El olor de la muerte reinaba por Desembarco del Rey. Fuego negro habitaba casas mientras los gritos y llantos era la melodía de la desolación. Jaime, mientras montaba a caballo, veía la desesperación de hombres gritando a sus esposas muertas, hermanos abandonando a cuerpos sin vida de los que antes eran sus hermanos, madres con bebés muertos en sus brazos. Se aferran al cuerpo de sus seres queridos pensando que resucitarán. Pero no era la primera vez que Jaime veía Desembarco del Rey sangrar.

Fue hace mucho tiempo, dragones contra venados. Aunque ahora era leones contra dragones. Demasiados dragones y pocos leones. No importa quién luche contra quién, los que más sufren son los inocentes.

Jaime no tenía a nadie por quien llorar o lamentar; Tyrion estaba con la reina dragón conquistando lentamente Poniente, Myrcella estaba desaparecida o muerta y Cersei se resistía, cabezota y paranoica como ella es, a dar la corona a la pequeña Targaryen. Hubo una vez una moza, era alta como el cielo y más fea que cualquier mal nacido, pero era una buena moza. Pero ella ha hecho bien en dejarle. Ninguno de los dos le correspondía estar con el otro. Estará desaparecida o muerta también, aunque no importa, porque yo moriré también.

La Fortaleza Roja estaba más roja y viva que nunca; fuegos negro, verde, rojo y blanco jugaban en las altas torres y muros. Las llamas negras comían las verdes y las blancas, aunque había otro tipo de verde; el fuego verde que nunca se apaga. Mi hermana se ha vuelto el Rey Loco; Daenerys pidió que le diese Desembarco del Rey y Cersei le respondió con fuego valyrio. Lo que Cersei no sospechaba es que la chica tenía dragones, y el Reino sangró.

El caos reinaba en la Fortaleza; gente gritaba, corría y se iba, hombres de la Guardia Real yacían sin vida, sangre bañando su armadura. Mis hermanos. Pero ya no eran sus hermanos. Renuncié a la Guardia hace miles de años; yo no podía seguir luchando por una causa en la que no creía. Cersei seguía fallando a su reino y hundía el reinado de Tommen cada vez más. Jaime se paró en seco. Tommen. Mi último hijo. Nunca fue realmente su hijo, pero él no había hecho nada malo. Puedo rescatarle de las garras de su madre, y lo puedo educar como mi hijo, que siempre fue. Le diría la verdad y haría que se convirtiese en un caballero honorable, algo que yo nunca fui. Pero eso era un sueño imposible; Tommen no se creería la historia y nadie querría le como caballero si el Matarreyes lo ha educado. Con suerte encontraré una familia dispuesta a criar al hijo del Rey.

A pesar de no entrar en el castillo en años, se acordaba perfectamente del lugar, impasible a pesar de los años que han pasado. Reyes y reinas nacen y mueren en este castillo, pero la Fortaleza Roja siempre sobrevive, no importa qué guerra o qué casa gobierne. La sala del Trono era lúgubre y fría; las sombras se posaban en el mármol, inquietas como presas ante el cazador, charcos de sangre seca pintadas en el suelo, tan precioso como antes era. El Trono de Hierro era el único que seguía igual que siempre; grande y negra por las espadas carbonizadas por Balerion, de puntas afiladas capaz de penetran la piel de cualquier hombre, más frío y duro que el peor de los inviernos. Pero había algo allí, sentado en ese inalcanzable trono; miraba a la nada con lágrimas en sus mejillas, mirando al nuevo extraño que acaba de entrar en la Sala.

Está más descuidada y más vieja; ya no era la belleza que solía ser. Las lágrimas habían ahogado a sus mejillas, que ahora estaban hinchadas y rojas. Tenía el pelo largo y enmarañado, con algunos mechones de color plata. Las manos estaban arrugadas con uñas largas como patas de verdaderos leones y un vestido desgastado y roto, sugiriendo una piel flácida y un tanto rechoncha. Lo peor eran sus ojos; ya no estaba ese color de fuego valyrio al que Jaime se dejaba quemar si no que se había apagado, derrotada por la desesperación.

La Reina Regente Cersei Lannister se puso en pie y bajó lentamente por la escaleras, murmurando frases incomprensibles. Jaime se acercó lentamente al Trono hasta que uno estaba frente del otro. Somos gemelos, nacidos del mismo vientre en el mismo tiempo, nacidos juntos. Somos la mitad de cada uno, dos personas idénticas frente el espejo, amantes de la misma persona.

-Jaime... -Cersei observaba impacientemente el cuerpo de su hermano-. Hacía tanto tiempo que no te veía -cogió su mano y la apretó-, eres un hombre diferente al que yo vi por última vez.

-He envejecido, al igual que tú -Jaime soltó su mano de la de su hermana-; ya no somos como éramos antes.

Cersei le miró desconfiadamente.

-Exacto, ya no somos como éramos antes -le miró con una mirada cargada de furia-. El Jaime del que me enamoré habría venido cuando le pedí que me defendiese del Septón Supremo y de sus aplastantes gorriones. ¡¿Dónde estaba ese hombre que debía de haber rescatado a su hermana?!

-Desapareció junto con la hermana a la que amaba.

Cersei le pegó en la mejilla fuertemente.

-¡Han matado a Tommen y Myrcella! -Cersei parecía que iba a estallar en cualquier momento-. ¡Mis últimos hijos vivos! ¡Nuestros hijos! ¡Ellos han matado a tus hijos! -se calmó en un momento y miraba al suelo, volviendo a ser la mujer del Trono-. Myrcella vio cómo una mujer iba a ser quemada por el dragón blanco, y decidió acudir en su ayuda. ''¡Va a morir, mamá!'' Me gritaba mientras intentaba liberarse de las doncellas. ''¡Hay que ayudarla!'' dijo mientras corría hacia el monstruo. Una llama dorada salió por su boca y oía los gritos de Myrcella, llenos de pánico y dolor. Me quise aferrar a Tommen, pero él fue a socorrer a su hermana antes de que pensase en siquiera moverme. Una segunda llama le alcanzó a mi último hijo con vida, y lo último que recuerdo de él fue sus piernecillas de niño corriendo hacia su hermana -Cersei parecía esculpida de piedra, una mujer sin alma. Miró a Jaime y la rabia volvió a conquistarla-. ¡Ellos! ¡Ellos son los verdaderos monstruos! ¡Mataron a dos niños libres de toda culpa, y aún así fueron quemados por las llamas de esas aberraciones! ¡Ellos han creado esto!

-Cersei, sabes bien que lo has creado tú -Jaime le miraba, desafiante. No está más que triste por la muerte de nuestros hijos, pero dudo mucho que podrá razonar-.

-¿Yo? -reía amargamente-. ¡Tú no has hecho nada! Yo he defendido el reino de esos tiranos y cuidando de mis hijos mientras tú jugabas a ser un bandido. No importa qué tipo de hombres eres, si ni siquiera eres un hombre. Siempre he sabido que debería haber sido yo la que hubiese nacido con polla, ya que tú y Tyrion no la utilizáis -Cersei miró consternada a Jaime por un momento y su expresión cambió al horror-. Sabía que esto pasaría. Maggy la Rana me adviritió. Una reina más joven y bella. Daenerys... Esa puta dragón.

-¿Maggy la Rana? -Jaime se preocupó de la cordura de su hermana-. ¿Qué te advirtió? ¿Sabías que Daenerys Targaryen vendría?

Cersei se echó a llorar, abrazando dulcemente a Jaime como cuando de pequeños se caía uno y la otra le cuidaba.

-Cersei, ya está bien -dijo Jaime entre los sollozos de su hermana y acariciaba dulcemente su cabello dorado. Dorado como sol siempre fue, hasta que el sol se apagó-. Sé que has perdido a tus hijos pero debes de ser sensata. Ríndete y...

Pero Jaime no pudo acabar la frase. Una daga penetró rápidamente en su espalda, perforando su corazón. Jaime le costaba cada vez más respirar a la vez que sentía la sangre correr por su espalda.

-Estás de parte de Tyrion, siempre lo he sabido -gritaba palabras tan rápidas como el viento-. Siempre lo has querido más que a mí. Siempre has tenido debilidad por él -Cersei se intentó liberar sus brazos corpulentos-. Idiota. Creías que acabarías conmigo igual que con el Rey Lo... -Cersei se quedó sin aire del puñetazo en la garganta de Jaime-.

Y la pelea de leones comenzó. La daga seguía clavada en la espalda de Jaime, pero éste era más fuerte y más rápido. En un instante, estaban rodando por el suelo, pegándose puñetazos y guantazos, como enemigos de una guerra. Cersei consiguió morder la mano izquierda de Jaime, pero éste le pegó un golpe con su mano de oro tan fuerte que Cersei se desmayó por un momento y sangre brotaba de su cabeza. Jaime sabía que era su oportunidad si quería acabar de una vez. Puso sus dos manos, la verdadera y la dorada, alrededor de su cuello, su blanco y frágil cuello. He acariciado y besado medio millar de veces ese cuello. Apretó hasta ver a su hermana morada. Ella le clavaba las uñas en la piel, intentando por última vez salvarse. Cersei estaba preparada para enfrentarse a la muerte, hasta que en su último suspiro abrió mucho los ojos.

-Mi... Mi... Mi valonqar -salió su último respiro mientras que la expresión de horror y dolor en su rostro se grababa eternamente-.

Jaime supo en ese momento que todo había acabado. Maté antes a un rey... Pero ésta me ha dolido más que todos los hombres a los que he matado jamás. Jaime intentó librarse del cuerpo sin vida de su hermana, pero se dio cuenta de que le pesaba demasiado, y se estaba quedando sin aire. Sangre... Hay demasiada sangre. Moriremos al igual que hemos nacido; enredados, ensangretados y juntos.

La mirada de Jaime se perdió en las infinitas espadas negras del Trono, recordando al primer rey al que sirvió.