N/A: Aquí está la historia de la que les he hablado, espero hacerla interesante y apasionante para que ustedes esten contentos y satisfechos.

Confieso que estoy hasta el cuello de deudas con Miriam Puente (Esplandian) por el magnifico, cuidadoso y comprensivo beteo que me ha regalado, ademas de su providencial y grandiosa amistad.

Sin más les dejo con mi tercer bebé. Disfruten esta noche mexicana, si no son mexicanos, no importa, diviertanse esta noche, el tequila es igual de bueno en territorio nacional que en el extranjero.


POZO DE LOS DESEOS.

Arribo

Deslizaba la palma de sus manos por el frío metal de la mesa en que su victima descansaba aparentemente inerte. Cuando posó las yemas de sus dedos sobre la helada piel pensó "Que bella criatura." Siguiendo con el tacto, y con los ojos, todos los mapas trazados por las venas azules.

Con ambas manos envolvía desde los finos tobillos hasta las delgadas pantorrillas. Se le antojó que quizás, en otros tiempos, aquella carne gélida podía haber sido de seda o de dulce, una especie de caramelo fino y estrafalario.

La respiración se le había ido dificultando gradualmente. De su boca se desprendía un ronquido involuntario que no tenía la menor importancia, pues en su entrepierna crecía una necesidad mucho más urgente.

Sus parpados se abrieron de golpe horrorizados por no saber dónde estaba, ni de quién era la mano avejentada que estrujaba sus pechos; desvió las pupilas hacia su izquierda, y lo vio tendido en una mesa igual a la suya. El pecho de él, que subía y bajaba lentamente, le dijo "¡Aun estoy vivo!". Sintió un peso ajeno echarse sobre de ella. Volvió a cerrar los ojos, diciéndose a sí misma que en compañía el infierno quema menos…

A Trunks le temblaban las manos, y la saliva obstruía su garganta. Por momentos perdía el control de la nave, pero volvía a recuperarlo, sin que lo abandonara el cosquilleo intermitente en su estomago.

Corrientes de calosfríos recorrían la muralla de su espina dorsal, para aterrizar todos en la base de su cráneo. Un frío inclemente invadía las plantas de sus pies, conquistaba la punta de su nariz, y amorataba sus manos. El agua turbaba su vista, descendiendo en cataratas que bañaban sus tiernas mejillas…

En la mansión Bunny daba: órdenes a unos; especificaciones a otros; y ruegos a Dios nuestro señor para que el asado rindiera. Sonriente y apresurada ahogaba cucharadas inmensas de azúcar en un mar de jamaica…

Tenía los músculos de la espalda y del cuello hechos nudo. Hacía poco más de un año que dormir sentado había dejado de ser su especialidad. Inconscientemente miraba la cuenta regresiva a cada instante, comprobando con satisfacción que faltaba cada vez un poco menos para el aterrizaje…

Bulma coloreaba de rosa sus pálidas mejillas frente al espejo, sin dejarse de preguntar en dónde podría estar o si algún día se volverían a ver. A lo mejor todo había sido un sueño colectivo, un simple producto de un hechizo maquiavélico. Quizás él nunca había existido, ni jamás la había visto a los ojos. Y quizás no se habían dicho cosas con el silencio, ni ella había dejado escapar los brazos rutinarios de Yamcha por esperarle a él… y a sus ojos mortales…

Un estruendo hizo retumbar los cimientos de la mansión, y los frasquitos de costoso perfume que descansaban sobre el tocador se bambolearon. Con pasos largos, Bulma caminó hasta el balcón. Todos sus invitados tomaban la posición de combate en torno a la maltrecha nave que aterrizaba en su jardín. Con el corazón desbocado, dio media vuelta y salió corriendo por el pasillo.

La compuerta de la nave se abrió lentamente. De su interior emergió una figura conocida y temida por los guerreros Z haciéndolos retroceder en posiciones y en intenciones.

Bulma se abrió paso entre los presentes.

Nada en él había cambiado. Seguía siendo una piedra con forma de hombre, y envuelta en carne de hombre, adornada por unos ojos opacos y oscuros. Si en repetidas ocasiones no hubiera visto la sangre emanar de su cuerpo, apostaría cualquier cosa a que ésta yacía congelada en sus venas.

Percibió el reproche claro en sus ojos celestes y, sin palabras de por medio, se acerco hasta él. Se detuvo justo enfrente de él. Ella pasó su dedo índice por su enmugrecida armadura, haciéndolo estremecer. Ni la distancia ni el tiempo habían perturbado los efectos que la mujer, con su sola presencia, provocaba.

-Estás sucio- declaró Bulma haciendo camino a la alcoba de Vegeta. Hipnotizado por la cadencia de las caderas femeninas, éste la siguió sumiso y sin pensar en que mas personas los miraban, y sin recordar tampoco que el deseo de amor conyugal tiene un olor particular… un aroma que, dicho sea de paso, se desprendía de ambos cuerpos…

Con los ojos furibundos miraba hacia el frente contando sin paciencia lo que faltaba para llegar y cobrar el importe altísimo que sugiere una humillación.

Ya vislumbraba esa roca insignificante del espacio que hacía muy bien en llamarse Tierra, porque eso les daría de comer a los bastardos que se atrevieron a desafiarle.

En su pecho blanco germinaba la satisfacción de una venganza soñada…

En las sombras de su meditación predecía lo que sucedería. Piccolo buscaba, con rabiosa necesidad, acallar por unos minutos la voz de mal augurio que se empeñaba en susurrarle cosas que a él no le importaban. Los que caerían no le llamaban en nada, y los que ganarían le interesaban lo mismo que una piedra. Los vivos acababan muertos, tan temprano como tarde, y nuevos vivos siempre llegaban. ¿Dónde estaba la novedad? "¿Dónde está el problema?" rugió en sus adentros mientras se ponía en pie dando por terminado el ejercicio que ni siquiera había comenzado…

Su piel erizada y su yugular saltona le advirtieron que debía de mirar el sol. Mamá Lorenza alzo la vista hacia el astro y lo supo de inmediato. Bajo los parpados lentamente, apretó los dientes, y respiro un par de veces profundamente.

-Comerás helado después de que haya finalizado el almuerzo- dijo acariciando la cabeza de Gohan y entró de nuevo a la mansión, preguntando por cerillos para encender un par de veladoras…

Goku echó su espalda hacia atrás en el respaldo. Reclinándose en asiento de la nave, pensando que la vida era muy bella: cuando abrazas de nueva cuenta a los tuyos; cuando Dios te socorre en medio de la necesidad; cuando te regalan una segunda oportunidad; cuando después de una gran tormenta arriba la calma, la verdadera y autentica calma.

Faltaba tan poco para sentir la loca felicidad de ser padre, y de verse reflejado en las oscuras pupilas de su mujer.

Sonrió contento consigo mismo. Contento con todo lo que tenía y con lo que no tenía también.

Con la mirada clavada en la base de la mesa Vegeta podía escuchar a todos hablar en secreto acerca del color de la ridícula camisa que portaba, ya le daría las gracias en privado a la mujer por ponerlo en la mira de todos esos idiotas.

Krillin y Yamcha se pusieron en pie unidos en un abrazo para comenzar a cantar con los buenos pulmones con que la naturaleza los había dotado

-"yo sé bien que estoy afuera, pero el día en que yo me muera"- Oolong y Puar asentían con una sonrisa mientras hacían de coristas.

-"con dinero y sin dinero hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley"- en esta parte el maestro Roschi jugaba a dirigir al mariachi, que extasiado tocaba.

Hoy todos somos hermanos!- garantizo Pita destapando una botella de tequila.

-"no tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el Rey"*

El corazón del príncipe dio un gran brinco diciéndole que aquello no podía ser posible con una breve mirada se dio cuenta de que todos coincidían en incredulidad. Bruscamente se puso de pie, abandonando en un instante la propiedad.

-¿Qué pasa?- pregunto Bulma al maestro Roshi cuando vio, desconcertada, que todos sus amigos imitaban, sin preguntas, a Vegeta…

Pensaba en su madre y repasaba su vida dura, su vida en soledad con su padre ausente, y en su derecho arrebatado de conocerle. Recordaba su mundo austero, con la única protección debajo de las faldas de su abuela, y entre los brazos curtidos de su madre.

Trunks lloraba con la cabeza recargada en el cristal de la maquina del tiempo: por su abuelo heroico; por su sensei caído; por su tiempo apocalíptico; y por la emoción de ver a su progenitor en carne y hueso, y no como aquel espejismo que apreciaba generalmente entre sus sueños. Y que solo en muy pocas ocasiones, entre sus innumerables pesadillas.

Jalaba todo el aire que podía hacia sus pulmones, rogándole a Dios por fuerzas para no desplomarse cuando viera su figura aparecer frente a él.

Al sentir el ki de Freezer su llanto se evaporo en automático, y su mente corrió a las instrucciones que su madre le había dado. Las cuentas habían salido mal.

Los guerreros comenzaron a aterrizar sobre una pendiente para observar con cuidado los movimientos del invasor.

-Helos aquí- comento Freezer con la boca torcida en una supuesta sonrisa. Y en su cabeza, la voz de un recuerdo, la voz del profeta y del designio.

"No veras más la luz del día"

Sus soldados caían rebanados por un muchachito, a lo sumo, de veinte años. Y un susurro desconocido resonó en su cráneo.

"rodaran tus ojos al altar de la penitencia"

Cayó en cuenta de que ese niño era un súper saiyajin, otro además de aquel que lo había derrotado. Al verlo alzarse sobre de él, musito la conciencia.

"se separara de tu cuerpo, la cabeza, bajo el yugo de una mano perlada"

Y envuelta entre las manos pálidas de Trunks…

"la espada de la venganza"

En el instante en que su cuerpo era dividido por tajos limpios, recitó entre dientes su epitafio.

-"y volverás olvidado a la ceniza de la que provienes"-

Cold sintió pena por su hijo. Siempre le había advertido a Freezer que se alejara de la obsesión que le representaban los saiyajines. Tanto odio no era sano. Tanta tirria lo terminaría llevando a la perdición justo como ocurría ahora.

Pero él, que era un ser inteligente, se libraría de esta por la vía de la diplomacia. Si, Señor. Le hablaría a ese jovencito acerca de todos los beneficios que dejaba el comercio de planetas, y de la posibilidad de retirarse joven. Justo como lo había hecho Vegeta que, después de varios años al servicio de Freezer, gozaba de paz y tranquilidad y de un mullido colchón de billetes. Billetes que se había cobrado sin permiso, pero ese no era el punto ahora. Cuestión importante era integrar a ese fantástico guerrero a sus filas antes de terminar como su primogénito.

De su boca negruzca salían frases sin sentido. Por supuesto que con los ojos furibundos y la espada de Trunks de por medio no se podía entablar un dialogo elocuente… y no era porque le tuviera verdadero miedo al niñito ese que sin tregua acababa con su vida.

Por la mente de Trunks no paso nada. Cada corte había sido elaborado por la inercia y la inconsciente intención de impresionar a su padre.

Vegeta apretó las mandíbulas. Estaba cansado de que la gente se interpusiera en su camino sin siquiera ser llamados, y de que gozaran de lo que a él le pertenecía. A estas alturas ya no le interesaba el honor de "SER" el primer súper saiyajin en el universo, sino de "NO SER" el único sin lograrlo. Se presionaría a sí mismo mucho más allá de los límites de su cuerpo y de su mente. Sin embargo nunca lo lograría sin saber cuál era el secreto. A Kakarotto jamás le preguntaría… pero en cambio, este muchachito le debía explicaciones: ¡súper saiyajin o no, él seguía siendo el príncipe!

Bulma se echo a correr tras de Vegeta avanzando, airoso y soberbio, hacia el jovencito que acababa de salvarlos a todos.

Trunks bajo la vista y se mordió el labio inferior al ver que su padre y su madre se acercaban a él. Las cuentas habían salido mal…

*El rey. José Alfredo Jiménez