estómago. Y, por un instante, no pudo dar un sorbo más—. Pero decidí que haré algo al respecto. Asumiré esa responsabilidad, haré todo lo que esté a mi alcance. Hasta el día en que sea capaz de devolverles todo lo que les arrebatamos.
Hughes lo observó perplejo y entonces sonrió y le dio otra brusca palmada en la espalda, haciendo que su cuerpo se inclinara hacia delante —Ah... Cuenta conmigo —entonces retomó la seriedad—. Después de todo, yo mismo estuve allí. Todo lo que hice allí... lo tomaré todo... —suspiró— Las cosas no resultaron como las pensamos en la academia.
Roy sonrió nostálgicamente —No, no lo hicieron. Bueno, no del todo. Tú conseguiste esa mujer a la que querrías proteger y con la que querrías casarte... Por la que te uniste a la milicia...
Hughes sonrió, con expresión cansada, similar a la que había tenido por aquel entonces, cuando ambos habían permanecido estacionados en el desierto —Si no fuera por ella, por las cartas... Gracias a las cartas pude pensar en un mañana en ese sitio, en el que nadie sabía cuándo acabaría la guerra...
Él asintió, recordando que su amigo había dicho unas palabra similares entonces. Si debía ser honesto, había sentido algo de envidia entonces e incluso ahora la sentía, dado que él no había tenido nada a lo que aferrarse en aquel sitio. Nada por lo que vivir. Hasta que había aparecido ella, y entonces todo había parecido un poco del todo peor (si es que algo así era remotamente posible) y un poco mejor. Aunque solo un poco —Realmente fue una guerra que parecía no tener fin...
Hughes asintió —Si, un operativo muy grande... —y bebió algo de Whisky, vaciando su vaso. Roy hizo lo mismo, y le hizo una seña al barman. Cuando el hombre se acercó con la botella, no obstante, el coronel le hizo una seña de que la dejara. Y se sirvió un poco, dejándola al alcance de su amigo.
Alzando el vaso, lo hizo girar lánguidamente delante de sus ojos, observando el líquido dorado arremolinarse —¿No se enojará tu mujer? —dijo finalmente, sorbiendo un poco y dejándolo sobre la barra una vez más.
—Mi maravillosa Gracia lo entenderá —sonrió, restándole importancia. Era cierto, Gracia era una mujer sumamente comprensiva. Tanto que en ocasiones se preguntaba cómo había terminado aceptando casarse con un sujeto como él.
Roy lo observó de reojo, y luego volvió la vista al frente, expresión vacante —Parece una gran mujer. La que te conseguiste... —cerró los ojos y bebió otro poco—. Tal y como dijiste que harías...
Hughes sonrió y lo codeó una vez más —¿Y la tuya no se enfadará?
El moreno suspiró frustrado, y cansado —Hughes, sinceramente, no sé de qué hablas. Yo no tengo una mujer. Y estoy seguro de que lo afirmé en más de quinientas ocasiones ya —masajeándose las sienes. Hughes podía ser un buen amigo, un hombre inteligente y buen militar, padre y esposo (aparentemente también), pero era también un completo idiota. Y uno reiterativo, por encima de todo.
—¿Entonces nadie te regañará al final del día por haber bebido demasiado? —insistió, con una sonrisa—. ¿Quién se llevará tu triste trasero de aquí cuando hayas bebido de más?
Roy torció el gesto —Si tengo suerte, una mujer. Sino, esperaba que tú.
Pero Hughes solo negó con la cabeza, sonriente —No, lo siento, no puedo. Tengo una hermosa esposa y una adorable hija a la que regresar. Pídeselo a alguien más.
Bufó, dejando el vaso sobre la barra —Eres un gran amigo —sarcasmo en sus palabras.
—Lo sé —asintió, pasando de alto por completo el sarcasmo del moreno, deliberadamente—. Por cierto, volviendo a lo de la esposa...
—Hughes... —le advirtió, pero el hombre de gafas decidió ignorar el tono de su amigo por segunda vez.
—Necesitas una urgente —dijo, pensativo—. Gracia tiene una prima, quizá pueda venir a cenar y tú también. Le diré a mi maravillosa Gracia que prepare su famoso quiché de espinacas y su pavo al horno relleno. ¿Te dije lo extraordinario que cocina mi Gracia?
Roy espiró pacientemente, masajeándose las sienes una vez más —Sólo unas 15.000 veces Hughes, desde que llegamos al bar.
—Y mi adorable Elicia estrenará su vestidito nuevo —se metió la mano en el bolsillo, removiendo una foto de la niña, la más reciente que parecía haberle sacado, abrazando un osito que parecía más grande que todo su pequeño cuerpito—. ¿Acaso no es lo más adorable que viste en tu vida?
—Hughes… No iré. Y no tengo intenciones de conocer a la prima de tu mujer tampoco.
—¿Qué? ¿Por qué no? Puedes traer a una acompañante de tu elección si quieres —sonrió, codeándolo—. ¿Una potencial candidata a esposa?
—Hughes —había repetido, perdiendo progresivamente la paciencia.
Encontraba el entusiasmo e interés de su amigo por su vida personal y romántica tolerable, pero en dosis pequeñas –muy pequeñas-. Sin embargo, no deseaba otra cosa que vaciarle la botella de Whisky en la cabeza y prenderlo fuego cuando comenzaba a hablar de ridiculeces como él consiguiéndose una esposa. Más aún cuando no parecía captar la sutil y subyacente amenaza y continuaba con el tema—. No tengo una potencial candidata a esposa. No necesito una esposa.
Su amigo decidió ignorarlo absoluta y olímpicamente por completo. Alzando un dedo como si súbitamente hubiera tenido una especie de revelación respecto a algo, y dando un sorbo a su Whisky —Ya sé, lleva a Hawkeye.
Roy enarcó peligrosamente una ceja, labios presionados firmemente en una línea. Tanto, que una de sus comisuras empezó a temblar a modo de tic —Hughes... Dime por qué demonios llevaría a Hawkeye... —y ahí estaba la ridiculez cumbre del día. Su amigo tenía una obsesión con el tema.
—Bueno, tú necesitas una esposa. Y una persona que te entienda y apoye. Y Hawkeye te apoya y comprende y resulta que es una mujer, ¿qué más? —se encogió de hombros. Sonriendo y restándole importancia a su considerablemente simplista deducción. Para un ser un hombre inteligente, como Roy sabía lo era Hughes, en ocasiones podía ser un completo idiota. ¡Pst! Chasqueó la lengua, con amargura. Como si todo fuera tan fácil... Pero a veces esa perspectiva era refrescante. De hecho, era agradable, inclusive—. Además, y desde Thereza, no ha habido ninguna otra mujer que te tolere tanto como Hawkeye.
Suspiró, deseando golpearse la cabeza contra la barra, o hacer lo semejante con la de su amigo —Hawkeye te dispararía de oír tu ridícula teoría.
—¿O quizá aceptaría...? —sugirió.
Él encontraba la teoría particularmente irrisoria —No, definitivamente te dispararía, así que te aconsejaría que no se la sugieras. O yo mismo me aseguraré de quemarte y achicharrarte esa lengua —lo amenazó, expresión sombría.
—A veces dices cosas que me asustan, alquimista de la flama. Además, no harías eso a mi maravillosa Gracia y adorable Elicia-chan, ¿no es cierto? ¡¿Qué harían sin un sujeto tan maravilloso como yo?
Espiró, cansado. Aquello iba progresivamente de ridículo a un sin sentido completo —Sé qué haría yo, no tendría que oírte más parlotear ridículamente sobre mi necesidad de una esposa.
—Si tuvieras una esposa no...
—Hughes... —lo amenazó, tajante. Sinceramente, estaba harto. Su dosis de discusiones sobre su vida amorosa había rebasado el vaso aquel día. Y si su amigo continuaba con aquello, se vería forzado a hacer lo que había considerado antes, con la botella y sus guantes de ignición, que permanecían en su bolsillo. El barman, en silencio, vino y se llevó la botella de Whisky vacía. Dedicándole una última mirada. Roy bufó, quizá debería bajar la voz en sus amenazas a su amigo.
No obstante, éste giró parcialmente en el taburete y señaló a espaldas de él, sonriendo —Hablando de esposas, allí viene la tuya...
Roy torció el gesto y se volteó, completamente irritado —Hughes, por enésima vez, no tengo- —pero se cortó al ver allí, de pie, con expresión severa y reprobatoria, a su teniente primera, vestida de civil y con un abrigo negro encima. Su cabello, habitualmente recogido en un tirante agarre tras su cabeza, suelto y cayendo lisamente sobre sus hombros. Sus brazos firmemente cruzados bajo sus pechos, enalteciendo sus... atributos. En los cuales no pudo evitar detenerse un segundo más del realmente necesario o apropiado. Sin mencionar que no era seguro. No con Hawkeye. Frunció el entrecejo, ¿cómo lo había encontrado?
El barman, haciendo un gesto con la cabeza, mientras secaba un vaso de vidrio con un trapo, indicó al general de brigada —Es todo tuyo.
Riza asintió secamente, caminando hasta quedar delante de él. Roy, frunciendo el ceño una vez más, alzó ambas manos al rostro de su teniente primera. Sólo para cerciorarse de que no estuviera imaginándolo todo. Al ver que era tangible y perfectamente real, y que su conducta estaba incrementando la expresión reprobatoria de ella, las retrajo —Teniente, ¿qué hace aquí?
Hawkeye suspiró —Barry me llamó, general de brigada —replicó, a modo fáctico—. Vine a buscarlo. ¿Se encuentra bien?
—Así es, teniente —dijo, con calma—. Sólo estaba bebiendo un Whisky con Hughes... —se volteó, no obstante, su amigo no se encontraba sentado a su lado. De hecho, el taburete junto a él se encontraba ocupado por otro hombre completamente diferente, que permanecía ajeno a toda la conversación entre él y su teniente primera y bebiendo su propia bebida. Por un instante, permaneció en silencio, cayendo en la cuenta. Permitiéndose que la realidad le cayera en cima, como un terriblemente agobiante peso. Sus hombros cayeron levemente hacia abajo. Su corazón cayó al fondo de su estómago. Cierto. Se recordó con pesar. Hughes no estaba. Hughes había muerto, asesinado, por los homúnculos. Hughes había desaparecido. Y hacía varios años ya que había compartido el último trago con él, la última ridícula conversación sobre esposas, la última vez que lo había visto.
No, Hughes no volvería a atosigarlo con ridiculeces sobre que debía conseguirse una esposa y casarse lo antes posible, no volvería a intentar presentarle una mujer para que se comprometiera ni volvería a invitarlo a su casa a cenar, invitación que de todas formas él rechazaría. Y no, tampoco volvería esa noche a su casa, ni daría un beso a su hija que ese año cumpliría nueve años, ni se acostaría junto a su esposa en su respectivo lado de la cama. No volvería a llamarlo por teléfono tampoco, para alardear de su hermosa familia, ni podría ayudarlo más en su ascenso a la cima. Hughes no estaba más. Sólo que él lo había olvidado, por un instante. Al menos, había querido hacerlo. Hablar con él una vez más, una última vez, y recordar viejos tiempos de la academia como cuando recién se habían unido a la milicia. Como cuando habían creído que podrían forjar un maravilloso futuro. Uno que su amigo ya no podría ver. Se le hizo un nudo en la garganta. Y alzó sus ojos a Hawkeye, que permanecía aún de pie frente a él, observándolo ahora con expresión de preocupación. Evidentemente, ella se había percatado de su desliz.
Suspiró. Repitiendo su pregunta, aunque ésta vez con un tono más suave, menos severo —¿Se encuentra bien, general? —descruzando sus brazos en el proceso.
Roy negó con la cabeza —No, creo que no, teniente —y se puso de pie, tambaleándose ligeramente. En un movimiento reflejo, Riza posicionó sus manos en sus hombros firmemente, certeramente, estabilizándolo de forma efectiva. Él bajó la mirada levemente hasta sus ojos y clavó los suyos propios allí. En los comprensivos y preocupados orbes caoba de su teniente primera. Hughes, creo... que tenías razón...—. Lléveme a casa.
Ella asintió, secamente —Si, general —posicionándose a su lado y deslizando un brazo por detrás de la espalda de su superior. Roy, sin fuerzas, deslizó el suyo propio por detrás del cuello de su teniente y sobre los hombros, sirviéndose de Hawkeye como muleta para mantenerse en pie, abandonar el bar y alcanzar el auto. De hecho, si lo pensaba, ella era y siempre había sido su muleta. Desde que tenía memoria. Desde que se había convertido en el discípulo de su padre. Ella siempre había velado –indirecta o directamente- por él. Ayudado y asistido a que lograra sus objetivos. E incluso lo había forzado a mantenerse en pie y centrado, cuando había parecido que perdería no solo la perspectiva sino también su recto camino. Y, si lo pensaba detenidamente, siempre estaba dependiendo demasiado de ella. En todos los aspectos de su vida. Suponía que a aquellas alturas era seguro afirmar que era Hawkeye-dependiente.
Con cuidado, lo guió con paso recto y firme hasta el auto que aguardaba a fuera, resintiendo el frío exterior. Y, con igual destreza, colocó las llaves, abrió la puerta del acompañante, inclinándose para depositarlo en el mismo. Sin embargo, él no la soltó cuando ella iba a retraerse, sino que la sujetó de la cintura, haciendo que Hawkeye trastabillara ligeramente y cayera nuevamente hacia delante. Mano firmemente posicionada al lado de donde se encontraba sentado su superior, para evitar caer sobre éste. Y, aún así, la distancia entre ambos era escasa. Tanto que podía sentir el frío aliento a alcohol de él chocándole a modo de nube contra los labios. Su expresión se tornó severa —General...
Pero él solo alzó la mano, aún sentado de costado en el asiento del acompañante, con las piernas fuera del auto y sobre el pavimento, y Hawkeye inclinada sobre él, intentando retroceder, sacar su cabeza del auto y enderezarse. En un calmo gesto, tomó un mechón de su rubio cabello. Examinando sus duras facciones. Sus ojos clavándose en sus rosados labios. Aún con la severa forma en que los mantenía tirantes, sus labios continuaban siendo sumamente atractivos a sus ojos. Tanto que se le secó la boca de sólo observarlos y observar la forma en que el aire frío se deslizaba suavemente por entre éstos y hacia afuera. O quizá era el alcohol, lo que había secado su boca —Odio admitirlo, pero quizá Hughes tenía razón.
Riza frunció el entrecejo y, aprovechando el breve lapso de distracción en que el coronel había suavizado su agarre, se zafó y enderezó. Sacando finalmente la cabeza del interior del auto —General, deslice sus piernas adentro, por favor —éste suspiró y asintió, obedeciendo. Una vez lo hizo, Hawkeye cerró la puerta con algo más de fuerza de la necesaria y bordeó el vehículo, abriendo ésta vez la del lado del conductor.
Manteniendo la calma, se sentó y cerró la puerta. Deslizando la llave en el interior del arranque. Una vez el motor comenzó a ronronear, presionó controladamente el acelerador y arrancó, dejando atrás el bar de mala muerte en que había encontrado al general de brigada. El cual, a su lado, permanecía sentado en silencio con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. Tras unas cuadras de silencio, no obstante, los abrió una vez más —Éste es mi auto —notó.
Riza asintió, sin apartar la vista del camino —Así es. Dado que no poseo auto, me vi obligada a ir a su casa y retraer el suyo. Espero no le moleste.
Suspiró —No... Por supuesto que no, teniente... —cabeza aún hacia atrás—. Aún así, ¿cómo entró?
Hawkeye negó con la cabeza —Si mal no recuerda, general, usted me dio un juego de llaves, en caso de emergencia.
Roy se enderezó y enarcó una ceja —¿Y lo lleva siempre consigo, teniente?
—Así es, general—afirmó, con calma—. Aunque solo me encontraba en mi apartamento, cuando me comunicaron de su estado y locación.
—¿Durmiendo? —inquirió.
La expresión de ella se suavizó a duras penas —Me temo que no, general. Sólo intentándolo.
Él asintió —Lamento haberla sacado de la cama, teniente —voz sinceramente sentida.
Pero sólo negó con la cabeza —No se preocupe, general. Ni siquiera había empezado a perder la conciencia.
—No sé si considerarlo bueno o malo —admitió, volviendo a descansar la cabeza en el apoya cabezas del asiento. Ojos nuevamente cerrados.
Riza lo observó de reojo. Ella misma tampoco lo sabía —Estoy segura de que no es relevante de todas formas, general.
Torció el gesto —No, supongo que no.
Espiró, doblando en una esquina. Dos manos en el volante, algo que Roy había notado de su teniente primera. De hecho, Hawkeye era siempre responsable y se apegaba a las normas, reglas o regulaciones, así que no debería sorprenderlo. Y no lo hacía, no realmente, pero en ocasiones se preguntaba si caminar siempre tan entre las líneas sin siquiera pisarlas no la asfixiaba. O al menos no la hacía sentirse demasiado controlada. Él, personalmente, sabía que se volvería loco —¿Cuánto bebió, general?
Parpadeó, percatándose de que ella había formulado una pregunta —No estoy seguro, teniente, pero asumo que demasiado —para haber tenido una conversación ficticia con mi fallecido amigo, añadió mentalmente y con amargura. Quizá la locura finalmente lo estaba alcanzando, con la edad.
Riza frunció el entrecejo —¿Acaso pretendía ahogarse en alcohol, general?
Ah... El sermón de la siempre responsable e intachable Hawkeye. Pensó, con pesadumbre. Hughes había tenido razón, al menos el Hughes con el que había conversado media hora atrás. ¿Entonces nadie te regañará al final del día por haber bebido demasiado? ¿Quién se llevará tu trasero de aquí cuando hayas bebido de más? No era como si todo hubiera sido un fingimiento de su imaginación, de todas formas. La mayorías de las cosas las había oído salir de la boca de Hughes en una u otra ocasión. Su mente sólo había hecho un collage de todas las veces que habían conversado. Suspiró. La cabeza empezaba a dolerle.
Se cubrió el rostro con una mano, mientras permanecía con la cabeza tirada hacia atrás y los ojos cerrados —Si eso pretendía, evidentemente fallé en mi objetivo, teniente —masculló, empezando a resentir la bebida.
A su lado, y aunque no pudo verla, estuvo seguro de que ella había arrugado su rostro en una expresión aún más severa. Indudablemente desaprobando no solo su conducta sino también su respuesta a su pregunta —No es gracioso, general.
—No estoy riendo, teniente —concedió, ligeramente irritado. Oh, Dios, el Whisky empezaba a destrozar su organismo por dentro.
La oyó suspirar larga y tendidamente. Seguramente armándose de paciencia. Lo admitía. La mayor parte de las veces, no era un ebrio colaborador y obediente. Era más bien del tipo que le hacía las cosas complicadas —Espero que no, general. Dado que pudo haber puesto su vida en riesgo, sin mencionar el daño a su salud. Además, lamento informarle que apesta.
Colocó su palma cubriendo sus labios y exhaló. El hedor a alcohol alcanzando sus propias fosas nasales. Sin mencionar que se había adherido a su ropa el olor a tabaco del bar. Torció el gesto —No es una imagen muy atractiva, ¿no es así, teniente? —confirió.
Negó con la cabeza —No, general. No realmente.
Asintió —Eso explica por qué ninguna mujer se acercó a invitarme otro vaso de Whisky.
Riza inhaló con aún más paciencia —Lamento informarle que no parecía que necesitara ningún vaso más, general. De hecho, creo que vació una botella por su cuenta, y eso es demasiado, incluso para usted.
—No tengo respuesta o defensa para eso, teniente —admitió, con un atisbo de sonrisa. La cabeza empezaba a dolerle demasiado como para sonreír como lo haría estando sobrio.
—Es bueno ver que está dispuesto a admitirlo al menos.
—Mi hígado, por otro lado, no lo ve tan positivo en este momento, teniente.
Volvió a negar con la cabeza —Imagino que no, general. A este paso, terminará destruyéndolo en escaso tiempo. Así que, por favor, absténgase de continuar bebiendo de esta manera.
—¿Me está regañando, teniente? —sonrió, ladeando su cabeza ligeramente en dirección al asiento de Hawkeye para observarla. Su cabello azabache aplastado en la nuca contra el apoya cabezas.
Riza tensó sus labios en una línea —Eso me temo, general. Alguien tiene que hacerlo, después de todo.
—Podrías acompañarme con unos tragos para vigilarme —sugirió. En otras ocasiones había depositado la invitación sobre la mesa, pero Hawkeye la había rechazado tajantemente, una y otra vez.
—Preferiría que no dependiera de mi para controlarse, general. Y me temo que encuentro la mera sugerencia inapropiada.
Roy enarcó una sugerencia —No veo por qué, teniente. Sólo seríamos dos camaradas militares, veteranos de Ishbal, intercambiando anécdotas de guerra. Como solía hacer igualmente con Hughes.
Riza frunció el entrecejo —Me temo que es diferente que con el general de brigada, general.
—No veo por qué.
Espiró —Sabe perfectamente que no sería eso.
Él enarcó ambas cejas —¿No? Admito que no me molestaría intercambiar algo más que palabras pero...
—General —lo cortó. Cuando lo vio observarla, añadió—. Cierre la boca, por favor.
Afortunadamente para ella, su superior comprendió el tono filoso, severo y cortante y obedeció. O, quizá, su cabeza simplemente le dolía demasiado. De una forma u otra, Riza agradeció el silencio y volvió a enfocar sus ojos fijamente en el camino. Manos tensamente alrededor del volante. Esa era, de hecho, la razón por la que odiaba que el general de brigada bebiera. En primer lugar, porque siempre era ella quien debía ir a buscarlo, recogerlo y llevarlo a su casa, asegurando su seguridad. En segundo, porque tenía una ligeramente irritante e inconveniente costumbre de no filtrar nada de lo que pasaba su cabeza. Seguro, estando sobrio en ocasiones también lo hacía. De hecho, generalmente tendía a no censurar sus pensamientos en su presencia, dado que la consideraba digna de confianza. No obstante, lo hacía con más sensibilidad y tacto, e incluso entonces, había temas que no tocaba con ella. Bebido, por otro lado, no tenía la misma cortesía para con Riza. Sin mencionar que, tal y como ella había afirmado, la mayor parte del tiempo era sencillamente inapropiado en tantos aspectos que no podía terminar de sorprenderse. No con las cosas con que solía salirle cuando estaba ebrio.
—¿Falta mucho? —la cuestionó al rato—. Porque temo que no me estoy sintiendo particularmente bien...
Riza frunció el entrecejo —Debió pensarlo antes de intentar convertirse en una máquina expendedora de Whisky humana, general.
—¿Sabe, teniente? En otro momento, la idea de una máquina expendedora de Whisky me hubiera resultado sumamente atractiva —admitió. Llegando al exacto punto en la noche de un ebrio en que empezaba a lamentarse de haber bebido tanto.
Exhaló —No lo dudo, general. Y no, no falta demasiado. En escasos minutos llegaremos a su casa.
Asintió —Es bueno saberlo.
—Somos dos que pensamos lo mismo, general —replicó, con la voz severa pero cansada.
—¿Tantos deseos tiene de deshacerse de mi, teniente? —inquirió, finalmente enderezándose en el asiento y frotándose la frente con pesar.
—Tengo deseos de regresar a mi apartamento, general. Y a la calidez de mi cama, si no pretende volver a intentar reemplazar todo el agua de su cuerpo con alguna bebida alcohólica.
—No por esta noche, teniente —aseguró—. Y no en mucho tiempo tampoco.
Asintió, deteniendo finalmente el vehículo y apagando el motor —Es bueno saberlo, coronel —luego, sin más, abrió la puerta y descendió una pierna del mismo. No obstante, se detuvo en seco y se volvió al hombre—. Por favor, espere aquí, general. Abriré la puerta y regresaré por usted.
—No se demore, teniente.
—No lo haré, general —le aseguró, con voz firme, volviéndose y abandonando finalmente el interior del auto. Una vez cerró la puerta de su lado, subió los tres escalones de la entrada, caminó hasta la pequeña y estrecha casa rentada del coronel y abrió la puerta de la misma, ingresando y verificando que no hubiera nada fuera de lugar. Una vez estuvo segura, deshizo sus pasos hasta el auto y abrió la puerta del acompañante, aguardando a que el coronel descendiera. Con cuidado, el hombre apoyó ambos pies hasta posarlos en el pavimento y se puso de pie como pudo. Balanceándose ligeramente y aferrándose del techo del vehículo para evitar caerse. Riza, espirando pacientemente, le colocó una mano en la espalda.
—Permítame asistirlo, general —sugirió, con calma.
Pero él le apartó la mano con el brazo, enderezándose y dejando ir el techo del auto de entre sus dedos —No, está bien, teniente. ¿Qué clase de superior sería si no puedo mantenerme en pie por mi cuenta?
Riza negó con la cabeza y se cruzó de brazos —Uno ebrio, general. Y uno terco, por encima de todo.
—Estoy bien —aseguró, caminando con cuidado hasta la entrada, escoltado todo el tiempo por Hawkeye, que lo miraba con suma caución. No obstante, cuando quiso levantar el pie para pisar el primer escalón, falló en su estipulación de la altura y le erró al mismo, trastabillando hacia delante. Afortunadamente, su teniente primera reaccionó rápido y lo detuvo de caer colocando una mano delante de su pecho, y la otra en su espalda. Frunció el entrecejo—. Recuérdeme no volver a rentar una casa con escalones, teniente.
—Creo que sería mejor que le recuerde no volver a beber tanto, general. Además, estoy segura de que le saldría más barato a cambiar la locación de su casa.
—Seguramente —concedió, aceptando finalmente la ayuda de su subordinada para ascender los escalones de entrada. Una vez lo hizo, Riza cerró la puerta tras de ambos y lo guió, con caución, escaleras arriba y a su habitación. Cuidando, todo el tiempo, de que no volviera a tropezar y cayera por las escaleras.
Afortunadamente, y a pesar de la ostensión que solía hacer su superior, la casa que rentaba era pequeña y estrecha. Apropiada para una persona, quizá dos, como mucho. Y para el estilo de vida del general de brigada. De hecho, se trataba de una pequeña casa con pisos de madera, paredes de estuco, una entrada, una pequeña sala a la izquierda y una cocina al fondo. Y, en la segunda planta, una habitación de tamaño promedio y un baño. Toda la misma decorada de forma elegante y clásica, con colores más bien sobrios y modestos, acorde al gusto de su superior, pero siempre manteniendo la simpleza propia de la casa de un hombre soltero. Y, muy a pesar de la imagen que solía dar en la oficina, Roy Mustang era a simple vista un hombre ordenado.
Sirviéndose de su pie para abrir de par en par la puerta de la habitación del general, dado que tenía las manos ocupadas asegurándose de que su superior no cayera, ingresó junto con él. Guiándolo hasta la cama tamaño king y dejándolo caer allí, boca arriba, y con las piernas colgando a los pies de la misma. Pies sobre el piso de parqué. Las paredes, tal y como las recordaba de la última vez, permanecían pintadas de un tono marrón tostado oscuro. Mientras que el edredón de la cama era negro y las sábanas un color gris claro. La pantalla de la lámpara, no obstante, y los demás accesorios del cuarto eran de un color verde oscuro. Acuclillándose, con cuidado y destreza, comenzó a removerle el zapato. No obstante, lo sintió moverse y sentarse en la cama. Alzó la mirada.
—General, por favor quédese quieto —lo amonestó. Ya de por sí encontraba la tarea no solo ardua sino también embarazosa. Y preferiría, ciertamente, terminar rápidamente y marcharse a tener que continuar haciendo de niñera de su superior. Sin mencionar que estaba cansada ella misma.
Roy sonrió de lado —¿Quiere que simplemente me deje desvestir sin oponer resistencia, teniente?
Hawkeye negó con la cabeza —No, general. El resto lo hará usted. Simplemente le estoy haciendo el favor de removerle los zapatos, dado que evidentemente le resultará una tarea dificultosa en su estado.
—Eso no es tan entretenido como lo que tenía en mente —admitió.
Cerró los ojos con pesadez, armándose de paciencia —Lamento decepcionarlo entonces, general —y le removió el segundo zapato. Depositándolo con cuidado junto al primero y poniéndose finalmente de pie. Él, aún sentado al pie de la cama, siguió su movimiento con la mirada—. Listo, señor. Buenas noches.
Roy se puso de pie, tambaleándose ligeramente pero estabilizándose casi al instante, y quedando frente a ella. Sonrisa arrogante en los labios —¿Eso es todo, teniente?
Ella permaneció firme y erguida, brazos a ambos lados del cuerpo —Eso me temo, general.
La sonrisa de satisfacción se amplió a duras penas un poco más —¿Ni siquiera un beso de buenas noches, teniente? —y, sin darle tiempo alguno a reaccionar, se inclinó escasos centímetros, inhaló y presionó sus labios firmemente contra los de ella. Uno, dos, tres segundos, contó mentalmente. En un gesto casto. Y luego se apartó, sonriendo satisfecho. Sus ojos, negros como el carbón, observando los labios tensos de su teniente primera y su expresión severa, de clara reprobación. No obstante, sus labios, tirantes o no, permanecían ligeramente enrojecidos. Prueba fehaciente de que el gesto había existido.
Dando media vuelta, Riza caminó hasta la puerta, postura rígida, hombros tensos y la sostuvo con la mano —Buenas noches, general —cerrándola detrás de sí al salir con más fuerza de la necesaria.
No era la primera vez que su superior hacía algo así, negligente, inapropiado, egoísta e inclusive estúpido. Algo capaz de poner en riesgo su propia ambición y todo lo que habían debido trabajar para llegar a dónde se encontraban. De hecho, solía pasar que su superior, en su estado de completo estupor y ebriedad, solía robarle un ocasional beso ebrio con sabor a alcohol, melaza y madera que a la mañana siguiente solía olvidar religiosamente, o pretendía a hacerlo. Y ella se repetía una y otra vez que no lo consentiría, que no lo volvería a condescender y que reaccionaría a tiempo y le denegaría el momento de desidia. Pero una y otra vez terminaba tomándola desprevenida, arrebatándoselo deseara objetar severamente a ello, negárselo o no, y lo hacía de todas formas. No importaba. No realmente.
Roy Mustang siempre obtenía lo que quería.
