Pelotón
Capítulo I
Aspiró profundamente una bocanada de aire antes de volver a sumergirse. El chico intentaba con todas sus fuerzas liberarse del agarre de los soldados. Su cabeza entraba y salía del agua constantemente, dándoles apenas unos segundos para llenar de aire sus pulmones. Las risas de los sujetos a sus espaldas ahora se sentían lejanas, parecían acallarse poco a poco, como si no se tratase más que de un sueño del cual estaba pronto a despertar... Pero lejos estaba de tratarse de una ilusión, ya que poco a poco perdía el conocimiento en manos de sus captores.
Cuando ya sentía que sus fuerzas cederían por completo, los soldados detuvieron su juego. El muchacho respiró costosamente, intentando recuperar todo el aire del cual fue privado. Intentó ver la cara de los sujetos que le habían apresado, pero sus ojos no veían más que manchas borrosas. Intentó pararse, para demostrarles que no se iba a rendir, sin embargo sus fuerzas le traicionaron y cayó desplomado, sintiendo cómo la fatiga lo consumía.
A la mañana siguiente despertó con el sonido del disparo del cañón. Se encontró solo, desnudo y cubierto de mantas húmedas. Podía ver magulladuras en sus rodillas, y moretones en su abdomen. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero no era debido a las condiciones en que se encontraba...
Lentamente escondió su cabeza entre sus rodillas y sollozó en silencio. Aquellos malditos habían logrado lo que querían, y no pudo hacer nada para evitarlo. Gruesas lágrimas rodaron por su pálido rostro, recorriendo un camino que últimamente conocían bastante bien.
El muchacho se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y buscó a tientas su ropa. Se vistió rápidamente, antes de que los reclutas lo viesen en tal estado, lo que sólo provocaría más problemas.
Corrió hacia el cuartel, justo a tiempo para formar las filas. Al formarse, evitó a toda costa mirar a sus compañeros, por temor encontrarse cara a cara con los autores de su desgracia. Podía oír murmullos a sus espaldas, risas...
Una vez terminada la revisión, el muchacho se apresuró a abandonar el cuartel, para dirigirse a algún lugar en donde no se tuviese que encontrarse con los demás reclutas.
Finalmente se detuvo a la orilla del lago. Miró las tranquilas aguas con melancolía, deseando que el pasado jamás hubiese cambiado. Se acercó lentamente a la superficie del lago, tras lo cual pudo ver su reflejo mirándole con tristeza. Una repentina punzada odio se generó en su pecho. Frente a él se encontraba el motivo de todas sus penalidades... Él mismo, su apariencia.
Observó su abundante cabellera plateada, confundiéndose con la pálida tonalidad de su piel. En su rostro todo era claro, menos sus ojos... Sus malditos ojos... Los responsables de todo.
Dos puntos ambarinos resaltaban en la blancura de su faz, el único indicio de tonalidad en todo su cuerpo... ¿Qué más podía esperarse de un albino?
El chico golpeó la tierra húmeda, como un gesto de reprimir su furia, tanto consigo mismo como con los demás. Durante toda su vida había vivido en carne propia el dolor de ser rechazado por todos, ignorado por sus pares... Sólo dos personas lo habían aceptado tal cual era, sin miramientos ni compasión, sino por el simple hecho de poder ver más allá de lo que las demás personas podían apreciar.
Durante su estadía en el ejército había sufrido la burla de sus compañeros, sin contar los intentos de éstos por abusar de él. Sabían a la perfección que el muchacho no los denunciaría con los superiores, debido a que éstos no les interesaban los problemas de un engendro como él. Sabían que el chico no se defendería, por ser apenas un niño... Por ésto se aprovechaban de él cada vez que les era posible...
—¡Inuyasha! ¡Reacciona, hombre!
La voz del soldado sacó al chico de su ensimismamiento. Miró a su alrededor para poder recordar en qué lugar se encontraban. Decenas de ojos lo miraban fijamente.
—¿Estás bien? —preguntó el soldado con preocupación.
—Sí, descuida, sólo me distraje —se disculpó.
El albino pasó una de sus blancas manos por su rostro, para secar el sudor que lo perlaba. Era un caluroso día de verano, en el cual tenían programado el asalto a una ciudad enemiga. Inuyasha observó a los soldados que los acompañaban en la camioneta, y una sonrisa de incredulidad se esbozó en su rostro. No podía creer que tan sólo años antes, jóvenes como ellos le hacían la vida imposible.
Ahora el soldado albino era sumamente respetado en el ejército, tanto por sus compañeros como por sus superiores. No había nadie en el regimiento que no alabase las estrategias del joven, que no se sintiera orgulloso de que formara parte de su escuadrón.
Sin embargo, el joven no hubiese podido a ganar tal reconocimiento sino se hubiese atrevido a enfrentar sus temores. Y todo gracias a una de las personas que lo aceptó tal cual era desde un inicio, Miroku.
***
El joven albino se encontraba a la orilla del lago, maldiciendo su suerte por ser diferente a los demás. Repentinamente sintió una mano en su hombro, y se incorporó de inmediato. Frente a él se hallaba un soldado de tez bronceada y profundos ojos azules. Inuyasha reconoció a su amigo, y rápidamente se volteó para ocultar su rostro bañado en lágrimas.
—¿Nuevamente te han molestado?
—No es nada, sólo me ha entrado una basura en el ojo —mintió.
—Vamos, sé que esos mal nacidos te hicieron algo... ¿Me lo dirás sí o no?
—¿Por qué? —preguntó el albino con un dejo de tristeza.
—¿Eh? –Se extrañó el soldado—. Pues porque somos amigos...
— No, no me refiero a eso... Sino a por qué tú me aceptas y ellos no... ¿Por qué debo ser diferente?
Fue inútil intentar contener el torrente de lágrimas que se desbordaron por sus ojos dorados. El soldado de ojos azules no supo qué hacer al ver a su amigo desarmarse de tal manera frente a él.
—¿Por qué? —Se seguía preguntando—. ¿Por qué no puedo ser como los ellos?
—¿Ser como ellos, dices? — cuestionó con incredulidad—. Por favor, no vale la pena ser como ellos.
—Eso lo dices tú porque no eres diferente... —Sollozó.
—Si supieras lo mucho que anhelo ser como tú... —Suspiró Miroku.
—Mientes.
—No, realmente me encantaría ser diferente —confesó—. Las personas no miden sus acciones, no se fijan realmente en nadie más que en ellos mismos, aunque se empeñen en demostrar lo contrario. Uno se destaca por lo que hace, pero sólo si influye a una gran masa de personas con dinero. Nadie admira al pobre pescador que trabaja día y noche para poder llevar algo que comer a su casa, o a la ama de casa que se dedica incansablemente a las labores del hogar —añadió con pesar.
—¿Y a qué vinieron aquellos ejemplos? —Preguntó el albino extrañado.
—No lo sé —respondió el ojiazul encorvándose de hombros—, pensé que sonaba bonito.
La risa de Inuyasha se dejó oír por todos los terrenos aledaños al lago. Las elocuencias de Miroku siempre lo tomaban desprevenidos, era la única persona que podía hacer que se olvidase de sus penurias.
—Eres un idiota, un auténtico imbécil —comentó el joven de ojos ambarinos, entre risas.
—Lo sé. Pero al menos hago que te sientas mejor —sonrió el soldado—. Inuyasha, créeme, tú eres una persona muy especial, por algo eres diferente a nosotros, tú harás grandes cosas, no dejes que esos bravucones te basureen.
Miroku le dio unas palmadas de apoyo moral en la espalda y le ayudó a levantarse. Ambos jóvenes avanzaron hacia la base, con el reconfortante presentimiento de que pronto las cosas cambiarían.
***
—¿Ya se han ido los soldados?
Quien preguntaba ésto era una joven de tez clara, dueña de profundos ojos acaramelados y una abundante cabellera azabache. El ajustado uniforme de enfermera que llevaba puesto hacia relucir considerablemente un cuerpo exquisitamente moldeado, y una sensualidad a flor de piel.
—Sí, Kagome, ya se han marchado.
La joven que contestó era una enfermera cuyo cuerpo no tenía nada que envidiar al de su compañera. Poseía una dulce mirada chocolate, una tez perfectamente bronceada y una abundante cabellera castaña. Su esbelta figura era cubierta parcialmente por la bata de enfermería que acababa de ponerse.
—Sango, ¿estás segura de que dejaste 'eso' aquí?
—Claro, sigue buscando —contestó la morena—. Aunque aún es tiempo para que medites lo que vas a hacer, es peligroso, ¿qué pasa si te descubren?
—Vamos, será sólo por unos momentos, ¡siempre he querido hacer esto! –exclamó la enfermera entusiasmada—. ¡Ya lo encontré!
Kagome sustrajo cuidadosamente un paquete de entre el estante de medicamentos. Lo miraba con ojos expectantes, apenas controlando la emoción que sentía por lo que estaba pronta a hacer. Sentía su corazón latir con fuerza, como si sintiese la misma ansiedad que ella.
—Bien, ya es hora.
***
El batallón en el que se encontraba Inuyasha por fin había arribado a su destino. La ciudad que pronto sería invadida se extendía frente a sus ojos.
—Todos a sus posiciones, cuando dé la señal, atacaremos —susurró el joven de ojos ambarinos.
Todos los soldados acataron la orden sin vacilar, e inmediatamente se dispusieron a seguir la estrategia que su capitán había planeado.
Inuyasha estaba pendiente del avance sigiloso del minutero de su reloj, mientras que dentro de la ciudad, los guardias se preparaban para hacer el relevo.
