Nota de Autora: Para empezar, la idea es mía y nada más: personajes, etcétera son de JK Rowling.
Para continuar, ya lejos de la 'burocracia' (o como queiran llamarlo) la pareja principal de esta historia es DM/HG, es decir, Dramione. Si no les gusta, no sé en primer lugar por qué siguen leyendo. Bien, desarrollando la idea, si andan buscando una historia súper romántica, no sé si aquí la encuentren. Obvio, es un dramione y blablablá, pero antes que eso quise hacer simplemente una historia de aventuras y/o acción, así que no se dejen engañar por los primeros capítulos.
Por último, no sé si cambiaré el rating de la historia en algún momento. Acepto sugerencias siempre.
Capítulo: 1/26
Rating: T (de momento)
—1—
La noche era oscura y penetrante en la Mansión Malfoy. Draco Malfoy, a pesar de llevar casi un mes en esa casa, la seguía encontrando, quizás, tétrica, como nunca había sido en su infancia. Apoyado contra la pared, cerca de la ventana de su dormitorio cerrado a cal y canto, echó un vistazo a su alrededor: la puerta seguía cerrada y por el silencio que invadía la habitación, Draco descartó la posibilidad de que hubiera alguien en los pasillos.
Últimamente nadie se atrevía a quedarse en los pasillos de la Mansión. Su Señor se encontraba hospedado allí, y aunque no lo dijeran, ni a sus padres ni a Draco les hacía mucha gracia la idea. Todavía tenía miedo de salir de su cuarto, y creía que su madre lo intuía al menos. Narcissa Malfoy siempre era muy perceptiva en cuanto a los sentimientos de Draco se trataba, lo que no siempre significaba que los tomara en cuenta.
Sintió un escalofrío y cerró los ojos, apoyando la cabeza en la pared. Su mano derecha tocó casi por inercia su antebrazo izquierdo, allí donde residía la Marca del Lord. Había pasado ya un mes, un maldito mes, pero Draco no podía quitarse esos pensamientos de encima, esos recuerdos que le asediaban por momentos, cuando pensaba que por fin iba a dormir.
Su propia varita alzada contra Dumbledore, el haz de luz verde golpeando el pecho del Director, y luego Él, recriminándole por sus fallos, amenazando a su familia y a él mismo de muerte si no cumplía con su misión. Siempre Él. Y la culpa le carcomía por dentro, porque había propiciado la muerte del Director, y sin embargo, no había cumplido su cometido.
Rápidamente se volvió a recomponer, hundiéndose en las sombras de su dormitorio, mientras miraba por la ventana disimuladamente. Había sentido las barreras de la mansión dejar pasar a varias personas. Casi sin respirar, Draco entrecerró los ojos, intentando ver de quien se trataba.
Eran varios mortífagos, podía asegurar que habría media docena como mínimo. Y llevaban a un prisionero, en el centro del grupo. Frunció el ceño, pero no pudo discernir quien era, y sin embargo, oró a Merlín por no conocer a ese pobre diablo.
Draco los perdió de vista al entrar en la mansión, pero segundos después la risa maniática de su tía Bellatrix le anunció que la señora Lestrange había llegado a casa. Esperó al menos media hora antes de moverse, cansado, hasta su cama regia. Necesitaba descansar, y necesitaba hacerlo ya.
Al día siguiente, sin embargo, Draco se levantó con la intensa motivación de saber quién era el preso. Así que, después de despistar a todos, y sin ser visto por nadie, Draco se aventuró, varita en mano, hacia el sótano. Bajó las escaleras, encendió las luces para ver a su presa, y luego entró.
El sótano era amplio, así que se paseó por la habitación cuadrada, mirando detrás de los pilares anchos. Draco oyó un pequeño ruido a su espalda, pero disimuló el haberlo escuchado. Caminó hasta la otra esquina de la habitación con la muda certeza de que dentro de poco le atacarían, y finalmente, así pasó.
Vio de reojo una sombra detrás de él y rápidamente se giró varita en mano. Esperaba poder intimidar a su prisionero con sólo apuntarle con la varita, pero quien quiera que fuese ya estaba saltando hacia él.
Draco lanzó un rápido incarcero y se apartó, dejando que el cuerpo cayera al suelo mientras las sogas se enroscaban en brazos y piernas. Se quedó pálido: incluso sin verle la cara, sabía de quien se trataba: Hermione Granger.
— ¿Granger?— preguntó estúpidamente para cerciorarse. La chica, desde el suelo, se revolvió incómoda, luchando por liberarse. Con el pie, Draco empujó su hombro con delicadeza, dejándole boca arriba. Y entonces, sonrió cínico vistiéndose la máscara de arrogancia que usaba en el colegio.— No esperaba verte tan pronto.
— Vete al demonio, Malfoy.— repuso con agresividad. No parecía dañada ni herida, por el perfecto estado de sus cuerdas vocales. Draco se inclinó hasta llegar a su rostro y rió falsamente en su cara, burlándose de ella. Hermione se debatió más fuertemente que antes mirándole con odio y después de una mirada de superioridad Draco volvió a salir del sótano, apagando las luces al irse.
Los días pasaron, y a cada día que se iba, Draco olvidaba un poco más a su prisionera. Las emociones iniciales de sorpresa y cierta vergüenza al verla en su casa habían dado paso a la fría indiferencia y al olvido mientras las pesadillas se acumulaban noche tras noche.
Todo iba bien hasta que el Lord convocó una reunión esa misma noche. Draco se sentó a la izquierda de su padre en la mitad de la mesa, considerablemente lejos del Lord. La mesa estaba llena casi en su totalidad, sólo faltaban Yaxley y Snape. No se preocupó por su padrino: al ser el favorito del Lord prácticamente podía hacer lo que quisiera sin que el Amo le castigara.
Los ojos de Draco estaban fijos en el cuerpo suspendido encima de la mesa: le recordaba a alguien pero no sabía quién era. La reunión comenzó y después de que todos dijeran la información que habían averiguado en ese período de tiempo, el Lord volvió su atención a la mujer desmayada. Repentinamente despertó mirando alrededor con miedo. Después de terminar con la mujer, Charity Burbage, el Lord le pidió a Colagusano que trajera a su prisionera especial.
Draco supo inmediatamente que se trataba de Granger. Si ya estaba nervioso antes, en ese momento se sentía al borde de un ataque de pánico. Colagusano volvió del sótano con la muchacha atada y levitando. Con torpeza la dejó caer en el centro de la mesa, al lado de Draco. Granger le miró con pánico antes de seguir inspeccionando la sala.
— Para quienes no la conocéis, esta muchacha se llama Hermione Granger.— habló el Lord con voz tenue. Hubo varios asentimientos y cuchicheos en la mesa.— Draco, queda bajo tu cuidado. Espero que no me defraudes también en esta tarea.
Draco asintió con la cabeza gacha y las mejillas rojas, escuchando de fondo las risas disimuladas de los demás mortífagos. Unió su mirada un momento con la de Hermione y la volvió a desviar. ¿Cómo debía tratarla? Sumido en su reflexión le costó entender las siguientes palabras del Lord:
— Te trasladarás con la chica a esta dirección y permanecerás allí hasta que yo te lo ordene.— el Lord hizo un gesto con la mano y un trozo de pergamino apareció de la nada frente a Draco. El chico lo tomó y lo guardó con cuidado de no molestar al Lord, frente a las miradas curiosas de los demás mortífagos.
La reunión no se alargó mucho más para alivio de Draco, que quiso salir corriendo en cuanto terminó. No obstante Granger seguía tendida en la mesa, atada, y Draco debía encargarse ahora de su cuidado. Hermione le miró largamente sin ocultar su miedo: ese orgullo de los primeros días se había ido para dar paso a las demás emociones.
Draco se quedó sentado mientras los demás mortífagos salían. Su padre, sin varita debido a que el Lord se la había quitado, salió rápidamente detrás de Snape y se quedaron un rato en un rincón de la habitación hablando, mientras Narcissa les miraba lánguidamente. Cuando la casa volvió a quedarse en silencio Lucius volvió a entrar en el salón y juntos los tres Malfoy miraron a su prisionera. Draco debía prepararse para ir a aquella dirección desconocida.
—2—
Draco miró la cabaña en medio del bosque. Aquella era la casa en la que se hospedaría y donde cuidaría de Hermione Granger. Con la varita alzada comenzó a caminar hacia la entrada llevando a Granger detrás de él, levitando. A pocos pasos de la vivienda Draco sintió como traspasaban las fuertes barreras de la casa: el Lord se había preocupado demasiado en proteger la vivienda. Draco supuso que sería por la valiosa información que podía tener en sus manos Granger.
La llevó directamente al sótano que había sido acondicionado para ser una habitación austera y fría, sin ningún adorno ni personalidad. Depositó a Granger en la cama y antes de desatarla inspeccionó la pequeña celda que era el sótano: había un baño diminuto y una manta pequeña y raída. Dándole su aprobación salió de la habitación, dejando a Granger moverse por la diminuta estancia. Subió las escaleras estrechas y llegando al salón se sentó en el sofá viejo y desvencijado que había, tapándose la cara con las manos. ¿Qué debía hacer ahora con ella?
Mientras tanto, Hermione se sentó en su pequeña cama frotándose las muñecas irritadas por la soga que las había atado antes. Inspiró hondo varias veces en un intento de tranquilizarse y cuando pensó que podría levantarse sin que las rodillas le temblaran, se incorporó. Llegó a tientas hasta la puerta por la que Malfoy había desaparecido y palpó el metal. Había una pequeña ranura cerrada a la altura de los ojos para que alguien la vigilara y una especie de puerta para perros para pasar la comida sin abrir la puerta. Ningún picaporte por ese lado, según notó Hermione.
Luego continuó palpando por la pared cercana a la puerta hasta que encontró el interruptor de la luz. Encendió la débil luz parpadeante y fría y se permitió mirar a su alrededor: a los pies de la cama había una manta con aspecto avejentado. A la derecha había un tabique que separaba el baño, pequeño y sucio, del resto de la habitación, y encima de la cama había un pequeño tragaluz translúcido. Hermione suspiró a la luz del débil foco y comenzó a buscar cualquier resquicio de salvación.
Al día siguiente Draco bajó con un cuenco con comida dentro. Hermione observó sagazmente que tenía una ojeras impresionantes y la piel más pálida de lo normal, como si hubiera dormido mal. Dejó un momento de lado el hambre que tenía para reflexionar sobre ello: ¿y si Malfoy no quisiera estar ahí, no quisiera ser quien era? Había quedado claro el año pasado, según Harry había contado, que Draco Malfoy había entrado a Hogwarts con ganas de comerse el mundo y había salido acobardado, huyendo con la muerte persiguiéndole y una humillación en la espalda. Pero… ¿Podría Hermione convencerle de que dejara a los mortífagos?
Cortando sus pensamientos de golpe, que iban haciéndose cada vez más angustiosos, saltó de la cama y se acercó hasta el suelo, cerca de la puerta, donde Malfoy había dejado la comida. Cogió el cuenco y volvió a la cama, sentándose en el borde mirando el interior del recipiente. Había un caldo con verduras chamuscadas. El caldo estaba soso e insípido, y Hermione pensó que quizás era la primera vez que Draco cocinaba. En su mansión había una cantidad enorme de pobres elfos domésticos que hacían todo el trabajo por ellos, y como niño rico que era,— pensó Hermione a mala idea.— nunca habría puesto un pie en la cocina.
El día pasó lento y cansino y para la hora de la cena, Draco volvió a bajar con otro cuenco de ese insípido caldo que había preparado. Sin embargo, Hermione se levantó cuando abrió la puerta y haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, intentó entablar conversación con su captor:
— Malfoy.— le llamó. Draco dejó con lentitud el cuenco en el suelo y se irguió, mirando con dureza a Hermione.— Escucha, no tienes por qué hacer esto.
— Olvídalo, Granger. Lo que sea que estás intentando hacer no va a funcionar.— dijo Malfoy, esquivo. Se giró para salir y Hermione continuó diciendo:
— Podemos protegerte, a ti y a tu familia. Sólo…— la puerta se cerró mientras ella todavía hablaba y Hermione se mordió el labio. No podía empezar a hablar así, debía encontrar alguna forma de hacerse su amiga para así poder ayudarlo y salir de allí.
Apenas subió las escaleras estrechas y angostas, Draco se sujetó el antebrazo con fuerza. Dolía mucho, tanto como cada vez que el Amo le llamaba. Se concentró, cerrando los ojos, y supo donde debía ir. Con rapidez cogió su túnica de mortífago, la máscara y selló la puerta del sótano, esperando que así Granger no escapara. Desapareció en un suspiro y apareció en su sitio en el círculo del Lord.
Los demás ya estaban allí; el último en aparecer fue Goyle, que tropezó. Después de explicar todo lo que había que hacer, Draco se montó en su escoba, nervioso. Era bueno volando, pero nunca había perseguido a Potter y la Orden del Fénix a escoba, intentando matarles. Ni su padre ni su madre estaban y el único consuelo que le quedaba era su tía Bella, que miraba desquiciada a todas partes, con ansias de matar. Crabbe y Goyle estaban juntos a su derecha, grotescamente sentados en sus escobas delgadas, y Snape, su padrino, estaba alejado de todos.
Ascendieron al aire y cuando llegaron a la casa de Potter se camuflaron entre las nubes. Draco esperó y esperó con las manos agarrotadas en el mango de su escoba y después de una eternidad, pasaron con rapidez pasmosa los miembros de la Orden del Fénix. Iban en parejas y… ¿Había siete Potters?
Draco frunció el ceño, confuso, y salió a la caza el último. Bella le desequilibró al perseguir a Tonks y a uno de los Potters con su risa maquiavélica y Draco optó por ir lo más lejos de ella posible. Fue directamente a por Arthur Weasley y Potter, uno de tantos, y lanzó el primer hechizo.
Entre Weasley y Potter apenas pudo lanzar un hechizo más mientras esquivaba sus maldiciones. Parecían furiosos, y Draco apostaría su brazo izquierdo a que lo habían reconocido: no quedó duda cuando estuvieron a punto de darle y Potter gritó un '¡Muérete, Malfoy!'
Llegaron finalmente a las barreras de protección de una de las casas de la Orden y Draco frenó en seco, mientras Weasley y Potter desaparecían detrás de las protecciones. Draco se retiró en su escoba un poco, mirando el sitio por el que habían desaparecido fijamente. Luego se encogió de miedo al sentir la poderosa magia del Lord desplegarse en toda su furia y extensión.
—3—
Draco se sentó en el sofá raído de la pequeña sala de estar. En sus manos tenía un libro usado, en el que podía leerse el nombre 'Hechizos para la protección del hogar: recopilación.' Snape acababa de dárselo; se lo mandaba su madre. Extraño regalo que le hacía, sabiendo que a Draco leer no le apasionaba. Eso se lo dejaba a la sabelotodo Granger. Snape había bajado escaleras abajo, alegando estar bajo las órdenes del Señor Tenebroso, para interrogar a su prisionera. Con cuidado de no estropear su regalo, Draco lo dejó sobre la estantería desvencijada, poniendo allí el primer libro, y siguió el camino que había hecho Snape.
Se apoyó desinteresadamente en el marco de la puerta, pero por dentro estaba angustiado: Snape, frente a Granger, le apuntaba con la varita y susurraba unas palabras en voz baja. Los ojos de la chica estaban ausentes, como si hubiera entrado en trance, mirando fijamente los oscuros y hundidos del mortífago. Por un momento, las palabras de Snape cesaron y finalmente bajó la varita, mientras Hermione salía del trance, agarrándose la cabeza con las manos. Cayó al suelo gimoteando y cubriéndose la cara con las manos y Draco vio entonces que Snape había estado utilizando Legeremancia en ella.
Snape se fue con el rostro serio y Draco se apartó, dejándole pasar. Luego volvió su atención a la muchacha, que seguía en el suelo. Tenía que hacer algo con ella,— pensó Draco con preocupación.— pero tampoco debía dejar que sus sentimientos interfirieran en su trabajo. Ahora era mortífago, no debía tener ni mucho menos mostrar piedad… Pero ¿Cuándo había sido eso verdad con Draco? Se mordió los labios, avanzó rígidamente hasta Granger y la levantó del suelo; la dejó en la cama con rigidez y torpeza y se fue rápidamente, intentando no perturbarse más de la cuenta.
Cuando bajó con la cena, Draco permaneció cinco largos minutos delante de la puerta del sótano con un gran dilema en la mente: ¿pasar la comida por la rendija o llevarla él mismo y descubrir cómo se encontraba Granger? Después de alisarse la túnica decidió entrar con el plato de comida, que ese día era un filete de carne carbonizado. Todavía no controlaba bien aquel extraño arte de la cocina.
Entró mirando el bulto tendido en la cama que era Granger y dejó el plato en el suelo. Pensó por un momento en abandonar la habitación sin decir nada, pero finalmente sacó la varita y se acercó con cuidado hasta la cama. Listo para lanzar desde una maldición imperdonable a un simple desmaius, Draco tocó el hombro de Hermione. La chica comenzó a moverse con lentitud y finalmente abrió los ojos cansada.
— ¿Malfoy?
— Granger. La cena está lista. Come.— dijo secamente sin saber qué más añadir o cómo hablar a la chica. Todo era más fácil cuando él era el fanfarrón slytherin y ella la come libros gryffindor. Pero ahora sólo estaban el mortífago y su prisionera. Aquello no era ni mínimamente cómodo para ninguno de los dos. Draco se dispuso a marcharse y antes de que cerrara la puerta, Hermione dijo:
— Gracias, Malfoy.— Draco se ahorró el preguntar qué había pasado con Snape esa tarde y se fue de allí.
El día siguiente fue extraño para Draco: pasó la mañana entera mirando el libro que Snape había traído sin poder concentrarse. No sabía qué le pasaba, pero lo cierto era que no podía hilar dos pensamientos seguidos sin pensar en lo que había pasado con Granger, en cómo estaría Granger y un millón más de interrogantes que incluían a Granger. Así que después de esa mañana infernal hizo la comida lo mejor que pudo,— el filete parecía menos carbonizado que el del día anterior.— y bajó con el plato al sótano. Hermione continuaba allí, tumbada en la cama y mirando al techo con expresión ausente. Draco dejó el plato en el suelo haciendo más ruido del necesario para alertar a Granger de su presencia y cuando iba a salir, la chica dijo en un susurro:
— Malfoy.— Draco se quedó helado en su sitio, esperando algo más. Hermione lo miraba con ojos tristes y finalmente dijo.— Quédate, por favor.
Draco no dijo nada; las palabras sobraban. Haciéndole caso cogió el plato y lo llevó hasta la cama, sentándose al lado de Hermione. La observó comer en silencio y después de un rato sin decir nada, comenzó a sentirse incómodo: se suponía que debía decir algo hiriente y sentirse bien… Pero nada de lo que pensaba que podría decirle para herirle le hacía sentirse bien. Sólo una terrible desazón. Ahogó un mohín de disgusto y aprovechó para decir en tono neutral:
— ¿Qué te hizo ayer Snape?— fue lo único que se le ocurrió. Hermione levantó la vista del plato y le miró con la tez pálida, más de lo usual. Draco se arrepintió en seguida de haber preguntado eso por la expresión de Granger, pero no hizo nada para disculparse, era su prisionera y no debía tener piedad con ella,— se repitió mentalmente.
— Legeremancia.— dijo secamente. Draco apoyó los antebrazos en sus muslos y al ver que Hermione no añadiría nada más dijo con voz casual:
— Sí, la primera vez puede ser un poco traumatizante. Sólo es cuestión de acostumbrarse.
— No puedo acostumbrarme a eso, es simplemente asqueroso. Snape revolviendo y hurgando en mis recuerdos, destapando todos mis secretos e intimidades…— dejó la frase en el aire mientras hacía una mueca de desprecio. Sus ojos recobraron el brillo de antaño y Draco estuvo a punto de festejar: la mirada vacía de Granger no le ayudaba a sentirse mejor.
— La Oclumancia podría servirte de ayuda en estos momentos. Snape le dio clase a Potter de eso, ¿no?— preguntó Draco con curiosidad. Hermione asintió con la cabeza y dijo:
— No sirvió para nada, Snape odiaba tanto a Harry que fue incapaz de enseñarle nada.— Draco sonrió recordando las clases de 'plantas medicinales' de Potter en quinto curso y susurró confidencialmente:
— Sigo prefiriendo a Snape por encima de Bellatrix.— Hermione le miró por primera vez y luego desvió la mirada acordándose de con quien estaba hablando. Se levantó de su sitio y Draco sacó la varita en el acto, preparado para atacar a la primera de cambio; Hermione se movió hasta una esquina del dormitorio y le miró recelosa diciéndole:
— No necesito tu ayuda, Malfoy.
Draco cogió el plato vacío y se levantó, dejando el sótano con toda la dignidad posible. A la hora de la cena, volvió a quedarse en el sótano, esta vez con el libro que Snape había traído pero sin quitarle el ojo de encima a Granger. Nunca se sabía cuando el león iba a atacar, y Draco no quería ser sorprendido. No obstante, aunque Hermione se mostraba más recuperada no habló ni Draco la insultó.
Los días siguientes pasaron en un ritual silencioso y en un ambiente de camaradería: Malfoy aparecía con la comida y su libro y sin decir ni una palabra pasaban media hora juntos. Draco se decía a sí mismo que todo aquello era sólo para comprobar el estado de su prisionera, pero empezaba a creer que podía ser una mentira, que podía haber algo más debajo de la cortante frialdad que mostraban el uno con el otro. Sacudió la cabeza sentado en el sofá del salón: otra vez había venido Snape y había bajado al sótano.
Intentó concentrarse en las palabras del libro que había abierto en una página al azar pero las imágenes del último encuentro con Snape reaparecían en su cabeza cada poco. Volvió a bajar incómodo, y volvió a ver a Granger sumida en trance, mirando los ojos de Snape mientras este metía su nariz en asuntos que no le importaban. Draco se forzó a sí mismo a quedarse allí, mirando como un mero observador, con las mandíbulas apretadas y rígido.
Snape apenas se despidió de ellos dos con una pequeña reverencia, mirándoles con inexpresividad y una mirada insondable, y Draco volvió a coger a Granger y tumbarla en su cama. La chica sollozaba disimuladamente y Malfoy se sentó a su lado dubitativamente. Hermione le dio la espalda y Draco le acarició el hombro inconscientemente. Granger se limitó a coger esa mano que le tocaba y enredarla entre sus dedos.
Nota final: acepto tomatazos, sugerencias (respecto a capítulos, lenguaje, corrección, rating, etcétera) y críticas constructivas. Actualizaré sábados y miércoles, salvo que se presente alguna contingencia, en ese caso intentaré actualizar lo más rápido posible.
TBC...
