— Jugemos al escondite. Tú cuentas veinte lentamente mientras yo me escondo.
El pequeño Ash miró con resignación a Gary, que parecía disfrutar dandole órdenes con su habitual soberbia. Como ocurría siempre, él era que se erigía líder en cualquier situación y siempre se preocupaba de hacer que los que se encontraban a su alrededor hicieran todo lo que quería, sin importar el cómo.
— Pero yo fui el que conté la última vez que jugamos. Te tocaría a ti hacerlo. Me parece una gran injusticia — dijo quejumbroso.
— Hoy es mi cumpleaños y por tanto debes cumplir todo lo que te diga — ordenó tajantemente. No quería escuchar ninguna palabra más que le contrariara —. Si yo digo que cuentes veinte, es que debes hacerlo.
Ash iba a replicar, pero se limitó a refunfuñar palabras incomprensible y se giró para iniciar la cuenta. Cuando hubo acabado miró a su alrededor, intentando encontrar alguna pista de su ubicación, pero no encontró nada. Gary indudablemente era bueno jugando al escondite, era muy escurridizo y veloz cuando se lo proponía. Esta vez debía emplearse a fondo para localizarle.
Se dirigió hacia los arbustos que se encontraban a su izquierda, cuyos ramajes creyó ver moverse, pero no le halló. ¡Diablos, sabía que debía hallarse cerca! Oteó el suelo con atención en busca de una evidencia: no había ningún signo que indicara que alguien hubiera estado allí. Miró por el resto del parque, pero todo fue en vano. Cuando iba a volver al lugar de origen no pudo evitar sorprenderse y mostrarse un poco molesto. Gary se encontraba de pie, erguido, mirandole con suficiencia mientras esbozaba una media sonrisa de malignidad y el pelo le goteaba en su mojada camiseta. A su lado su Squirtle le acompañaba y le miraba. ¡Ahora sabía dónde se había metido! ¿Quién en su sano juicio se metería en el estanque y aguantaría la respiración?
— Te he ganado, mocoso.
— No vale, esa victoria no fue justa. ¡No se puede utilizar ningún pokemon, lo dijiste tú la semana pasada!
— Pero eso fue la semana pasada, hoy utilizamos esta regla: se puede usar pokemon— Sonrió y guardó a Squirtle en su pokeball —. Además, este juego me aburre y es hora de merendar. Vayamos a casa de mi abuelo, seguro que hoy nos prepara chocolate caliente.
Ash miró como se marchaba su amigo hacia la salida del recinto, mientras el crepúsculo adquiría un tono violeta en el cielo. Había sido derrotado por enésima vez, pero no se rendiría: algún día le ganaría y cuando eso ocurriera sería el chico más feliz del mundo.
— ¿Quieres apresurarte? Cuando llegemos el chocolate estará frío — la voz de Gary se oyó cercana, a pesar de hallarse a unos metros delante suyo —. De acuerdo, lo haremos más interesante: el último que llegue a la casa del abuelo tendrá que escuchar sus aburidas historias. !Preparados, listos, ya!
— ¿Qué? ¡Gary, espera! Esta vez no me ganarás tan fácilmente. ¡Ya verás!
Ash sonrió, a pesar de que sabía que su amigo hacía todas las trampar para ganar y tuviera ese carácter tan especial, estaba feliz de tenerlo a su lado. Alguna vez sería como él. No, mejor aún: sería mejor que él. Y cuando lo consiguiera le demostraría que era capaz de superarse a sí mismo y que podría superar todo lo que le pusiera por delante. Este pensamiento le ilusionó, pero sabía que eso sólo podría suceder varios años después. Hasta que llegue ese momento momento serían amigos y rivales. Amigos y rivales para siempre.
