Theodore Nott se consideraba a sí mismo un espectador, un observador tácito con un padre lunático por las artes oscuras y la pureza de sangre. Necesitaba lentes para leer y escribir, le gustaban los largos paseos, el esgrima y de vez en cuando el polo y la música clásica o rock. Tenía un gato negro llamado Quimera cuya personalidad era tanto o más arisca que la suya propia. Era parte de la casa de Slytherin, para concretar, parte del séptimo año reinvindicado.

Alto, de contextura delgada, cabello negro y lacio, ojos verdosos y mirada penetrante; hallaba placer en su objeto de observación, redefiniendo: Hermione Granger.

Para dejarlo en claro, admitía desde el primer instante estar enamorado de Granger, el amor no le parecía una debilidad, mucho menos algo que esconder. Él no se andaba con rodeos, sabía perfectamente que sus latidos irregulares cuando ella se acercaba no eran ningún ataque de taquicardia, de hecho, estaba tan seguro de aquello que no tenía reparo en contárselo a cualquiera que le preguntara, si no fuera porque su vida privada no le convenía a nadie más que a él mismo.

Su obsesión —porque no había otro nombre que lo definiera mejor a su parecer—, había comenzado en tercer año, en clase de Manejo de Criaturas Mágicas, un día en extremo soleado y caluroso que traía a todos con los uniformes desparatados y pegados al cuerpo por el sudor; ella no era la excepción, sonrojada, con la camisa por fuera de la falda y la corbata aflojada dejando ver uno que otro botón desabrochado estaba recostada de una piedra con su libro colgando de una mano y el maletín en la otra. Era una imágen que sin dudas le resecaba la garganta y lo hacía revivir el calor del momento.

Desde ese día se había sentido atraído por ella, lo que lo llevó a no poder dejar de observarla. Con frecuencia se sorprendía espíandola, así que en cuarto año decidió escribir diarios relatando paso por paso la vida cotidiana de la castaña. Sonaba obsesivo, y de hecho lo era.

Su primer año de recopilación de información plena y totalmente necesaria consistió en puros rayones y tachones furiosos en las hojas a causa de los insultos que fluían libremente desde su mente a través de la pluma cada vez que surgía un nuevo reportaje o rumor acerca de Granger y otro mago —dígase Potter, dígase Viktor Krum—. Cuando no veía a Krum pegado a su culo hablándole con su acento búlgaro que ni siquiera lograba pronunciar «Hermione» adecuadamanete, la veía lanzarse sobre Potter cada vez que el idiota se enfrentaba a una nueva fase del Torneo de los Tres Magos. Luego, el baile de navidad, al cual asistió con una coqueta Daphne Greengrass que no dejaba de enredad sus dedos en su cabello mientras él se dedicaba a observar con amargura a Granger junto al oportuno búlgaro bailando y riendo como si la vida se les fuera en ello.

Ese año, cada tachón, cada palabra y cada frase escritas en ese primer diario fueron la manifestación más sincera de celos de la que se supo capaz en ese entonces.

Al año siguiente Umbridge se instaló en Hogwarts, si hubiera tenido que escribir un libro sobre ese aberrante quinto año, lo hubiera llamado «El impertinente de Potter y la encrucijada de la brigada de los LCDU», es decir, brigada de Los Lame Culo de Umbridge. No fue un curso propicio para la elaboración de sus diarios sobre Granger, con cada mes que pasaba la observación se hacía menos fructífera al punto en el que la mayoría de sus anotaciones consistían en lo que podía mirar de ella en el comedor y una que otra clase y encuentro en la biblioteca.

El sexto año había sido abrupto, no vio mucho de ella, pero si vio a Draco yendo y viniendo con expresión perturbada por los pasillos.

Durante el año siguiente sólo fue capaz de verla durante la guerra, Potter, Weasley y ella no habían vuelto a Hogwarts esa vez, levantando el rumor de su posible escape. Logró escribir poco más de una página luego de haber salido de su escondite en las mazmorras como la serpiente rastrera que era; mas se alegró al verla sana y salva, a excepción de unos cuantos cortes, magulladuras y una extraña marca en su brazo que no logró a ver bien. Sin embargo, su mundo se fue contra el suelo cuando la vio entre los brazos de Weasley.

Para ese entonces su aparentemente no inexistente instinto pirómana le gritaba que incendiara Hogwarts, de alguna forma quería ver arder todo aquello que le había causado dolores de cabeza hasta ese momento, pero se controló y obligó a pensar que después de todo, las chicas como ella generalmente se quedaban con chicos como Weasley.

La simple idea le fracturaba el corazón en puntiagudos trozos metafóricos que dificultaban su capacidad de raciocinio. Fue en ese momento en el que mandó todas las complicaciones a un rincón oscuro en su cerebro y se largó del castillo durante la temporada de reconstrucción, quedándose en la villa de los Nott en Grecia.

Durante su estadía, tuvo tiempo de poner las cosas en perspectiva, su padre se hallaba tres metros bajo tierra, no poseía la marca tenebrosa haciendo estragos en su piel, logró heredar todos los vienes de su familia sin mayor contratiempo y no tuvo que afrontar ningún tipo de juicio en el Ministerio.

Se consideraba afortunado, mucho más en ese instante en el que observaba desde la ventana de su compartimiento en la locomotora roja como Hermione Granger hacía levitar su equipaje hasta el interior del tren con ella detrás ingresando también.

Quimera dejó su puesto junto a él y saltó al suelo con el lomo erizado. Se escucharon pasos en el pasillo que anunciaban el recorrido de una persona. Sus ansias se hacían palpables al momento que los pasos se detuvieron justo frente a su compartimiento, y desaparecieron cuando una voz apenas audible llamó a la figura misteriosa y ésta se alejó de la puerta.

Quimera retomó su posición anterior y el se dedicó a maldecir en voz baja.